STEVENSON WILLIAM B.

VIAJERO Y CRONISTA.- Nació en Inglaterra en 1787 y de solo diecisiete años pasó a Sudamérica a bordo del bergantín “Polly”, uno de los muchos que hacía el contrabando en las costas del sur del Océano Pacífico. Era un muchacho que hablaba inglés y francés pero desconocía el español, su buena presencia y origen acomodado le había permitido acceder a una excelente educación que se apreciaba a través de sus modales.
El 14 de Febrero de 1804 desembarcó en la isla de Mocha al sur de Chile después de un largo viaje de cinco meses desde Inglaterra, durante el cual pasó por las Islas del Cabo Verde. Solo tenía diez y siete años de edad. En la Isla Mayo hicieron escala con el propósito de conseguir sal. De Mocha siguió a Tucapel Viejo, residencia de los Caciques araucanos Ulmenes y durante algunos meses recorrió los campos vecinos de Valdivia a Concepción, colectando noticias de toda clase sobre el estado social e industrial de esos territorios, para lo cual inició un Diario que mantendría en aumento en los siguientes años.
En la Araucanía fue agasajado por la familia del español Nicolás del Río familiarizándose en útiles paseos con la gente y el idioma y atendido en las casas de los sacerdotes de dichos pueblos. En Valdivia se enteró de la declaratoria de guerra entre Inglaterra y España cuando le hicieron prisionero por considerarle espía porque había sido acusado por un fraile dominicano.
Enviado a Talcahuano con doble guardia, siguieron de la fortaleza de San Pedro en las márgenes del río Bio-Bio a la Concepción de Mocha. Finalmente, en el buque “Dolores de la Tierra”, nave antigua de más de cien años y cargada de 8.000 fanegas de trigo y otros productos de Chile, llegó a la desierta isla de San Lorenzo frente al Callao, admirando la majestuosidad del fuerte del “Real Felipe”, en uno de cuyos calabozos de piedra y techo abovedado guardo prisión por horas, pues lo pasaron al Cuartel de la Guardia con los soldados de servicio y a la mañana siguiente, en un coche de balancín, fue transportado a Lima, permaneciendo como prisionero de guerra durante ocho meses en el cuarto de entrada del Cuartel, que se destinaba a personas de familias decentes, con un joven acusado de falsificador, pudo mejorar sus conocimientos de español y hasta aprendió algo de quecha (1)
Tras recobrar su libertad en 1805 y dedicado por entero a la enseñanza de idiomas, tuvo por discípulos a los hijos de las principales familias de Lima y aprovechando una invitación recorrió las zonas de Pisco, Chancay y Huacho, los valles de Chincha y Cañete, así como Huara, Super y Barranca en las cercanías de Lima, dedicado a excavar huacas o sepulcros indígenas, hallando objetos antiguos tanto textiles como de cerámica y no pocos de oro. En 1806 visitó Cojatambo. En el pueblo de Cochas le recibió Manuel Requena. En Ocros el Cura. En Chiquian examinó una mina de plata, en el camino a Huarás fue agasajado por las hijas del posadero, un español de apellido García, que llevaba más de veinte años en las Indias.
En la provincia del callejón de Huaylas y en Conchucos recorrió los valles y se interesó por las minas. En Corongos anotó con sorpresa que sus habitantes tenían la costumbre de pasear por la plaza principal una imagen de San Pedro que descabezaban a pedradas para obtener buenas cosechas. Finalmente siguió al distrito de Huamalíes en los orígenes del río Marañón. Como viajero curioso iba anotando los sucesos de interés y todo lo concerniente a la fauna, flora, mineralogía, clima, situación e historia de esas regiones.
De Huambacho siguió a Santa, Empeña y Trujillo, describió los terremotos, las invasiones piráticas y otras noticias curiosas. De los valles de Chimí, Chicama y Viru pasó a Cajamarca y recordó que en esa población había sido ajusticiado Atahualpa en 1534 por orden de Pizarro, quien asistió vestido de negro, también visitó los obrajes de propiedad de Tomás Bueno, conoció las poblaciones menores de Jesús, San Marcos e Ichocán, las ruinas de Lagunilla excavadas en las rocas, Chocope, Payján, San Pedro, Chiclayo, Lambayeque, Morope, Sechura, Piura, Paita y en un bergantín volvió al Callao.
