SALINAS : ¿Tienen alma los animales?

SUCEDIÓ EN SALINAS
¿TIENEN ALMA LOS ANIMALES?

El Caballo que salvó la vida de su amo

Cuando Salinas era una pequeña población al pie del mar y el ferrocarril a la costa estaba llegando a ella, hacia 1.922 aproximadamente, se creó el estanco de sales y la capitanía de ese Puerto, dotándola de autoridades y de importancia. 

Años más tarde el estero que separaba Salinas de la Ensenada de Chipipe y que corría desde el actual mercado hasta las villas de los Ponce Luque, fue cegado para que los vehículos pudieran arribar hasta el fondo de la puntilla, donde ahora se levanta la Base Militar, construida por los gringos en 1.942. 

Así las cosas, vivía como reina de esa población doña Eleodora Peña, noble matrona que poseía varias casas y numerosos pozos de sal, teniendo como único pariente a un sobrino querendón y servicial, que no se desprendía de ella. Doña Eleodora era gorda y grande y solía salir por las tardes al corredor de su casa, a tomar el sol, acompañándose de diez o doce perrazos cholos, patas largas, color amarillo, que se acostaban a dormitar a sus pies, dignos descendientes de los famosos galgos traídos por los Conquistadores. Un caballo blanco siempre permanecía amarrado a su puerta, no para su uso pues hacía muchos años que ya no montaba, sino para cualquier diligencia que hubiera que realizar por los sitios cercanos; que doña Eleodora era mujer de acción y su casa servía de residencial o pensión a los viajantes. 

El caballito de nuestro cuento era blanco pero manchado y como animal no podía ser calificado de gran cosa. Algo viejo, con sus dientes a medias y su cola y crines al viento, era de ver como trotaba por la playa hasta la Capitanía, donde también se estaba construyendo un muelle, llevando y trayendo compras, noticias y mandados. De su nombre no me pregunten que la historia no lo ha conservado  y por eso no pasará a la posteridad, pero siempre iba montado por alguno de los muchachos de servicio que llegaron por esta y otras causas a quererlo y estimarlo como a un amigo regalón, más que como a un simple instrumento del correo. 

Un buen día el caballo amaneció triste y por más que se hizo para que comiera su pienso y hasta zanahorias no quiso hacerlo, parecía como si tuviera alguna dolencia interna porque a la noche comenzó a quejarse y al día siguiente amaneció tan demacrado y débil que si se paraba por algunos minutos, muy pronto se volvía a inclinar y las ancas ya no le resistían y así se estuvo algunas semanas sin que remedio alguno pudiera reanimarlo, ni las frotaciones con bálsamo, ni dos o tres purgantes naturales que el brujo Quimí de La Ensenada, le proporcionó con brebajes y yerbas para que botara lo “mal comido”, ni nada en general, de tal suerte que cuando amaneció muerto un sábado, nadie se extrañó. 

Botado su cadáver a una zanja que se construyó de exprofeso, fue tapado con su ruana preferida como se le hacía todas las noches y nadie más se preocupó de él, quedando la tumba cubierta con tierra arcillosa amarilla y fresca que el siguiente invierno cubrió de lluvia y emparejó y pasaron varios meses hasta que una noche, cuando más arreciaba la tempestad y se escuchaba el crepitar de la lluvia en el mar, doña Eleodora sufrió un vahído y se pensó que hasta podría ser mortal, puesto que sufría de la presión arterial y ya estaba muy viejecita. Había que ir a ver enseguida a un médico, quizá el de la Capitanía del Puerto quisiera desafiar el tiempo y venir con un maletín de remedios de emergencia pero ¿Quién podría ir a verlo? 

Una sola mula había quedado a la muerte del caballito y esta era muy lenta, no había sin embargo otro medio de transporte y se ensilló la mula, que fue montada por el sobrino y enfiló hacia la Capitanía, cuyo edificio de cemento armado se veía a lo lejos. Más, en mitad del camino de la playa, se oyeron unos rápidos cascos, usuales cuando montaba al caballito blanco, que pasaron a su lado y se alejaron apresuradamente, confundiéndose con la negrura del sector. Sería algún viajante que no había visto por la oscuridad?  ¿O quizá algún animal suelto? Pero en Salinas y peor aún de noche y por la playa, no andaban animales sueltos. . . se contestaba el viajero y en eso llegó a la Capitanía cuando la lluvia había amainado, se sentía una brisa refrescante en el ambiente y percibíase el olor natural de humedad que sale de la arena después de la borrasca, encontrando con la agradable sorpresa de que el Dr. Piguave Maquilón lo estaba esperando en la puerta, maletín en mano y con impaciencia. 

¿Qué ocurre don Pepe? preguntó Piguave. 
Véngase doctor, que mi tía está muy enferma.

Y ambos regresaron en las mulas, puesto que el sobrino había llevado una de repuesto; sin embargo el Dr. Piguave le dejó helado de susto al referirle que estando cómodamente recostado en su hamaca, había oído el piafar de un caballo en la puerta, que al salir no había visto nada, pero que nuevamente al darse la vuelta lo había sobresaltado nuevamente el mismo sonido y en estas se había estado casi dos minutos, hasta que comprendiendo que se trataba de algo sobrenatural se vistió, tomó su maletín y esperó pacientemente que alguien viniera a verlo, pues esa era la señal del mensaje. Minutos después llegaba el sobrino con las dos mulas. 

Doña Eleodora no murió esa noche ni las siguientes porque vivió algunos años más, pero el recuerdo del caballo la acompañó el resto de su vida, sin poder olvidar el gesto amable del buen animal, que aún después de muerto resultó ser útil, beneficioso y servicial. ¿Tendrán alma los animales? se preguntaba ella, cada vez que de este caso se trataba en su pensión. ¿Podrán cuidar a sus amos aún estando muertos? Las respuesta siguen en el misterio pero no se crea que este ha sido el único caso de un animal que ha regresado desde el más allá para cuidar o proteger a sus humanos más queridos. No señor, que hay muchos otros.