URBINA JADO FRANCISCO

BANQUERO.- Nació el 11 de Septiembre de 1859 en Guayaquil, poco después su padre el general José María Urbina Viteri viajó al Perú con su mujer y sobrina carnal Teresa Jado y Urbina e hijos, luego vendrían épocas malas. La más absoluta pobreza entró al hogar, había días que no tenían qué comer.
En 1876 mejoraron las cosas con la revolución guayaquileña contra el gobierno del Presidente Borrero. El General Urbina fue llamado al Ecuador, designado Jefe del primer ejército que subiría a la sierra venció en la batalla de Galte y al arribar a Quito fue designado Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente. Su hijo Francisco tenía diecisiete años, no estaba preparado para el cambio y empezó a perderse en alegres noches de bohemia, hasta que un buen día se dio cuenta del error y en la Iglesia de San Francisco en Guayaquil ofreció a Dios no volver a emborracharse y es fama que cumplió al pie de la letra.
Enseguida buscó empleo y como era excelente para los números entró de cajero al diario La Nación cuyo propietario Juan Bautista Elizalde Pareja le conocía. De allí pasó al Banco Internacional que al asumir el pasivo del Banco de Quito selló su destino y quebró también.
En 1894 se fundó el Banco Comercial y Agrícola con capital de cinco millones de sucres equivalentes al treinta por ciento de las exportaciones nacionales de ese año. Francisco Coronel Matheus fue nombrado Primer Gerente e Ignacio Casimiro Roca y Molestina Segundo Gerente. Urbina pasó a ocupar las funciones de Cajero y desde un comienzo el banco prestó importantes servicios al comercio y al gobierno. El 98 Martin Reinberg Eder reemplazó a Roca y en 1901 – habiendo sufrido cuantiosas pérdidas en sus empresas exportadoras – el directorio del Comercial y Agrícola aprobó el aumento del capital en quinientos mil sucres para mejorar su liquidez y para fortalecer se obtuvo del Banco del Ecuador una línea de crédito de emergencia.
Lizardo García fue designado Primer Gerente y habiéndose subsanado la crisis, al año siguiente fue reemplazado por Juan Illingworth Icaza. Urbina pasó a Segundo Gerente y realizó brillantísima carrera ocupando la Primera gerencia en 1904.
Para entonces la economía ecuatoriana se había estabilizado con la adopción del Patrón Oro en 1898 que atrajo la inversión extranjera y la repatriación de capitales ecuatorianos, estimulando la reducción de las tasas de interés pues el sucre estaba respaldado por oro. Este sistema se mantendría hasta el inicio de la primera Guerra Mundial en 1914.
Perspicaz para los negocios, conocedor de las gentes, activo y cuidadoso, fomentó el crédito agrícola y aumentó la exportación de los productos tradicionales de la costa que alcanzaron crecidos precios durante la Primera Guerra Mundial.
Igualmente figuró entre los accionistas de la Compañía Nacional Comercial constituida con un capital de cien mil sucres dividido en partes iguales entre sus cuatro socios fundadores Carlos Alberto Aguirre Ferruzola, Emilio Estrada Carmona, y Pedro G. Córdova pero cuando ingresaron ciento setenta y seis nuevos socios en 1909 cedió sus acciones. Esta empresa tenía a su cargo la concesión del manejo de la carga y descarga del puerto de Guayaquil y aunque aumentó los ingresos en favor del estado sufrió el embate de los opositores del gobierno.
Durante le emergencia nacional de 1910 ayudó al gobierno nacional. El Presidente Alfaro había sido Edecán de su padre el General José María Urbina en la batalla de Galte por eso llegó a Senador por el Guayas y de allí nació su vocación por la política.
Como gerente del banco más importante del país desde 1912 que ascendió por segunda ocasión el General Leonidas Plaza al poder, comenzó Urbina a inmiscuirse en la política, insinuando nombres para ministros, poniendo autoridades o dando el visto bueno a los candidatos de la confianza del gobierno. Plaza fue su principal protegido. Baquerizo Moreno su amigo. Tamayo su abogado.
