ROBLES Y CHAMBERS PEDRO

GENEALOGISTA.- Nació en Guayaquil el 24 de Agosto de 1912, octavo hijo legítimo de Francisco Robles Macías, comerciante comisionista y de Simona Chambers Vivero, guayaquileños.
Huérfano de madre a los dos años de edad, la crianza corrió a cargo de su hermana Jesús que le acompañó toda la vida. Niñez feliz y tranquila en la quinta “Mercedes”, ubicada en la orilla del río con frente al colegio Cristóbal Colón, donde su padre poseía una quinta y un aserrío que luego vendió a Burbano. En los inviernos salían en canoa a la casa de la tía Eufemia Chambers Vivero situado en el malecón entre 9 de Octubre y Elizalde. Posteriormente, al venderse la quinta, pasaron a vivir con la abuela Eufemia Vivero Garaycoa en una casa de madera de la calle Mejía, barrio del Conchero. En 1917 volvieron al Malecón y allí vivieron con las tías Chambers Vivero hasta que en 1920 alquilaron un departamento en Junín y Panamá, casa de los Rhode Ortiz.
Inició sus estudios en 1917 con la profesora Victoria Pérez Rivera, luego pasó al San José de los Hermanos Cristianos. En 1927 habitaban un departamento bajo casi en la esquina de Rocafuerte e Imbabura y cuando falleció su padre la familia quedó en honorable pobreza; así pues, comenzó a trabajar a los quince años para ayudar a sus hermanos menores, obteniendo el empleo de cobrador en el Banco de Descuento, luego ascendió a Recibidor – Pagador.
Mientras tanto había nacido su vocación por los estudios genealógicos. Contaba que estando muy pequeño preguntó los nombres de numerosos parientes cuyos retratos existían colocados en las paredes del escritorio de su padre, en el departamento bajo que alquilaban casi en la esquina de las calles Imbabura y Rocafuerte, que éste absolvió su consulta dando señas pormenorizadas de sus vidas y al final, al llegar al retrato de Juana Carbo – la tatarabuela de él – el buenazo de don Francisco tuvo que confesar que nada sabía ni recordaba de ella, a no ser, la filiación del parentesco.
Entonces no había genealogistas en Guayaquil pero muchas personas se preocupaban de sus ancestros y otras hasta llevaban apuntes familiares. Miguel Arbeláez y Rubio había manuscrito un cuaderno muy completo sobre sus ascendientes en Baba y Guayaquil. Manuel Amador Baquerizo concurría al archivo del Sagrario y hacía anotaciones. Alejandro de Gangotena Carbo tenía escritas para dar a la publicidad varias genealogías. Víctor Manuel Rendón Pérez memorizaba a sus antecesores y guardaba retratos de ellos, Gustavo Aguirre Overweg se reunía por las tardes con otros caballeros en la gerencia del Banco de Crédito, hablaban de cosas antiguas, y conservaba numerosas copias de Probanzas de Méritos y Servicios de los conquistadores que su hermano Francisco había obtenido en España. Juan Francisco Marcos Aguirre coleccionaba antigüedades y visitaba la escribanía de Federico Bibliano Espinosa para consultar documentos; pero el que más sabía era el Dr. Manuel Tama Vivero, a quien decían la Biblia por cuanto había sido criado por las señoras Bernal, de las más antiguas familias porteñas aunque pobres y champuceras, pues se dedicaban a preparar champús que hacían vender en las principales casas de la ciudad y eran sabias en árboles genealógicos; cada uno de estos señores tenía su grupo de amigos y allegados. Hacia 1930 ingresó a esos grupos y aprovechó de sus conocimientos. Por las tardes concurría al archivo del Sagrario y tomaba apuntes a lápiz. En 1932 empezó a colaborar en los Boletines de la Biblioteca Municipal y del Centro de Investigaciones Históricas que dirigía el Dr. Carlos A. Rolando, asombrando a todos con su estudio sobre “Los Moran de Butrón” en 17 paginas, que le atrajo la atención de los medios cultos de la república, especialmente de Gustavo Aguirre Overweg que empezó a prestarle sus libros y de Jerónimo Avilés Aguirre que no cesaba en infundirle ánimo, le obsequió numerosas obras históricas y genealógicas y le decía en tono familiar “Chiquitín”.
