TOBAR GARCIA FRANCISCO

POETA Y DRAMATURGO.- Nació en Quito el 3 de Noviembre de 1928. Hijo legítimo del Dr. Julio Tobar Donoso y de Ángela García Gómez sobrina nieta del Presidente García Moreno, naturales de Quito y Guayaquil, respectivamente.
Fue el cuarto de una familia de cinco hermanos que crecieron en una casona de la calle Cotopaxi, cerca de la iglesia de La Merced, adquirida por su padre a las hijas de N. Clemente Ponce en la década de los años treinta y fueron criados dentro de las más estrictas normas de un catolicismo de dos misas diarias y golpes de pecho, por lo tanto trasnochado, según sus propias palabras dichas muchos años después.
”Nací entre libros, era lógico que al ver a mi padre diariamente en su biblioteca, debió haber influido en mi destino, pero nunca me impuso lectura alguna. Me dio plena libertad si bien me dijo que había autores inconvenientes y éstos los conocí más tarde cuando cursaba la secundaria y a escondidas. Con todo, quien más influyó en mis lecturas fue Alfredo Luna Tobar, primo hermano mío. Poseía criterio asombroso y cuando llegamos a la primera juventud, él se convirtió en el mentor del grupo: nadie versificaba con mayor perfección. Poseía serenidad suficiente e hizo las veces de crítico aventajado”.
Asistió a un Jardín de Infantes de las monjas de la Providencia y en 1932, con motivo de la llegada a Quito de la Compañía de teatro francés de Louís Jouvet, su madre lo prestó para que hiciera el papel de niñito en una de las obra, pues como le hablaba solamente en ese idioma, lo dominaba con gran fluidez.
Entre el 34 y el 35 estuvo un año alojado en casa de su pariente materno Manuel Larraín curándose un asma incipiente en el intenso frío seco de Santiago de Chile. De regreso a Quito vivió en una casa oscura y sumamente larga en la Venezuela junto a su familia, primos e inquilinos e ingresó al pensionado Borja donde fue soñador, enfermizo, “se nos obligaba a leer en voz alta y esto formó nuestro oído para el verso” pero al mismo tiempo sufrió mucho, nunca pudo comprender a los profesores y “aprendí a leer y a tener miedo” pues chocó con la rigidez imperante, “con castigos como los famosos canceles donde uno no podía moverse.” Allí tuvo su primer encuentro con la muerte, se volvió triste y melancólico, pues añoraba a la joven Consuelo Pino Plaza, fallecida cuando era novia de un tío suyo y a la que el niño había considerado como una verdadera madre.
Al llegar a los nueve años empezó a hacer teatro de títeres con sus compañeros. Sus padres siempre apoyaron toda manifestación de cultura. Representaban obras improvisadas y cobraban cinco centavos la entrada. En 1937 organizaba corridas de toros con su hermano Fernando, embaucando a unos perrazos del vecindario con trozos de encauchados rojos que terminaban destruidos a mordiscazos. “Las funciones eran todos los jueves, cobrabamos un real la entrada y concurrían nuestros compañeritos de clase.” Entonces comenzó a leer novelas de aventuras como Robinson Crusoe, se aficionó a autores como Julio Verne y Emilio Salgari y escribió versos que tiene olvidados por ser obra inmadura y circunstancial. El 39 de solo once años leyó Romeo y Julieta en un libro que robó a su hermana, después conocería obras románticas.
El 40 era un chico muy inquieto. El 41 ingresó al Colegio San Gabriel. Tres fueron los profesores jesuitas que encauzaron su gusto por la lectura: Gustavo Villalba por la literatura europea, Jorge Chacón por la española clásica y Ernesto Proaño por la hispanoamericana y ecuatoriana. El 44 hizo el papel de Sucre en la obra de teatro – un dramón grandilocuente – titulado “La Sangre de Abel”, dirigida por su piadoso profesor de Literatura, padre Jorge Chacón, quien solía recomendar en sus clases no leer ciertas obras de Balzac, Zola, Montalvo, Vargas Vila y Baudelaire, que por supuesto eran inmediatamente buscadas en la biblioteca municipal. Así, solamente por llevar la contraria, terminó siendo un cultísimo lector y un notable autodidacta. Paco siempre fue testarudo y atrabiliario, en sus largas conversaciones conmigo gozaba mitificando cuando sabía que eso me sacaba de casillas porque tenía que seguirle el juego y descubrir en sus relatos de familia, hasta donde eran ciertos y cuando comenzaban sus exageraciones y mentiras. Yo siempre he sido apegado a los datos verídicos, por eso me considero biógrafo y no novelista.
El 43, tenía quince años y su hermana mayor le dio a leer obras de Shakespeare. A principios del 46 y cuando cursaba el quinto año de secundaria, escribió con Luís Mera una pieza cómica, y representó en su Colegio “Los Bandidos” de Schiller y “Casa de Naipes”, pieza larga que creó, actuó y dirigió, influenciada por la anterior, pero obra muy intensa que ya denotaba su genio.
En Julio estrenó su comedia breve “La farsa de un extranjero”, primera de sus obras netamente suya, compartiendo papeles con su compañero Jorge Córdova Guerrón. Se vivía entonces un saludable ambiente literario y con Claudio Mena Villamar, otro de sus compañeros, formó “El Parnaso”, al que asistían varios estudiantes poetas. Las reuniones eran en su casa, conversaban, leían, recitaban, la crítica no se hacía esperar pero todo ello dentro un ambiente sano, abierto y de franca camaradería.
