ROJAS ANGEL FELICISIMO

ESCRITOR.- Nació en el anejo (ahora se dice recinto rural) de “El Plateado”, parroquia de San Sebastián, Cantón Loja, el día 31 de Diciembre de 1909 y fueron sus padres el Dr. Ángel Rubén Ojeda Torres, abogado, considerado el mejor orador de su tiempo, que ocupó la presidencia del Concejo Cantonal y la Gobernación de Loja, y la profesora Filomena Rojas, hija de un colombiano de raza blanca y de nombre Alejandro Solís Ribas, llegado hacia 1884 desde Buga en el valle del Cauca, a explotar la cascarilla en Loja, que más tarde volvió a su tierra, y de Gertrudis Rojas Rojas quien era el centro de atenciones de todos quienes vivían con ella pues solía contar historias muy interesantes, hija de Gerónimo Rojas Ocampo y de su prima Justa Rojas Álvarez, mujer casi santa por su dulzura y que en horas perdidas gustaba narrar cuentos, hija a su vez de un joven sacerdote Álvarez en Loja a quien sus aristocráticos padres exigieron que se ordene a pesar de no tener vocación y él no tuvo la suficiente fuerza de carácter para rebelarse pues así era lo usual en esos tiempos, y de N. Rojas, campesina de raza blanca en el Valle del río Malacatos.
Tuvo una hermana entera llamada Delia María Rojas Ojeda que casó con Leopoldo Guerrero Varillas con sucesión y una media hermana Julia Enriqueta Aguirre Rojas (hija del Abogado Enrique Aguirre Bustamante) que casó con Víctor Cueva Ontaneda, también con hijos.
Doña Filomena, la madre de Ángel Felicísimo, se desempeñó muchos años como maestra en El Plateado, pero no ganaba sueldo, viviendo de los obsequios “agrados” que los padres de familia le facilitaban para su sustento diario y el de los suyos (leña para cocinar, carne salada también llamada cecina, huevos, harina, manteca de cerdo, granos, hortalizas varias, etc.) Ella le enseñó a leer poniéndole entre sus alumnos. “Yo correteaba por esos tiempos con los cholitos y los indios por los potreros, por las charcas, por los chamizales”.
De seis años pasó con su madre a residir en la escuela rural de Vilcabamba cerca de Yangana donde mejoró de situación, luego viajó a Loja, pequeña ciudad que le impresionó vivamente por su iluminación eléctrica. Su madre le puso a estudiar en la escuela de los Hermanos Cristianos para que aprenda la doctrina y realice la primera comunión, sin embargo solo permaneció un año debido a que le tocó uno de los Hermanos, de nacionalidad francesa, que era sádico con los estudiantes, a quienes castigaba haciéndoles hincar de rodillas cuando inocentemente le preguntaban asuntos infantiles, que el dómine consideraba pecaminosos o maliciosos; terminando la primaria en el Instituto “Miguel Riofrío” donde halló un mejor ambiente pues existía una espléndida biblioteca, aunque en lo social tenía compañeritos de mucha pobreza, situación que le llevó a leer literatura social y por eso a los diez y seis años buscó afiliarse al socialismo, vivamente esperanzado por las conquistas sociales de la revolución rusa, que acababa de triunfar nueve años antes.
De estos primeros tiempos de pobreza y limitación le quedaría para siempre el recuerdo de haber tenido en su madre el referente fundamental para afrontar esa vida repleta de angustias y necesidades y su afición a contar cuentos le llegó a través de su abuela materna Gertrudis Rojas, quien solía reunir por las tardes a eso de las seis, a un numeroso grupo de chicuelos del vecindario, entreteniéndolos con cuentos tomados de las Mil y una noches y hasta con relatos de aparecidos, pero esto solo como plato fuerte; y como todo lo hacía con gracia, obtenía repetidos éxitos entre su joven auditorio. En varias ocasiones ella mencionó que su madre Justa, a quien tenía por santa debido a la dulzura de su carácter y a sus sacrificios en bien del prójimo, también contaba bellísimos cuentos, de los llamados moralizantes; de donde se desprende que esta actitud les vino a todos de doña Justa, la bisabuela.
