CRONISTA.- Nació en Guayaquil el 10 de Marzo de 1875 en la casa familiar de los Roca Molestina situada en la calle (Industrias) hoy Eloy Alfaro y Brasil y que eran tan amplia y cómoda que llegaba hasta el río. Hijo legítimo de Demetrio Pino Reinel, natural de Barbacoas en Colombia, arribó a Guayaquil en 1864 y se dedicó al comercio y la agricultura. Buen conversador, sabía entretener con agradables charlas pobladas de anécdotas y de chistes de salón, fallecido en 1899, y de la guayaquileña Rafaela Roca Molestina, copropietaria con sus hermanos de las haciendas cacaoteras Esmeraldas Asunción y Concepción en Balao y Cauchiche en Puná que era histórica e inmensa y había sido de los Caciques Tomalá, heredada por la rama de los Don Garzón sobrino de los Tomala del Castillo Rojas y Benalcazar .
Desde pequeño su tío y padrino Ignacio Casimiro Roca Molestina que estaba casado pero sin hijos le tomó a cargo y moldeó sus primeros pasos, pues le quería bien.
Matriculado en el “San Vicente del Guayas”, al terminar la primaria fue enviado al “Realshule” del Dr. Th. Wahnschaffen en Hamburgo donde se graduó de bachiller el 15 de Septiembre de 1894, regresó al Ecuador y se negó a dirigir las labores agrícolas de la hacienda “La Asunción” de su madre y prefirió instalarse en la oficina comercial paterna, pero su padre murió a consecuencia de un derrame cerebral el 99 y los negocios comenzaron a decaer pues tanto José Gabriel y su hermano Rafael eran caballeros refinados y elegantísimos, no simples agricultores.
Alto, delgado, apuesto, jamás sonreía pero tratándole era un personaje sencillo y cariñoso a su manera. Uno de sus hijos me refirió que cuando leía a algún poeta de la grandeza de un Rubén Darío se enternecía y a pesar de ser un germanófilo por sus años pasados en aquel país, a su hijo José Joaquín le enseñó a amar a Francia por su cultura y sus literatos.
Había estudiado latín y griego, hablaba alemán, francés e inglés. Era un espíritu cultivado y abierto a toda novedad, aprendía japonés con una gramática y vivía en casa de su padre, frente a su tío y padrino, quien era un fino literato, heredero de un rico ancestro intelectual, quien personalmente dirigía sus lecturas, al punto que al fallecer el 1 de Enero de 1900 le dejó en herencia su rica biblioteca.
Por otra parte acostumbraba concurrir a las veladas literarias que se celebraban en casa de los doctores Germán Lince Lalinde y Antonio Falconí, así como a la de los hermanos Gallegos Naranjo ubicada en las cinco esquinas, donde se recitaba poesías de autores franceses y discutía las novedades literarias.
El 3 de Enero de 1900 contrajo matrimonio con Dolores de Ycaza Bustamante y tuvieron catorce hijos. Ella era huérfana completa desde los tres años de edad y se criaba con su tía la mamita Lola (Dolores Ycaza Paredes) quien estaba viuda de José Joaquín de Olmedo Ycaza su primo hermano y sin hijos vivos. Desde entonces vivieron con ella, que era poseedora de los papeles que habían sido de su suegro el cantor de Junín, algunos de los cuales se mantenían inéditos, que Pino Roca debió consultar con asiduidad y hoy reposan en el archivo – biblioteca del Club de la Unión.
Más por distracción y curiosidad que por disciplina científica visitaba el archivo de la Municipalidad y las antiguas escribanías coloniales para consultar juicios y expedientes y revisar folios y así logró llenar noventa cuadernos con anotaciones personales muy interesantes; sin embargo, “a la par del serio historiador se iba moldeando el tradicionista interesado en obtener información oral de sucesos conservados a través de varias generaciones; sucesos anónimos y al mismo tiempo reveladores de un pasado perdido o desdibujado y que rescataba en forma de crónicas para entregar a su ciudad”.
En 1905, bajo el seudónimo de “Fitche Fels” que quiere decir Pino Roca en alemán, editó “El establecimiento de la Imprenta en Guayaquil” en 50 páginas. Por esta época ingresó a la Masonería guayaquileña de la cual no se apartaría jamás.
Con el triunfo de la revolución alfarista en Enero de 1906 fue designado Jefe Político de Guayaquil el 27 de Abril y el 28 de Junio Consejero Municipal. Entonces colaboraba en la revista “Patria” que dirigía Carlos Manuel Noboa Ledesma.
