SAONA ACEBO CARLOS

CRONISTA.- Nació el 3 de diciembre de 1878, a las 3 de la tarde, en el antiguo callejón de la Gallera, hoy calle P. Ycaza, muy enfermizo como él mismo lo relataría y fue bautizado en la iglesia de la Merced. Cuando nació estaba en el cuarto de al lado su hermanita Dolores y preguntó ¿Quién llora allí? Su hermano Armando, que era mayor, respondió “Un niñito que acaba de llegar”. Fue él séptimo hijo y el menor de la familia. Su padre Pedro Pablo Saona y Rubio fue Coronel de Ejército y falleció en las calles de Guayaquil defendiendo la dictadura de Veintemilla el 9 de Julio de 1883, era nacido en 1821, director de la escuela de Ciudavieja en 1849, y viudo de María San Martín vecina de Yaguachi en la que tuvo dos hijos, casó en 1871 con Micaela Acebo, oriunda de Manabí.
Era propietario de una casa de madera de una planta, con el número veinte del callejón de los Trapitos (hoy Calle Escobedo) cerca del barrio del Bajo también llamado de la Merced por la iglesia de ese nombre. Fueron sus abuelos paternos el comerciante Pedro Saona nacido en Latacunga en 1792 quien hizo una regular fortuna y Mercedes Rubio de Morales y Platzaert que casada con Bruno Camacho y sin hijos, salió embarazada de Saona.
Muy pequeño fue llevado a una hacienda cercana. Después le hacían dar diarios paseos por la sabana del Salado y en 1881 viajaron a Puná donde recibió clases de su hermana Zoila. Siendo el último de la familia era el preferido de su madre, que no se cansaba de atenderle y mimarlo y como era muy sensible y para colmo huérfano de padre, no llegó a fijar su sexualidad, por falta de una imagen imitable.
En 1886 entró al colegio de don Tomás Martínez a estudiar las primeras letras porque Zoila ingresó de monja del Buen Pastor en el Colegio de los Sagrados Corazones. Años después, su otra hermana Dolores se haría monja de clausura en el monasterio de la Santísima Trinidad de Lima.
En 1887 rodó las escaleras de su casa y enfermó. Nuevamente pasó vacaciones en Puná por mandato del doctor Fausto Rendón García, con su madre y sus hermanos mayores Armando y Miseno que estudiaban medicina.
Niño dócil y aprovechado, sabía cantar, tocaba piano, era dueño de un gato llamado Gumersindo y tenía un carácter suave, cariñoso y muy dado a la nostalgia por la ausencia paterna. Por eso era simpático a los demás.
Esa Navidad conoció en Puná al Obispo Roberto María del Pozo que pontificó en la misa de Gallo. En abril de 1888 regresó a Guayaquil, fue matriculado en el recién fundado Liceo Rocafuerte de Manuel María Valverde en Chile y Aguirre, justo a tiempo para una epidemia de sarampión y estuvo gravísimo pero se recuperó gracias a las atenciones del Dr. Rendón.
A la llegada de los restos de Juan Montalvo hizo guardia de honor en uno de los locales de los bomberos por dos horas, frente al féretro, que era de color amarillo.
En 1891 estuvo en Posorja y desde mayo comenzó el bachillerato en el “San Vicente del Guayas” bajo la dirección del Presbítero José María de Santisteban Plaza. Allí se graduó de Filosofía y Letras el 24 de abril de 1896 con excelentes calificaciones, siendo rector Francisco Campos Coello.
Poco después ingresó a la Universidad y el 6 de octubre perdió todos sus bienes durante el Incendio Grande. El Dr. Luciano Coral lo empleó de Ayudante de la secretaría de la Asamblea Nacional que inauguró sus sesiones el día 9. Al poco tiempo el Vicepresidente de ella, Abelardo Moncayo, quiso llevarlo con iguales funciones a Quito, pero no aceptó porque su amigo Rafael Medina y Pérez, que era pudiente, le dio trabajo.
En 1900 fundó con otros socios el “Círculo de Instrucción Libre Juan Montalvo”, escribió para la revista “Patria” con sus iniciales “C.S “ y en 1901 desempeñó la pro secretaría; también colaboró en la revista “Guayaquil Artístico” y egresó de la Facultad de Jurisprudencia, pero no quiso rendir su grado de Licenciado porque descubrió que “no le gustaba el oficio”.
En 1902 laboró para el Coronel Octavio S. Roca Marcos y fue segundo secretario de la “Sociedad Nacional de Agricultura” bajo la Presidencia de Jacinto Caamaño Cornejo.