Su tío abuelo Agustín Rojas era propietario de varias fincas en el Valle de Malacatos, destinadas a la elaboración de alcohol. Era bonachón y en las vacaciones anuales recibía a su hermana y sobrinos a quienes trataba con mucho cariño y cortesía; sin embargo para ayudarse, porque se vivía una época de escasez, desde los nueve años en 1918, trabajaba ciertas tardes (los miércoles, sábados y domingos) como aprendiz de tipógrafo en la imprenta de Pablo Vélez, haciendo un bisemanario de tinte político curuchupa y de once años ingresó al “Bernardo Valdivieso” y siguió la secundaria, obteniendo el premio “Álvarez Eguiguren”, consistente en Medalla de Oro y Honores, por ser el mejor alumno del plantel.
Su padre no veía por ellos de suerte que el joven Ángel Felicísimo debía ganarse el sustento para sí y para los de su casa, por eso se cambió a la imprenta “El Heraldo” propiedad del dirigente conservador Dr. Clotario Maldonado Paz, donde fue tipógrafo por cinco sucres a la semana, hasta que en el cuarto curso en 1924 mejoró su situación cuando comenzó a ganar treinta sucres mensuales como Ayudante del Gabinete de Física y Química de su colegio. Entonces su madre pudo salir de El Plateado, viajó a Loja y como era muy industriosa entre ambos cubrieron las necesidades mínimas de la familia (su mamá, dos hermanas menores y la abuelita)
Debido a su corta edad no sufrió la influencia de la revolución Juliana de 1925 pero dada la orientación de las lecturas que le aconsejaban sus maestros socialistas, naturalmente derivó hacia esa doctrina. Al principio sentimentalmente, luego como afiliado al Partido al que ingresó el 26, año de su fundación en el país. En Loja era director Ignacio Jaramillo y sus miembros tuvieron una activa militancia en la organización de Cooperativas y en política lugareña.
Después Ángel Felicísimo trabajaría a nivel nacional hasta que cansado de las luchas internas que atomizaron al socialismo en la década de los años cincuenta, tras la colaboración socialista en el gobierno de Galo Plaza, renunció para no verse envuelto en pugnas domésticas; aunque ciertamente su renuncia coincidió con varios cambios que experimentó en su vida profesional, económica y afectiva mejorando sus ingresos porque se unió como abogado asesor al grupo Encalada de El Oro, grandes propietarios agrícolas y ganaderos dedicados especialmente a la siembra de tierras, se divorció de su esposa y contrajo otro matrimonio. “Las mujeres lo asediaban y él no se hacía de rogar”.
Gustaba aclarar en confianza que en la década de los años treinta fue urgido por varios compañeros socialista para ingresar al recién creado partido comunista ecuatoriano, que había tenido como punto de arranque los viajes de algunos socialistas ecuatorianos a Rusia. El gestor del nuevo partido fue Ricardo Paredes porque llevó a muchos socialistas a afiliarse a la Tercera Internacional de Moscú, pero otros -entre ellos Rojas- no compartían la idea de que un esfuerzo nacional derivara en una entrega pura y simple a los dictados de una potencia –lejana y para colmos extraña a la forma de ser del Ecuador- por más socialista que fuera.
En el conocimiento de la literatura se inició publicando poesías que no le salieron de su entero agrado y terminó por dejar los caminos del verso para entrar al relato gracias a la ayuda que a todos prestaba Carlos Manuel Espinosa, suscitador de las letras lojanas, quien importaba libros de España para venderlos al costo y en cómodas cuotas de pago. También recordaba a su profesor de matemáticas Enrique Witt quien le enseñó a amar dicha materia, que conocía mucho, así como también la geometría y el álgebra. Después colaboró en la revista “Hontanar” de propiedad de Espinosa y es considerada un clásico en su género. José Miguel Carrión le aconsejó, que abrazara la política como preocupación fundamental.
En una ocasión solicitó al bibliotecario del Valdivieso señor Sánchez que le preste un libro de Vargas Vila y el pobre, que era un sujeto respetable, se escandalizó. También leía novelas como las de Jack London y otras menores como María de Jorge Isaac y Cumandá de Juan León Mera, así como las revistas del Liceo donde encontraba colaboraciones de Héctor Manuel y uno que otro cuento de Benjamín Carrión. Fruto de estos afanes fue la revista colegial “Renacimiento” de la que salieron solo dos números y en los que publicó dos cromos provincianos.
El 28 comenzó a lanzar por entregas en el diario lojano “El Heraldo del Sur” que compartía con Clotario Maldonado Paz, una serie titulada “Correrías casuales por el Ecuador” con ensayos cortos sobre la realidad cultural y antropológica del país.