Nuevamente en Lima fue solicitado por Manuel Urríes, Conde Ruiz de Castilla, recién nombrado Presidente de la Audiencia de Quito, para que fuera su asistente y le acompañe como Secretario. En Junio de 1808 pasaron en barco a Guayaquil donde hizo amistad con José López – Merino y el viejo Conde sufrió una seria indisposición de salud y se retrasó algunos días.
De Guayaquil subieron por la ría a Babahoyo y Guaranda que les recibió con danzantes indígenas cantando sus cacuas en quechua a gritos discordes y expresiones extravagantes y con un arco triunfal sobre el que estaba un heraldo uniformado de oficial, quien leyó una arenga que le entregó un ángel bajado de la parte más alta. Todo entre nubes de papeles de colores.
De Chimbo siguieron por las faldas del Chimborazo y el obraje de San Juan propiedad de Martín Chiriboga y León a la antigua Riobamba, cuyas ruinas del terremoto de 1797 contemplaron absortos. En la nueva Riobamba pernoctaron dos días, pasaron a Ambato, encontraron algunos Arcos Triunfales adornados con ramas de frutillas que el populacho arrancó para comerlas. En Latacunga vieron las ruinas de los templos y conventos casi todos demolidos por completo, así como los cimientos del palacio incásico de Callo. Luego las haciendas de Chisinche y la Ensillada, finalmente entraron en Quito.
A poco de llegados, los colegiales de San Fernando ofrecieron al Conde cuatro representaciones teatrales. Las piezas, elegidas por los Dres. Manuel Rodríguez de Quiroga y Juan de Dios Morales, fueron: Cato, Andrómaca, Zoraida y la Araucana verdaderos cantos de exaltación a la libertad, que el señor Conde no consiguió descifrar.
El Conde le pidió que se trasladara a inspeccionar las poblaciones de Otavalo e Ibarra en el norte y en Diciembre le mandó al río Napo en el Oriente, con seis indios, a examinar los lavaderos auríferos de esas riberas.
De Pomasqui y por las faldas del Antisana bajó directamente al gran río acompañado de Diego Melo, hijo del Gobernador de Archidona, que le esperaba y cumplido el encargo le comisionaron para inspeccionar el camino a la costa abierto por Pedro Vicente Maldonado en 1741 y reabierto por la zona de Malbucho en 1803 de órdenes del Presidente de la Audiencia, Barón de Carondelet.
En el viaje visitó Cotocollao, Yanacancha y Pitti, hizo amistad con el viejo Cacique de este lugar y su larga familia, probó el masato o bebida fermentada de la amistad, las damas de la tribu del cacique Cushicagua le dieron besos y pintaron su cuerpo con achiote según sus costumbres ancestrales, admirando todos el sonido de su reloj de bolsillo y los movimientos de manecilla. Gritaban y saltaban, reían y exclamaban en su lengua “No, no es un trapiche…!” pues jamás habían visto algo tan pequeño y con vida.
De Cayapas volvió a La Tola, pasó al estuario de Limones, a Pianguapi, Tumaco y Barbacoas, examinando el laboreo de los placeres auríferos de esas regiones. También llamó su curiosidad los peligrosos puentes de tarabita, los monos y las selvas profundas. De Santo Domingo continuó a Quito, por Cocaniguas, bordeó el Pichincha y el alto de San Juan.
