SALVADOR MONCAYO JOSE

MEDICO.- Nació en Riobamba hacia 1824, hijo del doctor Juan Fernández Salvador y López, sacerdote y de una de las Señoritas Moncayo Merino. Estudió en Riobamba y hacia 1824 viajó a Quito a seguir medicina en el Colegio de santo Tomás de Aquino donde se graduó en 1848. Luego entró al ejército y ascendió a Cirujano de Primera Clase en 1853, año en que la Facultad de Medicina lo eligió “Segundo Conciliario”. En 1854 informó al Presidente Urbina sobre el estado del Hospital de San Juan de Dios y contrajo matrimonio con Mercedes González Calisto. En 1863 integró el Tribunal de la Facultad Médica. El 64 fue enviado por García Moreno a examinar al Dr. Juan Borja Lizarzaburu, que se hallaba grave y en prisión, sufriendo una gangrena por el desprendimiento de la mandíbula, que el Dr. Salvador no detectó a tiempo. En 1867 fue Prefecto de la Congregación de Caballeros de la Inmaculada, y pagó de su peculio las estatuas del Corazón de Jesús y San José que hasta hoy se venera en la Capilla de dicha Congregación. Por su iniciativa se adoptó la insignia que aún se usa. El 68 fué miembro de la Junta Promotora del primer Congreso Eucarístico.
Amigo íntimo de García Moreno y emparentado políticamente con las Veintemilla, por mucho tiempo médico de la familia Ascázubi, atendió a las dos esposas de García Moreno en sus partos.
En 1890 quedó viudo a consecuencia del trágico fallecimiento de su esposa ocurrido en Ibarra. Cinco años después murió igualmente en accidente su hija Zoila Rosa, de quien trataremos aparte. Durante la primera presidencia de Alfaro’”fue allanado su domicilio y se registraron sus muebles y papeles. Cinco de sus hijos fueron conducidos al Panóptico el mismo día”. Su cuñado el Arzobispo de Quito, Pedro Rafael González Calisto, se refugió en su casa, ubicada en el centro, donde después funcionó el “Círculo Militar” y ésta permaneció algún tiempo cercada por los soldados.
Hacia 1902 empezó a sufrir un decaimiento general. El artista Rafael Salas Estrada lo pintó en el cuadro “La muerte de San José” que se conserva en la Catedral de Quito y el 20 de mayo de ese año falleció de setenta y ocho años de edad. De estatura mediana, tez y cabellos blancos, ojos azules, bigote, gustaba vestir con pulcritud y corrección. Jamás rehusó sus servicios a los pobres o a los humildes. Su carácter muy bondadoso, su porte digno, sus costumbres piadosas.
Su hija Zoila Rosa había nacido en Quito el 10 de Abril de 1855. A los siete años era alumna interna en el Colegio de los Sagrados Corazones donde le enseñaron a cantar, recitar y comenzó a escribir un “Diario Intimo” hallado después de su muerte. En 1870 quiso ingresar a un claustro pero su familia se opuso. Tenía el don de contagiar alegría a los que estaban cerca, practicaba los preceptos cristianos, visitaba hospitales, cárceles y casas de mendicantes. Su residencia, que no era de las más ricas, era el sitio al que sin embargo recurrían los necesitados.
A raíz de la muerte de su madre en 1890, tomó a cargo el cuidado del hogar, a su padre y hermanos menores, a imitación de Mariana de Jesús acostumbraba mortificarse a solas, escondida y en su cuarto. “Usaba disciplinas de pita, alambre, hierro, tablillas clavadas con puntas de navajas, silicios de todas formas, chaquetillas de clavos y de alfileres y otros instrumentos espantosos. Usó silicios hasta en la lengua y no hubo parte del cuerpo que no tuviese su martirio. También se mortificó con aquella forma de penitencia tan repugnate a la naturaleza y que consiste en lamer las llagas purulentas de los enfermos que iban a pedir limosnas a la puerta de su morada. Pero la parte de su preferencia para infligirse castigos era el corazón, al que castigaba de continuo quemándolo con hierros candentes o carbones encendidos. Igualmente rezaba mucho y a todas horas”.
Recitaba muy lindo y se cuenta que Vicente Piedrahita compuso su “Oda al Pichincha” para que Zoila la aprendiera y recite en público. En 1884 fundó la “Sociedad de Señoras de la Caridad”, rama ecuatoriana del frondoso árbol sembrado por San Vicente de Paúl en 1617. Fue secretaria fundadora y la más activa de las socias. En 1892 y estando en presencia de Federico Rivera Pacheco y Toribio Noboa Baquerizo, Presidente de la Cámara de Diputados y Ministro de Hacienda, respectivamente, solicitó al doctor Aurelio Noboa Carbo, entonces Senador, que contribuya para el sostenimiento del orfelinato de Quito, con una erogación.
Bueno, señorita, con mucho gusto, pero os dignaréis cantar “’El Miserere” del Trovador, respondió el chistoso parlamentario. Acto seguido Zoila se sentó al piano y entonó con dulcísima voz el aria solicitada, saliendo airosa de tan difícil prueba.
El domingo 14 de Abril de 1895, día de la resurrección del Señor, después del almuerzo, acompañó a Dolores Jijón de Gangotena a llevar viandas de obsequio a los presos. El carruaje iba subiendo la empinada cuesta que lleva al Panóptico cuando se desbocó el caballo y emprendió veloz carrera. El coche se zarandeaba para ambos lados y de pronto una de las puertas se abrió con violencia y Zoila salió despedida al pavimento, con tal mala suerte que su cabeza chocó contra el filo del bordillo de piedra de la vereda, muriendo instantáneamente.
El suceso fue muy lamentado. “Fue una señorita muy linda y muy santa”. Su padre quedó inconsolable y el entierro se realizó con el acompañamiento del Dr. Aparicio Rivadeneira Ponce, Encargado de la Presidencia de la República, siendo sepultada en el Convento del Carmen.
En 1914 brotó del borde inferior de la lápida un hongo salitroso, de aspecto níveo y suavísimo al tacto, que desarrolló hermosamente por los lados de la lapida en forma de flores dibujadas con exquisito gusto, que sirvieron de marco a las lápidas vecinas. Borrado inconcientemente por la sacristana de la capilla un día que hizo limpieza de la cripta, ha vuelto a aparecer, lo cual dicen que constituye un prodigio.
De Zoila se dijo en su “Oración Fúnebre” pronunciada por el Padre Alejandro Mateus: “No perdió ocasión de martirizarse, proporcionando tremendo dolores a su cuerpo”. Uno de sus biógrafos apunta que en cierta ocasión retirada al cuarto donde acostumbraba martirizarse, encendió el reverbero y calentando en la llama un crucifijo de metal, hasta conseguir que se ponga al rojo blanco, alzóse el escapulario y se aplicó el crucifico de diez centímetros, hecho una ascua, sobre su pecho desnudo; después tomó de igual manera un punzón de hierro y calentándolo al rojo escribió sobre su corazón ciertas señales o letras correspondientes al monograma del Corazón de Jesús y el de María. Estas aberraciones propias del tenebrismo de anteriores siglos eran tenidas a finales del siglo XIX, como signos inequívocos de santidad, cunadorealidad constituyo muestras de masoquismo por eso su causa de beatificación se ha iniciado en Quito.