SUCRE ALCALA: Antonio José de


El asistente y el Diputado, como venían delante, corrieron con dirección a Pasto: El criado retrocedió hacia la Venta donde aquella mañana había salido, como una media hora antes.
Jete de los asesinos, a quienes llamaremos desgraciados, puso en uno de sus tres compañeros diez pesos, como paga del crimen que le habían ayudado a ejecutar; paga mezquina, pero eran soldados licenciados de los ejércitos de Colombia, gente de pocas obligaciones y habituadas a la obediencia rigurosa de los cuarteles.
Horas más tarde de aquella en la cual la fidelidad del asistente General, dió sepultura al cadáver de su insigne Jefe, los mismos organizadores del crimen pretendieron mostrarse afanosos en inquirirlo. Fueron hasta la tumba improvisada en las lobregueces de la selva, removieron la tierra y se cercioraron de que el asesinado era, en efecto, el Mariscal de “Ayacucho”….
Lo acontecido en Berruecos, no se conoció en Quito, sinó cuando días más tarde llegaba el asistente del Mariscal, a la casa de la Marquesa, esposa de la ilustre víctima, trayendo de tiro un caballo con la montura, el sombrero y las botas del invicto mártir.
En la ciudad, los habitantes se preparaban para la solemne procesión de Corpus. Las casas estaban ornamentadas a la usanza española, con colchas y cortinas de seda, que pendían de los balcones.
Así que después de cruzar la Calle del Correo, el asistente entró a la casa, preguntándole con ansia del Mariscal, a lo que el asistente contestó: < Vengo de enterrarlo, bajo un árbol; lo mataron en Berruecos >.
Las escenas que entonces se sucedieron son fáciles de ser imaginadas: el llanto y las manifestaciones de hondo pesar se dejaron sentir por doquiera.
Cuando la noticia fatal se difundió en la ciudad, esta se cubrió de intenso duelo. A la alegría sucedió el dolor. Las cortinas de damasco que adornaban las casas fueron descolgadas y reemplazadas con banderas enlutadas.
Después de algunos días, la Marquesa de Solanda enviaba al asistente y al Mayordomo de la hacienda EL DEÁN —Señor Isidro Arauz-a Berruecos, acompañados de algunos peones, con el fin de que trajeran los restos de Sucre.
Llevaban los comisionados mucho alcohol de la botica, una caja de madera antigua de guardar ropa y dos bestias de carga.
Como el cadáver no cupiese en la caja, recogieron las piernas a la fuerza, de modo que quedó como en cuclillas y le echaron algunas ropas encima, para aparentar que conducían mercancías.
A la vuelta caminaron sólo de noche y con grandes precauciones.
No tocaron en Quito, sino que se dirigieron directamente a EL DEÁN, en donde se había preparado de antemano un ataúd y varias substancias antisépticas.
Depositado el cadáver en el ataúd, se le colocó debajo del altar del oratorio de la hacienda. Allí permaneció algunos años hasta que fueron exhumados los despojos y guardados en una caja, la que fué traída con sigilo a Quito.
En esta ciudad, se sacaron de la Iglesia de San Francisco, los restos mortales de la niña Teresa, hija de la señora de Solanda y de Sucre. Reuniéndose en una sola caja los restos del padre y de la hija, puso en el fondo de la caja una tela de tisú y se la envolvió en un traje de la Marquesa.
La caja fue luego conducida por el mayordomo Arauz y su esposa Francisca Arauz, que es la que hace esta relación, al Monasterio del Carmen Bajo (moderno), recibiéndola la Madre Manuela Valdivieso, Superiora del Convento y parienta cercana de la Marquesa de Solanda.
La relatora, agrega, que a los padres de San Francisco se les hizo creer, que los restos del Mariscal estaban en un ataúd, que en verdad sólo encerraba adobes.