Salas Antonio.

Su vida se divide en dos partes casi iguales: la mitad profundiza sus raíces en las tradiciones de la Colonia y la otra mitad florece y se expande en la inquietud de la vida republicana. Aprendiz de pintura en los talleres de Bernardo Rodríguez y Manuel Samaniego, pudo ser el continuador del espíritu de sus maestros, que pusieron su arte al servicio del tema religioso. El ambiente, sin embargo, le deparó posibilidades nuevas para aplicar sus aptitudes artísticas a la interpretación de asuntos varios.
Al comenzar su juventud fue testigo del escándalo social que se produjo en torno a su maestro Samaniego, cuando su esposa lo puso en la cárcel de la Audiencia, acusándolo de infidelidad matrimonial. Fue el aspecto humano de la vida del artista; pero el hecho influyó en toda su existencia. Algo similar, aunque de más trascendencia, sucedió al discípulo.
Fue el 19 de marzo de 1824, día consagrado a San José. Don Antonio se levantó temprano para oír la Misa de precepto y luego concurrir a la casa del Dr. Joaquín Gutiérrez, para proseguir la pintura mural que se estaba realizando en las piezas altas. Quiso la mala suerte que al salir de su departamento se encontrase en el zaguán con su amigo Antonio López, el cual le convidó a tomar una copa de aguardiente.
La condescendencia resultó fatal. A la primera siguió la segunda y así sucesivamente, hasta hacerle perder el juicio y la noción del tiempo. Con todo, al acercarse el mediodía, oyó las últimas campanadas que llamaban a la misa y se dio modos de acudir a la Iglesia de San Agustín. Concluída la misa volvió a la casa y encontró en ella a Nicolasa Cansino, una criada negra con quien su esposa había tenido en la víspera del día anterior un altercado.
Fuera de sí tomó una especie de daga y acribilló de heridas el cuerpo de la Cansino hasta ocasionarle la muerte. Por la tarde, medio inconsciente todavía, acudió a la casa del Dr. Gutiérrez a continuar el trabajo. A eso de las cinco su discípulo José Páez le advirtió de lo que le había pasado y del escándalo que se había producido en la casa. La noche fue a pasar en el Tejar y al día siguiente se presentó voluntariamente a la justicia. De inmediato se inició la causa criminal y tras un largo proceso que duró hasta el 18 de septiembre fue condenado a prisión en Punta de Piedra, que luego se le conmutó confinado en la ciudad de Loja, donde dejó algunas obras.
Del proceso se desprenden algunos datos interesantes. Fue discípulo de Bernardo Rodríguez. “Siempre fue de buena conducta, buen juicio y buenas prendas, de carácter festivo y chistoso”. Cliente suyo fue el Capitán Francisco Montúfar. Para el pago de costas se hizo el inventario de sus bienes, en que constaban muchos cuadros, acabados unos y otros en boceto.
En las actas del Congreso de 1832 hay una referencia a este episo_
– 2 –
SALAS, ANTONIO
dio de la vida del pintor. En la sesión del 18 de Octubre “Se dio cuenta con la comunicación del Ejecutivo, en la que acompañando la representación de Antonio Salas, solicitando se le conceda indulto de la pena de cinco años de destierro en que le condenó la Corte de apelaciones del Distrito por haber dado muerte a una mujer de su servicio doméstico, con el informe de aquel Tribunal, recomendando además las particulares circunstancias que lo distinguen y las que disminuyen la enormidad del crimen, indicando que las autoridades, antes de la transformación del Ecuador, conmutaron a Salas el destierro, con la obligación de enseñar el dibujo en la Universidad Central, cuyos documentos no se han podido encontrar, que este profesor ha cumoplido con la enseñanza por algún tiempo menor que el de cuatro años que él expresa, y que por lo mismo cree el Ejecutivo que pudiera obligarse a esta enseñanza por el tiempo preciso de seis años, bajo las cautelas necesarias para asegurarse de su cumplimiento para que quede compurgado con utilidad pública un exceso que debe, más bien atribuirse la exaltación causada en un festín, pues sus costumbres han sido siempre arregladas, y se mandó pasar a la comisión de peticiones.
Los años debieron atenuar el recuerdo del episodio ya lejano de la vida del pintor. En 1838 los Padres Agustinos encargaron a don Antonio la pintura de una serie de lienzos de la Vida de la Vírgen, con las escenas de su Natividad, Infancia, Anunciación, Visitación, Alumbramiento, Presentación, Huida a Egipto y Coronación. En el cuadro de la Visitación hizo constar la inscripción de: “Antonius a Salas pingebat Quitensis Anno Domini 1838”. En el Tesoro Americano de Bellas Artes, publicado en París en 1873, consta la primera nota biográfica de nuestro pintor con el aprecio que su arte merecía entre los contemporáneos. Dice así: “Entre los pintores contemporáneos del Ecuador, aparece en primera línea Don Antonio Salas; fue discípulo de Rodríguez, y después de Samaniego; es uno de los más dignos de ser citados. Dotado de una imaginación artística, aventajó a sus maestros en el colorido, y en cuanto al dibujo no dejó de ser superior a todos sus contemporáneos”.
