SALCEDO LEGORBURU MANUEL

ORADOR.- Nació en Latacunga el 6 de Junio de 1829 y fueron sus padres legítimos el plumario Antonio Salcedo Proaño, natural de Latacunga, quien se ganaba la vida de escribiente en los Juzgados Parroquiales y como Apoderado, fallecido antes de 1861, quien abandonó a su esposa Concepción Legorburú Cruz, de profesión fritanguera y luego costurera, en su ciudad natal Ambato, de raza mestiza, de sobrenombre La Taca, por tener una manchas amarillas en el rostro y pobre de solemnidad.
Leonardo Barriga López ha escrito “Fue su niñez y juventud desdichada. Conoció el hambre y la desnutrición, la calle fría e inhóspita para su cuerpo y su espíritu, no tuvo el amor de sus padres quienes no le acompañaron en aquella etapa de su vida”.
A pesar de ello el niño pudo estudiar las primeras letras en la escuela central de Latacunga distinguiéndose como el mejor y fungía como orador subiéndose a las bancas escolares.
Por esta época vivió un período en Guayaquil recibiendo la protección e influencia de fray José Cadena quien le vaticinó que sería el mejor orador nacional. Vuelto a Latacunga recibió clases de Simón Rodríguez, el maestro del Libertador Bolívar. De diecisiete años, en Octubre de 1845 y solo por escapar de la miseria ingresó al Coro de San Agustín en Quito, como simple postulante, pues no tenía vocación.
El 26 de Enero de 1846 tomó los hábitos sin ganas pero sabiendo que era su única opción de vida y fue su maestro de Novicios fray José Hernández. El 15 de Marzo del 47 profesó ante el Vicario fray Felipe de Rivera y comenzó a estudiar Filosofía, Teología y Derecho Canónigo en la Universidad Central donde permaneció hasta el 54.
“Corpulento, la melena larga y negra, de mirada vivaz, inteligente y clara, librepensador. Se distinguía por su timbrada voz, naturales pero inteligentes maneras, a veces graves y en otras ocasiones por demás expresivas, y por una increíble fluidez para hilvanar frases y períodos cuando pronunciaba discursos que solían captar la atención de cualquier auditorio”.
Si le hubiera correspondido vivir en otro medio y época o nacido con posibilidades económicas, habría tenido opciones y libertad para escoger la carrera de hombre público, tribuno o parlamentario, pues descollaba entre sus iguales, pero lamentablemente la estrechez del medio solo le ofreció el sacerdocio como única salida y como no era virtuoso porque le agradaban las francachelas con música de guitarra, mujeres fáciles y licores baratos, este gran ecuatoriano de todos los tiempos, fue un pésimo sacerdote.
En 1852 su genio explosivo de hombre que gustaba de los dulces ojos de una mujer y de una sonrisa mágica y alada, le impulsaba a fugarse del claustro para protagonizar continuos escándalos que le atrajeron varias reconvenciones de sus superiores quienes terminaron por enviarlo al Convento de San Bernabé en Latacunga.
“Allí vivía a sus anchas en juergas y otros pasatiempos sin importarle demasiado su condición de eclesiástico y en las ocasiones que la Orden requería de sus servicios en la cátedra sagrada, viajaba a Quito, hablaba, y triunfaba cada vez con mayor éxito”; sin embargo, sus amores desfachatados con una señora de apellido Munive hicieron que a la postre tras algunos meses en Latacunga lo retornaran a la capital.
De 1853 es el Panegírico de San Ignacio de Loyola, que han pasado a la posteridad porque fue tomado en taquigrafía.
En Julio del 55 fue electo Secretario de la Provincia, entre Septiembre y Octubre del 55 el Arzobispo Francisco Javier de Garaycoa le confirió las Sagradas Ordenes tras brillantísimos exámenes en los que lució, más que la profundidad de sus conocimientos, la belleza en su forma de expresarlos. Ya tenía fama de excelente orador pues en Junio se había estrenado en la Catedral durante la fiesta de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción con notable éxito y sus oyentes quedaron tan absortos, tan arrobados, tan magnetizados, que al final hubo varios desmayos y hasta le perdonaron que no tratara mucho sobre el dogma, lo cual fue considerado como algo sin importancia, una pecata minuta.