Entre 1928 y el 34 dictó clases de castellano en el primer curso del “Bernardo Valdivieso” con trescientos sucres mensuales de sueldo, logró ahorrar y comenzó a escribir su novela “Banca” que tiene tanto de autobiográfica, pero la abandonó por varios años y recién la concluyó entre 1938 y el 40.
En 1930 viajó por primera ocasión a Quito donde permaneció dos meses conviviendo con sus amigos los hermanos Mora Reyes. El 31 se matriculó en leyes y hasta sacó con su compañero Clotario Maldonado la “Revista Universitaria de Loja” cuando ocupaba la presidencia del Centro de Estudiantes y que convirtió en una de las mejores de su clase en el Ecuador, formando con Eduardo Moreno Mora, Clodoveo Jaramillo Alvarado y Manuel Agustín Aguirre la promoción lojana de esos años. En dicha revista fueron apareciendo algunos relatos o cuentos cortos suyos como: “Moscas y mosquitos” y “Cuentos del trópico” en 1931 y “Pata al Suelo” en 1932 pero fue en “Hontanar” la revista de su profesor Carlos Manuel Espinosa donde cobró fama con su relato “Un idilio Bobo” en 1934 que subtituló irónicamente “historia de un perro que se enamoró de la luna” y relata la ilusión meramente platónica de un indio por una norteamericana inalcanzable. En “Hontanar” también aparecieron dos capítulos de su novela autobiográfica “Banca”.
En 1934 viajó a Quito decidido a proseguir su carrera de jurisprudencia, allí estrechó lazos de amistad con Pablo Palacio, con los hermanos Alfredo y José Miguel Mora Reyes y colaboró en la revista “Bloque” de Manuel E. Rengel, que tanta importancia cobró en esa década para el desarrollo de las ideas político sociales del país.
En 1936, teniendo numerosos amigos escritores en Guayaquil, tales como José de la Cuadra, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert, a quienes conocía solamente por carta, fue llamado por Rigoberto Ortiz Bermeo recién designado Rector del “Vicente Rocafuerte”, para enseñar con cuatrocientos cincuenta sucres de sueldo, renunciando el 37 cuando la dictadura del Ing. Federico Páez persiguió a los profesores izquierdistas.
De allí pasó invitado a trabajar al estudio profesional de su amigo el Dr. José de la Cuadra, con quien mantenía nexos de creación literaria y militancia política, hasta que de la Cuadra colaboró con la siguiente dictadura, la del General Alberto Enríquez Gallo, meses después, de manera que su salida de Loja se dio para progresar en la vida pues la profesión de abogado no permitía sobrevivir en su provincia. En estas épocas nacieron sus dos hijos Rojas Silva. En 1939 enseñó en el Normal “Rita Lecumberry” donde le asediaban las profesoras, él era un hombre que se dejaba querer de sus admiradoras. “Estaba incorporado al grupo de novelistas de Guayaquil por medio de Enrique Gil Gilbert y tenía varios apuntes para una novela, especie de boceto solamente; sin embargo, sus amigos más cercanos le insinuaron que le diera forma y así nació “El Éxodo de Yangana” en 1940, aunque por causas económicas solo se publicó nueve años después.
Ese año editó finalmente su novela escolar “Banca”, en 296 págs. en la imprenta de Leopoldo Fernández, en Quito, que salió incompleta porque tres capítulos se habían extraviado cuando los mandó a Buenos Aires a ver si allí alguien se interesaba por ella.
La edición resultó plagada de errores tipográficos y la retiró de circulación, salvándose algunos ejemplares en bibliotecas públicas. Una segunda salió en Loja en 1981 por cuenta del Colegio “Bernardo Valdivieso”, mas, dada la incomunicación intelectual de que adolece el país, sobretodo en materia bibliográfica, era difícil hallarla fuera de esa provincia.
Formaba parte del grupo de “Escritores y Artistas independientes” y dio vuelo a su romántico y gran corazón al casar con la bellísima Alba Celeste Rivas Nevares, elegida Reina de la Universidad en 1930. Varios episodios de esa época han sido recogidos por Alfredo Pareja Diezcanseco en la novela “El aire y Los recuerdos”, aunque a raíz del sensible fallecimiento de ella a causa de una fiebre puerperal días después de dar a luz y de su hijo que nació muerto e iba a llamarse David Rojas Nevares. Atendida por el Sr. Arturo Serrano, el parto se pasó y tuvo que ser operada en el Policlínico por el Dr. Teodoro Maldonado Carbo. A raíz de estos sucesos intensificó su vida política en el partido Socialista. Esto sucedió en 1943.