En 1906 colaboró con el Coronel Flavio Alfaro, en 1908 con Eleodoro Ferruzola Concha. Al año siguiente Modesto Chávez Franco lo presentó en “El Grito del Pueblo” a Federico Reinel. Poco después Carlos Alberto Flores lo llevó a trabajar a la redacción y allí se estuvo varios días mientras duró la enfermedad de Manuel J. Calle que escribía como “Benvenuto”, pero como no le gustó el periodismo, por diario y repentista, se salió. Era más bien despreocupado y cómodo, cuando algo no iba con su naturaleza lo dejaba sin importarle las consecuencias.
Entre 1912 y el 17 fue profesor en la escuelita de Engunga, casi le muerde una culebra y tuvo un hijo al que siempre protegió sin darle su apellido (cosas de antaño) le hizo comerciante y hasta ganadero y acaba de morir en Engunga (2007) muy anciano y con los apellidos Lindao Banchon de su madre.
En 1918 su pariente político Darío Morla, que preparaba viaje a París con su familia, lo nombró apoderado y pasó a manejar extensas propiedades agrícolas en la Isla Puná y en la zona de Naranjal y Balao en la provincia de El Oro, así como varios inmuebles, acciones y negocios en Guayaquil y la administración de la lancha “Carolina”, de manera que del casi anonimato llegó a tener una importantísima posición económica en la ciudad.
En tales funciones permaneció veinte y nueve año hasta 1947 cuando dos de las tres hijas del señor Morla llamadas Carolina y Mercedes Morla Flor, tras finalizar los aciagos tiempos de la Segunda Guerra Mundial regresaron de París y encontrando que la sequía reinante en la isla, las pestes del cacao, la vetustez de las casas habían liquidado la fortuna y se disgustaron mucho pues comprendieron que Saona era un buen cuidador pero no un emprendedor sagaz e inteligente, ya que no había cambiado el género de los negocios cuando empezaban a ponerse malos.
Mientras tanto, a principios de los años veinte, Francisco García Avilés había fundado la “Caja de Préstamos y Depósitos La Filantrópica” y Saona ingresó al directorio representando los capitales de Morla. Por esos días hizo construir el edificio de cemento armado que aún existe en la calle Luque entre Pichincha y Pedro Carbo para lo cual adquirió el inmueble viejo y de madera propiedad de los hermanos Noboa Icaza que lo transfirieron a precio módico, donde funcionó por varios años el Banco La Filantrópica.
En 1923 fue Consejero Municipal y tuvo a cargo la comisión de Instrucción Pública. En 1925 Consejero del Directorio del Banco Comercial y Agrícola que al siguiente año cerró sus puertas a causa del odio y los excesos de Luís Napoleón Dillon y la revolución “Juliana”.
En la década de los treinta descansaba largas temporadas en Salinas donde distraía su dolorosa soledad conversando con los huéspedes del hotel Tívoli o visitándose con los del Majestic, pues eran casi los únicos turistas que por entonces se aventuraban a visitar dicho balneario. Fue una época de mucha tranquilidad.
En 1940 fue electo Vicepresidente de la Sociedad Filantrópica del Guayas y al año siguiente lo reeligieron. En 1942 fue electo Inspector General y el día 3 de Octubre de 1945, por enfermedad de Alejo Matheus Amador, recibió de éste las llaves del edificio de la Filantrópica con las siguientes proféticas palabras: “Sólo tú mandarás”, que Saona tuvo la simpleza de creer y practicar hasta que murió, al principio modernizando los talleres, adquiriendo nuevas maquinarias, dirigiendo la revista “El Filántropo” y construyendo varios edificios de cemento sobre el inmenso solar de propiedad de la institución.
Pronto buscó una habitación mas cercana para vigilar con mayor cuidado a sus queridos niños, acción generosa, digna de todo elogio y habitó uno de los departamentos del nuevo edificio de cemento propiedad de la Filantrópica en la esquina de 9 de Octubre y Chanduy.
Concurría diariamente al recinto social en las primeras horas de la mañana y visitaba las dependencias para hacerse cargo de las necesidades más urgentes. Trataba a los profesores y estudiaba a cada alumno, considerándoles hasta en sus necesidades económicas. En lo intelectual formó un “Reglamento interior de la S.F. del G. para uso de sus Escuelas y Talleres” en 1945, en 17 págs. En 1947 publicó una “Breve Cartilla escrita para los alumnos de la S. F. del G. por su Presidente” en 18 págs., que conoció sucesivas ediciones el 49 y 50.