El 28 de Agosto volvió a ocupar la cátedra sagrada y pronunció el Panegírico del Patriarca San Agustín. El 6 de Julio del 56 se lució en el Sermón de la Cruz durante la fiesta del señor de la Buena Esperanza, que también fue tomado en taquigrafía y constituye un modelo literario, por ser obra acabada y perfecta en todo sentido.
La Orden Agustina se ufanaba de Salcedo y le elevó a Secretario de la provincia y todos se hacían lenguas de su oratoria pues constituían la maravilla de la capital. Sus sermones eran buscados porque arrobaban haciendo que la gente perdiera hasta la noción del tiempo.
No podemos acusarlo por el relajamiento de sus costumbres pues eso era lo natural en su época. “Imperaba un ambiente laxo y él no quiso ni tuvo voluntad para escapar de ese malévolo influjo. Por ello era libre y se extasiaba en el paisaje de la ciudad o en las notas armoniosas de una guitarra, que glosaba con delirio y maestría”.
“En muchas ocasiones se perdía varios días y lo encontraban en alegre bohemia, hablando de los problemas de la Patria o de su religión, charlando y discutiendo con un grupo de amigos que como él frecuentaban ciertas casas del barrio de san Sebastián en Latacunga y cosa similar sucedía en Quito”.
Isaac Barrera cuenta “Tradicionalmente se sabe que los Superiores de su convento andaban fatigados tras el fraile que no se aclimataba en el claustro, en vísperas de alguna celebración en que la Orden Agustiniana debía atraer fieles al templo con la predicación de tan afamado orador. Salcedo – así obligado a cumplir con su deber – preparaba mal y a mal cabo sus sermones, que obtenían sin embargo el éxito más rotundo”.
“Al subir al púlpito se transfiguraba, atrayendo la atención con su figura magnética y difundiendo su voz en el templo, a veces con tremenda fuerza arrolladora y en otras con la pasividad y armonía de arroyuelo. Hablaba de corrido. Jamás leía” y Abelardo Moncayo en su obra “Añoranzas” dice “¿No lo oísteis a Salcedo ¡Desgraciados! ni idea entonces podéis formaros de lo que en realidad son los atletas de la palabra, los verdaderos oradores”.
La magia de su palabra encendía el alma de los fieles que perdonaban en Salcedo al hombre gallardo y viril con todos sus pecados tan humanos. Otra faceta poco conocida de su complicada personalidad era su ideario político porque “razonaba con mentalidad de civilista más que con aquella atrabiliaria de algunos sacerdotes católicos” dirían después de él.
Entre el 57 y el 58 vivió en el Convento agustino de Latacunga. En 1859 regresó a Quito y fue miembro de Consulta y Secretario del Convento. En Marzo del 60 Pedro Fermín Cevallos le escribió a su amigo Juan León Mera: La ciudad toda de Quito se ha ocupado en estos días de celebrar y enaltecer la elocuencia de un padre agustino Salcedo, joven todavía, que ha predicado en las ferias de los domingos. Tanto me habían dicho que fui trasantier a oírle, y he salido contento y enorgullecido de que nuestro país tenga un sacerdote elocuente que, si modera sus costumbres (las tiene malas) podrá llamarse el Bossuet ecuatoriano. La composición, la gesticulación, la voz, la gracia, la pronunciación enteramente castiza, todo, todo reúne en su favor, y se ha arrastrado con justicia las simpatías y admiración de todos. Como es absolutamente pobre, se abrió una suscripción para proporcionarle siquiera vestidos, y el encargado tiene ya como ochenta pesos recogidos en pocas horas. Salcedo es hijo de Latacunga, de nuestra provincia.