Esta situación se hizo más ostensible cuando en Septiembre del año 1913 se levantó en armas la provincia de Esmeraldas al mando del Coronel Carlos Concha Torres y el gobierno requirió de numerosos empréstitos para sofocar la revuelta, aumentando su deuda con el Banco Comercial y Agrícola, al punto que llegó un momento en que ésta fue tan alta que se volvió impagable y lo que es peor, la deuda no se debía a obras de desarrollo si no a financiamiento del presupuesto nacional, es decir, a simples gastos corrientes (pago de sueldos y salarios, compra de vituallas y armamento, etc.) y si el Comercial y Agrícola no hubiera apuntalado al gobierno, éste hubiera perecido por consunsión.
En tan críticas circunstancias sobrevino en 1914 la Primera Guerra Mundial, las naciones en conflicto decidieron proteger sus reservas oro y se retiraron del Sistema imperante, de manera que los demás países, especialmente los sudamericanos, tuvieron que hacer lo mismo y en el Ecuador se dictó la Ley de Moratoria o de Inconvertibilidad, que significaba que nadie podría cambiar su billete por el valor equivalente en oro. I de no haberse dictado la Ley, en Ecuador hubiera escapado todo el oro de la reserva pues como no existían minas, estábamos condenados a frenar nuestro crecimiento al no seguir emitiendo billetes, lo cual agudizaría aún más la economía ecuatoriana, de por si depauperada.
Muchos le guardaban respeto “a don Pancho” y otros le temían, no faltando quienes hubieran querido desaparecerlo del mapa; pero todos concordaban en afirmar que era un perfecto caballero, aseado y hasta aprensivo porque “se resistía al tradicional apretón de manos, sosteniendo que esparcía las enfermedades” y era de verlo caminar muy erguido pero con las manos atrás.
En 1915 casó por segunda ocasión con María Ortíz Robles, muy menor a él y bisnieta del presidente Francisco Robles (1856-59) con sucesión, pero ni aún así dejó sus viejos hábitos de conquistador del sexo femenino. Una auditoría del Comisario fiscal del Banco fue aprovechada por sus enemigos para pedir su destitución, pero las diferencias encontradas fueron resueltas.
Parco para reír, algunos colaboradores no recordaban haberlo visto jovial y esto – claro está – le proporcionaba un halo de misterio. También se referían truculentas anécdotas sobre su persona. Si concurría a un teatro lo hacía con las luces apagadas y se sentaba detrás de las cortinas de un palco. Nunca permitió que saliera su nombre en los periódicos, rechazaba toda invitación a convites o festejos y hasta le disgustaban los chismes de sociedad.
Su Banco era emisor, ponía en circulación sus propios billetes que imprimía en Londres y llegaban a Guayaquil en cajones. Un secretario los abría, sacaba los fajos nuevecitos y se los presentaba en forma de abanico para que los firmara con su canutero y entraban a circulación. El país vivía con la confianza puesta en el banquero Urbina a quien nadie se atrevía a tomarle cuentas porque eso hubiera ocasionado un pánico de incalculables magnitudes. Los billetes se confeccionaron desde 1894 en la American Bank Note Company de USA, los de un sucre contenían la efigie de Clemente Ballén, los de cinco a los Triunviros de la Junta Superior de Gobierno de Guayaquil José Joaquín de Olmedo, Francisco María Roca Rodríguez y Rafael Jimena Larrabeytia. Los de cien y mil sucres, en cambio, contienen los monumentos erigidos a Olmedo y Rocafuerte respectivamente en Guayaquil. En 1922 se propuso rescatar a la Asociación de Agricultores para enfrentar la caída de los precios del cacao en los mercados internacionales. Los anticipos entregados sumaron millones de dólares y mermaron la liquidez del Banco.
Para 1924 el Banco ofrecía numerosos servicios, tenía las secciones de cobranzas del exterior para importadores y exportadores, hipotecaria, gobierno para recaudar de las aduanas, colecturías y otras oficinas fiscales las cuotas de amortización de los préstamos otorgados a los gobiernos, general para los depósitos, mandato, inversiones, etc. contaba con una agencia en la Avenida Olmedo y una Sucursal principal en Quito y otras sucursales en Ambato, Babahoyo, Azogues, Bahía, Cuenca, Guaranda, Ibarra, Latacunga, Loja, Machala, Riobamba y Tulcán.