En Febrero de 1809 fue testigo de la asonada primera de los próceres que fuera debelada a tiempo por la denuncia del Padre Polo. En la madrugada del diez de Agosto volvieron los revoltosos a las andadas, el Conde Ruiz de Castilla fue apresado en Palacio y tuvo que retirarse a una hacienda en el valle de los Chillos, poco después le fue devuelto el gobierno y regresó a esa capital, prometiendo solemnemente que todo sería olvidado y no se perseguiría a nadie. En diciembre arribaron las tropas limeñas y consolidó su mando pero muy anciano y casi sin voluntad, de suerte que empezó a ser mandado por el Coronel Manuel Arredondo y por el Fiscal Tomás de Arechaga, quien se dedicó a perseguir a los implicados en la revuelta. Ruiz de Castilla, de ochenta y cuatro años, permitió que se aprese a más de ochenta personas en el Cuartel donde estaban los soldados del Regimiento Real de Lima.
El 2 de Agosto de 1810 fueron asesinados los presos y se generalizó una matanza en las calles con un saldo de más de trescientas víctimas. Ante tales desmanes y aterrado de que pudieren continuar, el Presidente Ruiz de Castilla convocó a una Junta para resolver la salida de las tropas y de su Comandante Manuel Arredondo, lo cual se consiguió pero se había creado un sentimiento de odio hacia su persona.
Al poco tiempo arribó el Comisionado Regio, Carlos Montúfar y Larrea, que tomó el mando. Un grupo de personas del pueblo fue hasta el convento de la Merced donde se encontraba asilado Ruiz de Castila, le sacaron a la fuerza, fue prácticamente arrastrado cosa de dos cuadras y propinándole una paliza lo dejaron tendido en mitad de la calle con graves heridas, a consecuencia de lo cual murió a los pocos días, negándose a ingerir alimentos o medicinas.
Libre de su compromiso moral con el Conde pudo Stevenson aceptar a los patriotas el cargo de Gobernador de Esmeraldas y Comandante Militar de la costa norte, con el grado de Teniente Coronel de Artillería. El 5 de Diciembre partió de Quito con cincuenta soldados para asumir el mando y hasta llegó a apoderarse de un depósito de armas pertenecientes a los españoles en Tumaco. En Mayo de 1811 un bergantín de guerra despachado desde Guayaquil con gente armada le tomó prisionero y solo pudo escapar debido a la influencia de su amigo el Capitán Ramírez, que le permitió salir a Lima.
Allí encontró el mismo espíritu revolucionario diseminado en todas las colonias y que ya conocía en Quito y sabedor de los gravísimos sucesos políticos de España, entró en conversaciones con los peruanos para lograr la libertad.
Por esos días había participado de una discusión en una taberna-billar con un padre Bustamante de la Orden Dominicana, respecto a una imagen de la Virgen del Rosario que recibía exageradas muestras de devoción, atribuidas por Stevenson a la superstición de la gente. Bustamante le denunció ante la Inquisición, que le hizo detener y hasta lo sometió a un Interrogatorio de más de una hora, del que felizmente salió bien librado pues ya la Inquisición habia perdido casi todo su poder por cuanto se sabía que dicho Tribunal iba a ser abolido por los diputados a las Cortes de Cádiz en España, como efectivamente ocurrió al poco tiempo.
En 1812 se proclamó la Constitución en la capital del Perú, la gente leían la Constitución de la monarquía en copias que abundantemente eran repartidas y el odio entre criollos y españoles seguía creciendo. Stevenson era amigo de notables personalidades, frecuentaba sitios de diversión, hacía vida social. Gregoria Rocafuerte de Gaínza le invitó a visitar con permiso del Virrey Manuel Abascal el abandonado local de la Inquisición y habiendo quedado la puerta abierta, se produjo un estallido de ira contra tan criminal institución, vergüenza de España y de la iglesia. Entró el pueblo y fueron destruidos documentos, muebles, instrumentos de tortura, se descubrieron los calabozos del subsuelo que fueron hallados vacíos y hasta un Cristo de madera con la cabeza movible, accionada por detrás de unas cortinas para simular milagros y obtener que los sujetos que se interrogaban, al ver los movimientos del Cristo, se declaraban culpables, aterrados y confundidos por el ambiente tétrico y de penumbra en que se encontraban.
