Los Merselaer eran de las más nobles y linajudas familias de Brabante en el siglo XVI. Uno de ellos, Gil de Merselaer, viudo de Juana Laenen, casóse con Zeguerlina de Graesdonk, que le dió tres hijos y una hija: el mayor de ellos Adriano fue Secretario del Papa Adriano VI- Florencia Boyers – el único pontífice flamenco, antiguo cortesano de Maximililano I y preceptor de su nieto, que más tarde debía llamarse Carlos V; y la hija, Juana unió su suerte a la de José Ricke, hijo de Juan Ricke, señor de Bootmeerbeek, montero mayor de Brabante y regidor de Malinas en 1511 y nieto de aquel otro Juan que fue Corregidor, Burgomaestre y Magistrado de Grimbergen y Buggenhout. De la unión de estas dos ilustres familias, flor y nata de la nobleza flamenca, fue vástago un humilde religioso franciscano Fray Jodoco Ricke de Merseaear nacido en Gante e hijo del Convento de Malinas, que, venido a México, a raíz de la conquista española, en 1532, pasó a Quito, en 1534, con Fray Pedro Gosseal, flamenco como él, y Fray Pedro Rodeñas, castellano; fundó allí el primer convento de la Orden Seráfica en la América Meridional y, sobre alguno de los solares en que dividió el Cabildo de la ciudad las casas que fueron de placer del Inca Huayna-Cápac, levantó uno de los monumentos más hermosos del arte hispano-americano: el Monasterio de San Francisco de Quito. Esta magnífica fábrica, extendida en una área de 34 mil metros cuadrados, comprende una casa conventual inmensa, llena de patios, jardines y huertos, y tres templos: el de San Francisco, el de San Buenaventura y el consagrado a la Vírgen de los Dolores por el indio Francisco Cantuña, personaje de Leyenda de las antiguas crónicas quiteñas.
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