Este artista pintó muchos cuadros para el extranjero, y sus retratos fueron aceptados con entusiasmo. Su carácter franco le conducía a hacer ostentación de su pericia, pues muchas veces pintaba sin rasgos con el lápiz. Todavía se encuentran en Quito y otros puntos del Ecuador algunas pinturas de Salas, las cuales se confunden por su valor con las de Miguel de Santiago; siendo de advertir que, tanto en pequeño como en mayor escala, pintó el óleo, al temple, y no le fue extraña la miniatura.
Su taller anunciaba gusto y delicadeza; pues aparte de sus cuadros, había conservado varios de sus mejores y más antiguos maestros nacionales. Tuvo muchos discípulos aventajados, entre los cuales pueden citarse don Luis Cadena, que fue mandado por el Gobierno a Europa a completar sus estudios; sus hijos y aun varios de sus nietos sin incluir a Brígida, su hija, que no deja de contarla entre las que actualmente trabajan con buena reputación. Entre sus obras citaremos los Generales de la Independencia de Colombia, de propiedad del General Flores; un cuadro que existe en San Francisco de Quito y en el cual el Santo Patriarca está resucitando a un Obispo; otro que representa la oración de San Francisco en el monte, y por último, otro cuadro de San Francisco de la bóveda. Este notable pintor ecuatoriano falleció en Quito en 1860” (1).
Antonio Salas, en el último decenio de su vida, fue testigo del in_
– 3 –
quieto despertar artístico de la juventud ecuatoriana, no ajenas a las zozobras de la política. En 1849 se organizó en Quito el Liceo de Pintura bajo la dirección e iniciativa del dibujante francés Ernesto Chartón. Fue la simiente de que brotó, como árbol espontáneo, la Escuela democrática ¨Miguel de Santiago¨. El solo nombre indicaba la adopción de una nueva tendencia. El artista no podía sustraerse a las preocupaciones de la vida político social. Los autores principales de este movimiento fueron Leandro Venegas, Ramón Vargas, Nicolás Manrique, Juan Pablo Sanz, todos ellos más o menos vinculados al taller del viejo maestro Antonio Salas.
Sin duda este grupo de pintores se sintió estimulado por los aficionados a la música, que para cultivarla, habían organizado la Sociedad “Filarmónica”. Igualmente los amigos de la cultura habían formado la Sociedad llamada “Ilustración”, cuyo nombre evocaba el recuerdo de Espejo y el espíritu de la Enciclopedia Francesa.
La instalación de la Escuela Democrática “Miguel de Santiago”, verificada el 31 de enero de 1852, fue a la vez una declaración de principios y un desahogo público de la situación política en tensión ante el recelo del nuevo advenimiento del General Flores al poder. El ideario de la Sociedad se formulaba en “cultivar el arte del dibujo, la Constitución de la República y los principales elementos del Derecho Público”, bajo el lema de Libertad, Igualdad, Fraternidad. Al acto de inauguración fueron invitados el Presidente de la Ilustración, Dr. Miguel Riofrío y de la Filarmónica, Don Baltazar Antonio Guevara. “Abierta la sesión con los señores Protector Dr. Javier Endara, Presidente, Ramón Vargas; Vicepresidente, Juan Agustín Guerrero, noventa y dos socios y el Secretario don Fernando Polanco, se leyó y aprobó el acta de la sesión anterior”. Luego una comisión fue encargada de invitar y conducir al Gobernador de la Provincia, Comandante Daniel Salvador. Ernesto Chartón escribió lo siguiente:
En la época en que visité Quito, un pintor gozaba de gran renombre: se llamaba (Antonio) Salas. Curioso de ver trabajar a un artista que colocado fuera de los centros de civilización, debía tener un método especial, interesante para un profesional, me hice presentar a él.
A mi llegada, encontré a este patriarca de la pintura trazando un retrato de tamaño natural. Cerca de él se agrupan una decena de jóvenes, inclinados sobre los caballetes. Sin duda, pensé en mis adentros, serán sus alumnos. El jefe de la casa, anciano de pequeña talla, cuyos rasgos enérgicos y expresivos denunciaban un espíritu poco ordinario a su edad, me recibió con la más franca cordialidad.
Guiado por él, visité la casa y atravesé por muchos talleres donde jóvenes preparaban las telas, los colores, fabricaban pinceles, etc.
Manifesté a mi hospedero el entusiasmo que sentía a la vista de un personal tan numeroso y le felicité de haber adquirido tanta reputación como para reunir tantos discípulos.