En 1908 editó “Un pabellón insurgente” en 39 paginas con los acontecimientos de la invasión del Comodoro Brown en 1816.
En 1909 dio a la luz “Contribución para la Historia de Guayaquil” en 50 págs. y “Fundamentos para la Historia del Ecuador” en 101 págs. cuyo texto lo había arreglado para el aprendizaje de sus hijos y fue designado Socio correspondiente de la Academia Nacional de Historia de Colombia. Desde 1910 fue redactor de “El Nacional” con el seudónimo de “Juan Cholo” y durante el Conflicto Internacional con el Perú desempeñó la secretaría de la Junta Patriótica del Litoral y recibió despachos de Subteniente de Infantería del Batallón No. 177 de la segunda reserva por título del 30 de Junio de ese año. Poco después trazó el plano de la plaza donde se levantaría la columna del Centenario de la Independencia.
En 1913 se cambió al centro de la ciudad, casa de la familia Burbano, que alquilaba la tía de su esposa, en Pedro Carbo entre Aguirre y Ballén, frente al parque Seminario donde moró tres años solamente. Su labor masónica le tomaba mucho tiempo en la Logia “Luz del Guayas” ubicada en 9 de Octubre y Escobedo, cuyos trabajos llegó a dirigir.
Próximo a reunirse el I Congreso Médico ecuatoriano” en 1915 editó “Breves apuntes para la historia de la Medicina y sus progresos en Guayaquil” en 74 páginas, folleto “que mereció la más cordial acogida”.
Afiliado al Partido Liberal concurrió como Diputado suplente por el Guayas al Congreso de 1916. De esta época es su mejor labor periodística.. Entonces menudeaban sus colaboraciones en diarios y en revistas como la “Revista Municipal de Guayaquil”. Era corresponsal de “El Deber Cívico” de Loja y de “Los Andes” de Riobamba y escribía bajo el seudónimo de “Un Loco”. Posteriormente colaboró casi exclusivamente para “El Telégrafo” aunque algunas veces lo hacía en “El Universal” de su amigo el periodista venezolano Luís Guevara Travieso.
De la herencia familiar (casa y hacienda) ya no qedaban nada pues la decisión de no trabajarla había hecho que los herederos Pino Roca (Agustín, Rafael, Gabriel, Mercedes) las fueran traspasando a terceros.
En 1917, con su amigo Alejo Matheus Amador, fundó la revista “La Ilustración” que tanto sirvió a los grupos modernistas y allí principió a publicar sus leyendas y tradiciones de Guayaquil. Ese año quiso iniciar una historia de Guayaquil y su Provincia contando con la amistosa colaboración de Francisco X. Aguirre Overweg, genealogista porteño que tenía un grupo de amigos que se reunían por las tardes en la gerencia del Banco Hipotecario y estaba viviendo en España, quien debía remitirle numerosas copias sacadas del Archivo de Indias de Sevilla, sobre todo las probanzas de méritos y servicios de los conquistadores y primeros pobladores asentados en la cuenca del Guayas, pero la temprana muerte de este amigo el 31 de Diciembre de 1918 en Europa, frustró tan generoso desempeño. Sin embargo de ello, Aguirre se dio tiempo y pudo enviar a sus familiares si no todas, algunas de las Probanzas de meritos y servicios que les tenía ofrecidas.
El 10 de Septiembre de 1918 la Municipalidad procedió a convocar a un Concurso histórico – literario (en prosa y verso) en que los temas centrales serían la revolución de Octubre, la vida del General Villamil y la del General Febres Cordero. En cada caso se entregaría un Diploma y Medalla de Oro y la suma de cien cóndores de oro (equivalente a los diez sucres de entonces) Fue designado uno de los miembros del Jurado compuesto también por José Heleodoro Avilés Zerda y Pedro José Huerta y Gómez de Urrea. En Diciembre del 19 el país conoció que el triunfador en biografías era Camilo Destruge por su obra sobre el General León de Febres Cordero. El Concurso para la obra en poesía fue declarado desierto y el de Historia fue piedra de toque pues Pino y Avilés – Huerta se excusó de firmar – dictaminaron que la obra presentada por Destruge con el pseudónimo de D´Amécourt contenía errores (mínimos y sin importancia aclaro yo) y grandes parrafadas sin mencionar las fuentes, lo cual dio lugar a que Destruge destruya tan injusto dictamen con un folleto en 91 páginas, declarando que los párrafos antes anotados eran de su propiedad, tomados de obras anteriores y que la parte medular de su obra se sustentaba en documentación consultada por él en el archivo de la Dirección de la Biblioteca Municipal a su cargo. Finalmente se la premió también, constituyéndose en el libro clásico del centenario. Ambas aparecieron editadas en Barcelona pero la de Barcelona con el nombre de O´Amecourt por equipo, siendo éste el predóminado utilizado por destruge y en Guayaquil, respectivamente. Pino, que movió a Avilés, no se portó justo en este dictamen.
