ROLANDO LOBATON CARLOS A.

PRINCIPE DE LOS BIBLIOGRAFOS ECUATORIANOS.- Nació en Guayaquil el 13 de Septiembre de 1881, hijo de Juan Bautista Rolando Chico, pudiente agricultor, rentista y periodista guayaquileño, copropietario del periódico “La Nueva Era” en 1884; y de Ursulina Lobatón y Flor de la Bastida.
Nació menudito, amulatado, vivió con su madre pero siempre recibió la ayuda económica de su padre que era rico. Estudió las primeras letras en el Liceo Rocafuerte, luego pasó al Instituto Guayaquil y al Colegio Sucre, cursó la secundaria en el San Vicente del Guayas y se especializó en coleccionar impresos pero cuando ocurrió el Incendio Grande de octubre de 1896 que destruyó la mejor parte de la ciudad, perdió sus bienes y se quedó sin su colección, lo cual le causó un hondo pesar del que sin embargo se repuso enseguida pues siempre fue un espíritu vivaz y optimista.
En 1897 fue socio fundador del Círculo de “Instrucción Libre” aunque pronto salió para formar parte del centro Juan Montalvo con otros jóvenes intelectuales, entre los que se contaban los poetas Enrique, Emilio y Joaquín Gallegos del Campo, Modesto Chávez Franco, Luis Arias Sánchez, Vicente Paz Ayora, Francisco J. Falques Ampuero, Miguel Luna, Manuel Antonio Campos Rivadeneira, Flavio Ortíz Navarro, José Tomás Ampuero, Alvaro y Gonzalo Llona Marchena, Alfredo Espinosa Tamayo, etc. poetas, prosadores, periodistas, unos ya hechos y otros en ciernes, pero con el firme deseo de progresar en el camino de las bellas letras
En 1898 se recibió de bachiller en Filosofía y Letras y viajó a Lima invitado por varios familiares paternos. Allá permaneció casi un año comprando impresos que remitía a Guayaquil en baúles y cajones. “Gustaba de la naturaleza y en compañía de Francisco Campos Rivadeneira emprendían científicos paseos y en 1901 viajó a Quito y se matriculó en la Escuela de Química y Farmacia.”
Frisaba en los veinte abriles y tenía una seriedad inconcebible para aquella edad. Su carácter dibujaba en su semblante la clases de estudio a la que iba a dedicarse, pues vivía preguntando sobre los libros viejos o nuevos, papeles y folletos que él decía tener, pues era de lo más estudioso, al punto que sus amigos le motejaron de anticuario y otros hasta lo calificaron de “Pablo Herrera chiquito” y parece que fue por entonces que ingresó a la masonería como miembro de la Logia Cinco de Junio, donde hizo carrera hasta obtener el grado honorífico de Maestro Treinta y Tres.
En 1903 hizo amistad con el Obispo de Ibarra Federico González Suárez que le aconsejó leer solamente “las cosas de la Patria” y desde entonces se propuso adquirir todo impreso ecuatoriano por humilde que fuere para formar una colección y biblioteca. Era más que un simple coleccionista o anticuario, estaba en la categoría superior de bibliógrafo, pues los leía, clasificaba y conocía sus contenidos.
El 14 de Enero de 1905 rindió el grado de Licenciado en Farmacia y el 6 de Noviembre el de Doctor. Sus compañeros lo designaron Presidente de la Corporación de estudios de Farmacia por su buen corazón y generosa conducta. Entonces recibió el nombramiento de profesor de Química en el Instituto “Mejía” y publicó un folleto titulado “Estudios de Farmacia” en 16 págs. conteniendo un listado completísimo de todo cuanto se había editado relativo a esa especialidad.
En 1905 como militante del liberalismo radical fue partidario del candidato a la presidencia de la República General Flavio Alfaro, quien perdió en las elecciones compitiendo con el banquero Lizardo García.