Diariamente salía de su empleo en el Banco y concurría a los archivos. Así logró visitar todos los de la ciudad, incluyendo los de La Merced y San Alejo, el del escribano Espinosa, situado en los bajos de la casa esquinera (noroeste) de Vélez y García Avilés, anotando bautizos, matrimonios, defunciones y testamentos de las personas cuyos nacimientos eran legítimos; mas, al poco tiempo, comprendiendo que nuestra sociedad no puede ser estudiada desde un ángulo tan estrecho, amplió el radio de acción de sus pesquisas y tomó todos los datos que podía, sin distingos de ninguna clase. I todo esto lo hacía robándole el tiempo a las noches, sin descansar ni siquiera los fines de semana, con unas ansias tremendas por cubrir la mayor parte del espectro social colonial y republicano de las familias asentadas en los territorios que conforman la amplia cuenca del Guayas.
En 1936 editó “La Familia Rocafuerte” en 15 páginas, y “Los Garaycoa en 7 páginas, con el estilo que conservaría a través de los años y que se define por su claridad y objetividad, prolongando las líneas familiares hasta esos días. En 1937 apareció “Los Ramírez de Arellano” en 18 páginas, “El Conquistador Rodrigo de Vargas Guzmán” en 15 páginas y una biografía resumida del Dr. Francisco de Marcos, en 2 páginas.
En 1938 fue designado Miembro de Número del Centro y para su incorporación presentó un trabajo de 657 páginas titulado “Contribución para el estudio de la sociedad colonial de Guayaquil” con ochenta y seis estudios genealógicos, sus correspondientes Escudos, índices General y por apellidos, erratas más notables y bibliografía. Esta obra de romanos, como alguien la calificó, le costó muchos años de pacientes visitas a los archivos y noches de vigilia para armar las genealogías, pasarlas en limpio, corregirlas, consultar autores y al salir a la venta fue calificada de Obra Maestra, clásica en los anales de la urbe y desde entonces la gente la conoce como “el Libro de Pedro Robles.” Ya era un maestro en asuntos de investigación y solo tenía veinte y seis años de edad.
Sin embargo en 1958 Pedrito me confesaría que el libro le ocasionó varias decepciones pues salió con numerosas erratas pero que por las noches y en compañía de su hermana Jesús, armados ambos de santa paciencia, tijera y goma en mano, fueron corrigiendo las partes erradas de cada ejemplar. Otro asunto que le llegó a preocupar mucho fue el hecho de que un amigo de toda confianza y futuro compadre, a quien le confiaba las pruebas corregidas para llevarlas a la imprenta, se tomó la libertad sin decirle nada por supuesto, de tachar varias líneas familiares, especialmente del apellido Ycaza, poniéndoles leyendas peyorativas y cuando salió la obra Pedrito fue el primer sorprendido. Esta gracia de su amigo le costó al autor la pérdida de varias amistades, que le guardaron rencor por años, debido a que las había omitido.
El precio fue de sesenta sucres el ejemplar, bastante crecido para entonces y produjo una de las mayores conmociones registradas en el siglo XX guayaquileño; ya que en las familias se la disputaban para leerla y estudiarla y no faltaron alegrías y sorpresas, y muchos corajes también.
Sin embargo la notoria prudencia de su autor hizo que el libro saliera impreso con sólo las líneas legítimas de cada apellido para no herir suceptibilidades, produciéndose notables vacíos y dando una imagen hasta cierto punto no muy real que se diga – por incompleta – sobre la sociedad guayaquileña. Por ejemplo, el apellido Carbolo publicó retaceado porque de esa manera no mencionó expresamente cierta ilegitrinidad de una de sus principales ramos.
El impacto alcanzó a Quito y Cristóbal de Gangotena y Jijón le escribió “hasta hoy yo fui el mejor, pero ahora Ud. me ha superado con su libro.” Los Condes de Stauffenberg y los Barones de Bottlenberg, alemanes que descendían de la guayaquileña Juana Reincke y Camba, pidieron la obra para probar que no eran judíos sino de ascendencia española y se salvaron de una segura investigación en pleno nazismo.
