CACIQUE.- Nació en el pueblo de San Lorenzo de Jipijapa dentro de los términos de la Tenencia de Gobernación de Portoviejo, actual Provincia de Manabí, el 17 de Junio de 1745. Hijo legítimo de Inocencio Parrales y Manuela Guale, el primero mestizo y la segunda india noble y principal, de familias de antiguos Caciques del Común de dicho pueblo.
Siguió estudios en la escuelita que mantenía en Jipijapa el Cura Párroco Dr. Francisco X. Ruiz – Cano y Arellano, que lo preparó en lectura, escritura y en las cuatro reglas hasta convertirlo en un buen tenedor de libros y en indio ladino que hablaba y escribía correctamente el idioma castellano.
En 1778 se estableció el Estanco de Tabaco en Portoviejo a cargo de Francisco de Paula Villavicencio, mestizo de esa jurisdicción, quien empezó a extorsionar a los indios del Común de Jipijapa, poniéndolos en la cárcel con grillos, haciéndoles causas y procesos sino sembraban tabaco en sus tierras, que por la sequedad reinante, no eran las más aptas para esos cultivos.
El 2 de Agosto de 1780 el Rey Carlos III despachó una Cédula en el sitio de San Ildefonso (aledaño a Madrid) autorizando a los Fiscales Generales de las Audiencias a reconocer las tierras que venían ocupando los pueblos indígenas en forma continua e inmemorial, para que pudieran ampararse con títulos, frente a los contínuos despojos que les hacían víctimas los vecinos españoles.
El 8 de Enero de 1782 falleció en Jipijapa el Cacique Antonio Soledispa a la avanzada edad de ochenta y nueve años y asumió el Cacicazgo en forma interina el Párroco Ruiz – Cano. Ese año se requirió la delimitación de tierras entre el Común de los Indios de Jipijapa y el de Montecristi. Para el efecto, el Dr. Ruiz – Cano comisionó a Parrales y Guale para que se traslade a Portoviejo a fin de que el protector de Indios Cap. Nicolás Gómez Cornejo y Arellano, primo de Ruiz – Cano, consiguiera del Teniente de Gobernador de Portoviejo, Cap. Juan Salorio, una Información Sumaria de testigos sobre los límites inmemorables de las tierras del Común de los Indios de Jipijapa, de lo cual se sacó en claro que por Santa Elena era con el cerro de Ayampe. Por Daule con el punto Caimito sobre el río Paján. Por Montecristi con el sitio Aquaque del río San José. Por Portoviejo con el punto Animas, antes conocido por Secal debido a la sequedad del suelo. Hacia el Occidente la Mar del Sur con los puertos de Machalilla, Cayo y Salango. Por el Sureste con Balzar y el río Guineal o curso inferior del río Puca; esas gestiones se realizaron ante el temor existente por los abusos de tierras que venían cometiendo los blancos en la región de Santa Elena. Enseguida, se inició el correspondiente Amparo de Posesión.
Igualmente se sacó en claro que desde que existió la provincia de Jipijapa estuvo integrada por nueve pueblos o parcialidades: 1) Apelope, que hasta hoy subsiste con la denominación de El Pueblito en el cantón Veinte y Cuatro de Mayo, 2)Apechingue, que era la capital y estaba situada en el actual sitio de la Loma de Quimis, camino viejo a Portoviejo, 3) Lanchán, actual Sancán, 4) Jipijapa la Baja, lo que hoy es el asiento de Jipijapa, 5) Jipijapa la alta, actualmente conocido como el sitio La Alta, 6) Pillasagua, zona actualmente comprendida entre los sitios de El Pájaro, Pocitos y el Pijío, 7) Picalauseme, que comprende el valle y la montaña de la parroquia Julcuy, 8) Peluseme, actual parroquia Pedro Pablo Gómez, 9) Pipay, actual cantón Paján. Esos pueblos se unieron el 10 de Agosto de 1565 en el pueblo Lanchán, por orden del Visitador Bernardo de Loayza y formaron el Común de los Indios del San Lorenzo de Jipijapa, pero como las tierras fueron estériles, el Juez comisionado de la Audiencia, Juan de Hinojosa, en 1605 trasladó el Común al sitio de Jipijapa la Baja, por ser un hermoso llano rodeado de dos cerros, tener vegetación exuberante, clima favorable por la frescura de las brisas del mar y estar cercano a las vertientes de agua de Choconchá, Andil y Chade.