También funcionaba una sociedad media secreta de alumnos literatos llamada “La araña negra” por una terrible logia anti jesuita de no sé donde, cuyos miembros aspiraban a declarar una huelga para que no se les siguiera atormentando con la constante presión religiosa y todo lo demás (jaculatorias, golpes de pecho, confesiones, comuniones, ayunos, abstinencias, etc.) pero jamás llegaron a los hechos. Paco me confesó que el mayor drama de su vida siempre fue el religioso y por eso se consideraba un neo pagano como rechazo plenamente conciente a una educación victoriana, apostólica y romana y solamente desde 1987 solucionó el problema religioso abandonando toda duda y convirtiéndose en un agnóstico total por no decir en un ateo, aunque continuaría hasta el final de sus días efervescente y atormentado pues nunca pudo totalmente exorcizar a sus demonios interiores.
Otro aspecto de su múltiple personalidad era su agudo sentido del humor. De estudiante secundario le gustaba burlarse de los profesores, sobre todo de los nuevos y sin experiencia, que aún no habían aprendido a defenderse. En clase de un jesuita jovencito, mientras éste de espaldas a los alumnos, escribía en el pizarrón, Paco gritaba con voz fingida ¡Paco Tobar, me gusta tu ñaña¡ El dómine se volteaba para descubrir al atrevido y Paco se levantaba diciendo con su propia voz ¡Ya vio padre, ya vio¡ Reiniciada la explicación de la materia, el inexperto dómine volvía a voltearse hacia el pizarrón y Paco nuevamente y con la misma voz fingida repetía el grito ¡Paco Tovar, me gusta tu ñaña¡ Al voltearse nuevamente el maestro para ver quién era, encontraba a Paco de pié y diciendo ¡Esto no lo puedo soportar, padre, con su permiso, me retiro de clase¡ I se iba al patio a reírse mientras se bebía una gaseosa porque el padrecito no atinaba a detenerlo. I así sucedió en la siguiente clase hasta que en una tercera ocasión, al retirarse Paco, airadamente como siempre, sus compañeros se solidarizaron y también se pararon y salieron diciendo ¡Nosotros tampoco lo podemos tolerar¡ I cuando el último se retiraba dejando el aula vacía, el profesor le tomó del hombro y con voz llorosa le dijo ¡No me hagan esto muchachos¡ quedando el dómine muy angustiado pues había comprendido la burla.
El 47 se graduó de Bachiller en Filosóficas Sociales con la máxima nota de Diez, tras un grado al que asistió medio chispo, pues había ingerido un par de wiskys para los nervios y terminó dando una conferencia sobre el Quijote. Ese año entró a la Facultad de Jurisprudencia de la recién creada Universidad Católica.
El 48 vivió una bohemia de cantinas y mujeres y fue profesor del Colegio de Fátima de las monjas cubanas con un mil sucres mensuales de sueldo. Entonces su padre, quizá para alejarlo de “la mala vida” y considerando que se trataba “del más inteligente miembro de su familia, una verdadera promesa para la Patria”, lo envió al Año Santo Compostelano y estuvo varios meses viviendo en España, Francia e Italia, luego radicó en Madrid, dedicado a cambiar los dólares de la colonia ecuatoriana por pesetas en Tánger, ganando un porcentaje sobre el diferencial.
Nuevamente en Quito, entre el 49 y el 53 presidió el “Café Bohemio” en su casa, para leer y discutir las obras de los miembros; vendió acciones en La Unión para la promoción del diario “El Tiempo” y formó parte del grupo cultural “Presencia” con Filoteo Samaniego, Ricardo Crespo Zaldumbide, Gonzalo Pesantes Reinoso y Francisco Paredes entre otros poetas “salidos de familias de la alta burguesía quiteña y las aulas del centenario colegio jesuítico de Quito y dieron el más hilarante, crudo y desolador testimonio de todo cuanto de antinatural y opresor había en el mundo construido entre esos dos polos”.
Ese año 49 apareció su primer poemario “El grifo mal cerrado” en 32 páginas, en el número 2 de la revista Presencia que sacaba su grupo, conteniendo un conjunto de poemas escritos en alguna mesa de café y que pasaron casi desapercibidos; pero el 51 se estrenó exitosa y muy tempranamente con “Amargo”, poema largo y de páginas sin numerar, apareciendo en el No. 3 de Presencia y en separata aparte, con la vida de un muchacho llamado Amargo, cuya estructura de discurso narrativo interior, cuenta una historia con dejos autobiográficos, metáforas y alegorías. En continuado juego velan y desvelan impresiones eróticas. Una radical ambigüedad preside el poema y es clave de su tensión y hondura. Hay soledad y obscuras angustias y fue poema largo, de aliento, con muchos logros y primicia muy reveladora, según opinión de Hernán Rodríguez Castelo, a quien seguiremos en la parte poética de la obra de Tobar, quien para entonces solo tenía 23 años.
Alejandro Carrión opinó que al publicarse Amargo se tuvo la impresión de que algo nuevo y al mismo tiempo viejísimo, amanecía en la lírica ecuatoriana. Carrera Andrade y Gonzalo Escudero también saludaron alborozados al nuevo poeta y del exterior le llegaron voces de felicitación tan grandes como la del español Vicente Aleixandre, luego ganador del Premio Nobel en literatura.
El 52 editó “Segismundo y Zalatiel” en 22 páginas, conteniendo dos poemas contradictorios; el uno es “Segismundo lloroso”, añoranza del mundo clásico de formas métricas y rimas consonantes y al mismo tiempo con la nota contemporánea de amarga ironía personal. En el otro “Cuenta el cura Zalatiel Murillo lo mucho que sufrió en el pueblo de Yanasqui”, de forma narrativa de gran simplicidad a veces rayana en el desmaño, con empaque lírico de ritmo, tensión e ironía desolada, cuyo relato comienza desde la atormentada conciencia del cura; historia patética, intensa, con clima de realismo maravilloso y pesadilla, está en la línea de las formas narrativas que empezaba a estrenar el nuevo relato ecuatoriano. Estupenda empresa, pero de realización un tanto desigual.