Ese año ascendió a Superior y Maestro de Novicios y pronunció el Sermón de las Mercedes. El 61 le designaron Predicador General en el Capítulo Provincial que celebró la Orden y el Nuncio Monseñor Tavanni, al escucharle un sermón en Latacunga, quedó tan prendado, que enseguida le confirió el Grado de Maestro Predicador. El 62 le llamó a Palacio el Presidente García Moreno y mantuvieron una charla cordial. Ese año recibió clases de oratoria del célebre orador italiano padre Concetti y adquirió una casa en Latacunga para que viva su madre y goce de una pequeña renta.
Desde 1863 hasta el 66 predicó en toda la República, aunque podría decirse que ya estaba alcoholizado. Entonces pronunció uno de sus famosos Sermones que trató sobre la guerra y como acababa de finalizar la que sostuvimos en Colombia, aún se hallaban vivas las opiniones. Por eso, al finalizar la pieza, fue largamente aplaudido a pesar que en los templos eso no se acostumbra.
En 1865 y estando en Quito, sus hermanos del Convento le advirtieron que se contuviera un poco y cuidara de lo que decía porque entre la concurrencia se habían colado el Presidente Gabriel García Moreno y Pablo Herrera que actuaba como su secretario. Ambos tenían una curiosidad malsana pues les gustaba entremeterse en todo asunto relacionado con curas y conventos y querían cerciorarse si Salcedo se encontraba entre los opositores políticos a la tiranía o cesarismo presidencial, conforme les habían contado.
“Lleno estaba el templo hasta en sus rincones. Salcedo subió al púlpito y recortó su alargada figura así como la negrura de su hábito sobre talladas maderas y rico pan de oro. Parsimoniosamente se sacó los guantes y esperó el silencio.
Entonces dejó escapar la siguiente tremenda imprecación ¡Maldito sea Dios! Los fieles lanzaron un grito de asombro y terror y García Moreno dirigiéndose a su edecán exclamó jSuba al púlpito y baje a empellones a ese fraile alcohólico y degenerado y tráigamelo¡ Salcedo volvió a gritar con más fuerza ¡Maldito sea Dios! El Edecán apuró el paso y habiendo llegado al pie del púlpito en medio de la expectación de los presentes, en los instantes en que se disponía a subir, escuchó asombrado ¡Maldito sea Dios, gritan los condenados en el infierno! Otra pausa larga y el Edecán se contuvo, instante que aprovechó Salcedo para dar inicio a un hermosísimo y magistral sermón que fue la comidilla en mucho tiempo, dejando burlado al Presidente de la República que se retiró al final, gratamente sorprendido…”
Juan León Mera, comparando a Salcedo con el franciscano José Maria Aguirre, otro gran orador aunque posterior a esa época, ha dicho “Aguirre era más erudito que Salcedo, más conocedor de la lengua, tenía más unción, etc. pero Salcedo le ganaba porque poseía tal conjunto armónico y magnífico de dotes de oratoria que difícilmente volverá a hallarse en otro predicador, a lo menos, entre nosotros…”
Como prueba de su notable inteligencia se cuenta que un día – mientras jugaba a las cartas – entró su madre y le recordó que tenía que pronunciar un Sermón; entonces, mirando un As de oro se levantó, marchó al templo y ya en el púlpito hizo como si se le hubieren caído unas barajas, las recogió y mostrandolas a los oyentes dijo: oro, copas y espadas, y disertó largamente sobre el dinero, sus pro y contras, sobre el vicio del licor y toda degeneración y finalmente sobre la guerra y las discordias.
El 66 viajó a Lima y predicó en la Iglesia de los Agustinos. A finales de 1868 predicó un Octavario en Latacunga con ocasión del terremoto que había asolado la comarca de Ibarra y luego dijo otros en Cuenca y en Loja. En Enero del 69 García Moreno derribó al Presidente Javier Espinosa y numerosos liberales tuvieron que esconderse o salir al exilio. El 19 de Marzo estalló una contra revolución en Guayaquil acaudillada por el General José de Veintemilla y aunque fue dominada dejó una secuela de intranquilidad en el país. Salcedo había regresado a Latacunga desde Guayaquil, Cuenca y Loja y el 8 de Diciembre, fiesta de la Virgen Inmaculada, lanzó un fogoso sermón en el templo de San Sebastián sobre la muerte de Holofernes por mano de Judith quien le cortó la cabeza para liberar a su pueblo, en clara alusión al tirano García Moreno que mantenía al país aterrado. Luego del Sermón y al andar los fieles cosa de cuatro cuadras, se inició un fuego en el templo y la gente dio en repetir que “había incendiado a la iglesia con su verbo.”
