PUIG MIR JAIME

INDUSTRIAL.- Nació el 29 de Agosto de 1850 a las cinco de la mañana en Vilassar de Mar, Provincia de Barcelona, Cataluña, España. Bautizado como Jaime Lorenzo Jacinto Anastasio y fueron sus padres legítimos Juan Puig Carrau (1801-1871) piloto y patrón costanero dueño de unas barcazas en el puerto y de unas viñas en el interior que adquirió después. Dispuso por testamento en abril de 1858 que su esposa María Mir y Borotau (1811 – 1881) con quien estaba casado desde finales de Junio del 27, heredara la totalidad de sus bienes y que a la muerte de ella los entregara a su hijo mayor Juan Puig Mir en razón de la institución del “hereu”. Su abuelo el Capitán Antonio Puig, pescador “de una familia de acomodados armadores en Vilsasar y una noche de tormenta salió valientemente a amarrar sus barcazas y no volvió. Tres días después le tocaron las campanas a misa de difuntos y se le dio por muerto.”En el Museo Naval de Barcelona se conservan los diseños de los barcos de los Puig y de los Mir de Vilassar y algunos retratos de estos Capitanes. Casado con Rosa Carrau. Abuelos maternos Pedro Mir patrón pescador y Madrona Borotau de igual vecindad. Fueron padrinos de bautizo sus tíos Jaime Mir piloto y Sebastiana Juliá cónyuge de Lorenzo Mir, todos de Vilassar.
Recién casados los cónyuges Puig Mir mandaron a levantar una casa en la calle Sant Magí No. 17 (hoy número 6) con un huerto en la parte de delante y que se comunicaba a través de otro huerto con la calle trasera. Allí había un almacén con entrada para carros, unos grandes cubos para pisar uvas y otros elementos como barricas, etc. para producir vino. En esta casa nacieron los nueve hijos, de los cuales cinco eran varones y cuatro hembras y aún continúa en poder de algunos de los descendientes. A pesar de su extensa familia Juan Puig Carrau logró acumular a través de su vida cierto patrimonio, iniciado con las cuatrocientas libras (moneda catalana) que aportaron a la sociedad matrimonia él y su esposa.
Con el tiempo Juan compró una segunda casa en la carretera que unía Vilazar con Barcelona, un solar edificable y tres piezas de tierra plantadas de viñas que sumaban más de trece hectáreas en Vilazar.
Su hijo Jaime estudió la primaria y secundaria en el vecino Colegio que los Hermanos Cristianos mantenían en Premiá del Mar. En 1870 falleció su padre dejándole huérfano de quince años de edad y aunque siempre se había decidido por la mecánica, más por agradar a su madre, principió la carrera de medicina en Alemania pero sintiéndose atraído por las aventuras de sus hermanos mayores Juan y Pedro, quienes habían vuelto del Ecuador dejando un trapiche de caña de azúcar transformado en ingenio por su maquinaria importada de Liverpool, Inglaterra, en 1872, que ya estaba en pleno funcionamiento, abandonó sus estudios y sin el consentimiento materno pasó en 1874 a Guayaquil con veinte y cuatro años de edad (1)
Una vez en el puerto adquirió una pistola en la ferretería de Bonín situada en la calle del Comercio (Pichincha) conociendo a la que después sería su esposa, pues ella ayudaba a su padre en el negocio.
Trasladado al Ingenio, se plantó al pie de la casa y desafió a un duelo a muerte a su cuñado el Capitán Eduardo Ferrés i Viada, que había formado en Guayaquil un segundo hogar con hijos extramatrimoniales y tenía en Vilazar abandonada a su esposa Elvirita Puig Mir, de manera que el Capitán Ferrés para evitar una tragedia envió al Mayordomo a conversar y llegaron a un acuerdo, obligándose a regresar para cumplir sus deberes conyugales. Ferrés estaba interinamente hecho cargo del manejo del Ingenio, que como ya se dijo, disponía de una maquinaria cuyo precio ascendía a trescientos mil pesos ecuatorianos, de a ocho reales cada uno.
En 1875 tras haber realizado la zafra volvió a España obtuvo que su madre firmara en Vilazar de Mar la venta del ingenio, maquinarias y tierras a su favor (haciendas Guadalupe, San Pablo, La Ventura, los sitios Cacharí, La Isla y Guarumal) pues como su hermano Pedro había adquirido la propiedad a Juan y luego muerto sin sucesión legítima, la herencia había recaído en ella. La venta fue muy especial, Jaime no le dio un solo céntimo a su madre, pero se comprometió bajo palabra de honor a entregar la cantidad de sesenta mil duros a cada una de sus hermanas al ocurrir el fallecimiento de su progenitora, lo cual jamás cumplió. La señora no sabía hablar ni escribir en castellano – como sucedía por entonces con la mayor parte de la población de las marismas catalanas- por eso hubo que traducirle la escritura a ese idioma. I en cuando al saldo deudor de su hermano Pedro con Juan, nada se dijo, de manera que se pasó por alto tan delicado tema, posiblemente desconocido por la señora Mir.
