Rodríguez Simón Carreño.

Don Simón Carreño y Rodríguez nació en Caracas, en 1771, vástago de una antigua familia, que se distinguiera en el cultivo de las artes y de las letras.

Comenzó a hacerse notable por su carácter díscolo, voluntarioso, irascible, amante de la soledad, refractario al trato con las gentes, amigo de reirse de los frailes y de burlarse de las mojigaterías, lo que le atrajo no pocos disgustos. Discutiendo un día con su hermano, al que siempre ridiculizaba por su santurronería, se le agrió el ánimo de tal manera que resolvió romper definitivamente con su nexo familiar. “Ni tú dijo tendrás que avergonzarte de mi incredulidad, ni yo de tu fanatismo, porque me quitaré hasta el apellido”. Una de sus más grandes pasiones de la juventud fue el amor al estudio. Para los tranquilos tiempos de la Colonia, bastantes oscuros por cierto, Rodríguez es un asombroso prodigio de saber, de ilustración y de ciencia. Y es él mismo una verdadera enciclopedia de conocimientos. El estudio en los libros se encuentra acompañado del estudio de la Naturaleza, que es la fuente de la sabiduría. Otra de sus grandes pasiones fue la dromomanía, la pasión deambulatoria, la que, fuerte en los años juveniles, fue acentuándose con la edad, en sumo grado. Don Simón de sus lecturas y observaciones personales, recién vuelto de su primer viaje a Europa, se encontraba en Caracas y nadie era más indicado que él para hacerse cargo de la dirección y orientación del rico heredero Bolívar. “jóven, prudente, célibe e independiente, un alma sublime” ¿Acaso no había sido reconocido por el Ayuntamiento de Caracas como el mejor preceptor de la ciudad?. Y don Simón comenzó cabalmente, por no enseñar nada a su discípulo. Los dos jóvenes se dedicaron a caminar por las campiñas venezolanas, a las largas cabalgatas, a nadar y atravesar ríos y lagos, a trepar montañas, a remar y endurecerse físicamente.

A los 21 años de edad, ya se lo encuentra en Caracas, al frente de una Escuela, en la que comienza tempranamente a hacer “propaganda de teorías revolucionarias, republicanas y aún socialistas”. Pero don Simón no se recluye en el campo ideológico solamente. Conspira activamente y bien pronto incurre en las sospechas de las autoridades españolas de la Colonia. Se da cuenta del peligro inminente en que se encuentra y salva la vida embarcándose para Jamaica, con el nombre tan grato para él de Samuel Robinson. Recorre las Antillas; pasa a los Estados Unidos, luego a Europa; se ocupa en lo que puede y, a poco se lo encuentra de maestro de escuela de un pueblecito de Rusia. Después de 21 años de ausencia, regresa a América, deseoso de contribuir con su preparación y sus luces a la educación del pueblo americano, que, a la sazón, ha alcanzado ya su libertad y se halla en la etapa difícil de la estructuración.

Desembarca en Cartagena y, de inmediato, pasa a Bogotá en donde intenta la fundación de un gran centro educativo. Gracias a su actividad incansable, el Hospicio de la ciudad se ha transformado en Escuela. Pero sus proyectos de reforma de la enseñanza y de los sistemas educativos en uso parecen irrealizables y se le niega todo apoyo oficial. El Vicepresidente Santander se halla completamente absorvido por la política y carece de tiempo y de recursos económicos para ocuparse de los menesteres propios de maestros de escuela. Luego de este primer desengaño pasa al Perú para juntarse con Bolívar, quien se halla verdaderamente ansioso de encontrarse con su viejo maestro y compañero de andanzas y aventuras. El Libertador, antes de salir a Lima y de emprender su gira por los pueblos del sur, le nombra Director e Inspector General de Instrucción Pública y Beneficencia y lo agrega a su comitiva, “con el encargo oficial de estudiar todas las posibilidades de establecer escuelas para niños de ambos sexos”. Y Rodríguez, como quien acaricia un anhelo de toda la existencia, se entregó con ardor al cumplimiento de su misión. “En Arequipa fundó su primera escuela; en el Cuzco estableció un colegio para varones y otro para mujeres, un hospicio para huérfanos y desvalidos”.