Salcedo Legurburu Manuel Antonio

No sólo en el Ecuador sino en el mundo entero la oratoria es una de las más raras disciplinas y predisposiciones que se da puede encontrar; desde luego la oratoria, como cátedra, como parte de la literatura. Individuos llenos de verborrea y de demagogia que muchas veces ciegamente sean calificados como buenos oradores no dejan de faltar en cualquier lugar, en todo tiempo.

Abelardo Moncayo, refiriéndose a este eminente sacerdote de la orden Agustina dice: “No le visteis en el púlpito, no lo oíste a Salcedo? desgraciados! ni idea entonces podéis formarlos de lo que en realidad son los atletas de la palabra, los verdaderos oradores” el éxito de sus sermones y su actitud frente a la vida parecen algo legendario. Desde el presidente de la República hasta el elemento más descalificado acudía al templo para escuchar el timbre de su voz que hacía proselitismo religioso en la forma sustancioso y original. Amigo de la bohemia y dueño de una inteligencia ágil, su presencia en el casillero de la oratoria sagrada es única, eclipsaba con su verbo, anonadaba con su gesto, convencía con su verdad. Sus mejores sermones son: “El de la Inmaculada”, “El de la Cruz”, y “El de San Agustín” que, actualmente  constituyen verdaderas joyas literarias bien por el contenido que abrazan, como también por no encontrarse los con facilidad en el mundo de la lectura.

“Fueron su juventud y su niñez desdichada. Salcedo conoció el hambre y la desnutrición, la calle fría e inhóspita para su cuerpo y su espíritu. Los sufrimientos fueron los que moldearon su carácter cuando escogió la palabra de Cristo en la tierra. No conoció el amor de sus padres quienes no le acompañaron en la primera etapa de su vida. Por ello fugaba del convento para ser libre y extasiarse en el pasaje de la ciudad de nacimiento o en las notas armoniosas de una guitarra que el glosaba con delirio y maestría”. “La magia de su palabra encendía el alma de los fieles que perdonaban en Salcedo al hombre Gallardo y viril, con todos sus pecados tan humanos y tan cristianos en cualquier mortal” (Leonardo Barriga López. Valores humanos de Cotopaxi). Este ilustre sacerdote agustino nació en Latacunga el 6 de junio de 1829, falleciendo el 2 de noviembre de 1870.