Habiendo tomado a cargo el ingenio ya como propio en 1876, se acostumbró a limpiar personalmente las maquinas una vez terminada la zafra, para lo cual despidió a los dos ingenieros ingleses que supervigilaban las obras. Al culminar exitosamente la décima zafra en 1882, tras seis años de trabajos, era un próspero industrial que manejaba con éxito sus negocios entre Guayaquil y Babahoyo. En el ingenio tenía más de veinte kilómetros de durmientes de gruesa madera que soportaban las rieles metálicas importadas de Inglaterra, así como diez vagones metálicos usados para transportar la caña al sitio del ingenio, Estos vagones eran movidos por mulares y yo los llegué a conocer.
Igualmente existía un cepo de madera para brazos y piernas donde era fama que en los primeros tiempos había castigado a los juerguistas, borrachos y pendencieros, al punto que después nadie osaba beber licor o mezclarse en peloteras. Los peones y capataces le tenían respeto pues conocían su forma de ser, pero al mismo tiempo sabían que era incapaz de una injusticia y que solía ayudar económicamente cuando la ocasión lo precisaba.
Ese año declaró: Mi ingenio es el único del país movido a vapor y no tengo necesidad de ingenieros para su mantenimiento, pues sin ayuda alguna armo y desarmo las máquinas durante la operación anual de limpieza y conozco cada una de sus piezas y tornillos.
El mismo 82 también diversificó sus negocios y con su paisano Iturriaga creó la “Empresa de Vapores Nuevos” para cubrir la ruta fluvial del río Babahoyo pero pronto adquirió la participación social de su socio, quedando de único dueño. Iturriaga era famoso en Guayaquil pues casó con Carmencita Molina, hija de un próspero ganadero de la zona de Naranjal, quien la tarde de la boda manifestó a los invitados ¡Qué leche la de Iturriaga, casarse con mi hija Carmencita¡ frase que pronto se volvió célebre en Guayaquil. Ella era rubia, rica, encantadora y tocaba muy bien al piano. Fueron muy felices aunque sin hijos.
En un vasto solar de la ría y la calle de la Concordia, hoy Calicuchima, armó dos vapores construidos por “Pusey and Jones Co” en Wilmington, USA y los llamó San Pablo y Puig Mir, con 97 y 102 pies de eslora, que por su gran tamaño y anchura no pudieron subir arriba de la población de Babahoyo donde los ríos comienzan a estrecharse. En dicho solar había establecido una de las dos fundiciones grandes que funcionaban en Guayaquil, la otra era del súbdito inglés Alejandro Mann.
Por supuesto existían varias fundiciones más en la ciudad aunque de menor tamaño.
Por eso ordenó otros dos vapores angostos llamados el Rápido y el Pampero, de diseño distintos pues solo tenía una rueda trasera en lugar de las dos clásicas (una a cada lado) pero el recorte de los lados les hacía perder fácilmente la estabilidad y nunca pudieron cubrir la ruta a la provincia de El Oro que era en mar abierto y con olas. El Rápido terminó accidentándose al tomar puerto en Babahoyo. El Pampero tuvo mejor suerte y navegó muchísimos años hasta bien entrado el siglo XX.

LOS VAPORES FLUVIALES.- En palabras de Clemente Yerovi Indaburo los vapores fluviales de Jaime Puig Mir fueron los más hermosos del país. Eran andadores y competían con el Chimborazo y el Bolívar de la Empresa Indaburo mano a mano, pero les superaban por sus catorce pies de eslora y su capacidad de carga era un cuarenta por ciento mayor en razón también de su mejor puntal.
Aparte del transporte de personas y mercaderías a Babahoyo, se aceptaban fletes a consignación para ser cobrados en el lugar de destino. Al retornar a Guayaquil era costumbre ir entregando las mercaderías en los diferentes muelles o puerta a puerta.
La atención a los pasajeros era pulcra y esmerada. Un nutrido personal de cargadores subía y bajaba los bultos. Los mozos de servicio limpiaban los camarotes y atendían a la clientela en el bar y dos comedores. La buena presencia y distinción de los Capitanes era otro atractivo para hacer más llevadera las cansadas travesías. En cubierta se permitía el juego de dados y cartas. El amplio salón del piso superior hacia de comedor y hasta de pista de baile. También se podía disfrutar desde allí de la brisa y del paisaje siempre cambiante de las haciendas que se pasaban, oteando la infinita floresta tropical.
El bar era alimentado de finos licores europeos y como se llevaban marquetas de hielo, las bebidas se servían frías. Los almuerzos y meriendas eran de mantel largo, atendiéndose por riguroso turno. El Capitán presidía la primera mesa, la segunda corría a cargo de su Ayudante y así por estricto orden protocolario.
La Empresa de Vapores Nuevos atendía en sus oficinas principales, bajos de la casa Bonín en la calle Colón, donde se reunían las mercaderías y vendían los pasajes. También poseía un muelle a la misma altura del malecón, para que el público goce de mayor comodidad y escoja el sitio más conveniente. Los horarios se anunciaban por toda la ciudad y por los diarios. Cada viaje era un acontecimiento y las reservaciones se hacían con varios días de anticipación. Existían pasajes de primera y de segunda. La diferencia consistía en que los de segunda iban en la parte baja aunque podían circular por todo el vapor, excepto a las horas de las comidas, que debían permanecer en el comedor de segunda, igual en todo al de primera. Las comidas eran las mismas como es fácil comprender pues existía una sola cocina. El servicio de mesa era de plaqué y tenía el monograma de la Empresa. Los vasos de vidrio y copas de cristal, la vajilla de porcelana en primera y de loza en segunda. Los manteles siempre limpísimos. El menú se componía de tres platos (sopa, entrada al medio y plato fuerte) el postre, las frutas y el café era servido al final.