Alguien corrió con el chisme donde el tirano y el día 11 éste dirigió un oficio al Gobernador de la Provincia de León, disponiendo la captura de Salcedo para que un juez de Letras inicie la correspondiente causa, a tiempo que ordenaba su remisión a Quito con fuerte escolta de soldados.
Salcedo arribó bastante atemorizado porque corría peligro de salir desterrado al oriente por la vía del río Napo con todos los sufrimientos propios de un tan largo y peligroso viaje. “El tirano le increpó con cólera, con improperios, y el padre no le respondió sino con humildad. Mantúvole algunos días en prisión y luego fue puesto en libertad. Pues le tenía por el mejor Orador del continente.
Nuevamente en Latacunga, a principios de 1870 le sobrevino una enfermedad muy peligrosa. Una crisis de descompensación hepática producida por la cirrosis que hacía tiempo le había comenzado hizo que el amoníaco de su organismo no fuera expulsado y pasó al cerebro, produciendo alteraciones psíquicas. Su amigo y médico, que estaba de Gobernador, el Dr. Felipe Sarrade, olvidándose de los últimos acontecimientos concurrió a atenderle y recetó mejores climas y varios medicamentos. Dice Sarrade “A Baños le hice ir para que convaleciera de dos o tres ataques mortales de que logré salvarle como médico en los meses que sobrevivió después del sermón.”
En agradecimiento Salcedo le obsequió un bastón – única herencia recibida de su padre – y mejoró algunas semanas, pero empeoró repentinamente, deliró acongojado entre las visiones de angustia que ocasiona dicha dolencia y expiró en su casa de las calles Maldonado y Quevedo, en Latacunga, el 2 de Noviembre de 1870, de escasos cuarenta y un años de edad, en el pináculo de su fama como orador sagrado, respetado por todos, hasta por sus enemigos y por las más altas autoridades civiles y religiosas y fue enterrado en el Coro Bajo de la Iglesia de San Agustín. Su Corona Fúnebre se editó poco después.
Existe su retrato en que se le ve alto, lejano, serio, austero. Esto último nunca lo fue pero le gustaba asumir poses pues era un actor nato.
En su memoria se creó el Cantón Salcedo en 1919. De su producción solo se ha podido conservar los siguientes sermones:
1) El de la Inmaculada, 2) El de San Agustín, y 3) El de la Cruz, que se reputa el mejor de todos y salió publicado en 1929 por el Arzobispo Manuel María Pólit en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Quito y 4) El de San Ignacio que editó en forma de folleto la Casa de la Cultura Núcleo de Cotopaxi.
El Sermón de la Cruz ha sido calificado de obra maestra de la Oratoria por Hernán Rodríguez Castelo quien ha expresado “Por su estilo de períodos amplios, que con sus prótasis y apódosis completan unidades de emoción y al cerrarse invitan al aplauso. Por su lenguaje simple con pasajes de expresión lograda y fuerte. Por sus recursos oratorios, por lo popular – tuvo el genio de la oratoria popular – vivas y rápidas gradaciones, repeticiones, etc.
A su muerte se dijo “Chispa del cielo, caíste al seno de la naturaleza y se alzó tu espíritu a las maravillas de armonías sobre el Tabor del cristianismo, transfigurando en el genio de la elocuencia. Los pueblos tenían verdadera ansia de escucharlo y las ciudades se volcaban al templo donde se sabía que iba a predicar”.
En 1875 su amigo el poeta Juan Abel Echeverría escribió su Elogio y terminó diciendo que tu sombra apenas bosquejaba he de ofrecer a la posteridad… te muestre a los siglos como un Dios….
Su biografía acaba de ser escrita y editada el 2009 por el Dr. Fernando Jurado Noboa.