El 27 de Abril de 1919 la Municipalidad de Guayaquil contrató sus servicios para la trascripción paleográfíca (del castellano antiguo al moderno) de las Actas de Cabildo, desde las más antiguas que se conservan y datan del año 1.634 pues las anteriores así como otros documentos desaparecieron para un incendio que consumió la casa del Cabildo el día 7 de Diciembre de 1636.
En honor a la verdad es necesario aclarar que de no haber sido por la patriótica iniciativa de Francisco Campos Coello, quien llegó al Cabildo en 1887 y lo primero que hizo fue ordenar personalmente el archivo municipal, éste se hubiera perdido en su totalidad, pero desde entonces nadie se había preocupado de su conservación y restauración, de manera que el trabajo se presentaba ímprobo y lleno de dificultades, casi imposible de llevarse a efecto por las malas condiciones de los documentos que Pino Roca encontró hacinados en una de las dependencias municipales.
Las páginas se hallaban sueltas y revueltas, sin ningún orden, en cestas de mimbre; muchas estaban manchadas por la humedad, otras deteriorados por acción de ratas y polillas. A pesar de estos contratiempos acometió la empresa con vigor, ayudado por dos jóvenes estudiantes universitarios, contratados por la Municipalidad, Emilio Romero Menéndez y Juan de Dios Morales Arauco pero otros también arrimaron el hombro, en calidad de muchachos noveleros.
Me refería éste último con mucha gracia que se encerraban en uno de los cuartos del Palacio, de lunes a viernes, a las dos de la tarde, sentados sobre el suelo de baldosas y Pino Roca comenzaba a revisar hoja por hoja tratando de descubrir a qué Acta
pertenecía. Las seleccionadas iban siendo colocadas en montoncitos por años, luego venía el trabajo de revisar cada uno de ellos con lo cual se obtenía el orden cronológico. Al principio todo se realizaba despacio pero luego, los noveles transcriptores tomaban velocidad y lo hacían rápido. Lástima que ninguno de esos jóvenes estudiantes tuvieran vocación de historiadores, pues habría sido la oportunidad de irse formando Cuando los montoncitos estaban ordenados se les daba una lectura final, comprobando que seguían un riguroso orden. Allí terminaba la primera parte de la labor para dar inicio a la segunda, propiamente la de transcripción, en la que también ayudaban los jóvenes en las Actas modernas del siglo XIX de fácil lectura. En las del siglo XVII y principios del XVIII la labor se presentaba en extremo dificultosa por el uso de la letra redondilla gótica y numerosos símbolos y contracciones, aparte que algunas palabras aparecían unidas entre sí. Este trabajo, ímprobo por cierto, meticuloso, difícil y bastante tedioso, se realizó en un tiempo record de dos años pues se trataba de evitar gastos a la Municipalidad. Finalmente se consiguió pasar en limpio la totalidad de los contenidos, usando papel periódico y unas máquinas de escribir de la época, altas y pesadas, de color negro, marca Burrough, fabricadas en los Estados Unidos.
Fruto de esta labor son los treinta y dos volúmenes debidamente empastados con pastas gruesas de cartón y páginas foliadas con las Actas copiadas a doble espacio, desde las más antiguas de 1634 hasta las de 1839, año en que Pino Roca detuvo su labor. Igualmente importante fue su iniciativa personal de empastar las originales con carátulas de pergamino para preservarlas de la acción del tiempo, lamentablemente el empastador usó goma dulce, sustancia que atrae a toda clase de bichos; y escribió en cada portada “Actas del Cabildo colonial y en la parte superior Muy Noble, leal y antigua ciudad de Guayaquil.”