Y como para despachar el título de tierras era necesario citar primeramente a los indios colindantes, se envió los respectivos despachos al Juez Subdelegado de Tierras de Guayaquil, Dr. José Antonio Cossío y Arguelles, quien citó a los indios a través de los Tenientes de Gobernadores de Balzar, Daule, Santa Elena, Portoviejo y Pichota, quienes mandaron a practicar informes. Entonces el párroco Ruiz – Cano convocó a los indios del Común de San Lorenzo de Jipijapa a un plesbicito abierto que se realizó el 18 de Junio de 1782 en dicho pueblo y salieron electos Caciques y Gobernadores su protegido Manuel Inocencio Parrales y Guale y Manuel Soledispa Parrales, primo del anterior e hijo del fallecido Cacique Antonio Soledispa. Las dos nuevas autoridades se trasladaron a Portoviejo y el 21 firmaron un Solemne compromiso con los delegados José Alvarez de Portoviejo, el Cura Párroco Dr. Antonio Vásconez y Velasco y el Teniente Pedáneo Pedro Pardo de Montecristi, así como de algunos Alcaldes y Oidores indígenas de Montecristi y de varios vecinos de Portoviejo, para solicitar al Fiscal General de la Audiencia de Quito el título de propiedad sobre las tierras que poseían desde fechas inmemoriales.
Muerto Ruiz – Cano, concurrió Parrales en 1784 ante la Audiencia de Quito, luego ante el Virrey de Santa Fe a cuyo efecto viajó a Bogotá usando el fondo común de los indios de Jipijapa y finalmente cruzó el Océano rumbo a la Corte de Madrid, presentó un memorial el 22 de Octubre de 1793 y obtuvo el 17 de Febrero de 1794 una Cédula de Amparo y la orden que se remitiera todo el Expediente de nuevo a la Audiencia de Quito.
Parrales dejó clara la protesta de los indios contra los obreros de Villavicencio que pretendía matricular toda la gente de esa provincia, obligándoles a abandonar sus sementeras por el cultivo del tabaco y luego comprándoles la producción a precios irrisorios que no les cubría ni siquiera los gastos de la inversión.
El 1 de Junio de 1796 se presentó en Guayaquil y solicitó el reconocimiento de las tierras de Común de indios de Jipijapa con sujeción a lo supuesto en la Real Cédula de Carlos III. El Cap. Agustín Oramas y Romero, Juez Subdelegado de tierras del Cabildo de Guayaquil, se trasladó a Jipijapa en 1797, ayudado de varios montañeses midió los terrenos en los sitios de Guaijil, la Iguana, Caimito, Río de Plátano- Lodana, Río Seco, Pepita Colorada, San José y la boca de Ayampe con un total de 5.900 kilómetros cuadrados aproximadamente.
El 6 de Septiembre Parrales solicitó en Quito el reconocimiento de dichas tierras, refutando las erradas opiniones de los Fiscales Juan Moreno de Avendaño y de su predecesor Manuel Rubianes, quienes habían manifestado “que los indios, para gozar en paz de la posesión de sus tierras no necesitaban título escrito, menos aún, que se les dé en propiedad un terreno dilatado de más de doce leguas donde puede poblarse una provincia”.
En su petición aclaraba que las tierras eran estériles y no llovía sino tres meses en el invierno, el agua para uso de los habitantes había que irla a buscar a unos manantiales ubicados a una legua de la población, los inmensos cerros y las estériles montañas no permitían el establecimiento de gentes para poblar una provincia como era el deseo del señor Fiscal, quien, con una obstinación digna de mejor causa, replicó el 25 de Octubre ordenando un nuevo reconocimiento de las tierras por parte del Subdelegado de Guayaquil, que lo practicó el 19 de Diciembre de 1798, anotando que el sitio del manantial de las Iguanas estaba seco pero con 15 nuevos desmontes listos para recibir las siembras con las primeras lluvias de Enero, existían cuatro potreros con bestias, mulares y caballares y una hacienda de ganado en el sitio Peludal. El río Paján también estaba seco y con un pozo en medio del cauce. En sus montes se daban la mocora para sombreros, cade para cubrir sus casas, caña brava y bejuco para negocio. En el puerto de Paján encontró pozos en el cauce para aguada del ganado, servicio de casas y riego de las pequeñas chacras de verduras, en cuatro y media leguas se veían cañaverales con sus respectivos trapiches, platanares y numerosas sementeras con variedad de granos como fríjol, maní, ajonjolí, frutas de diversas clases, yucas, camotes y jíquimas. No encontró arroz ni cacao porque la sequedad no permitía que prosperen. En las montañas abundaba la palma de cade, la mocora y caña brava. En el valle de Loda existían varios trapiches