En Guayaquil se formó un núcleo generacional de personas amigas deseosas de profundizar sus conocimientos. En los años cuarenta entre los principales anotaremos a Clemente Pino Icaza, quien lo hizo su compadre, Luis Noboa Icaza, Genaro Cucalón Jiménez, Miguel Aspiazu Carbo y Julio Pimentel Carbo, quienes terminaron por escribir genealogías. También visitaban su casa Ignacio Jurado Avilés, Luís Tola León, Jorge Navarrete y Estrada y Francisco Urbina Ortiz, por teléfono lo consultaban Rubén E. Rites, Esperanza Matheus de Peña y Eloy Avilés Alfaro, entre otros.
En 1941 apareció “Los Coello de Portugal” en 9 páginas, “Notas Genealógicas de la sociedad manabita” en 8 páginas y “Relación de los méritos del Dr. Juan Ruiz de Santo Domingo” en 10 páginas, que dedicó a su amiga Rosita de Ycaza Venegas. En 1946 pasó a limpio ochenta y tres apellidos, muchos de los cuales no había tratado en su obra, enviando una copia a su amigo Luis Noboa Icaza, pero el estilo no había variado y eran genealogías escuetas, casi telegráficas. En 1947 dio a la luz “Autoridades Eclesiásticas” en 7 páginas y “La Casa de Vela” en 9 páginas.
En Diciembre del 48 viajó por dos ocasiones a Baba en unión de Luís Noboa Icaza, a fin de revisar a conciencia los libros antiguos de esa parroquia, en los que halló numerosísimas partidas.
En 1949 Delia Ycaza de Marcos le obsequió la tercera copia mecanografiada de la trascripción de Actas del Cabildo de Guayaquil por Gabriel Pino y Roca, que éste había pignorado a su compadre Carlos Marcos Ycaza en momentos de apuros económicos. Pedrito alquiló una carretilla y se fue a la casa de su amiga a la una de la tarde, realizando el traslado de los tomos antes de volver a su trabajo en el Banco, que comenzaba a las dos y media.
El 25 de Julio de 1950 fundó el Instituto genealógico de Guayaquil, cuya presidencia ostentó hasta su muerte. En Septiembre de 1954 aclaró a Rodrigo Chávez González que la desobediencia del Cabildo de Baba en 1747 no había sido un acto libertario sino una protesta contra cierta imposición económica del cabildo guayaquileño a los abastecedores de ganado de esa histórica villa.
En 1952 presentó al Cabildo de Guayaquil su estudio sobre el origen del escudo colonial de la ciudad en 38 páginas, que fijó definitivamente dichas armas y mereció la aprobación y felicitación de una Comisión especialmente designada para el efecto. Pedrito descubrió que la parte central del escudo colonial de la ciudad de Santiago de Guayaquil correspondía a la ciudad de Orduña en España, cuna del conquistador Diego de Urbina, quien realizó el traslado de nuestra urbe en 1542 por orden de Francisco de Orellana. I como Urbina era nativo de Orduña, había agregado la bordura con las cadenas de su apellido a las armas de su ciudad, componiendo de tal suerte el escudo de nuestra urbe.
El asunto tenía larga cauda pues en Marzo de 1756 su antepasado el Capitán Juan de Robles Alfonso había sugerido al Cabildo que solicite al Rey la confirmación del Escudo y los privilegios de la ciudad. En Noviembre del 75 el Procurador General Francisco de Trejo y del Castillo, certificaba al Cabildo, que habiendo retomado la búsqueda del escudo de la ciudad no lo había encontrado y sugería comisionar a Ventura de Garaycoa su localización en los archivos de Lima. Finalmente en 1868 en el noveno tomo de la Colección de documentos inéditos relativos a América y Oceanía, publicado en Madrid por Luís Torres de Mendoza, se copió una Relación anónima de 1.605 describiendo el escudo de la ciudad de Santiago de Guayaquil en los reinos del Perú, de suerte que a causa de la lectura de tal libro, se conocía desde 1868 la descripción, que sin embargo no era ni completa ni perfecta hasta que Pedrito la terminó (1)
En 1955 sacó “Un Linaje vasco da origen al nombre actual del Cantón Vinces” en 25 páginas, explicando el significado del nombre de esa población de esa población, corrupción del apellido Veinza, de origen vasco.
Las Academias e Institutos genealógicos de España e Hispanoamérica le abrieron sus puertas. Los hermanos García Carrafa le contaron entre lo más asiduos colaboradores de su Enciclopedia Heráldico -Genealógica; el Rey de Armas, Marqués de Ciadoncha, igual.