Servilletas del más fino lino inglés especialmente grandes como para cubrir el pecho, daban el toque final de elegancia. Siempre limpísimas y almidonadas
El bar de segunda no vendía licores finos pero no por ello dejaba de estar bien aperado. Personas que utilizaron los vapores me relataron que en segunda era común beber anisados o Mayorcas, rones y mistelas de colores y que en primera nunca faltaba algún hacendado ricachón del Gran Cacao y viajado a París, que invitaba a las damitas con una copa de Champagne o alguna cerveza rubia y bien helada, que entonces era considera un alimento nutritivo más que un refresco fuerte. Los caballeros preferían los brandis, cogñac y vinos. El whisky era casi desconocido y beberlo costumbre de gringos.
La carrera de Babahoyo no dejaba de tener sus problemas, sobre todo durante la época invernal, cuando por efecto de las lluvias en la cordillera se hinchaban los ríos y era difícil seguir sus verdaderos cursos, dándose el pintoresco caso de que por las noches los vapores entraban a los potreros sin que el práctico piloto se diera cuenta, porque las sabanas eran espejos de agua. Allí venia el lío y cómo sacarlo, porque al día siguiente, al bajar las aguas, se encontraban los pasajeros rodeados de vacas.
Reflotar el vapor era obra de ingenio, paciencia y no poco gasto. Primero se conseguía un transporte para aligerar a la nave del peso de las personas y carga. Luego venia un remolcador y se colocaban troncos a manera de deslizadores para preservar la integridad del casco. Finalmente, libre el vapor, todo era alegría y contentamiento, demostrándose una vez más que la inteligencia es superior a las asechanzas de la naturaleza bravía y tropical.
Los vapores se convirtieron en el único medio de transporte pues no existían las carreteras y como tales sufrieron los avatares de la política del país. A fines del 82 el San Pablo fue requisado por la dictadura del General Veintemilla para ser utilizado como transporte de tropas, meses más tarde fue recuperado por las fuerzas Regeneradoras del General Alfaro, que lo llevaron a la campaña militar de ese año sobre la ciudad de Guayaquil y solo tras la toma de la ciudad el 9 de Julio de 1883 fue devuelto a su propietario. A principios de Junio de 1895 el mismo San Pablo fue utilizado por los montoneros del General Plutarco Bowen para hacer su ingreso triunfal a Guayaquil.
El domingo 7 de Enero de 1883, a los treinta y dos años de edad, contrajo matrimonio con Ana Bonín Cuadrado, hija del adinerado comerciante Juan Bautista Bonino Sanguinetti (1808 –1897) natural de Cova di Lovagna (Cueva de Pizarra) en la Liguria, cerca de las ciudades de Rapallo y Chiavari, dueño de una ferretería, varias propiedades céntricas, la hacienda El Naranjo cercana a Puebloviejo, etc. y de Teresa Cuadrado Yánez (1826 – 1889) natural de Sibambe, provincia del Azuay, a quien había conocido cuando recién arribó a la ciudad.
En 1884 nacieron sus hijos gemelos que murieron niños. Juan el 93 de fiebre perniciosa a solo veinte horas de haber salido del puerto venezolano de La Guayra en viaje a Europa y su cadáver fue arrojado al mar. El 85 Ana quien casó en Barcelona en 1909 con Eugenio Sagnier y Villavecchia (1868-1935) con hijos. Ana falleció igualmente en Barcelona en 1959.- El 86 María Teresa casada con Luís Villavecchia Dahlander (1881 -1924) con sucesión. El 89 Rodrigo casado en Guayaquil el lunes 7 de Mayo de 1924 con Laura Game Castro con sucesión. El 93 Lucrecia casada con José María de Pascual y Fontcuberta, con sucesión. Ella falleció viuda en 1930 y su esposo el 26.
Sus hermanas le entablaron juicio por el ingenio pidiendo la nulidad de la escritura de compraventa y tras contratar al famoso abogado La Cierva ganó el pleito. Igual ocurrió con la viuda de su hermano Miguel, quien se había ausentado de Guayaquil a Vilazar dejando algunos bienes y falleció casi enseguida, a los cuatro años de llegado, a causa de una fulminante pulmonía. La viuda tuvo que contentarse con recibir lo que buenamente su cuñado Jaime Puig Mir quiso pagarle y no lo que ella reclamaba y estimaba en justicia. Miguel había llegado a América a trabajar con su hermano Jaime en el aserrío que éste había montado en la ría y Calicuchima, pues había estudiado para marino mercante y era muy buen conocedor de ese ramo.
En 1886 Jaime era accionista del Banco del Ecuador y cuando al siguiente año se formó el primer banco agrícola con el nombre de “Banco Territorial”, adquirió un lote de acciones y pasó a formar parte de la Junta Directiva donde se mantuvo por muchos tiempo.