El Banco tenía doscientos cincuenta accionistas, de los cuales los diez más importantes tenían el veinte y uno por ciento del total del capital, pero la situación política era candente y el sistema se desmoronaba, el general Leonidas Plaza estaba viejo y ya no ejercía mayor control en el ejército. El presidente Gonzalo S. Córdova era cardiaco, tenía descuidado al gobierno y vivía la mayor parte del tiempo en la costa pues en la sierra le faltaba el aire y se asfixiaba, para colmos, una hipertrofia prostática le martirizaba permanentemente. Quien gobernaba en su nombre era Alberto Guerrero Martínez en calidad de encargado del poder por ausencia del titular.
El pueblo pedía cambios sociales y económicos tras la matanza del 15 de noviembre ocurrida tres años antes mientras la crisis económica se enseñoreaba en todos los sectores a la caída de los precios internacionales del cacao y la drástica disminución de la producción a causa de las pestes (Monilla y Escoba de la bruja) de manera que en Octubre del 24 se constituyó en Quito una agrupación secreta denominada la “Liga de militares jóvenes” formada por miembros del ejército altamente politizados – muchos de ellos se habían formado en la Italia fascista de Mussolini – iniciándose un proceso conspirativo que buscaba la reconstrucción política, militar, social y económica del país, concebida con ideales nacionalistas e inspirada en ideas del socialismo que se expandía por el mundo tras la primera guerra mundial.
La tarde del jueves 9 de julio del 25 un grupo de militares subió al departamento que ocupaba en el primer piso de su casa de cemento situada en Ballén y Chimborazo y a los pocos minutos sonó el timbre de la puerta. Varios oficiales jóvenes de la Artillería Bolívar se abrieron paso a través de la servidumbre y de los niños que jugaban en el salón central y lo arrestaron, haciéndole caminar hasta el cuartel. Allí don Pancho se acomodó en una silla que puso en medio del cuarto que le asignaron y pasó parte de la noche – pensando y sufriendo – con su cólico al riñón. La nefritis lo tenía mal desde 1919. En la madrugada fue trasladado a bordo del vapor de Guerra Cotopaxi surto en mitad de la ría.
Mientras tanto, el mayor Ildefonso Mendoza Vera se había hecho cargo de la ciudad y mandó apresar a más de ochocientos ciudadanos considerados afines al gobierno, muchos de ellos inocentes. Meses después sus compañeros de ejército lo consideraron sujeto peligroso y le ofrecieron la jefatura de Zona en Quito para tenerlo controlado, pero como no aceptó, cambiaron al batallón Marañón que le era enteramente fiel hacia Ambato, dejándole prácticamente sin mando y en menos que canta un gallo le dieron la baja y expulsaron a Panamá. De allí pasó a Colombia y permaneció hasta el 31 y tras la caída de la dictadura de Isidro Ayora volvió al país, fue candidato a la presidencia por el socialismo el 32 y perdió frente al conservador Neptalí Bonifaz, muriendo olvidado quien pudo haber sido el dictador del país, si hubiera sabido aprovechar su cuarto de hora ¡Así es la política, no perdona a los que pierden!
Esa noche otro grupo de militares comandados por el General Francisco Gómez de la Torre obligaba a renunciar al Presidente Córdova, que tuvo que asilarse en una embajada, conformándose una Junta Suprema Militar como paso previo a un gobierno provisional.
Estando prisionero en el Cotopaxi algunos cándidos iban por las noches en canoas a brindarle a Urbina simpáticos serenos como muestras de criolla amistad y luego sus verdugos, acuciados por las circunstancias que se iban poniendo adversas a la revolución, lo pusieron a bordo del yate Vandervild. Finalmente sus íntimos consiguieron que previa firma de una Acta, se reuniera con su familia y con orden de deportación pasaron todos en el mercante Texas que los condujo a Lima el Jueves 8 de Octubre tras casi tres meses de arbitraria detención.