Ignorancia y superstición era los males de esos tiempos. Con algunos documentos inquisitoriales en su poder se enteró al día siguiente que el Arzobispo de Lima había lanzado desde el pulpito de la Catedral, penas de excomunión mayor a todos los que retenían objetos y papeles de dicho Tribunal, pero ni siquiera se inmutó y hasta se río con algunos amigos de confianza de salida tan absurda como anacrónica.
En poco tiempo se generalizó la guerra de la independencia en Chile que terminó en Capitulaciones a principios de 1813. Mas, el arribo del batallón Talavera hizo que Abascal las desconociera y se reanudaron las operaciones con éxitos inciertos hasta 1816 que cesaron las hostilidades, pero otra vez se reabrieron al año siguiente y cuando en 1819 apareció en las costas del Callao la Escuadra chilena de Lord Cochrane, se le hizo imposible a Stevenson continuar en Lima y tuvo que escapar a Barranca donde se alistó en la flota el 1 de Marzo, siendo aceptado cariñosamente por su compatriota, con quien realizó el resto de esa primera Campaña naval, hasta Junio que retornaron a Valparaíso. Entonces Bernardo O’Higgins quiso utilizar sus conocimientos en la enseñanza de inglés y francés en el reabierto Instituto Nacional, cátedras que no llegó a servir Stevenson porque fue llamado a ocupar la secretaría de la Escuadra y con ese rango volvió a acompañar a Cochrane en su segunda salida por el Pacifico.
El 27 de Octubre de 1819 entraron al golfo de Guayaquil en persecución de dos buques mercantes españoles. El año 20 recorrieron las extensas costas americanas y tomaron por asalto la austral población de Valdivia, lo que debilitó el poderío español ostensiblemente pues desde allí se controlaba el ingreso al Océano Pacífico.. En Agosto Cochrane se separó voluntariamente de la Armada por discrepancias con O’Higgins, Director Supremo de Chile.
Libre la costa ecuatoriana tras la revolución del 9 de Octubre de ese año en Guayaquil, Stevenson siguió a Cochrane. Primero arribaron a Guayaquil, luego pasaron a Salango, tomaron hacia Acapulco y de regreso bajaron en Atacames, donde tuvo la oportunidad de volver a conversar con sus viejos amigos de diez años antes. En Marzo de 1822 subieron otra vez la ría de Guayaquil, finalmente pasaron a Huambacho.
En 1824 decidió volver a Inglaterra y sus amigos le alentaron cuando estaba en vísperas de cruzar nuevamente el Atlántico, a que publicara su colección de notas y memorándums – compilación de una residencia de veinte años, con el objeto de contribuir a la información auténtica existente. “Por esa razón debí posponer mi viaje y dar a mis observaciones la forma en que ahora os la presento.” Durante su travesía terminó de escribirlas con el título de “A Historical and Descriptive Narrative of twenty years resience in South America” contain travels in Arauco, Chile, Perú and Colombia with and account of the revolution, its rise, progress, and results.” Londres, Imprenta de Robinson y Co. 1825, tres volúmenes.
La traducción en castellano dice “Narración Histórica y Descriptiva de veinte años de residencia en Sudamérica”. La obra se convirtió inmediatamente en un éxito de librería por el interés que despertaban las antiguas colonias españolas recién independizadas fue decorada con unas plumillas de escaso valor artístico, obras del pintor quiteño José Carrillo, de paso por Londres. Nuevas ediciones en inglés y francés y una última en español la han popularizado. 1826 y 1829, 1830, 1907.
Fue un agradable contador de historias sin olvidar las crónicas, los viajes y las memorias y dedicó su obra a Lord Cochrane por afecto, admiración y cariño.
En América también utilizó algunos nombres (Benito Bennet, Mr. Bennet) de suerte que el Bennet que aparece en alguna documentación de la época no debe ser confundido con otra persona. Por eso se ha dicho que aunque el chileno Diego Barros Arana dio algunas noticias sobre Stevenson, la mayor parte de su vida sigue aún en el misterio.