En 1941 fue electo secretario General del Partido Socialista y trató de obtener que el Presidente Arroyo del Río se reconcilie con la oposición para formar un frente común y rechazar la agresión armada del Perú, pero esos esfuerzos fueron vanos, mal interpretados y hasta cayó detenido en la pesquisa y fue enviado al panóptico en Diciembre. Del penal salió en marzo del 42 sin motivo, solamente en razón del abuso que el poder ejecutivo hacía de las facultades extraordinarias recibidas del Congreso. Durante ese tiempo escribió “Curipamba”, novela de carácter social cuya acción se desarrolla en el campo minero de Portovelo en el que había estado tiempo atrás de visita solamente por espacio de dos meses. Este fue su libro más querido y lo mantuvo inédito muchos años hasta el 83 que apareció en 426 págs.
Por esos días editó “Consideraciones sobre el significado de la novela la Isla Virgen” juicio sobre esa obra en 16 págs. que le llevaría a iniciarse en la crítica seria de nuestra literatura, para la que estaba muy bien dotado. Habitaba una de las casas del barrio de las Peñas y los domingos solía caminar con sus hijos hasta el rio o alquilar un servicio de taxi para que les lleve a las piscina de Cerro Azul en la hacienda Barcelona frente al carretero a la costa.
Entre 1943 y el 44 escribió sin publicar e hizo política de oposición al gobierno del Presidente Arroyo del Río. Con el triunfo de la revolución del 28 de Mayo de 1944 ejerció la secretaría de “Acción Democrática Ecuatoriana” (A.D.E.) y fue designado Contralor General de la República, haciendo célebre en el país la frase dicha anteriormente en Europa “donde se pone el dedo salta la pus” que sintetizó el trasfondo de una época rica en peculados.
Después de la dictadura bárbara y absurda del 30 de Marzo de 1946 se distanció del gobierno del presidente Velasco Ibarra, renunció la Contraloría, se reintegró al ejercicio profesional en Quito y al desempeño de la cátedra de “Cuestiones Económicas Ecuatorianas” en la Universidad Central.
En 1947 regresó a Guayaquil porque no se acostumbraba al clima frío, contrajo matrimonio con María Eugenia Flor Ayala de quien divorció en 1960 con dos hijos. Ella viajaría con los suyos a radicar en España mientras él volvería a contraer nupcias, en esta ocasión con Maruja Pérez Saa, matrimonio muy unido aunque sin hijos.
Fueron épocas asendereadas, se dio tiempo para escribir un “Estudio sobre la novela Ecuatoriana”, obra de crítica seria en 210 págs. que publicó en 1948 en el Fondo de Cultura Económica de la Colección “Tierra Firme” de México y está considerado el ensayo más importante de su clase junto a la Ojeada histórico crítica sobre la poesía Ecuatoriana desde su época más remota hasta nuestros días de Juan León Mera, la Historia de la Literatura Ecuatoriana de Isaac J. Barrera y los Cien Prólogos de Hernán Rodríguez Castelo editados en la colección Clásicos Ariel.
En La Novela Ecuatoriana relievó al hombre considerándole sujeto histórico, La sociedad vendría a ser una realidad integrada por clases con rasgos de reivindicación y de transformación revolucionaria. La obra fue el producto de largos y tesoneros años de estudios y lecturas expresados a través de una capacidad de síntesis muy bien lograda. Tiene mucho de Historia cuando trata del devenir literario, y con trazos firmes, seguros y amenos logra plasmar un claro mural del tortuoso camino que ha tenido que recorrer nuestra nación y se otorgará un lugar de preeminencia a la saga social en la cual el hombre se considera sujeto histórico dentro de una sociedad integrada por clases. El libro fue bien recibido en el país y aún en el exterior y revela la enorme erudición literaria de su autor y su gran capacidad de comprensión y síntesis de autores y personajes.
El Dr. José Miguel García Moreno, rector de la Universidad de Guayaquil, lo designó profesor de Economía Política. El 48 el Presidente Galo Plaza le propuso el Ministerio de Economía que rechazó por la viva repulsión que siente por el quehacer público y sus inmoralidades. El 49 la Editorial Lozada de Buenos Aires editó “El Éxodo de Yangana”, epopeya de todo un pueblo, que en síntesis representa la gesta de la lojanidad; está considerada la mayor novela de su tiempo por la cantidad y calidad de sus personajes, suntuosidad idiomática en sus descripciones, intensidad y profundidad psicológica de las situaciones creadas y desenlace final que la convierte en una saga.