El Cardenal Carlos María de la Torre, que era un personaje de carácter duro y no aceptaba contemporizaciones, al leer los poemas y sin comprender las Imágenes y metáforas, cuando tuvo oportunidad de conversar con el Dr. Julio Tobar Donoso, padre del poeta, se desahogó y le dijo: “Ese tipo de poesía no es digna de ser escrita por un hijo de familia tan católica” y no condenó la obra solamente por consideraciones al amigo; de otra parte Paco me ha declarado que por este tipo de críticas mantenía un clima de constante tensión emocional en su casa: “Yo he sido vanidoso, orgulloso, terco. En ese tiempo mi empeño de escritor le inquietaba mucho a mi padre. Gente que le decía que yo estaba escribiendo una literatura prohibida pero él callaba y respetaba mi trabajo” y es que, el Doctor Julito, como nunca fue tonto ni tampoco modesto, se sentía interiormente muy orgulloso de este hijo que le había salido tan raro, tan contradictorio, pero al mismo tiempo tan creativo y tan poeta.
El 53 se graduó de Abogado y compuso la tesis “Delitos contra la vida” pues le apasionaba el derecho penal, pero su profesor no quiso aceptarla a pesar de tener más de 440 páginas porque según dijo, le faltaba la segunda parte y por solamente eso no fue Doctor. Ya estaba casado con María Augusta Cobo Albornoz, joven hermosa y de cabello largo y rubio porque él – confesaba su fetichismo – no dejaba que se lo corte, esta puede ser considerada otra de sus rarezas. Era padre de familia, acostumbraban pasar largas vacaciones en el balneario de Playas (General Villamil) en la provincia del Guayas, junto al mar.
Ese año dejó las cátedras de gramática y literatura donde las monjas, pasó de ayudante de la tesorería de la Universidad Católica de Quito y desde el 55 fue Tesorero hasta el 60, que se cambió a profesor de gramática y literatura española a la Facultad de Filosofía y Letras de dicha Universidad donde también dictó estética y literatura comparada.
El mismo 53 dio a la luz “Naufragio” en edición reservada, con solo 14 estrofas, poemario que vio un total de cuatro ediciones, donde ensayó una nueva forma de verso arrancada al griego bajo la influencia del padre Aurelio Espinosa Pólit, que le confió su primera versión de las Geórgicas, traducida del latín al castellano, a fin de que la estudie con detenimiento y proponga enmiendas a los versos que estime de menor valor y de las veinte y cuatro enmiendas propuestas por Tobar a Espinosa, este tuvo la humildad de aceptar diez y ocho y cambió sus versos en cada uno de esos casos, pues como buen humanista vivía deslumbrado del talento poético de Paco, al que llamaba “El niño – mago rebelde”.
“Naufragio” fue una obra trabajada largamente hasta obtener su versión final y definitiva en 1962 en 104 páginas. “En un clima de alegorías religiosas, obscuras y obscuramente sacras, imágenes de mar, el mar y el bosque sepultado en el mar. Todo, preparativos de ceremonia mortal, que, como símbolo ominoso, preside el quehacer marinero. El poema es de sostenido aliento y los manes de Góngora presiden esta empresa, de redescubrimiento y trasmutación estética del mundo”.
El 53 Arístides Meneguetti, un uruguayo viajero, estrafalario, revolucionario, anarquista, formó el grupo de “Teatro El Independiente” en Quito, agrupación que manejó Paco desde el 54 y alentó la escena ecuatoriana hasta 1970.
Del 54 es su obra “El Miedo”, anticipación de todo lo que escribiría después porque trata sobre la muerte y la soledad humanas, sus temas preferidos de siempre. Enseguida aparecieron “Las mariposas” y “Témpera”. Esta última fue un fracaso.
En 1954 editó “Smara” con veinte sonetos en 25 páginas buscando la perfección formal y al mismo tiempo cantando a la nada. Smara es el nombre de una ciudad perdida en el medio del desierto, que después conoció. Son sonetos “de mensajes obscuros donde la cotidiana alcoba se trasmuta extrañamente y cobra livideces desoladas y hondas, ganando en tensión y poder de sugestión hasta el estremecimiento”.
En 1957 escribió en “Trece años de cultura nacional” edición de la CCE, un pequeño trabajo titulado “Teatro durante los años 1944 a 1956 visto por un autor”.
Descalzi no encuentra en sus piezas nada positivo, que sin ser un destructor en el estero sentido de la palabra es el relator dramático de la vida, expuesta con frialdad y realismo hasta provocar náusea y desprecio. Sus parlamentos están escritos con sobrada altura, sin desfigurar el idioma, como una prueba de su vigorosa capacidad intelectual, pero cuando el ambiente requiere un léxico popular lo utiliza sin temores, de manera que es el dramaturgo perfecto. En 1957 logró el Premio nacional de teatro. Estaba considerado el mayor dramaturgo ecuatoriano del siglo XX y al mismo tiempo se le puede situar entre los primeros poetas nacionales de todos los tiempos y en sus obras poéticas demuestra un estilo elegante, casi con cierto refinamiento, donde la donosura la logra sin fútiles recargos, en versos de calidad y perfección. Entre 1961 y el 63 dirigió la editorial de la Casa de la Cultura con tino, idoneidad y entereza pero renunció cuando la CCE fue reestructurada por la dictadura de la Junta Militar de Gobierno ese último año.
Durante esas épocas viajó con el teatro Independiente invitado por gobiernos amigos y estuvo en el Perú, Chile, Argentina y México, ejercía la tesorería de la Universidad Católica, era Profesor titular. El 67 ingresó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua y desde 1969 mantuvo un programa irónico de gran sintonía en el canal 8 de TV denominado “El Hombre impredecible”.