En 1906 volvió a viajar a Lima a ampliar sus conocimientos y cursó química y farmacia en la Universidad de San Marcos. A su regreso a Guayaquil en 1.908 fue designado miembro de la “Junta Superior de Sanidad” para la erradicación de la peste bubónica que comenzaba a asolar el puerto.
En 1909 ingresó a la “Sociedad Protectora de la Infancia” empeñada en la construcción de la llamada Casa Cuna para beneficiar a los niños pequeños y pobres y a “La Sociedad Filantrópica del Guayas”, publicó “Manual de técnica analítica” que el Consejo de Instrucción Pública recomendó como guía para los trabajos y prácticas de laboratorio y adquirió la Botica “La Ecuatoriana”.
En 1910 fue secretario de la Sociedad de Química y Farmacia y al producirse el conflicto peruano viajó a la frontera en calidad de farmacéutico de la primera Sección de la Cruz Roja bajo las órdenes de Dr. José María Estrada Coello. Entonces ocurrió la siguiente anécdota. Estaban en Machala y recibió de su casa una canasta de comestibles con vinos, licores, aves, huevos, frutas y legumbres que entregó a las monjas. Una de ellas preparó una sabrosa caspiroleta de huevos y vino tinto que esa noche se sirvió de sobremesa. Alguien preguntó intrigado por qué había salido tan prieta. La madre, creyendo que averiguaban por desconfianza, aclaró: No tema, está fresca, fue hecha con los huevos del Dr. Rolando. A lo que fue respondida por un chusco ¡Ahora me explico el colorcito! Rolando era muy trigueño y el asunto se prestó a comentarios burlescos para la atribulada monja.
En 1911 nuevamente fue partidario del candidato a la presidencia de la República, General Flavio Alfaro. En 1912 fue designado director del Laboratorio Químico Municipal de Guayaquil y profesor de química en la Universidad, cargo que ejerció hasta 1916.
El 24 de Mayo de 1913 siguiendo expresas instrucciones masónicas, puso al servicio del público su Biblioteca personal compuesta de 1.346 obras, 200 tomos que contenían 3.276 folletos, 712 colecciones de periódicos y revistas con 40.271 ejemplares y 3.800 hojas sueltas y la denominó “Bibliografía Nacional” en su domicilio ubicado en el primer piso alto de una casa de madera de propiedad de Ismael Pérez Pazmiño en la esquina de 9 de Octubre No. 722 y Boyacá. El acto fue solemnizado con una banda de músicos apostados en media calle, concurrencia de autoridades y del representante del Arzobispo de Quito, Federico González Suárez. Desde ese día empezó a prestar servicios a amigos, estudiantes y lectores en general que iban en pos de información e instrucción; por ello la Municipalidad de Guayaquil lo premió con una “Medalla de Oro”.
Era joven pues solo tenía treinta y dos años, activo, diligente, metódico, paciente y erudito; atendía por las noches desde las seis, proporcionaba datos, hacía de maestro y guía. Su esposa Carmen Chichonís (hermana de uno de los más conocidos dirigentes obreros de la urbe) era la secretaria. Entre ambos confeccionaban el tarjetero, publicado ese año con el título de “Catálogo de la Bibliografía Nacional del Dr. Carlos A. Rolando”, en 135 páginas, que le sirvió para ingresar en 1920 a la “Sociedad de Estudios Americanos” de Quito.
Había en esos esposos un afán de servir, de ser útiles y se daban tiempo para todo. El era miembro de varias instituciones benéficas y dirigía los trabajos y estudios en su Logia. Doña Carmen, la beatitud andando e infaltable a la iglesia de San Francisco, no tenían hijos, se llevaban admirablemente bien, siendo él un masón y liberal radical y ella católica practicante. Milagros del amor… porque esa era una época de fanatismos.