Yangana en realidad es una pequeña aldea y está compuesta de numerosos vecinos que en la novela – para precautelar sus propias seguridades – deciden abandonarla y escapar de una posible retaliación policial. El telón de fondo es la decisión colectiva para vivir una realidad de justicia en la que no exista la presencia nociva de un poder político al servicio de la riqueza y el egoísmo contra el habitante, el ciudadano desprotegido y común.
La segunda edición apareció en los tomos 12 y 13 de “Clásicos Ariel” y la tercera en el fondo del “Círculo de Lectores”. Ese fue el momento cumbre de su vida como escritor. También fue de esa época el inicio de su colaboración con varios grupos bananeros de El Oro y como productor independiente en las zonas de El Oro y Los Ríos. Quizá estas labores, unidas al desempeño profesional y a la cátedra, lo aburguesaron, restándole fuerza para la literatura, pero vivió bien, cómodamente, medio siglo, viajaba al exterior cada año, visitaba a sus hijos. Era feliz.
La crítica nacional le situó entre los pensadores y creadores artísticos que a través de sus plumas plasman la realidad inequitativa e injusta y plantean la necesidad de un inminente cambio. Se ha dicho que su acción como escritor se situó a través de dos planos distintos: 1.- El ensayo crítico, histórico, literario y periodístico y 2.-La novela sociológica y antropológica.
Por esos días mantenía su estudio profesional en el Edificio Encalada de la calle Luque entre Chile y Pedro Carbo, luego se cambiaría al piso nueve del Condominio Plaza, en la esquina de 9 de Octubre y Baquerizo Moreno, donde se mantuvo hasta el final de sus días.
En 1968 y tras veinte años ininterrumpidos renunció su cátedra en la Universidad de Guayaquil por no estar de acuerdo con la supresión de los exámenes de ingreso pues como docente era exigente, estricto y cumplidor. Dictaba su materia (Ciencia de Hacienda) con seriedad y sin dar confianza al alumnado y por eso tenía fama de ser un profesor “cara de tuco.”
En 1979 la Municipalidad de Loja lo declaró “El mejor ciudadano” y la Academia de la Lengua lo llamó a su seno. Se encontraba preparando la terminación de dos novelas tituladas “Agricultores de escritorio” y “Una tipa llamada Marcela” y dos cuentos “El Busto de Doña Leonor” con cuentos de diversas épocas, que finalmente sacó en 1998 con vivencias y anécdotas y “El Trompo de Gabriel.” En 1983 publicó su novela “Curipamba” en 426 págs.
Dedicado al periodismo desde 1978, mantuvo una columna semanal en El Universo de Guayaquil y El Comercio de Quito. Vivía con su esposa, en una villa alquilada, ubicada en la esquina de Vélez y Tulcán, que nunca quiso comprar pensando quizá en volver a su nativa Loja. En dicha villa murió tras cuarenta y tres años de habitar en ella.
Como dato curioso cabe mencionar que tenía por costumbre viajar anualmente a los Estados Unidos en plan de vacaciones y para visitar parientes, pero al final de sus tiempos, dada la inflación galopante del país y su disminución de trabajos, ya no pudo hacerlo, pues solo contaba con su pensión jubilar como profesor universitario y el escaso emolumento que le proporcionaban sus artículos para El Universo y El Comercio, cuyos propietarios piensan que escribir en sus páginas es un honor no un negocio, sin considerar que los escritores también tienen sus gastos. Este impedimento monetario llegó a pesarle mucho, al punto que en alguna ocasión hasta se quejó, cosa inusual en él.
Rodríguez Castelo ha escrito que “en los últimos años una muy prestigiada actividad ha apartado a Ángel Felicísimo Rojas de la creación literaria, pero su condición dista mucho de ser la del hombre satisfecho por los éxitos conseguidos y la sólida situación granjeada – que se fue deteriorando en la década de los años noventa que fueron de grave crisis económica para el país – y a quien lo trata en hondura se le antoja mas bien la del exiliado que mira con nostalgia los días en que entregaba lo mejor de su ser a crear figuras grandes de su epopeya y las deliciosas situaciones de sus cuentos”.