El anciano se echó a reír:
Vuestros elogios caen mal, Sr., me dice con un gesto de buen humor, nadie en nuestro país se da la pena de seguir las lecciones de un maestro. Un poco de gusto y de destreza, he ahí todo lo que es menester para la pintura de pacotilla, de la que se hace entre nosotros un gran consumo. Los jóvenes que acabáis de ver son mis hijos. ¿Vuestros hijos? Pero yo he contado por lo menos quince?
– 4 –
He tenido veinte, señor, y de este número, diecisiete trabajan conmigo. Os voy a presentar a mis mayores: estos son los mocetones que se han aprovechado de los ejemplos de su padre, como podéis juzgar”.
Entramos a una pieza vecina y encontré a dos jóvenes artistas, Rafael y Domingo, pintando grandes lienzos, cuyos motivos, tomados de la Historia sagrada estaban tratados de modo bastante libre y con un sentido delicado de colores.
Como les preguntara si tenían modelos, me enseñaron grabados del tamaño de la mano, de los que aprovechaban para los asuntos que estaban pintando. Fue grande mi sorpresa.
“Pero, cómo. exclamé, podéis con estas pequeñas litografías, conseguir tal verdad de colores?”
La diferencia de las líneas del buril nos indican las tonalidades principales, me respondieron, la imaginación hace lo restante.
El talento de armonizar los tonos es un efecto innato en los quiteños; jamás ninguno de ellos, aún entre la gente del pueblo, colocan juntos dos matices discordantes. Pero esta intuición artística tendría necesidad de ser educada por estudios serios y desgraciadamente los mejores maestros, entretenidos por el ejemplo, se dedican más a producir mucho que a realizar obra bien hecha.
Salas ha pintado en el curso de su vida más de once mil metros cuadrados de tela, sin contar los que sus hijos han gastado bajo su dirección.
Esta visita al viejo artista, en una villa perdida bajo los trópicos en la mitad de los Andes, a tres mil leguas de mi país, me dejó uno de los recuerdos más agradables de mi viaje. El buen Salas no quiso dejarme partir sin haber antes obligado a aceptar una invitación, su mujer y sus hijas creyeron de su deber preparar al instante lo que ellas tenían de mejor, mientras el pintor y sus hijos me entretenían con mil asuntos interesantes, me preguntaban con una curiosidad llena de simpatía y demostraban del modo más afectuoso el placer que les causaba mi presencia.
Del primer matrimonio con Doña Tomasa Paredes había tenido a Ramón, su primogénito, el heredero y transmisor del apellido y genio de su padre a su numerosa descendencia. Hijos suyos fueron: Camilo, profesor de dibujo hasta 1905, año de su muerte, Víctor, Agustín, Felipe y Alejandro que señaló el camino del arte a sus hijos Carlos y Manuel y hubo de lamentar la muerte prematura de José, becario en Roma, una promesa truncada cuando más se esperaba de él. De Ramón Salas se conserva un pequeño lienzo de San Juan en el Museo Jijón y Caamaño. A juzgar por sus demás obras, conservadas por los descendientes de don Luis Antonio Cevallos, su temperamento de artista captó el encanto que encierran las costumbres populares, en acuarelas de un vívido realismo. Ramón Salas murió en 1880.
El lienzo de San Juan del Museo lleva la data de 1846.
Del segundo matrimonio con doña Eulalia Estrada y Flores tuvo a Rafael, Diego, Jerónimo, Brígida, Josefina Gabina, Camilo, Agustín, Felipe, etc., fuera de un hijo natural, Manuel, músico y escultor, que murió en 1884. De este segundo grupo, el más destacado fue Rafael, el pintor a quien halló Chartón ocupado en su profesión, bajo la dirección de su padre. El 8 de Abril de 1873, por orden de García Moreno, el Ministro del Interior celebró contrato con nuestro artista, por el cual se le obligaba a permanecer entre Francia e Italia un año, con la asignación de trescientos pesos mensuales. La limitación del tiempo obedecía al deseo de tenerlo cuanto antes como profesor de la Escuela de Bellas Artes. Además, Salas era un artista ya formado, que podía observar con rapidez las corrientes nuevas de arte en los dos países que debía visitar. Devuelto a
– 5 –
SALAS, ANTONIO.
la patria cumplió su compromiso hasta la muerte de García Moreno. A partir de 1875, convirtió su taller en escuela de pintura, donde formó a sus hijos y a muchos aficionados. Fue el introductor del paisaje en el arte nacional, género en que se distinguieron luego su discípulo Luis Martínez y Rafael Troya. La Municipalidad de Guayaquil le condecoró en 1888 con medalla de oro y el Congreso de 1902 le otorgó una pensión vitalicia, de que gozó hasta el 24 de marzo de 1906, fecha de su muerte.