Pero no todo era miel sobre hojuelas pues su Bibliografía Nacional originó envidias y resquemores. Un sábado de tarde que concurrió a visitar a su pariente el Dr. Francisco Boloña Rolando se encontró de buenas a primera con Manuel J. Calle que ya empezaba a sufrir los primeros síntomas de la tuberculosis pulmonar que le llevaría al sepulcro y por eso tenía mal carácter y era cáustico en sus apreciaciones, quien de buenas a primeras le preguntó ¿Es Ud. Rolando el de la bibliografía nacional? – A sus órdenes señor, fue la respuesta. ¿Cómo es posible que Ud. haya podido coleccionar tanto adefesio? Rolando, tomado de sorpresa, reaccionó rápido y le preguntó a Calle ¿Conoce Ud. la novela “Carlota” de Manuel J. Calle? Claro, es excelente, es parte de mi vida. Ya ve, exclamó Rolando triunfante, por eso la tengo entre mis adefesios. I ambos terminaron riendo del incidente, que poco después fue conocido en toda la ciudad y sirvió de comentario jocoso durante meses.
En 1913 presidió el comité obrero que solicitó y obtuvo en 1915 del presidente Leonidas Plaza, la declaratoria del 1 de Mayo, como día festivo dedicado a los trabajadores.
En 1918 publicó “Apuntes de Química hasta 1913”. En 1920 y tras largos años de constante y pacientes lecturas, revisando todo impreso que caía en sus manos, pudo dar a la luz un extracto sucinto y utilísimo a los investigadores sobre la prensa escrita ecuatoriana titulado “Cronología del periodismo ecuatoriano y pseudónimos de la prensa nacional”, en 66 páginas, La Junta del Centenario de la Independencia lo premió con otra Medalla de Oro. La obra contiene el listado de los periódicos y revistas del país con la fecha de su primer número y en muchos hay el número en que han terminado sus ediciones. Los pseudónimos están en Orden alfabético de los escritores nacionales o extranjeros que los han usado en los periódicos y revistas, con un apéndice y advertencia. Obra utilísima y única, que le inmortalizó en las letras y en la investigación bibliográfica del país. La segunda edición saldrá en 1.934 porque la primera fue caída y limpia (se agotó enseguida)
En 1921 publicó tres textos de física y química para escuelas elementales. En 1922 la “Bibliografía del sabio Luis Pasteur”, folleto de 15 páginas.
En 1925 fue nombrado Director de la Biblioteca de la Universidad de Guayaquil y después miembro de Número de la Academia Nacional de Historia, de la Sociedad Bolivariana del Ecuador, miembro fundador de la filial bolivariana de Guayaquil, del Centro de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay y el Dr. Roberto Leví Hoffman, propietario de la Botica del Comercio, lo contrató para que trabaje con él, eran amigos y laboraban en la misma Logia. Rolando firmaría todos los documentos del Sindicato de Boticas y Droguerías propiedad de Leví, pues era titulado y tenía autorización legal del Estado, no así Leví que se había graduado en el exterior (Alemania)
El 9 de Julio de 1930 fundó el “Centro de Investigaciones Históricas de Guayaquil” bajo los auspicios de las autoridades locales y del Cuerpo Consular; que presidirá hasta su muerte. También dirigirá el “Boletín” por más de cuarenta años y publicará numerosos trabajos bio – bibliográficos. Los miembros fundadores fueron: Carlos Matamoros Jara, Virgilio Drouet, Alejandro Gangotena Carbo, César D. Villavicencio Enríquez, Gustavo Monroy Garaycoa, Juan Antonio Alminate Delgado, Manuel Antonio Jurado Rumbea y Jaime Tomás de Verdaguer García. A poco ingresaron Efraín Camacho Santos, Orión Llaguno Herrera. Años más tarde se sumará una nueva generación de investigadores formada por Pedro Robles y Chambers, Rafael Euclides Silva Orquera, Julio Pimentel Carbo, Abel Romeo Castillo, Jorge Pérez Concha, etc.