abandonados y seis mil plantas de cacao seco e improductivo del Cacique Manuel Choez, así como unas cuarenta cuadras de desmonte para ser utilizados con las próximas lluvias. En los parajes de Cayo, Aquaque y San José no había agua. En Cayo, sin embargo, encontró una pequeña vertiente y una quebrada húmedas para las bestias que acarreaban verduras y plátanos para el consumo de los habitantes de Jipijapa. En Aquaque encontró platanares abundantes y hasta huertas de cacao, cuatro trapiches y se estaban levantando otros para fabricar panelas raspaduras. Sus habitantes se dedicaban al tejido de sombreros y los sembríos de cabuya. Siguiendo por la playa al norte llegó al sitio de San
José donde los montecristianos tenían potreros, bestias y cría de ganado. En las costas de Cayo, San José y Salango, puertos que estaban despoblados, los habitantes de Jipijapa mantenían tres vigías en previsión de cualquier ataque imprevisto, alternándose dichos centinelas por semana. No fue a Guineal porque ya era invierno en esa zona y porque allí solo había ganado vacuno, caballar y mular que pastaban en los bajos de sus encumbrados cerros donde tenían sus cementeras los que estaban al cuidado de dichos animales. De sus montanas se sacaba la preciosa paja toquilla que servía para tejer sombreros más estimados que los de mocora. También sacaban cera, miel, cabuya y carne de jabalíes y sahinos y en la costa abundaba la pesca. La provincia toda formaba una gran planicie central con cerros elevados por toda su circunferencia, los puertos o lugares extremos, cercanos de los linderos, les eran absolutamente necesarios para sus cementeras y ganados, pues en los últimos cuatro años (1794 – 98) el verano había sido tan excesivo, que según los viejos, nunca se había experimentado una sequedad tan grande.
Terminado el recorrido y redactado el Informe lo llevó Parrales a Quito y el Protector Interino de Naturales de la Audiencia Dr. Corral pidió autos para sentencia, pero ésta se hizo esperar tanto que Parrales regresó a Manabí sin ella.
En 1800 los Caciques Vicente Falca y Manuel Soledispa Parrales quisieron parcelar y cercar para su uso personal determinadas cuadras de tierra y como Parrales se opuso y los destituyó, se granjeó la enemistad de ellos, que a la postre lo denunciaron ante el Teniente de Gobernador de Portoviejo y como fracasaron se dirigieron a las autoridades de Quito, donde hallaron eco en el Presidente de la Audiencia, Barón de Carondelet, quien trató de mentiroso a Parrales desmintiendo que hubiere viajado a la Corte, como este aseguraba. Decepcionado ante tanta mezquindad renunció el 15 de Junio de 1801 y se instaló en el anexo de Pichota, hoy Cantón Rocafuerte, dedicándose al comercio y como Tenedor de Libros de la tienda de Villavicencio. Al poco tiempo se le recrudeció una vieja afección pulmonar, posiblemente tuberculosa, le recomendaron que se estableciera en Santa Elena donde tenía numerosos amigos y el clima seco le era más favorable, pero no encontró mejoría dado el avanzado estado de su mal y falleció el 4 de Mayo de 1801, de escasos sesenta y un años de edad.
Casi milagrosamente se ha conservado su retrato pues los devastadores incendios que sufriera Jipijapa en el siglo XIX terminaron con todos los testimonios del pasado de dicha urbe. Aparece vestido a la usanza española con pelo lacio y negro partido en medio y sujeto hacia atrás con un moño o coleta. Nariz aguileña, mentón fuerte y ojos negros y pequeños pero muy penetrantes. La frente amplia y despejada y un ligero prognatismo dan a su figura una apostura y arrogancia poco común.
Fue un incansable luchador por los intereses de su pueblo que defendió a ultranza y aunque no pudo ver la sentencia que dió al Común de los indios de Jipijapa el 20 de Octubre de 1805, la confirmación de su posesión inmemorial, pues falleció cuatro años antes, dejó el trámite casi terminado.
Desconozco si tuvo descendientes, el colegio Técnico Nacional de Jipijapa lleva su ilustre nombre, así como la antigua parroquia Guale de ese Cantón. Existe un valioso trabajo biográfico suyo escrito por el Prof. José Arteaga Parrales; lamentablemente se han tergivesado ciertos hechos haciéndole aparecer como el primer agrarista indoamericano y hasta como precursor de la Independencia ecuatoriana, lo que nos parece exagerado. Otras afirmaciones, como aquellas que Parrales viajó tres veces a España y que la Cédula de San Idelfondo es doble, caen por su propio peso.