Sólo una fotografía se tomó en vida y lo hizo perurgido por la estricta necesidad en 1925, para sacar su pasaporte en el consulado ecuatoriano en Lima y continuar el destierro a Valparaíso. Tenía sesenta y seis años de edad, sufría de cólicos a los riñones y al tener la foto en sus manos pidió el negativo y lo destruyó. Sin embargo su efigie se salvó, en ella aparece con un abrigo de casimir que usaba por el frío de la capital peruana. Rostro blanco e imponente, pelo, bigote y ojos castaños. Su vida se había deslizado entre los destierros, primero el largo sufrido por su padre y luego éste último y final.
En la capital peruana permaneció pocos días, siguiendo a Valparaíso. Allí alquiló una Suite en el Hotel Royal de la calle Esmeraldas y recibió a su esposa e hijos.
Meses después invitó a almorzar al Cónsul ecuatoriano Jorge Concha Enríquez, a quien dijo de improviso: “Si yo hubiera adivinado en qué iba a terminar toda esa bandurria iniciada por su tío Concha – refiriéndose a la guerra de Esmeraldas – no hubiera sostenido a Plaza y su tío habría sido Presidente.” Jorge no contestó por educación y porque consideró que la situación de Urbina, vejado y afrentado por Luis Napoleón Dillon y sus secuaces, ya era suficiente castigo a su engolada soberbia. Se hizo un largo silencio interrumpido solamente cuando empezaron a servir unos percebes generosamente regados en vino blanco que estaban deliciosos.
Días después, el miércoles 20 de enero de 1926, estando en la suite que alquilaba en el hotel y mientras se aprestaba a cenar con los suyos en el comedor de los bajos, dio cuerda a una caja de música adornada con una muñeca bailarina y se desplomó de un fulminante infarto. La noticia se supo enseguida. El comercio y las tiendas guayaquileñas cerraron sus puertas a las ocho y media de la mañana del siguiente día Jueves 21 en señal de duelo y solo se veía a pequeños grupos en las esquinas dentro de una ciudad del silencio.
El lunes 25 arribó su cadáver a Guayaquil. El cortejo llenó tres cuadras compactas. Un noticiero grabó toda la ceremonia. La gente repetía las bondades personales de Urbina y las críticas a la Junta de Gobierno se escuchaban a viva voz y vino el llanto, el lamento y el crujir de dientes. Todos se hacían lenguas de su bondad, de su inteligencia, de su apoyo al comercio y a la agricultura y hasta se peleaban por los restos pues don Pancho había financiado las cosechas de la costa por largos años. Al fin ganó la Sociedad Filantrópica del Guayas donde era vicepresidente y allí lo velaron en suntuosa Capilla ardiente con el boato que entonces se gastaba en esta clase de ceremonias. Ocaña Films grabó los detalles de la Exequias en una película silente que fue respetuosamente pasada en el Parisiana y luego en todos los teatros cinematógrafos de la localidad. Abierta poco después la sucesión pagó la cantidad de 19.564 sucres en impuesto a la herencia.
Su enemigo Luis Napoleón Dillon cometió el gravísimo error de destruir el Banco Comercial y Agrícola en retaliación contra Urbina, ganándose la cerrada oposición de la ciudad y por qué no decirlo, de la costa ecuatoriana, pues Urbina no tenía acciones en el Banco y los perjudicados fueron varios cientos de inversionistas a quienes la maldad y tontería de Dillon dejó en la calle sin contar que Guayaquil y su región también sufrió gravísimo daño económico con tan irreparable acción, que dejó sin movimiento comercial y sin crédito agrícola a gran parte de la costa, aumentando innecesariamente la gravísima crisis económica que sufría el país pues el propio Dillon terminó solicitando al Banco del Ecuador que financiara la cosecha de café que estaba próxima y que se iba a perder enteramente sin poder recogerla pues los productores no tenía dinero para ello.
La revolución Juliana llegó a excesos innecesarios pues centró la responsabilidad de la crisis económica que vivía el país en la figura de Francisco Urbina Jado excluyendo a los gobiernos exigentes y aprovechadores sucedidos entre 1912 y el 25 y a los políticos, especialmente al General Leonidas Plaza Gutiérrez, factótum del endeudamiento agresivo del Estado con el banco para cubrir los gastos de guerra ocasionados por la revolución de Esmeraldas, así como a sus ministros de Hacienda. Ellos fueron los verdaderos artífices del desastre económico nacional pues no tomaron las medidas conducentes para enrumbar la maltrecha economía tras la llegada de las plagas del cacao al país y la caída de los precios internacionales de nuestros productos a causa de la Guerra Mundial.