En esos años era usual que la Municipalidad y la Sociedad Filantrópica del Guayas convocara a los comerciantes industriales y artesanos a participar en las Ferias de Muestras. Muchos concurrían y eran premiados con medallas de Oro y Plata. Uno de sus competidores comenzó a hacer propaganda de su azúcar, anunciándola como la mejor del país por haber obtenido la Medalla de Oro en la Feria de Muestras de 1889. Puig Mir decidió contrarrestar tales declaraciones con el siguiente anuncio aparecido el 21 de Enero de 1890 en El Diario de Avisos que dice así: INGENIO SAN PABLO – LA PEOR AZUCAR QUE SE PRODUCE EN EL ECUADOR, SIN GRANDES PREMIOS NI MEDALLAS. La más barata relativamente a clase y calidad. De venta en todos los principales establecimientos de Guayaquil y Babahoyo, con contadas excepciones. Jaime Puig y Mir, consiguiendo causar el asombro de los lectores y dejar en ridículo a su oponente y como anunciaba la más baratas aumentó considerablemente las ventas.
En la madrugada del 6 de Octubre de 1896 fue despertado por el mayordomo del ingenio para que observe una gran luminosidad en dirección al cielo de Guayaquil. Inmediatamente se dio cuenta que la ciudad estaba ardiendo y tomó una canoa, arribando en horas de la tarde cuando aún se quemaban las últimas casitas de caña en la sabana grande al lado de la Atarazana. Presente en la Gobernación, formó parte de la Comisión de Ayuda a los damnificados que recogió dinero, alimentos y vituallas y por su propia cuenta trasladó a cincuenta familias pobres que instaló provisionalmente en el ingenio y mantuvo a su costa por espacio de seis meses, dándoles tiempo a que rehicieran sus vidas.
El domingo 14 de Noviembre de 1897 falleció en Ciudavieja su suegro Juan Bautista Bonín Sanguinetti, quien permanecía viudo desde el lunes 11 de Mayo de l890, cuidado únicamente por dos empleados de mano.
A principios del 98 viajó a España, en Abril visitó su nativa Vilazar tras veinte y seis años de ausencia, pues se había ausentado joven. Sus amigos y compañeros le recordaban y agasajaron como era usual en estos casos con una serenata compuesta de habaneras y otras piezas. La invitación circuló en catalán y traducida al castellano dice: A propósito de la corta estadía entre nosotros del hijo de esta población D. Jaume Puig i Mir, el Coro de la Amistad le ofrecerá la noche del domingo una Serenata compuesta de las bonitas piezas “Lo pom de flors”, “Un paseo por el Betis,” “La Gratitud,” y “Los néts dels almogavers,” el señor Puig va a corresponder de una manera digna a la atención de que será objeto…. Estimamos que debió recibir al Coro y a los amigos en los salones del Casino de la población, lugar el más adecuado para una reunión de proporciones.
De regreso de uno de sus viajes a Europa Jaime consiguió en las islas Canarias las semillas de las altas palmeras que sembró a la entrada del ingenio y en la avenida principal del Cementerio de Guayaquil. En Cuba adquirió nuevas variedades de caña logrando un considerable aumento en la producción.
Entre 1900 y 1909 funcionaban en Guayaquil solamente tres empresas navieras fluviales para la atención de pasajeros y carga, la de herederos de Pablo Indaburo, la de Jaime Puig Mir y la de José Camba.
En el Ecuador trabajaban los siguientes Ingenios: Cantón Yaguachi, Ingenio Valdés con 30.000 quintales propiedad de los sucesores de Rafael Valdés Cervantes. Chobo con 16.000 quintales. Matilde con 16.000 quintales propiedad de Horacio Morla Mendoza. Maria de los hermanos Carrillo con 8.000 quintales. Rocafuerte con 9.000 quintales propiedad de Julián Aspiazu Sedeño. San Carlos con 9.000 quintales de Carlos Lynch. Luz María con 5.000 quintales de Homero Morla Mendoza y El Cóndor con 3.000 quintales de Félix Chevasco. Cantón Daule, el Ingenio Santa Ana con 4.000 quintales de los sucesores de Juan José González Benítes. Cantón Balao el Ingenio Maria con 5.000 quintales de Darío Morla Mendoza. Cantón Tenguel el Ingenio de ese nombre de propiedad de los herederos Caamaño con 2.000 quintales. Cantón Babahoyo, el Ingenio San Pablo de Jaime Puig Mir con 10.000 quintales. En las islas Galápagos, el Ingenio Progreso con 10.000 quintales de Rogelio Alvarado, yerno de Manuel J. Cobos, este Ingenio pasó por deudas al comerciante español Lorenzo Tous Lliteras que lo cerró.

En el Incendio del Carmen del 16 de Julio de 1902, le ocurrió la siguiente anécdota que fue decidora en el futuro de su vida. Puig Mir aseguró a sus hijas que la casa Bonin donde vivían, ubicada en la calle del Fango, hoy Colón, entre Pichincha y Pedro Carbo, no se iba a quemar y en consecuencia no había razón para sacar las cosas; pero se quemó al igual que las otras del sector a las dos horas de haberse iniciado el flagelo. Puig Mir consideró éste acontecimiento como una injusticia que le jugaba la ciudad y desde entonces juró que su domicilio y el de los suyos debia estar en Barcelona, donde esta clase de acontecimientos no se dan porque las casas son de cemento y piedra.
