CACIQUE DE PUNA.- Hijo del Cacique Tumbalá de la Isla Puná nacido hacia 1469, este Francisco debió nacer hacia 1495.
En 1530 Atahualpa había derrotado a Huáscar y recibido la adhesión de numerosos Caciques, el de Tumbes entre otros; en la Isla Puná ya no existían los inspectores dejados por Huayna Cápac pues los indómitos puneños aprovechando las discordias del Incario habían dado buena cuenta de ellos, por eso el Cacique de Túmbes llamado Chili Masa viajó hasta Tomebamba a encontrarse con Atahualpa, al que colmó de homenajes y presentes y juntos regresaron a la costa con el fin de atacar la mencionada isla, gobernada por el Cacique Tomalá, Tumbalá o Tumpalla, como lo mencionan los Cronistas, quien debía tener no más de 30 años de edad.
Atahualpa hizo construir numerosas balsas pues Tomalá y sus guerreros lo esperaban en aguas del golfo de Guayaquil. La batalla fue naval. Atahualpa contaba con 12.000 hombres que a pesar de no ser tan diestros en el manejo de las balsas iban ganando la contienda, cuando el Inca fue herido malamente en un muslo y abandonando el combate se retiró a curar el flechazo a Cajamarca, dónde era fama que existían baños termales. Esta gran victoria aseguró la independencia de la Isla y dio gloria a su Cacique Tomalá, que aprovechó el desamparo en que había quedado la población marítima de Túmbes para atacar, saqueándola y tomando más de 600 prisioneros que esclavizó y condujo al poblado situado al pie del estero de Chunches, que los historiadores conocen con el nombre de Puná vieja Bou.
En 1531 Tomalá recibió la noticia de que unos hombres blancos y barbados venían con dirección a la Isla procedentes de las costas de Manabí, pensó que serían de gran ayuda en sus luchas y como temía al retorno de Atahualpa, optó por recibirlos con todo género de consideraciones, con flautas y tambores. Era Francisco Pizarro que con 180 soldados y 37 caballos llegaba dispuesto a destruir el imperio.
Su arribo causó sensación. Pizarro apadrinó e hizo bautizar a Tomalá por fray Vicente Valverde quien le impuso el nombre de Francisco, tras lo cual fue obsequiado con objetos de oro y plata y aposentado en el caserío por espacio de seis meses, mientras esperaba la venida de Hernando de Soto que debía traerle más gente desde Nicaragua; sin embargo, los conquistadores abusaron de la hospitalidad de los indígenas, saquearon sus templos y tesoros y tomaron sus mujeres, aunque muchas de ellas se entregaban de buen grado como refieren los Cronistas. La hija de Tomalá, bautizada luego con el nombre de María, fue “empreñada” por el Capitán Sebastián de Benalcázar y de allí nació una niña bautizada con el nombre de Isabel, cuya historia conoceremos después. Un día terminó la paciencia de los puneños y acordaron una cacería para matar a los extranjeros.
El indio Felipillo – que hacía las veces de traductor de Pizarro – se enteró del plan y puso a su jefe sobre alerta. En otra oportunidad quisieron matarlos mediante el ardid de venir bailando “taqui” para ocultar sus intenciones y poder acercarse al campamento español y las cosas iban bien, pero Pizarro les ganó la delantera irrumpiendo en los aposentos reales de Tomalá, al que apresó en unión de tres de sus hijos y de dos Caciques principales. Los demás señores de la Isla lograron fugar internándose por bosques y manglares, de donde se infiere que este tipo de sorpresas era una de las tácticas usadas por Pizarro mucho antes de su arribo a Cajamarca.
Esa noche los españoles desvalijaron a los indígenas y tomaron providencias esperando su ataque, que ocurrió a la madrugada, muriendo mucha gente en ambos bandos. La batalla o “guazabara” duró hasta el mediodía en que huyeron los puneños, pero no pudieron ser exterminados porque los caballos estaban cansados de tanto luchar.
Al otro día Pizarro envió a su hermano Juan Pizarro y a Benalcázar con gentes de cuadrillas para que se dispersaran por la Isla continuando la persecución; también socorrió a los soldados que estaban en los navíos cercados por algunas balsas con trescientos indios flecheros. Allí fue herido Hernando Pizarro en una rodilla y mal la hubieran pasado los españoles de no haber sido por el providencial arribo de Hernando de Soto y sus indios de Nicaragua. Entonces los puneños se vieron perdidos y embarcaron a sus mujeres e hijos y los mandaron en balsas a las costas de Bola(naranjal), dejando despoblada la isla. Este éxodo masivo es uno de los capítulos más trágicos de nuestra historia, constituye la saga o epopeya de todo un pueblo, aunque la historia casi no lo recuerda. Desde entonces hubo guerrillas en los montes y manglares de la isla Puná.