De sus obras el propio Tobar ha opinado: “En el Miedo” me anticipé a todo cuanto he escrito después sobre la muerte y la soledad y el crítico Martín Rosa manifestó desde el exterior que se trataba de una tremenda obrita que todo lo tenía, aunque para muchos podría estar falta de recursos, pobre y mal escrita. De “Las Mariposas” indicó que en el fondo es una pieza descarada. “No tuve ninguna piedad de los personajes y jugué con ellos como un titiritero; marionetas sin sangre, aves disecadas. Mas, la comedia helada me llevó a mi perfecto destino y juré servir al teatro con todas mis fuerzas”.
De “La Res” confiesa que no por pretender romper con todas las convenciones teatrales, cuando el público ignora lo que son las convenciones. La buena gente se asustó frente a una pieza que exigía un elemental aunque difícil ejercicio de memoria: el público era lanzado del presente al pasado, se le obligaba a correr hacia un futuro inexplicable. Rodríguez Castelo ha manifestado que quizá es su pieza “Parábola” lo mejor de Tobar, donde un clima de angustia que se había ido tensando se torna atmósfera kafkiana, y los personajes llegan a nivel de símbolo a veces por alusión explícita. Pieza potente de la que se ha indicado que nada tiene que envidiar a las mejores de la actual dramaturgia mundial.
Después de esta pieza se cierra el primer ciclo de la obra de Tobar, para dar paso a otro, muy diferente, cuyas notas son fantasmas cínicos, intrigas de salón que llegan hasta el crimen, buenos burgueses contrapuestos a seres extraños en la temática; ironía chispeante, acre, profunda como catalizador estético y una mayor plenitud de habla, con invencible tendencia al verso y con lugares de hermosa poesía, en cuanto a la forma externa. Por eso y por cuanto el papel de loco, de extraño, de cínico que escogería para sí Tobar como actor, en larga cadena que enlaza al Lulli de “Todo lo que brilla es oro” con el Clemente de “La Noche no es para dormir”, al Lautaro de “la Llave del Abismo”, con el personaje más extraño de la serie, el Olavo de “Cuando el mar no exista”, le dio justamente fama de eso, en la vida real. I aunque su teatro sea extraño, no por eso deja de ser netamente ecuatoriano, porque biseciona a una clase alta burguesa, aristocrática y decadente, que critica sin misericordia y que existe en la realidad, y esto lo hizo con hilarante humorismo y acre causticidad, con penetrante sinceridad, de suerte que su teatro es un amplio panorama donde se asoman los punzantes problemas de una parte social del país, a la que el autor se debe por nacimiento y educación. Su situación económica era próspera pero su vida hogareña se había venido deteriorando con el paso del tiempo, al punto que ese año volcó sus sentimientos a la poesía consiguiendo su obra más acabada “Canon Perpetuo”, Quito, 134 páginas, poemario calificado por Rodríguez Castelo como “una de las obras más ambiciosas, hondas y bellas de la generación y de la lírica ecuatoriana del siglo, donde prosiguió la alta empresa de “Naufragio”, con aliento mas largo, mayor pasión y una libertad como pocas veces conociera la lírica americana; en más de ocho mil apretados versos y tres grandes partes, sucesivas y reiterativas a la vez: Scorpio, Himnos a Sydia y Cantos Boreales, discurso de desenfadado autismo, que da a menudo en la confesión y confidencia más directa, apenas veladas por imágenes y símbolos arquetípicos o extraños, en un amargo recuerdo de una infancia acosada y poblada de espantos, desgarramiento entre instinto y razón, para llegar a un nuevo, apasionado y jubiloso apropiarse de la vida y de la naturaleza, que se canta en febriles e iluminados himnos. El amor, un amor redescubierto, es la puerta para abrirse a una limpia y como original comunión con la naturaleza, dentro de un clima de religiosidad exaltada y balbuciente. La parte final acaba por oponer la naturaleza a las censuras, las ansias de la vida a las costumbres del miedo, el asombro de ver a los encogimientos, la verdad más desgarrada a las apariencias. Una amarga victoria que se consigue a través de las jornadas más desoladas ¡Cuántos cantos, dolorosísimos, sombríos, funerarios! Invitación a redescubrir el júbilo de vivir, la comunión con la naturaleza y el amor a Dios en lo más hondo del abismo.
Entre el 64 y el 68 sostuvo una ardua pugna interna en la Universidad Católica con el padre Luis Orellana Ricaurte, S. J. Rector de ese establecimiento y sujeto anacrónico y muy mediocre por cierto, para conseguir cambios de métodos y políticas de enseñanza.
El 69, época en que ya había salido dicho padrecito, escribió su comedia “Balada para un imbécil” desnudándole. Del padre Orellana Ricaurte puedo referir una anécdota que me ocurrió con él (1)
Con la obra de teatro “En los ojos vacíos de la gente” le fue conferido el premio internacional UNESCO que consiste en que la obra premiada pasa a formar parte del patrimonio artístico de la humanidad y es preservada por dicha institución para siempre. Ese año fue entrevistado por Hernán Rodríguez Castelo para el Diario “El Tiempo” de Quito.
En 1965 publicó en Madrid su pieza teatral en un acto y en verso “Las sobras para el gusano”. Ediciones Aguilar, 45 páginas, monólogo de una mujer que se encuentra agonizando y revive su vida paso a paso. El 67 apareció en la CCE “Tres piezas de Teatro” en 332 páginas, con 1) Extraña Ocupación, 2) La Dama Ciega, aludiendo a su divorcio y 3) Cuando el Mar no existía. El 70 salió “El Amargo misterio y otras piezas” en 243 páginas indicándose que la obra que dio el título a esta edición no pudo ser representada por razones técnicas, por ser teatro estático. Su argumento está basado en la vida del profeta Oseas que casó con una prostituta. Ese mismo año apareció en la colección Cien Clásicos Ariel, dentro del volumen No. 96 “Teatro Contemporáneo”, su obra “En los ojos vacíos de la gente”, entre las páginas 67 y 149, basada en el drama de su parienta la poetisa ibarreña Dolores Betancourt, quien se suicidó por la persecución desatada en su contra por la curia ibarreña, a causa de sus versos eróticos, que rompió poco antes del trágico fin.