Ese año el precio San Pablo de su propiedad estaba avaluado en ochocientos mil sucres siendo el más valioso de la parroquia Babahoyo segun “El almanaque de la nación” publicado por Vicente Paz Ayora.
Despechado de Guayaquil emigró ese año a Barcelona pero cada año regresaba para la zafra del ingenio, que dejó en manos de administradores quienes también mantenían en funcionamiento su Empresa de Vapores Nuevos, que a la fecha se componía del Pampero, el Rápido, el Puig Mir y el San Pablo, en la carrera fluvial Guayaquil – Babahoyo con paradas en las diferentes poblaciones y haciendas intermedias.
En Barcelona distribuyó a su familia de la siguiente manera: Su hijo Rodrigo, de trece años, fue matriculado en el colegio jesuita de Sarriá considerado uno de los mejores de España aunque la educación que brindaba era estricta y anacrónica por confesional. Sus hijas fueron alumnas externas en diversos colegios religiosos y para comodidad de todos adquirió una casa de departamentos en el Paseo de Gracia No. 42 que llamó El Principal y otra de seis pisos, mezanine y planta baja con ascensor en Balmes N° 123, que aún siguen habitadas por sus bisnietos los Trias Sagnier, hijos de María Teresa Sagnier y Puig Mir y nietos de Ana Puig Mir y Bonín. Se cuenta que los arquitectos que contrató quisieron colocar algunos detalles ornamentales en las fachadas, posiblemente tomados del art nouveau que estaba en toda la moda, pero como era un hombre práctico decidió no “botar el dinero en gastos accesorios, útiles solo para que otros se distraigan”, refiriendose a los paseantes, por esos sus edificios son únicamente funcionales sin ningún tipo de aditamentos a las fachadas.
En 1905 figuraba entre los principales accionistas de la Caja de Ahorros de Barcelona, conociendo en el Directorio a los señores Sagnier y Vlllavecchia, con quienes emparentaría después. En Guayaquil tenia acciones en la Caja de Ahorro y hacia mayoría con Alejandro Mann, Homero Morla y Bartolomé Vignolo. También formaba parte de los directorios de los Bancos Territorial y del Ecuador con acciones mayores y menores adquiridas con el producto de las zafras, cuya cifra anual llegó a los quince mil quintales en 1920, cantidad no despreciable para la época; sin embargo, como había remitido a Europa la mayor parte de su fortuna y la de su esposa que también era cuantiosa, distribuyéndola en títulos de la Deuda Externa española en Londres y en acciones y valores diversos entre París y Zurích, se le conocía en Barcelona con el apelativo de El Indiano, por su notoria riqueza.
Para la zafras se trasladaba a vivir en el Ingenio y el resto del año la pasaba en Guayaquil o viajando por diversos países de Europa, separado amigablemente de su esposa que radicada en Barcelona. Durante un viaje a esa ciudad aprovechó en 1.907 para obtener del Ministerio de Gracia y Justicia el correspondiente Decreto por el cual se autorizó a su hijo Rodrigo Puig y Bonín usar unidos como uno solo y primero de los apellidos el de Puig Mir conservando en segundo lugar el que por su madre le correspondía.
Mantenía su domicilio en el No. 42 del Paseo de Gracia. En 1908 donó el dinero necesario para la fundación de un asilo de ancianos (Casa Pairal deis Desvalguts) en Vilazar de Mar.
En la más antigua lista que se conoce de miembros del Club de la Unión – 1908 – figura como socio activo. En 1909 casó a su hija Ana en Barcelona con Eugenio Sagnier y Villavecchia, rentista y accionista mayoritario de la Caja de Ahorros de Barcelona, dotándola de quinientos mil francos oro como después lo haría con el resto de sus hermanas. En el Ecuador el ingenio San Pablo giraba con un capital de tres cientos veinte y cinco mil sucres y su Empresa la compañía de Vapores Nuevos – que ya no lo eran tanto – con ciento cincuenta mil, siendo la segunda empresa fluvial del país después de la Flota Indaburo propiedad de Adela Seminario Santa Cruz Vda. de Pablo Indaburo, que tenía ciento setenta y cinco mil.
Ya era famoso por la terquedad de su carácter y hasta se contaban excentricidades de la que aún existe buena cauda de recuerdos. Tenia la costumbre de usar solamente billetes recién salidos a circulación con los que solía pagar sus gastos menudos. En cierta ocasión, de viaje hacia el ingenio, a causa de una alforja mal cerrada se le fueron cayendo algunos, que un honrado campesino del sector se apresuró a recoger y entregar a su dueño, quien negó enfáticamente que fueran de él, prefiriendo perderlos antes que pasar ante los demás por descuidado.
Su pariente y vecino Jaime Roldós Baleta, con quien se llevaba bien, le visitó cierta ocasión en el ingenio, para solicitar un préstamo que requería con urgencia. Puig Mir le entregó tres grandes y pesadas talegas con moneditas de plata y permaneció en la orilla burlándose de los apuros del pariente cuando se embarcaba con ellas en una frágil canoa, con inminente riesgo de zozobrar, pues allí estaba la gracia del préstamo.
