SOTOMAYOR – PIMENTEL Y JORDAN LUIS

SEÑOR DEL VILLAR DE FERREYROS.- Había nacido casualmente en Castilla hacia 1590 mientras sus padres habitaban en Simancas por negocios.
Muy joven fue llevado al Villar de Ferreiros, donde se crió con halagos y consentimientos. Su padre legítimo, Diego de Sotomayor Pimentel Villamarín Días de Rivadeneyra y Cabeza de Vaca, era el XII poseedor de ese Mayorazgo feudal, ubicado en la feligresía de San Ciprián de Sesto, a solamente seis leguas españolas de la ciudad de Santiago de Compostela y cuya historia se pierde en la noche milenaria de los tiempos. Ferreirós fue construido con piedras de otro edificio más viejo aún llamado la Torre de Moreda, derruida en el siglo XI por orden del Obispo Gustíos, durante las sangrientas guerras civiles de los hermandiños. Fue su madre legítima María Martín y Jordán, perteneciente a una rica familia de posibles judíos conversos de Simancas.
El villar aun existe y es de los más interesantes y mejor conservados de España. El poeta Antonio Rey Soto (1) lo ha descrito así: // Debe a aquellos hidalgos la casona / los escudos de piedra / con cascos vigilantes emplumados / que sobre el arco del portón campean / pregonando valor y bizarría/ hablando de nobleza. // I en los grandes salones silenciosos / polvo y olvido con quietud se acuestan / y en las siestas de Junio alucinantes / inacabable, terca / se escucha a la carcoma / royendo sordamente las maderas.//
En la edad de escoger profesión prefirió las armas y fue a combatir en Flandes pagándose su propia pica (puso una pica en Flandes) allí parece que anduvo cosa de cinco años y regresó de veinticuatro, sin más ganas de combatir, que la cosa no era para tanto. Entonces su padre le compró una plaza de Inquisidor y arregló un matrimonio de conveniencia con doña Inés de Rivadeneyra, su parienta lejana, por ser hija natural del Dr. Fernán Días de Rivadeneyra, Procurador General del reino de Galicia en Madrid, donde falleció después y sin haberse casado nunca, reconociéndola por su hija natural y dejándole una gran fortuna en ricos vínculos y mayorazgos. La madre de esta doña Inés había sido una hidalga gallega, pero campesina y pobre, de quien la historia no recuerda ni el nombre, que cuidó a la doña Inés, que por eso era algo sucia e ignorantísima, al revés de su marido don Luis, educado en los gajes de la corte, de su casa y de sus viajes.
Al principio todo fue bien pero los continuos viajes de don Luis hicieron que el matrimonio se desmoronara y como no había divorcio se comenzaron a tolerar mutuamente. De sus hijos: Fernán murió niño; Diego mancebo y lo enterraron en la capilla de Alba ubicada entre Santiago y Respectos; Marta casó con un caballero de apellido Porras, patrono de esa Capilla de Alba y no tuvieron sucesión y Beatriz casó con su primo Alvar González de Rivadeneyra y heredó a la postre todos los bienes de su madre y sus hermanos enteros.
Don Luis tenía dos criados de apellido Bermúdez, a quienes el vulgo conocía por “Los Lambotes”. Estos ruines calumniaron a su ama doña Inés diciendo que se conversaba largamente con un fraile franciscano su confesor y entró don Luis en escrúpulo cuando pilló a su mujer que le enviaba al fraile unas ropas blancas de regalo; de suerte que una noche, en la casa de Bergondo, se dejó dominar por los celos, cerró con llave y candado el aposento donde dormían las damas de su mujer porque estaban a costadas y le dio doce puñaladas a la pobre doña Inés, que pareció quedar como muerta, pero por las dudas le aplicó un espejito en la nariz y luego en la boca, para apreciar si respiraba y la muy ladina contuvo la respiración, engañándolo.
Enseguida don Luis tomó un caballo y se fue a la casa de su tía en Teanes, encontrándose en el camino con el Conde de Maceda a quien pidió que vaya a su hogar porque dizque había quedado la señora enferma, pero era que acababa de oír el tañido de las campanas de su casa que tocaban a auxilio, al unísono con las de la vecina iglesia de San Roque. Doña Inés sanó milagrosamente de sus heridas que fueron superficiales y se recogió en Santiago, pero temerosa de su marido se metió al convento de San Paio donde vivió algunos años más y hasta se reconcilió con él, aunque solamente por cartas ¡Pobre señora, no hubo quien la defienda!
Mientras tanto don Luís evadió el juicio que le instauró la Audiencia haciendo valer sus fueros de Inquisidor y por ser el XIII poseedor del mayorazgo del villar de Ferreirós y hasta obtuvo dos Reales Provisiones en 1632.