A principios del 55 inició actividades regulares aunque espaciadas con “En una sola carne”, que representó seis veces, influenciada por Lawrence, tiene cosas que recuerdan a O´ Neill, que para entonces no había leído, ensayando y trabajando en el Club femenino de Cultura, después lo hicieron en el teatro Atelier Municipal que fundó Rafael León Larrea.
Siempre había tenido aficiones por este arte y dirigió la primera obra en el aula Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura. De allí en adelante se hizo cargo del grupo hasta 1970. Fueron diecisiete años de continuo bregar por diversas ciudades del país y aún del exterior, siempre con llenos completos y hubo obras como “El César ha bostezado” que se representaron más de una semana con un éxito tal que solo puede ser explicado por su carácter netamente antimilitarista y contrario a la prensa oficialista representada por el diario “El Comercio” durante la dictadura de la Junta Militar del 63 al 66. Por eso la labor de Tobar ha sido única en el Ecuador y no ha tenido reprise. Ricardo Descalzi ha opinado: “Si el teatro en los últimos tiempos retornó a su sendero borrado, si su dormida expresión volvió a surgir removiendo el sopor, justo es reconocer que esta etapa abrió sus telones por la voluntad tesonera de Francisco Tobar, infatigable en su empeño de verter por sí mismo su pensamiento, revitalizando la escena. Mas, su dinamismo explosivo no tuvo un camino fácil, para imponerse luchó contra prejuicios de toda índole, acumulando sobre si críticas acerbas, entredichos y soterradas conjeturas.
Su teatro no se ciñe a las técnicas, limita la acción para dar movimiento a los pensamientos, se inmoviliza a que corran las ideas y ésta es la característica casi general de sus obras dramáticas. Recorre todos los caminos del arte dramático, va con soltura desde la comedia a la tragedia, pasando por el auto religioso y la escenificación heroica, expresándose en prosa o en verso como debe antojarse de pronto.
Desde 1946 escribió su primera pieza seria “Los prejuicios sociales” luego “Final para una Historia” y “Después del olvido”, tras lo cual saldrían de su pluma “Yanasqui” o “Casa de Naipes”, condenada al olvido a pesar de constituir el primer paso serio en su carrera de autor.
En 1956 el Teatro Intimo que dirigía el Dr. Carlos Loewenberg presentó su última función. Puso en privado “La Res”, una de las primeras obras de Tobar, en el local donde el grupo naciera, el Bodegón de la cueva del Buho, marcando el final de la actividad teatral de Loewenberg. De allí en adelante incursionarían el grupo del Teatro Experimental Universitario y el Teatro Independiente, bajo las direcciones de Sixto Salguero y Francisco Tobar García, respectivamente.
El 57 pasó al aula Benjamín Carrión de la CCE y montó “La Tiniebla exterior” y “Atados de pies y manos”, un éxito completo que se representó siete veces. El 58 “Todo lo que brilla es oro”. El 59 salió al teatro Sucre con “Trasmigración del avaro”. El 60 y en colaboración con las alumnas de la Providencia, estrenó allí “El Silencio” y en la CCE “La noche no es para dormir”.
El 61 “Alguien muere la víspera” y “La llave del abismo”. El 63 dio una variedad de obras propias y ajenas. Las propias fueron “Una gota de lluvia en la arena” y “El arca de Noé” y la ajena “Jueves” de Ernesto Albán Gómez. Ese año salieron por primera vez de gira por Guayaquil, luego harían giras por el resto del país. Tobar era un infatigable director y actor principal, pero con el advenimiento de la dictadura militar salió del aula Benjamín Carrión.
El 65 estrenó en el hotel Quito “Las Ramas desnudas” que no gustó pero obtuvo un triunfo extraordinario en Cuenca con su “El César ha bostezado” y “La dama ciega” que según opinión de su autor, marcó el momento de mayor madurez y es un recuento de su estadía en New York durante la mayor parte del año 64. El 66 “Extraña ocupación” que es un cuarteto de piezas muy bien estructuradas y la comedia “La Gallina de los huevos de oro”. Entonces recibió la Orden Nacional al Mérito en el grado de Oficial por su contracción al teatro nacional.
El 67 dio el drama “Cuando el mar no exista” y la comedia “El León sin melena”. También puso cuatro piezas cortas de diferentes autores internacionales. El 68 la comedia “Un hombre de provecho” que hizo recordar a El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina.
El 69 la tragedia “En los ojos vacíos de la gente” donde su autor tuvo el plan general de la obra realizado de antemano, sabiendo en qué iban a acabar los personajes, caso raro en Tobar pues siempre se había dejado arrastrar por los protagonistas y la comedia “Balada para un imbécil”, teatro onírico pese a ser una comedia feroz contra el padre Orellana, especie de testamento de todo cuanto le había dicho, contiene obsesiones por la muerte, la vejez, el misterio, el aborrecimiento de la realidad, la búsqueda del ideal y están allí las canciones que había escrito durante su época de teatro.