Contradictorio en todo, aunque con sus amigos ocurrido y dicharachero. Poco afecto a reuniones y en sus opiniones intemperante y rotundo como buen español; protegía a las madres marianitas y a su escuela de niñas huérfanas en Babahoyo con plata y persona y les llegó a obsequiar seis casas de madera en el centro de la población para que con sus rentas pudieran sustentar el asilo denominado Trinidad Camacho, notable comerciante bolivarense que fue por muchos años la distribuidora del azúcar del Ingenio San Pablo y nunca quedó mal en los pagos, pero falleció anciana en 1907 dejando su fortuna íntegra a las madres marianitas.
En Guayaquil era proverbial su generosidad silenciosa con los paisanos que caían en pobreza y todo ello iba a la par con su mal carácter de siempre.
En 1912 casó en Barcelona a su hija María con Luís Villavecchia Dahlander, rentista y accionista mayoritario de la Caja de Ahorros de Barcelona, hijo de Dr. Ing. Industrial Ignacio Villavecchia Sagnier director de dos compañías italianas de vapores y de Isabel Dahlander Soler natural de Alicante, nieta del Cónsul General de Suecia en esa población. El novio fallecería de tifus en Barcelona, al cumplir cuarenta y dos años de edad en 1923.
Una semana después de ocurrida la tragedia del Titanic hizo la travesía New York – Inglaterra en un trasatlántico gemelo, con capacidad
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para mil personas, pero solo viajaban siete valientes en su interior pues nadie más se había atrevido a desafiar los peligros de tan atrevida travesía.
En lo personal se distinguía por pulcro, discreto y por ser un gran trabajador con ideas especiales. Después del Incendio del Carmen re hizo la casa Bonín (que él ocuparía solo por temporadas cuando estaba en Guayaquil) de la siguiente curiosa manera: La planta baja con paredes de piedra pómez por ser más frescas y menos pesadas que los ladrillos. La parte alta con quincha y la armazón de maderas incorruptibles de las selvas del ingenio. El techo, ya no de tejas de barro sino de planchas corrugadas de zinc traídas de los Estados Unidos y tan buenas que duraron más de ochenta años sin sufrir melladuras pues según era opinión general, el zinc no se quemaba en los incendios.
La I Guerra Mundial le fue completamente favorable para su economía en el ingenio pues los productores de azúcar de remolacha en Europa cerraron sus puertas por falta de mano de obra que entró a engrosar los ejércitos, de manera que el precio internacional de la libra de azúcar subió a 0,225 centavos de dólar, cotización espectacular alcanzada para 1920.
En 1915 y debido a la competencia del ferrocarril Guayaquil – Quito inaugurado en 1.908, que se llevó la mayor parte de la carga quedando Babahoyo y la antigua vía Flores prácticamente en desuso, se vio obligado a suspender la construcción de un nuevo vapor que reemplazaría al Puig Mir pues el comercio fluvial había dejado de ser económicamente rentable. Esa decisión originó un cuentón que aún se repite como verdadero (1)
En 1916 casó en Barcelona a su última hija llamada Lucrecia con José María de Pascual y Fontcuberta, Doctor de Derecho y en Filosofía y Letras, Profesor de Derecho Hispanoamericano en la U. de Barcelona. Ellos fallecerían en 1926 y el 30 respectivamente, dejando un solo hijo. Lucrecia al sufrir un aborto natural con hemorragia en la masiá de Vilazar durante las vacaciones de verano y el viudo a consecuencia de septicemia por la extracción de una muela.
En 1924 su hijo Rodrigo contrajo nupcias en Guayaquil con Laura Game Castro hija del Gerente General del Banco del Ecuador Eduardo Game Balarezo y de Rosa de los Angeles Castro Balarezo su prima hermana, contrariando los deseos de su padre, que deseaba tenerlo en Barcelona y desde entonces no se volvieron a tratar pues nunca aceptó que su familia se dividiera entre Barcelona y Guayaquil y le desheredó.
Cuando se crearon los monopolios del Estado en 1921 un Inspector de alcoholes de apellido Espinel fue a molestar con cuentas impertinentes y como Puig Mir se vanagloriaba de no haberle debido jamás un centavo a nadie y peor al fisco ecuatoriano, hubo discusión. Así las cosas, el Inspector cometió el error de amenazarle con el cierre de la industria por evasión de los controles fiscales sobre las melazas y entonces ocurrió lo insólito. Puig Mir, fusta en mano, llamó al mayordomo y al grito que no tenia melazas ordenó que fueran echadas al río con gravísima pérdida para su economía, por tratarse de varios miles de hectolitros cúbicos. El asunto salió en los periódicos y hubo tontos que le dieron la razón, tal el odio que despertaban los tales Inspectores, que eran unos pícaros, chantajistas y corruptos. El agua del río Babahoyo ganó en densidad y mató a todos los peces en varios kilómetros a la redonda con enorme daño ecológico. Espinel nunca más se atrevió a regresar al Ingenio pues cogió terror pánico pues si eso había hecho con las melazas, qué no más le haría a él si se topaban otra vez ¡Para Puig Mir lo español siempre fue sinónimo de honor, trabajo y testarudez¡
Como era un sujeto rotundo no aceptaba que pudiera equivocarse. En cierta ocasión y tras unas vacaciones de verano en Vilazar decidió volver a Barcelona y así lo anunció en el pueblo porque en el fondo era muy sociable y solía reunirse por las tardes con sus amigotes de la infancia. mañana siguiente se paró en el andén equivocado, el que iba hacia el norte, en dirección contraria a la ciudad condal, y esperó con paciencia porque el tren tardó en llegar. Mientras tanto se había corrido la noticia de su error y muchísimos vecinos salieron a observar la escena y cuando le vieron subir hacia donde no quería viajar, todo fue una algarabía y saludos de despedida, algunos muy escandalosos, que Puig Mir agradecía con la mano sin imaginar que se estaban burlando de él. Lo mejor ocurrió cuando una hora después, habiendose dado cuenta de su error y tomado el tren de regreso, es decir, el correcto para sus propósitos, tuvo que hacer estación en Vilazar y encontró que las mismas personas y muchas más seguían congregadas y escuchó nuevas vivas y saludos que él ya no agradeció, pues se dio perfecta cuenta que se le estaban burlando. Esta anécdota fue recordada por muchos años pues siempre fue, en todos los lugares, un personaje inolvidable.