De cada uno de los treinta y dos tomos de Actas se obtuvo tres colecciones. Una dejó en el Archivo Municipal para constancia de su labor y esfuerzo. Otra entregó al Archivo de la dirección de la Biblioteca Municipal donde aún se encuentran para consulta de investigadores y la tercera se la quedó para sí. En mil novecientos cincuenta el Cabildo contrataría al entones Lic. Rafael Euclides Silva para que restaurara los libros de Actas originales y corrija cualquier error de transcripción que pudiere tener la versión de Pino Roca. El Lic. Silva realizó un buen trabajo y llevó la transcripción hasta 1864, incorporando entre cada Acta original una hoja de papel protector. En 1972 Juan Freile Granizo revisó nuevamente las Actas por disposición del Archivo Histórico del Guayas dirigido por Julio Estrada Icaza, quien logró publicar los cuatro primeros volúmenes en 321, 281, 237 y 216 págs. respectivamente, que contienen las transcripciones de las Actas desde 1634 hasta 1668.
En 1920 Pino Roca fue designado, Socio correspondiente de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos y miembro de la Sociedad Japonesa de América Latina, así como Consejero Municipal de Guayaquil, y luego Diputado principal por el Guayas En 1921 ocupó la Vicepresidencia del Concejo Cantonal de Guayaquil y en Diciembre desempeñó ocasionalmente la presidencia por la ausencia del titular Luís Federico Orrantia Cornejo. El 22 falleció su hijo Demetrio a los veinte y un años de edad, había nacido enfermo, jamás pudo caminar. El 24 fue Consejero Principal del Guayas y empezó a publicar las Actas de Cabildo transcritas al castellano actual (moderno) en la “Gaceta Municipal” labor que continuó hasta 1925. Acostumbraba los domingos de tarde concurrir al domicilio de su amigo de toda confianza Jerónimo Avilés Alfaro, muy dado también a las cosas antiguas de la ciudad, con quien departía en camaradería.
Mientras tanto tuvo por razones económicas que dividir a su extensa familia y con su esposa y sus hijos Elena, Lola, Consuelo, Clemente y Alfredo pasó a un departamento del segundo piso en el edificio propiedad de los Rodhe en Panamá entre Junín y V. M. Rendón, donde nació Rosita, su última hija. José Joaquín y Antonio fueron con la mamita Lola Ycaza de Olmedo en 9 de Octubre entre Boyacá y García Avilés, y Alfredo, Francisco y Gabriel a la casa del tío Francisco de Ycaza Bustamante, casado y sin hijos con María Mercedes Guzmán Aspiazu quienes tenían posibilidades económicas suficientes como para enviar a los dos mayores cuando se graduaron de bachilleres en Guayaquil, a estudiar inglés en casa de Edward Wright Aguirre en Liverpol, donde ejercía funciones consulares.
A la muerte del Cronista Emérito de Guayaquil Camilo Destruge, en 1926, fue designado Director de la Biblioteca Municipal por dos ocasiones y en ambas se excusó, habiéndose nombrado finalmente a Ramón Alvear Pallares, que aceptó. La negativa debió originarse por su estado de salud pues había comenzado a sufrir de tuberculosis a la vesícula. El 18 de Febrero de 1927 falleció su esposa de fiebre perniciosa tras solamente tres días de enfermedad sin que su hermano Pancho Icaza Bustamante, quien era uno de los más afamados médicos de la ciudad, pudiera hacer algo al respecto.
Ese año publicó en folleto y bajo el pseudónimo de Fitche Fels, en el “Libro de Procedimientos de la gran Logia del Ecuador” con numerosos datos sobre la historia pública y secreta de la fracmasonería ecuatoriana titulada “Proceso Histórico de la masonería en el Ecuador”.