De allí en adelante la vida de Tobar se reflejó en su teatro que fue ganando terreno sobre su poesía, a través de numerosísimas obras, algunas de las cuales fueron recogidas en dos tomos con el título de “Teatro” en 1962 en la CCE en mas de ochocientas páginas, y son: 1) El Miedo, comedia en prosa y en un acto, estrenada en 1954. 2) Las Mariposas, comedia en prosa y en un acto. 3) En una sola carne o La Trampa, comedia en prosa y en tres actos estrenada en 1955. 4) La Res, tragedia en prosa y en un acto. 5) Atados de Pies y Manos, tragedia en prosa y en tres actos. 6) El Limbo o Todo lo que brilla es oro, comedia en prosa y en tres actos estrenada en 1958. 7) La Parábola, comedia en prosa y en dos actos. 8) Trasmigración del avaro, comedia en prosa en cinco actos y un Prólogo, estrenada en 1959. 9) Los Dioses y el Caballo, drama heroico en prosa y verso y en cuatro actos, estrenada en 1956 en un colegio. 10) El Silencio, tragedia en verso y cinco actos, estrenada en un colegio. 11) Ares o Mares o La Noche no es para dormir, comedia en verso y en tres actos, estrenada en 1960. 12) La Llave del abismo, tragedia en verso y en tres actos estrenada en 1961; también son suyas y están inéditas: 13) Alguien muere la víspera, comedia en verso y cuatro actos estrenada en 1962, 14) Una Gota de lluvia en la arena, tragedia en verso y en cuatro actos estrenada en 1963, que tiene mucho de autobiográfico. 15) El Arca de Noé, comedia en prosa y en tres actos, estrenada en 1963. 16) El Ave muere en la orilla, tragedia en verso y en tres actos, estrenada en 1964 con retazos de su infancia. 17) El Recreo, comedia en verso y en tres actos, estrenada en 1964. 18) Las Ramas desnudas, tragedia en prosa y en tres actos, estrenada en 1965, ambientada en New York donde Tobar pasó buena parte del 64. 19) El César ha bostezado, comedia en prosa y en dos actos, estrenada en 1965, en plena dictadura (de la que ya se ha tratado) 20) Extraña ocupación, comedia en verso y en cuatro actos, estrenada el 66, cuyo fondo único es la muerte, simbolizada en la sirvienta vestida de luto en espera de su muda actuación. 21) La Gallina de los huevos de oro, comedia en prosa y en tres actos, estrenada el 66. 22) Cuando el Mar no exista, tragedia en verso y en tres actos, estrenada el 67. 23) Un León sin melena, comedia en verso y en cuatro actos, estrenada el 67. 24) La Dama ciega, tragedia en verso y en tres actos, que no se llegó a estrenar por cuanto la cooperativa del Teatro Independiente se opuso, debido a que era un claro alegato en favor del divorcio de su autor.
El teatro de Tobar es intelectual y tan talentoso y torrentoso – dice Descalzi – que casi no da tiempo a pensar y luego agrega: Contiene abundancia de planteamientos ágiles, fugaces, desconcertantes, rápidos, oportunos y extraños. En ciertos momentos, el impromptu, el equívoco, la paradoja, la salida esquiva, desnuda de prejuicios, impacta y sorprende el cauce normal de la escena. En sus primeras piezas detenía el desarrollo pero después logró un gran dominio de la escena a pesar del alto cuociente de intelectualidad de sus personajes, todos capaces de expresión en términos brillantes, de oportunos esguinces, en una especie de competencia de mentes privilegiadas. Sin embargo, en sus obras últimas, sacrifica en aras del desarrollo de la acción ese error – si cabe así llamarlo- para dar paso a la plasticidad escénica”.
Le place situar sus obras en ambientes marinos, en ciudades del país y aún del exterior. Tiene un especial recuerdo para Playas de Villamil, balneario de la provincia del Guayas donde pasó algunas felices vacaciones en su infancia, en casa de su abuelito materno Carlos García Drouet, la figura familiar más amada del pasado.
“En el estudio intrínseco de las tramas planteadas se saborea una tendencia fatalista, siempre bajo la escenificación de la muerte simbolizada en variadas dimensiones. Si siente el miedo de la carne hacia el misterio y como antítesis, la rebelión, cuando en insolente patetismo sus personajes se dan el lujo de negar a Dios y blasfemar a su albedrío.
Por eso se ha acusado a sus obras de ser teatro de elite y para elites, no exento de denuncias cuando sus personajes se entrecruzan en contadas ocasiones con las clases humildes. Sus dramas tienen una reminiscencia de su propia vida y en algunos, de su ambiente familiar pasado, lo cual le da un riquísimo campo de estudio para marcar sus impresiones con fuerza expresiva y vital cromatismo.
Por eso tiene su tono de realidad indiscutible, matizada de símbolos y de intelectualismos que le da sabor de farsa o de intento dramático. Tobar es un autor leal a su medio y por lo tanto un dramaturgo honrado. Mas que un reformista, un revolucionario a su manera”.
El 70 presentó el drama “El Búho tiene miedo a las tinieblas” y la comedia “Asmodeo Mandinga”. Ese drama fue como su despedida de las tablas, pues en conversación con Rodríguez Castelo le había confesado: “me siento cansado, mi última obra es mi visión negativa y tristísima de un mundo que nos ha tocado vivir…!”
Tobar recuerda que durante sus años en “El Independiente” le correspondió ser primer actor y director con lleana Woolf, Amparo Fegan, Poppy Crespo, Rosario Mera, Martha Rojas, Vrenely Stadler, Leonella Barrios de Lundgen, Flor de María Alcívar Giler, Walther Franco, Julián Terneuaux, Miguel Ordóñez, Holger Recalde, Francis Hamilton, Francisco Martínez y otros más, durante veintiséis temporadas que compartió con ellos, el teatro daba mucho dinero y todos ganaban, los programas se imprimían llenos de propaganda, el público y la crítica respondían al esfuerzo realizado.
Ese año 68 Paco se exilió voluntariamente a España en desesperado afán de huir del círculo vicioso de conflictos personales que le atormentaban, al punto que la idea de la muerte como única salida o escape se había convertido en el tema central de sus obras. Sus nervios, siempre débiles, le jugaron la peor de las pasadas, pues dejó hogar, esposa e hijos por correr una aventura ya que se fue con Carmen Hurtado Vinces, de Quevedo, a quien conoció en la Universidad, dama que después le amargó sus últimos años y se le quedó finalmente con todo el dinero que había podido ahorrar en sus años de diplomático. Para colmos Paco le echaba el muerto a este desfase de conducta, al clima retrógrado que según él se vivía en Quito, esa ciudad “maldita” a la que sin embargo amó mucho y al final hasta con una cierta nostalgia.