En 1925 regresó al Ecuador y volvió nuevamente el 26, el 27 y el 28 para asistir a las zafras. En esta última ocasión lo hizo en compañía de su hija María que acababa de enviudar y sus cuatro nietos Villavecchia a quienes quiso distraer. Visitaron Quito y Ambato, vivieron en Guayaquil y como ya no pensaba volver, despechado porque su hijo Rodrigo se hallaba atareado en la instalación de una fábrica de cerveza y otra de aguas gaseosas en Cuenca, decidió terminar con el ingenio y en lugar de buscar un comprador como hubiera sido lo lógico, decidió arrojar las maquinarías, calderos, etc. al río como era su costumbre cuando algo le disgustaba, bien es verdad que las medidas económicas establecidas por el gobierno militar “Juliano” de 1925, entre ellas fijar el precio oficial del azúcar por considerar que era un producto vital, en una cantidad muy baja, unido al deterioro de los precios internacionales para el producto, hizo que por esos tiempos el negocio de los ingenios se volviera improductivo. Su hija se opuso a la destrucción de las maquinarias con tanta insistencia que logró hacerle olvidar tan descabellado proyecto. Puig Mir jamás fue un tonto para el manejo del dinero, si para entonces el Ingenio le hubiera producido las grandes ganancias de antes, ni por un momento hubiera pensado en cerrarlo, aparte que, por su fino olfato financiero, no veía un buen futuro para el azúcar.
Ese año de 1928 vendió el vapor San Pablo no así el Puig Mir y despidiéndose de todos sus conocidos dijo adiós al Ecuador. De paso por Panamá su hija quiso bajar a conocer la ciudad pero él se lo impidió “No hace falta, ya la conozco yo y es muy fea” así era de impositivo, aunque pudo primar en su mente el temor al contagio de la fiebre amarilla. Esta última estadía en América habíase prolongado cosa de dos años.
De allí en adelante vivió entre París y Barcelona. En Málaga solía veranear en las vacaciones pues el clima le asentaba mucho más que el de Vilazar, por ser más cálido y soleado. Cuando estaba en Barcelona llegaba a Balmes N° 123 donde tenía dos pisos su esposa, a la que hacía constantes regalos, no así con sus hijas y nietos a quienes nunca daba nada. De todos sus nietos prefería a Ignacito Villavecchia Puig -Mir por ser su ahijadito y solamente en una ocasión le obsequió un duro de plata para que lo disfrute en golosinas, suma que no era desde ningún punto de vista por demás halagadora. En Balmes No. 123 pasaba su tiempo leyendo los periódicos que recibía del extranjero, poniendo sumo interés en las noticias económicas y en los mercados de valores pues era cuidadoso con el dinero, que jamás desperdició.
De París refería riendo que sus amigos guayaquileños Parodi y Costa habían aprendido a fumar cigarrillos ¡Cosa de señoritas¡ pues los caballeros sobre todo si eran españoles debían fumar puros, como entonces se les decía a los cigarros habanos.
Lucía fuerte, animoso, lleno de proyectos bancarios y con la beligerancia de siempre, que jamás se le llegó a ver el ánimo decaído. En 1931 ni se inmutó con el advenimiento de la República española porque jamás fue político y la mayor parte de su plata la tenía afuera, en Londres y en Berna.
En 1933, tras unas cortas vacaciones en Málaga, que interrumpió por no sentirse bien de salud a causa de una gripe, murió en su casa de Barcelona, dos días después de llegado, posiblemente de un ataque cardiaco. Tenía ochenta y tres años de edad y pocas semanas después el gobierno ecuatoriano decretaba la prohibición de las zafras de los ingenios pequeños debido a la acumulación de azúcar embodegada que no se podía vender por la crisis mundial. Solo los ingenios San Carlos y Valdés fueron exonerados de esta prohibición.
Sus últimos momentos fueron tranquilos. Estaba acostado y eran como las nueve de la noche cuando se sobresaltó diciendo ¡Oh Deu meu¡ que en catalán – dialecto que odiaba porque decía que solo lo hablaban las cocineras – significa ¡Oh Dios mío! Murió de contado.