Aunque a causa de su mala salud y la bebida disminuía el trabajo intelectual no dejaba de concurrir por las tardes al templo masónico de 9 de Octubre y Escobedo por su grado de maestro 33 y en muchas ocasiones, al pasar de regreso a su casa por el salón Fortich en el boulevard y Baquerizo Moreno esquina, los jóvenes le detenían para que les conversara de cosas viejas, ofreciéndole una copa de cognaq, pues poseía el don de hacer interesantes los cuentos, mitos, tradiciones, consejas, escuchados en su infancia a gente antigua de Ciudad Vieja, de esas que habitaban en los cerros y callejones del Guayaquil anterior al Incendio Grande de Octubre de 1896; sin embargo, esta situación de inactividad permanente le atrajo gravísima crisis económica y tuvo que recurrir a su compadre Carlos Marcos Aguirre entregando uno a uno los treinta y dos tomos de la tercera copia – que le pertenecía como autor – de su trascripción paleográfíca de las actas de Cabildo de Guayaquil (1)
Los amigos íntimos le pidieron la edición de sus escritos y más por complacerlos, recopiló suficiente material que entregó para que lo dieran a la imprenta, apareciendo en 1930 un grueso volumen en 414 páginas, titulado “Leyendas, Tradiciones y páginas de Historia de Guayaquil”, recogidas lo mismo en archivos que de labios de gente del pueblo, de suerte que muchas son historias citadinas orales y otras tratan sobre los pueblos indígenas de la región y están basadas en los mitos prehispánicos, por eso se ha dicho que tuvo el afán de consolidar la identidad de dichos grupos.
1 A la muerte de Carlos Marcos Aguirre Esta simbología criolla no solamente expresaba en 1930 el mestizaje de la población si no también el afán de refundir lo hispánico y precolombino en un ensamble histórico y cultural, siendo uno de los logros ideológicos alcanzados desde 1895 por la revolución liberal de Alfaro, que no solamente logró la división entre el Estado y la Iglesia si no también la convivencia pacífica entre los grupos raciales del país.
En la dedicatoria a sus amigos manifestó que el libro “contiene cosas grandes y cosas pequeñas en la historia y en la tradición de nuestra amada casa solariega” y por eso tuvo tan buena acogida, por ser libro de cosas útiles y cosas gratas, convirtiéndose en una obra clásica de las letras nacionales que ha visto cuatro ediciones”.
Esta publicación coincidió con la aparición de las “Crónicas de Guayaquil antiguo” de Modesto Chávez Franco, donde también hay algunas hermosas leyendas. Así es que en 1930 se dio el excepcional caso para la historia y la tradición guayaquileña, de que aparecieran dos libros tan buenos. El crítico Hernán Rodríguez Castelo ha dicho de Pino: “Vemos al hombre del quehacer histórico, siempre con curiosidades y dudas y que sabe el valor que para resolverlas pueden tener las leyendas. Pino fue en busca de ellas, esos sabrosos fragmentos de historia trasmitidos por transmisión oral”.
“I cumplida en esta forma su misión, falleció el 17 de Marzo de 1931 a la temprana edad de cincuenta y seis años y de la misma enfermedad que le venía aquejando hacía varios años, al tiempo que el Cabildo se encontraba listo para otorgarle el título de Cronista de la ciudad por muerte de Camilo Destruge en 1926 pero la parca se adelantó.
Blanco, de facciones finas, pelo y bigote cano. Atildado sin poses, cariñoso, buen caballero. Estaba su viuda Delia Ycaza Overweg los obsequió a Pedro Robles y Chambers quien los poseyó hasta su fallecimiento. En dicha biblioteca tuve la oportunidad de consultarlos repetidamente entre 1958 y el 63. Doña Delia – a quien llegué a conocer porque su nieto Jaime Roca Marcos vivía con ella en su departamento – en la década de los años cincuenta llamó una mañana por teléfono a Pedrito y le dijo que pasara por su departamento viendo esos libros. A la una de la tarde ayudado por una carretilla se los llevó a su casa, guardándoles en un lugar preferente. Años más tarde su compadre Clemente Pino Ycaza se los pidió por ser un recuerdo de familia, pero Pedrito declinó entregárselos con gran pena, pues los tenía como parte de su instrumental de trabajo. A su muerte fueron herederos por su sobrino Carlos Ferreti Robles. delgadísimo y demacrado pues llevaba meses sin salir de su domicilio.
Tuvo un estilo muy personal, por sencillo, ágil y ameno. Lamentablemente no llegó ni a historiador ni a genealogista, quedando a medio camino entre la crónica y la leyenda histórica. I aunque estuvo muy bien dotado para estas ciencias, solo consultó las Actas de Cabildo de Guayaquil y una pequeña parte de los juicios de las escribanías coloniales, sin adentrarse en los vericuetos del estudio de la totalidad de los protocolos, por eso su conocimiento del pasado porteño fue fragmentario pero con el mérito de salvar en parte la historia chica del Guayaquil anterior al Incendio Grande de 1896, de manera que lo mejor de todo lo suyo es haber puesto en orden las Actas de Cabildo en el archivo de la Municipalidad, que de no haber sido por él hubieran continuado su destrucción.