Al principio fue obrero de imprenta en Madrid pues no tenía dinero, pero meses después fue llevado por Antonio Iglesias Laguna a formar parte del staf de escritores de la Revista “Crítica Literaria”, la más importante en su género en España, donde trabajó por algunos años bajo la paternal dirección de Ramón Solís e hizo amistad con muchísima gente importante del mundo de las letras europeo y latinoamericano.
El 71 fue designado Adjunto Cultural de la Embajada del Ecuador en Madrid, el 80 pasó de Encargado de Negocios a Haití o de “embajador chiquito” pues tuvo que hacer las veces de Jefe de misión por falta del titular. El 84 fue cambiado a Ministro Consejero en Caracas y el 86 volvió a Quito de Jefe del departamento cultural de la Cancillería.
Durante los quince años que trabajó en el servicio exterior fuera del Ecuador colaboró con tres crónicas semanales para “El Comercio” y “El Tiempo de Quito” y escribió circunstancialmente para “El Universo” de Guayaquil, tratando siempre sobre temas relacionados con novelas, arte y personajes.
Igualmente aprovechó el tiempo libre para escribir y publicar tres ensayos sobre las personalidades literarias de “Marcel Proust” en 1971, “Rainer María Rilke” el 77 y “Pablo Palacio el iluminado” el 79, éste último le sirvió para optar el doctorado en Letras en la Universidad Complutense de Madrid.
El 77 apareció su novela autobiográfica “La corriente era limpia”. Ediciones Paulinas, Bogotá, en 176 páginas dedicada a su hija Gracia. El libro conmocionó a la opinión pues trata sobre las inocentes travesuras juveniles del autor, que enseña a su primo Josse Smith Power, algo mayorcito y muy ingenuo, todo lo que conoce sobre sexualidad y la vida noctámbula capitalina. Por eso la edición fue recogida y prácticamente secuestrada en Quito y sólo existen los cincuenta ejemplares que había distribuido con anterioridad a críticos y recesiones periodísticas.
Esta obra y “Pares o Nones”, que en su gran novela autobiográfica de carácter general, Editorial Planeta, Barcelona, 1979, 334 páginas, constituyen el valioso aporte de Tobar a la novelística ecuatoriana a través y dentro del largo discurso en primera persona, de carácter intimista, nostálgico y veraz con que fueron escritas. “Pares o Nones” obtuvo el premio Marbella en España, pero a última hora el Jurado decidió sortear y se lo escamotearon. En Quito y como de costumbre, se volvió a producir el mismo escándalo de la vez anterior, pero ahora con más fuerza, por la descripción de ciertos personajes femeninos ligados con el autor; y también fue retirada.
El 78 había editado en Librería Argentina de Madrid, su poemario “Dhánu”, nombre alegórico de su segunda esposa, en 82 páginas, conteniendo felices cánticos al redescubrimiento del amor. El 81 dio a luz en la CEE “Grandes Comedias” en 294 páginas recopilación de sus obras de teatro: 1) El César ha muerto, 2) Un Hombre de provecho, y 3) Balada para un imbécil, inéditas las dos últimas.
El 83 publicó en Letra Viva de Quito una colección de quince cuentos verídicos sobre personajes pasados y actuales tratados irónicamente bajo el título de “Los quiteños” y también fue suspendida la venta y solamente merced a influencias pudo circular luego, aunque muy irregularmente y entregó al Banco Amazonas una trilogía de poemarios titulados: 1) Cafarnaum, 2) El Laurel y la Ortiga, y 3) En la abrazada Carmen, que datan los dos primeros de Madrid, donde se escribieron en 1977, y el último de Puerto Príncipe, en Haití, el 80.
En 1986 regresó al Ecuador y el 88 se jubiló por edad con cuarenta y ocho mil sucres mensuales. Divorciado por segunda ocasión, casó con Edith Camacho González pero se separaron a los once días y el padre de ella lo amenazó de muerte pues era Capitán de la policía. Instalado en Guayaquil enfermó con edema en ambas piernas y fue atendido por su ex esposa la señora Hurtado, que había vuelto de España. Años después me confesó lo siguiente “A ella di dos cheques, uno para comprar la villa del Dr. Calderón von Buchwald en el camino a Urdesa Norte y el otro por $138.000 para depositar a mi nombre en los Estados Unidos, pero ella compró la villa a su nombre y abrió una cuenta para ella, estafándome; tuve que recurrir al Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy, porque hasta me quisieron sacar de la villa, todo esto me ha amargado la vida y me encuentro en permanente ansiedad.”
Vivía en Guayaquil, Avda. Circunvalación No. 530 camino a Urdesa Norte frente a un ramal secundario del Estero Salado a la que llamó la Casa de las Iguanas, y adquirió una pequeña finca en Churute. Desde el 26 de Febrero del 88 escribía para “El Telégrafo” una columna literaria que pronto se hizo famosa, pero los torpes e ignorantes dirigentes de ese diario resolvieron liquidarla porque atraía la atención de los estultos que empezaron a quejarse del desenfado con que escribía su autor y en Agosto del 89 casó con Elena Caicedo Tenorio, afro ecuatoriana muy menor a él, a quien conoció porque trabajaba en la cocina del vecino restaurant Barandúa, quien resultó ser su ángel guardián pues le cuidó hasta el final de sus días con un amor a toda prueba.
El 91 la Editorial El Conejo de Quito editó su tercera novela titulada “Autobiografía admirable de mi tía Eduvigis” escrita dos años antes en su Casa de las Iguanas de Guayaquil, en la que se condensan lo más granado de su imaginación y los mejores efectos cómicos de su humor. La tía Edu es una burguesa de la clase media alta quiteña que le sirve a Paco para desnudar todos los prejuicios de la falsa moral de esos tiempos que felizmente están cambiando para bien. El 2014 ha salido una segunda edición en 269 págs dentro de la Colección Literatura y Justicia del Consejo de la Judicatura.