En 1948 salió de su pluma “Rielando en un Mar de Recuerdos” en 122 págs. con intimidades, minucias, costumbres y viñetas de Guayaquil y sus balnearios anteriores al Incendio Grande y que por sus cándidos recuerdos repletos de encantadoras puerilidades, constituye un testimonio documental de primera mano sobre nuestros mayores. Este hermosísimo libro conoció dos ediciones más corregidas y aumentadas en 1949. En la segunda edición dedicó una de sus crónicas a mi padre, Vocal Principal de la Sociedad y cordial amigo suyo, así como una segunda parte el 50 en 154 págs. con segunda edición el 52.
En 1953 apareció “Educando y Distrayendo” en 63 págs. con rondas, versos y cuentos infantiles. En 1954 hizo reconstruir el teatro 9 de Octubre. En 1963 publicó “Recogiendo mis pasos” en 132 págs. cuya continuación salió pocos meses después en 380 págs. Esta segunda obra de tradiciones, consejas, cuentecillos, versos populares, cantares infantiles y minuciosidades sobre la vida de antaño complementó su anterior producción, colocándole en el número de Cronistas y tradicionistas anecdóticos, a la par de Manuel Gallegos Naranjo, José Gabriel Pino y Roca, Víctor Manuel Rendón Pérez, Emilio Gallegos Ortiz y María Angélica Castro Tola de Von Buchwald que son los que más importancia han dado a las costumbres de nuestro medio. Saona tenía predilección por lo intimista, de allí su importancia en la historia chica. Su segunda obra comienza diciendo: “Tenían los antiguos y tiene buena parte del pueblo actual, la creencia de que los muertos vienen a recoger sus pasos. He querido adelantar algunas jornadas de esa faena.
En la década de los años cincuenta acostumbraba hacerse acompañar de un joven (empleado de mano les decían entonces) y tomaba vacaciones en el hotel Humboldt de Playas. Era un viejo sordo que vivía reconcentrado en sus recuerdos de un Guayaquil decimonónico y cordial (porque su madre siempre tuvo el dinero suficiente para un buen vivir) y como no poseía vehículo propio, su amigo Víctor Emilio Estrada le prestaba el suyo con chofer y todo, y la gente dio en llamarle “El viejo Saona” aunque no había cumplido aún sus ochenta años. El mismo contaría que su empleado era muy listo y se acercaba diariamente a la cocina del Hotel a solicitar la mejor presa o el más vistoso platillo para su patrón, nimiedad que le hacía mucha gracia.
Lamentablemente la arterioesclerosis avanzada que comenzó a afectarle desde 1964 le imposibilitó la prosecución de su noble labor de tradicionista; pero a pesar de su limitación siguió en la presidencia de la Filantrópica del Guayas aunque otros mandaban a su sombra como era público y notorio en la ciudad. El Secretario Enrique Palma Alvarado hacía lo que le daba la regalada gana, lo mismo que en la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso donde mantenía por más de treinta años de presidente perpetuo a Augusto Alvarado Olea.
Estaba tan senil que cada 1 de enero Saona publicaba unos pintorescos saludos, por decir lo menos, que llamaban a risa.
En octubre de 1966 quise visitarlo en su departamento del boulevard para agradecerle el pésame recibido por la muerte de mi papá, pero un guardia de seguridad me lo impidió. Un sobrino lo mantenía prácticamente secuestrado. En 1967 fue declarado Mejor Ciudadano por la Municipalidad. Falleció en Guayaquil el 17 de Octubre de 1970 de casi noventa y tres años y se originó un bullado juicio por la posesión de sus joyas – más de trescientas entre relojes, anillos y collares – y numerosas cédulas hipotecarias. Las joyas se habían ido acumulando a costa de sus deudores, unos morosos y otros no, como buen prestamista. El sobrino se quedó con todo pero aparecieron perjudicados que reclamaban sus prendas, que fueron escondidas por lo cual le iniciaron juicio y hasta cayó preso pero lo defendió Gonzalo Noboa Elizalde y aquí no pasó nada.
Leer a Saona será siempre grato a los guayaquileños de todos los tiempos. Fue el Cronista de una época (1883 a 1896) que se inició con los Restauradores y terminó con el Incendio Grande, tiempo de revoluciones y cierra puertas, pero al mismo tiempo de religiosidad sin beatería, de desprendimiento y civismo y de un alto sentido del pundonor y cumplimiento del deber.
Cuando le conocí era un caballero menudito, blanquísimo, pelo plateado y rostro agradable. En su trato cortesano pero sin afectación y usando la parsimonia propia de los guayaquileños antiguos.
Cuidadoso en sus vestidos, jamás dio una nota discordante ni cayó en el decir de las gentes porque era medido en todo y se sabía cuidar hasta en sus palabras y gestos.