Urbina fue uno de los personajes más lúcidos y capaces en este período y había apoyado en todo su contingente al desarrollo del comercio y la agricultura. Hoy se yergue su busto en las calles 9 de Octubre y Machala desde donde observa imperturbable nuestro actual desastre.
Siempre fue muy viril y de mediana edad se dedicó a acosar a las jovencitas núbiles. De cuarenta y ocho años había contraído matrimonio en Lima en 1907 con Evangelina Caamaño y García quien murió de tuberculosis en Quito a los pocos meses en 1908, luego se unió a Dorinda Farfán Lavayen con cuatro hijos, finalmente a los cincuenta y seis años de edad, casó en segundas nupcias con María Ortiz Robles, nacida en Guayaquil a finales de 1895, joven de veinte años y por ende muy menor a él, en quien también tuvo descendencia que pasó a educarse en Francia, vivieron en Lima y Guayaquil y hoy residen en varios países de Europa. Su viuda doña María casó en 1931 en Niza con el barón italiano José María Gandolfo y Bettinelli, menor en edad a ella, economista de profesión aunque poco amigo del trabajo, matrimonio bien llevado aunque sin hijos.
Oscar Efrén Reyes en su estudio “Lo que fue El Guante” compuesto de seis artículos aparecidos en El Universo a partir del 2 de Noviembre de 1929 cuenta lo siguiente de Urbina Jado.
Jamás aparecía su nombre en ninguna lista de ciudadanos que postulaban presidente de la República o que auspiciaban senadores o diputados. Sin embargo, él lo hacía, y hacía también los Ministros del ejecutivo. Nunca se vio su rostro en ningún periódico, ni los periódicos hicieron jamás concretamente referencia a él; no obstante, el podía causar su ruina o prosperidad en pocos minutos… Industrias poderosas, latifundistas omnipotentes, asociaciones de carácter cooperativo y hasta grupos de obreros, estaban siempre en sus manos, gracias, sobre todo, al préstamo hábilmente distribuido. I las gentes repetían en Guayaquil “por el momento solo tenemos a Pancho Urbina… Un día recibí una llamada telefónica, Miguel Angel Albornoz, Ministro de Hacienda de visita en Guayaquil, deseaba que yo le acompañase a depositar en la solitaria tumba de Montalvo, el maestro amado, una corona de flores en cariñoso homenaje. Fui al Hotel Tívoli y en el hall se encontraba Albornoz rodeado de los políticos de entonces.
De repente, como movidos por un resorte, todos los circunstantes se pusieron de pie, en actitud respetuosa y de mucho interés. Era que entraba un viejecito vestido de palm beach, de mediana y casi grácil estatura, blanco, limpísimo y de faz bondadosa. Saludó al Ministro, dio la mano a todos, y fui presentado. No, pude oír su apellido. Preferentemente el señor Albornoz le atendió, mientras los circunstantes se quedaron en silencio, como en misa. Conversó algo, luego oímos que el Ministro le contaba que en aquellos momentos se disponía a trasladarse al cementerio para tributarle a Montalvo el glorioso, un sencillo homenaje de admiración. Al enterarse de este propósito, pidió disculpas el viejecito, se levantó con exquisita amabilidad y se despidió de todos. Intrigado por la actitud de reverencia adoptada por los circunstantes, pregunté al señor Albornoz a cuyo lado estaba yo, el nombre del caballero que acababa de salir y él me dijo como si planteara un problema algebraico “Es don Francisco Urbina Jado.” Oscar Efrén Reyes después escribiría sin mayor conocimiento de causa y movido por ribetes regionalistas contra Urbina Jado así como también había escrito contra la revolución de Carlos Concha (1913) en Esmeraldas, calificándole de simple alzamiento de negros. Cuando fue una guerra civil que duró casi cuatro años.