El Centro de Investigaciones Históricas se mantuvo hasta 1970 cuando fue creada la Junta Cívica del Sesquicentenario de la Independencia presidida por Julio Estrada Icaza, que a su vez formó el Archivo Histórico del Guayas con el repositorio documental del Centro.
El Centro se dedicó a cultivar un saber erudito consistente en la preservación y reconstrucción de la memoria histórica basada en el documento, más que en el imaginario histórico, pues la mentalidad de los historiadores en 1930 se alimentaba “de ideales positivistas de cientificidad, apoyados en el empirismo como horizonte cognoscitivo, con una metodología basada en el análisis de la autenticidad o veracidad de las fuentes documentales, procedimiento que acusaba una especie de asepsia intelectual pues a mayor distanciamiento del historiador mayor rigurosidad en el método científico y menor riesgo a ser contaminado con la subjetividad de las fuentes consultadas.” Con estas ideas en mente Rolando se dedicaría solo a realizar Cronologías, es decir, a informar fechas.
El Centro tuvo desde sus inicios cinco secciones: 1) Prehistoria, 2) Descubrimiento y Conquista, 3) Época colonial, 4) Guerra de la Independencia, y 5) República.
Tiempo después, durante la dictadura del Ing. Federico Páez el 37 y a través de Gustavo Monroy Garaycoa, Secretario del Centro, se obtuvo por Decreto Supremo la custodia de los fondos y repositorios documentales de las antiguas escribanías coloniales y republicanas de Guayaquil y su provincia, que permanecían al cuidado del Escribano Dr. Federico Bibliano Espinosa. Dicho repositorio documental hoy está en poder del Archivo Histórico del Guayas. Espinosa tenía su escribanía en el departamento de la planta baja de un edificio de madera ubicado en la esquina nor – oeste de las calles Vélez y García Avilés, perfectamente ordenado y catalogado, de manera que era sencillo revisar el Catálogo y solicitar una copia y dicen que cuando tuvo que entregarlo por decreto dictatorial, lloró de la pena, pues había trabajado casi medio siglo en el empeño. Años más tarde, en ese mismo sitio, ya no como departamento bajo si no como almacén funcionó “Calzados Estrada”.
En 1930 también editó un valiosísimo ensayo de investigación y síntesis titulado “Obras Públicas ecuatorianas” en 341 páginas. En 1932 publicó “Don Juan Montalvo” en 82 páginas y “Don Juan León Mera” en 22 págs. con datos bibliográficos y honores. Al año siguiente “Los centenarios de 1933” Luis Cordero, Julio Zaldumbide, Antonio Flores, José Modesto Espinosa y datos biográficos y bibliográficos en 79 páginas y perfeccionó la donación de su Biblioteca cedida a la Municipalidad de Guayaquil, que lo designó Director con sueldo y con un personal administrativo y de secretaría. Los volúmenes fueron trasladados al segundo piso del Palacio, por el lado del 10 de Agosto, donde permanecieron cuidados y clasificados por él mientras estuvo bien de salud, es decir, hasta 1960. Ese mismo año 33 publicó en 53 págs. el Catálogo de la exposición y feria anual del libro ecuatoriano organizado por la Municipalidad de Guayaquil.
En 1934 dio a la luz “Pseudónimos de la Prensa Nacional” dentro de su serie de la Cronología del periodismo Ecuatoriano, en 87 págs. corrigiendo fechas y aumentando nuevas publicaciones hasta ese año, trabajo que ya había editado en 1918.
En 1938 publicó un folleto resumiendo el “Catálogo de la Exposición de libros de la Biblioteca de Autores Nacionales Carlos A. Rolando” en 12 páginas en su XXV Aniversario de fundación. En 1940 el “Almanaque masónico ecuatoriano” en 15 páginas. En 1941 “Bibliografía Catequística del Ecuador” en 31 páginas. Ese año y durante los momentos mas álgidos de la invasión peruana ocupó una de las vocalías de la Junta Cívica y la presidencia por dos ocasiones, lográndose que Guayaquil sea declarada Ciudad abierta para evitar su bombardeo e incendio y destrucción.