Vivía en un departamento alto en Víctor Manuel Rendón casi al llegar a Boyacá, casa de cemento de propiedad de Alfonso Ulloa Reyes. El 55 los hermanos Robles Chambers vendieron unos terrenos heredados en La Chala y pudo jubilarse en el Banco de Descuento, tras veinte y años de labores, disponer del dinero necesario para formar su biblioteca especializada en libros heráldicos y genealógicos que adquiría mediante constantes pedidos en Madrid, y que estaba considerada la mejor de Sudamérica. Igualmente empezó a viajar a los Estados Unidos a tratarse diversas dolencias agravadas por su estado de hipertensión crónica.
En 1956 que le conocí y comencé a visitar tenia cuatro tomos empastados en percalina roja con sus “nuevas genealogías “así llamadas porque no constaban en su obra de 1938 ni en sus trabajos inéditos del 46.
El 58 adquirió un pequeño solar en el centro de la ciudad, calle Rumichaca No. 914 entre 9 de Octubre y V. M. Rendón, edificó una casa de estilo español en la cual instaló su domicilio, archivo, biblioteca y posterior museo que mostraba a los visitantes y merced a ese ejemplo otros guayaquileños fueron formando museos privados. De esta época data su ingreso a la Asociación de Caballeros Hijodalgos a Fuero de España, por el brazo armado de la nobleza de León, a la que se pertenecía por su varonía Robles.
Ese año editó “Hidalguías guayaquileñas” en 79 páginas. “Apuntes para la historia de la población de Balzar” en 4 páginas y “La familia Alvarez de Avilés” en 27 páginas. En 1959 “Homenaje a la memoria del Dr. Francisco X. de Garaycoa y Llaguno” en 12 páginas. En 1960 “Isabelita Morías y sus linajes” en 62 páginas e índice. Movido por su amor a la naturaleza hizo construir un casita de un piso enquinera en la calle principal de playas, que utilizada en las vacaciones invernales.
Por entonces el Duque de Norfolk, Rey de Armas de Su Majestad la Reina de Inglaterra, le envió de Londres, un pergamino conteniendo las armas heráldicas de la familia Chambers de Guayaquil, hoy en la biblioteca del Club de la Unión.
Filántropo, donó la imagen del Cristo del Consuelo y el dinero para la construcción de la capilla de la Virgen del Soto. Formó parte de la comisión creada para elaborar el proceso de beatificación de Narcisa de Jesús Martillo. Fue designado miembro de la Asociación de Caballeros de Corpus Cristi de la Catedral de Toledo y de la Academia Arquidiocesana de Historia Eclesiástica de Guayaquil.
Su correspondencia se había vuelto nutrida e internacional, diariamente recibía cartas de todo el mundo, le visitaban para consultas y a pesar de ello vivía apaciblemente y sin apuros, rechazando festejos y convites que le menudeaban, casi sin salir a la calle, prefiriendo lecturas y estudios en la paz de su domicilio y como los antiguos sabios cultivando la eutrapelia, o sea la virtud de la moderación y el donaire y de enseñar divirtiendo. Por ello prefería callar antes que herir, siempre cortés y delicado pero sin afectación, franco y sincero con todos. Cuando pasaban por Guayaquil los Embajadores de España le presentaban sus respetos y conocían su Museo y le fue impuesta la Encomienda de Isabel La Católica.
En 1970 editó “Los Lavayen” en 17páginas y “Breves apuntes sobre los deudos de Santa Teresa de Jesús” en 11 páginas En 1972 aceptó el acta del Oriente peruano de Lima, aclaratoria del nacimiento de don Joaquín San Martín y Mirón, como hijo natural del Libertador José de San Martín y Matorras en la guayaquileña Carmen Mirón y Alayón.
En 1976 y estando yo de Concejal comisionado de Cultura, el Cabildo designó una Comisión de entre su seno para que lo visite y entregue un honroso “Acuerdo especial” en agradecimiento por su trabajo sobre el escudo colonial.
Por esa época adquirió la antigua casa de madera de la familia La Mota al final del barrio de “Las Peñas” donde edificó una villa de cemento, pequeñita por tener solo un dormitorio, pero con amplia sala – comedor y balcón que daba al río. Allí pasaba con Jesús los fines de semana pero una noche los ladrones se conectaron al tomacorriente del balcón y le abrieron la puerta de hierro que daba acceso a la sala, robándole lo que más pudieron. Esto le causó una fuerte impresión pues lo alertó del gran peligro que suponía la existencia de piratas en la ría.