Agnóstico en religión y socialista de pensamiento. Yo diría que era ateo pero que no lo decía por su natural prudencia, para no herir los sentimientos de los demás. En 1.983 ingresó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. En 1997 recibió el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo en actividades literarias. El 99 su hijo Jorge Luís le obsequió una hermosa fiesta por cumplir los noventa años. Vinieron sus queridos parientes lojanos, se reunieron sus hijos dispersos en diferentes partes del mundo, hubo cena y baile hasta la madrugada. El homenajeado recibió este tributo de cariño familiar con profunda gratitud para todos y cuando uno de ellos propuso reunirse nuevamente para el centenario de su nacimiento, no se comprometió a vivir cien años.
El 2002 el gobierno ecuatoriano presidido por su ex alumno Gustavo Noboa Bejarano le entregó la Orden Nacional al Mérito en el grado de Gran Cruz. El acto se llevó a cabo en la Universidad de Guayaquil, estaba en la plenitud de sus facultades, no representaba la edad que tenía pues siempre fue garboso. Agradeció emocionado, le acompañaba su esposa Maruja Pérez Saa, que asistió muy elegante, se les veía bien de salud. Nada indicaba que ella moriría de un cáncer oculto casi enseguida, a los pocos meses, de manera que este acto constituyó algo así como el canto del cisne para ambos porque desde su viudez el viejo maestro repetía que ya quería irse pues la muerte de su esposa le había causado una enorme depresión, le bajaron las defensas y empezó a sentirse mal de salud, a causa de un cáncer.
Su hermana Enriqueta le vino a hacer compañía, hablaban largamente, recordaban episodios de juventud y se entretenían. Fue un período de paz interior para el enfermo. Su amigo el Arzobispo Juan Larrea Holguín solía visitarle para conversar de todo menos de religión, en cierta ocasión le preguntó ¿Ángel Felicísimo puedo bendecirlo? Claro, fue la respuesta, pero lo que no se imaginó el visitante es que tras su bendición, el ilustre enfermo con la seriedad que siempre le acompañaba en todos los actos de su vida, solemnemente le dio la suya. Finalmente terminaron besándose las manos en señal de amistoso respeto ya que ambos estaban gravemente enfermos y de lo mismo (cáncer a la próstata con posible metástasis a los huesos).
En las primeras horas de la tarde del 19 de Julio, mientras conversaba en la sala de su casa de pronto se sintió agotado y dijo “Voy a mi cuarto a descansar”, se acostó y falleció casi enseguida sin mortificaciones ni dolores. Tenía noventa y tres años de edad y solo tres meses y medio de viudez.
Alto, viril, piel canela, calvicie pronunciada y por eso usaba sombrero de paja, de los llamados de Montecristi, hablaba con aplomo, reposadamente, un rico castellano, bien modulado y correctísimo porque dominaba al idioma y se solazaba en ello.
En el fondo era un sujeto bonachón pero reprimido en la exteriorización de sus afectos, que si los tuvo y en profundidad. Fue el último de una generación brillante, la de los años treinta al cincuenta, nunca buscó honores, sentía gozo en el cumplimiento del deber, tuvo méritos suficientes, tal su modestia y su carácter.
En sus formas externas, en el trato diario, se admiraba al cumplido caballero y al hombre cabal. Si hubiera sido ambicioso habría escalado las más altas cumbres políticas pero nunca lo fue por sus sólidos principios que le impidieron mercar en el dédalo de las influencias. I su retrato no estaría completo si no dijéramos que a pesar de su seriedad habitual, al conversar se le escapaban brillantes ocurrencias y detalles de fino humorismo, realmente magistrales.
El 2004 la Universidad Técnica Particular de Loja editó sus obras Completas en cuatro volúmenes. Fausto Aguirre Tirado hizo la labor de compilador. Había donado en vida su biblioteca.
Cabe indicar que como persona educada si le servían algún potaje que no era de su agrado disimuladamente lo dejaba, siendo sus gustos sencillos y comarcanos. Le agradaban en el desayuno el café puro y los bollos de pan, en el almuerzo los choclos cocinados, el mote con cáscara y miel con quesillo hecho en casa. Parco en sus demostraciones afectivas con sus hijos varones, en cambio a las mujercitas les besaba las manos. Con propios y extraños siempre guardando la compostura, nunca confianzudo.
Le tuve de profesor universitario, después fuimos colegas y amigos guardando siempre las distancias que nos separaban los años. Me entregó sus datos de vida con gran sencillez, sin vanagloriarse de sus logros. Creo que es uno de los personajes inolvidables de mi existencia.