Muerta doña Inés a los pocos años, pasó su viudo a Valladolid a litigar contra los padres de la Orden de Samos, a quienes ella había beneficiado con un legado y entonces ocurrió el caso que escandalizó a toda España, porque abierta la causa a prueba se presentaron varios testigos de parte de la Orden, vestidos de aldeanos y con pañolones en las cabezas como si estuvieran enfermos. Intrigado don Luis, tomó por las ropas a uno de ellos y le quitó el trapo, viendo que tenía cerquillo de pelo y corona porque era un hermano, lo que trascendió al rey Felipe IV que se disgustó mucho.
Casi al mismo tiempo don Luis visitó a otra tía suya que era abadesa en un convento de Valladolid y allí conoció a doña Bernarda de Aguilera Ribera y Pimentel, su lejana pariente y muy linda mocita de no más de veinte años, cuando ya don Luis iba por los cincuenta, la enamoró y raptó, llevándosela a Galicia, donde se casó en secreto con ella para no desacreditar el caudal de sus hijos Diego, Marta y Beatriz y poderlos casar mejor. De allí se originó la falsa idea que doña Bernarda habla sido monja, cuando solo era estudiante interna del convento.
A estas alturas vale indicar que don Luis era hombre de 1.90 mts. y cerca de doscientas libras de peso, muy viril y malgeniado, capaz de arrancar una reja emplomada y empotrada en piedra, como solía hacer delante de sus amigotes, por simple diversión. También paraba un coche tirado por cuatro mulas y un día reventó a un pobre borrico subiéndosele al lomo y apretándolo con las piernas. También doblaba herraduras con las manos y en el parque del Buen Retiro y casi delante del rey, mató de estocadas a dos caballeros de la corte, en singular desafío y duelo.
En 1625 había ingresado a la Orden de Santiago y para 1638 el rey ya no lo aguantaba más, así es que cuando sonó el boche de los padres Benitos, que se le quejaron contra don Luis, dictó una orden y lo expatrió a América con el cargo honorífico de Visitador de los caballeros de Santiago en los reinos del Perú.
Muy de mala gana vino don Luis a estas regiones, pero aquí le cayó en gracia al Virrey del Perú que lo nombró Corregidor de la Provincia de Canas y visitador de indios e ingenios y por último, Maestre de Campo de los reales ejércitos, cargo con el que murió en Lima, el 30 de abril de 1659, casi de setenta años, por haberse herido casualmente en la pierna derecha que se le gangrenó (sospecho que era diabético por el sobrepeso) y fue enterrado junto al cadáver de su mujer en el convento de Nuestro Señor San José de las carmelitas descalzas de Lima, donde su hija Ana era monja.
De su segundo matrimonio le sobrevivieron Francisco y Josefa de Pimentel – Sotomayor y Aguilera a quienes abandonó en el Villar de Ferreiros, por ser muy tiernitos y no poder lactar durante el largo viaje de tres meses a América. En cambio se trajo a los dos mayores llamados Luís y Bernarda y en Lima le nacieron Ana la monja, y Diego que casó en el Cusco y tuvo hijos, Luís llegó a General de Caballería, Corregidor de Latacunga (1687-92) y casó brillantemente en Lima con doña Catalina Fernández de Córdoba y Figueroa sin sucesión, y Bernarda que murió soltera.
Los que quedaron en España heredaron los bienes de Galicia. Francisco el Mayorazgo del Villar de Ferreiros y fue su poseedor, casó allí con la señora de la casa del Ronsal Urraca de Saavedra, también llamada de Pazos y Figueroa y tuvo numerosa descendencia.
Uno de sus hijos, de apellido Pimentel – Sotomayor y Saavedra, llamó Francisco, le hubiera correspondido ser el XV señor del Villar de Ferreirós y demás jurisdicciones en el reino de Galicia, pero se vino al Perú de puro aventurero y originó a la familia Pimentel guayaquileña, de manera que el mayorazgo recayó en su hermano menor Luis Tirso de Pimentel – Sotomayor y Saavedra, quien habiendo permanecido en la casa ancestral, amó mucho a su linaje, reconstruyó la dicha casa y hasta escribió un libro con las genealogías familiares.
Josefa de Pimentel – Sotomayor y Jordán, que también quedó en España, casó en Galicia con Gregorio Montero, señor de la casa de Brandeso y tuvo numerosa sucesión.
El Villar todavía existe en Galicia y es de muy buen ver pues acaba de ser rehabilitado por una empresa turística de la Ruta Jacobea, que lo utiliza para la realización de eventos sociales y/o culturales.