En 1980 su salud siempre delicada empeoró notablemente a causa de un derrame cerebral, se recuperó y fue designado presidente de honor del Centro Nacional de Investigaciones Genealógicas y Antropológícas del Ecuador con sede en Quito. La debacle económica iniciada el día 20 de Marzo de 1982, ocasionada por el endeudamiento agresivo de los gobiernos y la guerra de Paquisha con el Perú que hizo subir la cotización del dólar en el Ecuador de veintiocho sucres hasta un mil doscientos en 1984, le atrajo la ruina económica causándole una gravísima molestia y contrariedad. Ya no pudo seguir adquiriendo antigüedades, hasta tuvo que comenzar a desprenderse de algunas. I lo que es peor, el sueño suyo, de formar un Museo – Biblioteca para donarlo a su ciudad, empezó a parecerle imposible.
El 83, decidí animarlo un poco para ver si levantaba el ánimo y sin decirle nada recopilé dieciséis trabajos suyos aparecidos en El Telégrafo y salieron en un capítulo denominado “Escritos varios de don Pedro Robles y Chambers”, en 39 páginas, dentro del No. 44 de Cuadernos de Historia y Arqueología, de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas, lo cual le agradó mucho. I hasta parecía que el viejo maestro cobraba nuevamente ánimos pero la trágica muerte de su sobrino Lucho Pancho Arosemena Robles le volvió a postrar.
De allí en adelante sobrevivió a un nuevo derrame cerebral que le mantuvo varios meses en cama y le dejó con la memoria disminuida, nuevamente le hizo perder todo gusto por las cosas. También es verdad que comenzó a sufrir de fortísimos dolores de cabeza. Ya no leía ni contestaba al teléfono, pero el 84 comenzó a mejorar a ojos vista. El 85 me proporcionó varios datos de su vida y saqué su biografía en El Telégrafo, que le agradó por ser una síntesis apretada de sus múltiples facetas como persona y como investigador, y así con altas y bajas pasó ese año hasta que un nuevo ataque traidoramente le quitó la vida el lunes 24 de Noviembre de 1986 a las siete de la noche. Solo tenía setenta y cuatro años de edad pero nunca había sido de salud buena. La ciudad y sobre todo su Cabildo, no se dieron entera cuenta de la enorme pérdida que significaba su viaje al más allá, pues había desaparecido el sabio mantenedor de la memoria familiar de la urbe, quien había estructurado los grupos familiares de la nada, dándonos una identidad perdurable. Felizmente con el paso de los años este imperdonable olvido ha sido disipado y el Cabildo reeditó su obra y luego, al agotarse enseguida, acaba de publicar en cuatro gruesos volúmenes su obra magna, ampliada con datos nuevos y otros agregados de su archivo por el Lic. Ezio Garay Arellano, quien ha continuado la labor del desaparecido maestro.
Su estatura mediana, ancho de espaldas, nariz roma, piel blanca y sonrosada, cabellos crespos, negros y escasos, hablar mesurado, enemigo de honores. En 1978 declinó aceptar el honroso título vitalicio de Cronista de Guayaquil que le fuera propuesto por la Alcaldía siendo el que mayores méritos exhibía para ostentar tan elevada dignidad.
Su influencia en la sociedad guayaquileña iniciada a partir de 1938 no ha sido bien comprendida en toda su magnitud, como iniciador de los estudios sistemáticos de genealogía y heráldica y mantenedor de la tradición en nuestro medio pues la formación de su fichero, archivo y biblioteca representa un hito investigativo y un esfuerzo ejemplar en el país; una copia microfilmada reposa actualmente en la Biblioteca Municipal de Guayaquil, otra en la de la Iglesia Mormona en Salt Lake City, Utah, U. S. A., una más tiene el Dr. Fernando Jurado Noboa y finalmente la última usa el notable investigador Fernando Echeverría Herreria a) Ferneche, que habita en los USA.
Finalmente, parte de su biblioteca acaba de ser adquirida por nuestra Municipalidad, no así su Archivo de cartas (epistolario) que la incuria familia dejó perder años después de su muerte.