Ese año también sacó “Los Quiteños” colección de catorce cuentos del anecdotario de su ciudad natal que como todo lo suyo despertó resquemores pues algunos personajes se vieron retratados.
Hombre de vasta cultura y muchísimos viajes; hablaba inglés, francés, italiano y portugués. Su estatura mediana, ojos claros, piel tostada, bigote y pelo cano, calvo y de contextura gruesa. Su conversación era chispeante, rica en anécdotas, lucida y vivaz. Tenía amigos y lectores en todas partes.
Se sentía y actuaba como un semi anarquista y anti dogmático; en lo personal pasaba por fuerte bebedor nocturno e insomne, por eso aprovechaba las noches para escribir aunque la visión después de las seis de la tarde le disminuía, dejó el trago porque – según decía – le ocasionaba daño aunque yo le saludé en la caja de un supermercado pagando dos botellas de vodka para él solito, según me confesó.
En su villa existía una pérgola donde contemplaba los manglares del estero y su fauna silvestre, como buen poeta desolado y puro, que comenzó con Amargo y se volvió tremendo y desgarrador con Segismundo y Zalatiel, cuya única esperanza era la muerte; por eso amaba a los seres más desprotegidos.
Había tentado todos los géneros con espanto brutal y sin ilusión ninguna, sufriendo siempre por sí y la humanidad, atormentado por la culpa que no sabía si era el pecado original o se originaba en las relaciones interpersonales, ya que jamás había podido entender al prójimo.
Poseía métrica libre pero finamente cincelada por la suave musicalidad, el brillo y el poder de la imagen. En Naufragio, su canto más elaborado, de nostalgias y soledades, presentó imágenes duras, espérrimas e incoherentes.
Era un poeta agónico y al mismo tiempo conmovedor. Las dudas y el amor parecían las causas primigenias de su constante desesperación, que le acometía inclementemente siendo la muerte y la soledad sus temas de filosóficos preferencia.
Su forma de expresión intimista, “que se contemplaba y se contradecía, se tomaba el pulso y se alteraba y ante el mundo se levantaba tierna, lacerante, confusamente, le mostraba lleno de inocencia, haciendo a cada paso su retrato, un poco caricaturesco o monstruoso, novísimo, alocado o confuso, extraño pero familiar, como si todos lo hubiésemos visto siempre y jamás en él hubiésemos reparado”.
Su otra faceta era el cuento y la novela y “como dramaturgo, es decir, como hombre de teatro que penetra en el maravilloso mundo de la representación, le muestra descarnadamente rudo, en verso y en prosa, reaccionando contra las normas y los falsos principios, dramáticos y consustancial”.
Conflictivo consigo mismo, con su clase y con la ciudad que le vio nacer. Nadie ha escrito tan mal de Quito y al mismo tiempo pocos la han amado con tal nostalgia. Jorge Icaza le adoraba y dijo “genio de la creación, dirección e interpretación”. Benjamín Carrión escribió que tenía un tremendo poder de interrogación y amplia trascendencia. Ricardo Descalzi, nuestro mayor crítico e historiador del teatro ecuatoriano, le describió como el autor y actor más caudaloso, talentoso y dramático y el gran César Dávila Andrade le inmortalizó poéticamente como “genio de la palabra, genio de la vida”.
Paco era eso y algo más pues tenía diez obras inéditas de teatro que deseaba publicar. El 87 la CCE le editó “Un Hombre de Provecho”, pero mutilando sus versos pues apareció en prosa farragosa, mediocre y ajena, de suerte que su autor rechazó esa aburrida versión por espúrea. El Núcleo del Guayas de la CCE hace pocos años cometió el crimen de extraviarle una trilogía sobre el Mar, conteniendo: 1) Una gota de lluvia en la arena, 2) El ave muere en la orilla (ambas en verso) y 3) Las Ramas desnudas, en prosa.
A mediados de enero del 97 le fui a visitar en su casa del Estero entrada a Urdesa Norte, me recibió como de costumbre en el escritorio y entre sus libros. Hizo que su esposa me brinde un vaso de limonada y no me dijo nada sobre su estado de salud. El ya sabía que tenía cáncer pulmonar terminal. Poco días después sus hijos lo llevaron a Quito junto a su última esposa que no le abandonó jamás y falleció el sábado 1 de Febrero, de sesenta y ocho años de edad, por el mucho fumar. I murió en Quito dizque en señal de arrepentimiento por sus incisivas y devastadoras líneas escritas sobre dicha ciudad y sus habitantes como se ha dicho, porque no tenía con qué tratarse en una clínica del puerto principal, dada su soledad, abandono de parientes y extremada pobreza.
Sus restos recibieron cristiana sepultura en la intimidad familiar a pesar de ser neopagano como me lo refirió en varias ocasiones, puesto que este mundo solo podía haber sido hecho por dioses borrachos y violadores, por eso solo creía en el hombre, en su posibilidad de luchar y de vencer sobre las apariencias sociales, aunque pensaba que los hombres se sentían hasta cierto punto culpables de haber nacido.
La misa – qué cosas se dan en el Ecuador social y convencional – se realizó el viernes siete a las cinco de la tarde, en la Basílica del Colegio San Gabriel, en medio de las bullas colegiales por la caída del presidente Abdalá Bucaram. Todo como él lo hubiera querido, concurrieron pocas personas, las más valientes, fue un sainete de corre corre, sustos y escondidas, digno de una de las obras de Paco, que siempre fue un sardónico incorregible, un ser especial, algo fuera de lo común, lo más cercano al genio irrespetuoso e irreverente aunque al mismo tiempo tierno, sensible y bueno como un pedacito de pan recién salido del horno de su bondadoso y gran corazón.