Fue enterrado con gran acompañamiento en el Mausoleo – Capilla que había ordenado construir en el cementerio nuevo de la montaña de Montjuich en Barcelona.
Hablaba Inglés, francés, alemán, catalán y español. Delgado y de estatura mediana, frente amplia y despejada, de joven barbado y con bigotes amplios. Tenía el pelo, la barba y los bigotes castaños rojizos, los ojos celestes, los gestos amplios, nerviosos, decididos y el carácter inaguantable.
Su viuda la sobrevivió varios años, viviendo en unión de sus dos hijas también viudas y numerosos nietos. Murió en ancianidad. Siempre fue una dama inteligente, paciente y sobre todo de mucho sentido común. Un sacerdote salesiano le ofreció en venta un título de marquesa pontificia y realizar las gestiones para que el Ministerio de Hacienda autorice su uso en España. Así cubría la Santa Sede sus finanzas y las de algunas órdenes religiosas, contando con la ayuda de la reina regente María Cristina de Habsburgo – Lorena viuda de Alfonso XII, pero doña Ana contestó rápido: “Prefiero los títulos de la Deuda”, reputados en su tiempo los más seguros y rentables y el asunto quedó en nada.
Al ver que la Guerra Civil se prolongaba (1936-39) no esperó que llegue a Barcelona y logró salir con los suyos por la frontera francesa con destino a Italia y luego a Suiza donde fijó con su familia provisionalmente la residencia. De paso por Chiavari concurrió al Colegio donde se había educado, que era de monjas. Las fue a visitar y empezó a preguntar por sus profesoras: ¿I la madre N? In Paradiso. ¿I la madre X? In paradiso. ¿I la madre Y? In paradiso. Allí cortó tantas preguntas pues comprendió que siendo ella vieja, lo lógico era que sus profesoras estuvieran muertas. A la salida, comentando el asunto con sus hijas, terminaron riendo.
De regreso a Barcelona encontró que los rojos habían saqueado su masiá en Vilasar sustrayendo hasta una bañera de los tiempos de la Roma Imperial, tallada en una sola pieza de pórfiro rojo. La buena señora se preguntaba cómo habrían hecho los ladrones para sacarla si pesaba casi una tonelada. En Barcelona apareció un anuncio grande en los periódicos, citando a los perjudicados por los saqueos, a visitar las bodegas abiertas en cada barrio con los objetos rescatados del pillaje. una de sus hijas concurrió y encontró su gran mesa del comedor, pero un señor dijo que esa mesa era de él. Ella le preguntó si la mesa tenía algo especial y el caballero dijo que no, entonces se dirigió a la cabecera, puso su mano derecha en la parte interior y encontró el timbre con el que solía llamar a la servidumbre. Aclarado el asunto la hizo conducir a su domicilio, siendo el único mueble que pudo recuperar, aunque su economía no se perjudicó en lo absoluto con la Guerra pues desde siempre su madre mantenía valores depositados en Suiza y las joyas – que eran valiosísimas – muy bien ocultas.
Doña Ana era muy devota y protegía a los sacerdotes, especialmente al padre Alonso, Superior de los Redentoristas, quien la visitaba cada mes para recibir un cheque, que la buena señora escribía y firmaba en su escritorio, con gran lentitud y parsimonia, no sin antes sacar una caja de chocolates finos que tenía en un cajón de dicho mueble para ofrecer al padre, quien tomaba uno y lo guardaba para después, entonces la señora cerraba la caja y la volvía al cajón. Este episodio se repitió mensualmente por años hasta que sus nietecitos hallaron la forma de violentar la chapa del cajón y de una sola se comieron todos los chocolates, volviendo los papeles a la caja, tan bien puestos, que a primera vista parecían rellenos. Ese mes, el padre Alonso tomó su chocolate de costumbre y notó que estaba vacío, que era puro papel acomodado, pero no dijo nada. Al despedirse y salir a la sala, encontró a los muchachos muy sonreídos porque habían presenciado la escena y comprendiendo que encima del perjuicio estaba la burla, sin decir nada y en castigo, los pasó cocacheando en la cabeza, uno por uno.
Doña Ana tenía una estatua de porcelana policromada, era un caballero en actitud sedente, de tamaño natural. La estatua permaneció por años sobre un banco grande de madera a la entrada a su departamento. Como los jueves de todos los años recibía a sus viejas amigas, algunas con poca vista, no faltó la descuidada que al pasar cerca del banco y de la estatua, saludaba: Buenas tardes caballero, incomodandose al no recibir respuesta del presunto maleducado. Por supuesto que el asunto se prestaba a la burla de los pequeñines de la casa, que han de haber sido muy traviesos pues aún se recuerda que la abuelita los perseguía hasta el patio con una de sus chancletas en la mano, para darle al que podía agarrar. Este tipo de escenas no se acostumbraba entre la alta burguesía española pero eran usuales en el Guayaquil tropical de finales del siglo XIX y doña Ana no hacía distingos, como que de joven y en nuestra ciudad, acostumbraba concurrir al mercado de la orilla a “cascarear” mangos de chupar, sentada en el bordillo de piedra con sus amiguitas las Caamaño, sobrinas de Plácido Caamaño y Gómez – Cornejo, que luego ocuparía la presidencia de la República.