Mientras tanto los tumbecinos enviaron mensajeros a Francisco Pizarro y éste les devolvió los 600 esclavos llevados meses atrás por Tomalá, que gemían en prisiones. Este gesto fue agradecido con lágrimas, porque los suponían horriblemente atormentados y muertos. Enseguida los mensajeros cobraron ánimo y pidieron a Pizarro la entrega de los caudillos puneños apresados en la guerra contra los españoles, a los que mataron con las más salvajes torturas, delante de los soldados españoles que se solazaban para sus adentros. Entonces se le ocurrió a Pizarro el ardid de inventar que tres indias halladas en la Puná habían sido sirvientas de Morillo y Bocanegra – españoles quedados en el Perú en 1527 cuando Pizarro regresó a España para negociar su Gobernación – y que en las ropas de dichas mujeres se había encontrado un papel escrito por Bocanegra que decía “los que estas tierras viéredes sabed que hay más oro y plata en ellas que hierro en Viscaya”, y así obtuvo que sus ingenuos hombres cobraran nuevos arrestos, se tornaran optimistas y con ellos salió de la Puná el 16 de Marzo de 1532 dejando en libertad a Tomalá y a sus hijos.
Un rastro de destrucción quedó a su paso y jamás volvió la isla a ser lo mismo que había sido antes, cuando era un emporio de trabajo y riqueza donde vivían numerosísimas tribus formando una confederación de pescadores, agricultores y comerciantes.
El 15 de Junio de 1535 Francisco de Barrionuevo informaba al Consejo de Indias que estando en la Puná trató al Cacique, quien era un “buen indio, amigo de los españoles, que se estaba muriendo de una esquinencia y le dije que porqué invocaba al diablo pues cada noche andaban indios dando voces por el pueblo y fuera de él, vestidos con unas mantas que iban arrastrando con su falda. E iban indios alrededor de él, unos matando tortolillas y otras aves y dando voces, hablando en su lengua, mirando a una parte y a otra. Otros tañían atabales, de manera que cada noche había su manera de salir e invocar al diablo o no se a quien y el principal iba muriendo, y fui allí yo y le indiqué que no sanaría por ello y que si quería que lo curase y él dijo que sí envié por una lanceta, hicele sacar la lengua y sangrele allí por dos partes, que salieron de allí siete u ocho gotitas de sangre de cada sangradura y luego estuvo bueno y hacíale comer unos pedazos de unas tortillas secas de manera que sanó.
En Noviembre de 1541 la Puná fue visitada por el Obispo de Tumbes, fray Vicente Valverde, quién llegó de Lima, huyendo del bando de los almagristas.
No era la primera vez que la visitaba y aún lo recordaban por su hábito blanco con negro y por los desmanes cometidos en otras ocasiones, de suerte que aprovechando un descuido lo sorprendieron una mañana mientras daba misa cerca de la playa en compañía de su cuñado el doctor Juan Velásquez, el Capitán Juan de Valdivieso, un sobrino del Obispo y un dominico. A todos mataron excepto al Obispo, a quien mantuvieron amarrado a una vara con el suplicio del sol y la sed durante diez horas, luego de lo cual, empezaron a arrancarle el pellejo en tiritas, con filudas hojas de oxidiana, tiritas que las comían en su presencia y así lo tuvieron por espacio de casi un día, hasta que falleció “comido vivo”.
Este levantamiento duró hasta mediados de 1542 que cayó sobre la isla el Capitán Diego de Urbina con numerosos españoles y tras largo batallar sometieron a los insurrectos. Numerosos Caciques fueron ahorcados en señal de escarmiento y posiblemente entonces debió morir Francisco Tomalá, aunque se ignora cual fue exactamente su fin, pues bien pudo ser en batalla o de otra muerte violenta. En todo caso se salvó su familia compuesta de la hija María, la de los amores con Benalcázar; y un hijo menor de edad llamado Diego que en 1542 fue tomado a cargo por los frailes mercedarios dejados por Urbina en la Puná y con el andar del tiempo se hizo indio ladino porque aprendió a leer y a escribir y sucedió en el cacicazgo a su difunto padre.
Este don Diego Tomalá nació hacia 1528, se civilizó, llegó a Capitán. El 23 de Diciembre de 1560 el Rey Felipe II le concedió un Escudo de Armas.
Los Tomalá fueron los mayores defensores de los derechos de los pueblos indígenas de la costa sur del Ecuador y en sus luchas contra los tumbecinos, incas y españoles dieron comienzo a nuestra soberanía en el golfo de Guayaquil.