En 1944 y por encargo del Concejo Cantonal editó “Las Bellas Letras en el Ecuador” en 157 págs. En 1947 “Crónica del periodismo ecuatoriano desde 1850 hasta 1869”. En 1949 “Historia de la Sociedad Filantrópica del Guayas” en 298 páginas. En 1951 “Bibliografía, Clasificación Decimal, Melvin Dewey” en 254 páginas y un Indice, ayudado por la labor desplegada por su amigo Juan Antonio Alminate. En 1953 “Bibliografía Médica Ecuatoriana” en 54 páginas e Indice en asocio con los Drs. José Ramón Boloña Rolando e Ignacio Jurado Avilés.
En 1962 como Asistente de la Alcaldía solicité a la Municipalidad una “distinción especial”, que le fue conferida en hermosa sesión solemne realizada en el Salón de Honor y en presencia de todos los Concejales. Era Alcalde el Dr. Otto Quintero Rumbea y allí pudimos apreciar al Dr. Rolando completamente sordo y atacado de arterioesclerosis avanzada dados sus ochenta y un años de edad; sin embargo, todo salió bien y la ceremonia resultó muy emotiva. Tomó la palabra el consejo or José Hanna Musse y agradeció el homena fue su último acto público, estaba viudo y solo, vivía en una pequeña villa de cemento de su propiedad, ubicada en las calles Padre Solano y Riobamba, en compañía de una ama de llaves que lo cuidaba, pero aun salía por las mañanas a la calle en compañía de un empleado doméstico que le llevaba a su biblioteca hasta que esta fue trasladada en 1965 al nuevo edificio de la Biblioteca Municipal, donde quedó mal acomodada en un local provisional y aún sigue allí.
De pequeña estatura, delgado, pelo y bigote blancos, conversación sana, agradable e instructiva; en 1937 fue calificado por el Profesor norteamericano Richard Pattee como “El Príncipe de los bibliógrafos ecuatorianos e incansable preservador de las manifestaciones espirituales del país”. Generoso con propios y extraños, libre de prejuicios, corazón puro, casi infantil y propenso al engaño, bondad inextinguible. No tuvo hijos pero cuidó a un sobrino llamado Carlos Rolando Gérman quien le heredó, entre otras pertenencias, las siete libretas de ahorro que el Dr. Rolando había venido alimentando con sus sueldos y su jubilación por varios años. También solía ayudar económicamente a varias cuñadas, señoritas solteras, pobres y victorianas, a quienes traté mucho, de apellido Chichonis.
Su muerte ocurrió a la avanzada edad de noventa y tres años, en relativa pobreza y casi en total abandono, en Guayaquil, el 5 de Enero de 1974. La Cultura Nacional le debe la preservación de la mayor parte de los periódicos guayaquileños del siglo XIX; además formó un fichero bio – bibliográfico arreglado por la letra inicial del Abecedario que se conserva en su Biblioteca prestando servicios.
Generoso con todos, a Pedro Robles y Chambers le obsequió un gran óleo de Salas, muy hermoso y de grandes dimensiones, representando a las Tres Gracias, que aunque estaba enrollado y en mal estado, fue restaurado por Vicente Ortega Herrera y quedó como nuevo. Pedrito le mandó a fabricar un gran marco de madera tallado y enriquecido con pan de oro que presidió por mucho tiempo su sala.
Su larga declinación por la arterioesclerosis fue aprovechada por algunos seudo investigadores (más bien coleccionistas) para arrancar de sus álbumes las fotografías de personajes antiguos que hoy deben estar diseminadas, perdiéndose tan rica colección iconográfica.