ESCULTORA.- Nació en Esmeraldas el 18 de Septiembre de 1913. Hija legitima del Coronel Rafael Palacios Portocarrero, Edecán de Vargas Torres en la campana de 1887 y de su segunda esposa Judith Cevallos Alvarez, profesora normalista graduada y fervorosa militante del socialismo en los años treinta.
La mayor de una familia de seis hijos. Nació y creció bella, libre, sin egoísmos, correteando por las extensas playas de Esmeraldas con sus hermanos, nadando en el mar, recogiendo conchitas y dibujando en la arena las casas y palmeras que veía. Por eso no asistió a escuela alguna y fue su madre quien le enseñaba las primeras letras, las cuatro reglas de la aritmética, modales de urbanidad.
En 1924 la familia partió a Quito a educarse. Su padre vivía separadamente en Esmeraldas y a Carmita le sucedió la siguiente anécdota: Estaba de visita en su casa Mariana Cueva amiga de su madre y profesora de arte que mostraba sus modelos: un patito, una flor. El patito nadaba sobre una charca la flor descansaba sobre un macetero. Carmita, recostada en el piso y esgrimiendo el lápiz primerizo, inició y concluyó la copia de las muestras sin que se dieran cuenta los mayores, quienes tuvieron que reconocer que las copias aventajaban a los originales. La profesora asombrada, pocos días después llevó a la niña a los cursos nocturnos de dibujo que se impartían en el Instituto Mejía.
En 1926 la familia pasó a vacacionar a Ambato y alquilaron un departamento al Dr. Urquizo cerca del ferrocarril. Carmita fue matriculada en el tercer grado del Liceo Cevallos y destacó en canto y en dibujo. El 28 ganó el Concurso de Dibujo organizado entre el alumnado de las escuelas ambateñas con motivo de las festividades del 24 de Mayo con un rostro de la artista de Holliwood, Pola Negri, al carboncillo. Cambiados a una casa de la tía abuela Francisca Muñoz, en la carrera Maldonado cerca de la plazuela de San Sebastián de Quito, entró a la Escuela de Bellas Artes que dirigía Luis Veloz y tuvo por maestros más destacados a Víctor Mideros en pintura y a Luigi Casadío en escultura, quien la guió con afecto de padre, llegando a tomarle un gran aprecio y ofreciéndole conseguir una beca de estudios en Italia, pero su deceso a causa de una fulminante tifoidea truncó dichos planes.
Carmita se deprimió mucho con la ausencia definitiva de su maestro y para recuperarse tomó Cursos de actuación con el Profesor Alfredo León en el Conservatorio Nacional de Música, haciendo numerosas amistades que le devolvieron su alegría.
En Febrero de 1931 fue candidatizada a Señorita Carnaval. En Mayo se presentó en el teatro Sucre y actuó de dama joven en la comedia “La Sombra” junto a sus compañeros del Conservatorio. Fue un lleno completo, asistió el Cuerpo Diplomático y cosechó aplausos. Ya destacaba en la capital por su radiante belleza y “la piropeada esmeraldeña, honesta, sincera, alegre, introvertida por callada, de rasgos finos y exquisita sensibilidad y cultura, era personaje destacado.”
En Julio, el empresario guayaquileño Bognoli le pidió concursar para reina de la Feria de Muestras que anualmente organizaba en Agosto, en el interior del edificio que después seria de propiedad del colegio 24 de Mayo. Carmita aceptó y fue electa, reemplazando a la reina del año anterior Merceditas Salvador.
Mientras tanto seguía cosechando triunfos del espíritu. Durante el Segundo año de la escuela de Bellas Artes alcanzó un premio en el concurso de esculturas entre estudiantes con una cabeza de Laoconte. Luego exhibió varias creaciones: un desnudo, algunos óleos. El 32 comenzó a visitarla el escritor Humberto Salvador Guerra que aspiraba a ser su enamorado, pero como doña Judith salía a recibir las visitas y le discutía de política,no prosperó el romance. Carmita había comenzado a enseñar dibujo en la escuela del Dr. Romo y contaba con esas entradas para sus gastos. La familia se había mudado a la casa del Comandante Enrique Cevallos Alvarez en la Veintimilla y Amazonas, barrio de la Mariscal. También asistía a la primera escuela de ballet que funcionó en Quito con el profesor francés Raymond Maugé y hacía de primera bailarina.
En 1933, durante un paseo a Sangolqui, Pablo Palacio, que estaba de Subsecretario del Ministerio de Educación, se enamoró de ella. Era un joven delgado pero esbelto, de pelo rojizo, pecoso, bien presentado, aristócrata y pobre pero muy inteligente escritor socialista que vivía del ejercicio de su profesión de abogado pues había dejado el oficio de escritor desde que en 1932 publicara la novela “Vida del ahorcado”. El romance duró cuatro años.
En 1936 realizó un busto en piedra del sabio francés Charles de la Condamine para el parque de la Alameda de Quito y la pequeña escultura con una viejecita que adornó algún tiempo el patio de la Cruz Roja.
El 19 de Julio de 1937 contrajo matrimonio con Pablo, quien acababa de regresar de unas vacaciones en Salinas a donde había viajado para reponer su salud pues ya comenzaba a sufrir de desordenes mentales y fueron a vivir en casa propia con gran jardín posterior en la Cordero y Nueve de Octubre, adquirida por él, con parte de sus honorarios. Carmita seguía dedicada al arte, pintando y esculpiendo aunque por la pobreza del medio nadie compraba y era costumbre obsequiar las creaciones.
En 1938 nació su hija Carmen Elena aunque esta sufriría de retraso mental. A finales de año Pablo fue designado segundo Secretario de la Asamblea Nacional Constituyente y comenzaron a presentársele ciertas lagunas mentales que le venían de pronto. Su estado de ánimo cambió completamente y de fino y educado que siempre había sido se volvió irascible y hasta violento, pero como tales estados le pasaban enseguida nadie dio mayor importancia al asunto, pensando que se trataría del cansancio propio de sus funciones en la Asamblea.
En 1939 Carmita salió en cinta y Pablo fue internado en la clínica psiquiátrica del Dr. Julio Endara donde lo trataron algunos meses, mejoró y volvió a su hogar. Para afrontar los gastos se hipotecó la casa que terminó siendo vendida a bajo precio porque la Municipalidad no le permitió parcelar el terreno, separando el gran jardín, como hubiera sido lo más conveniente.
El 7 de Enero de 1940 nació su hijo Pablo y viajaron a Guayaquil por consejo medico y en busca de un clima favorable para el enfermo. Carmita lo hacía recetar en la consulta externa de la clínica psiquiátrica del Dr. Carlos Ayala Cabanilla pero luego se internó y empezó a servir de enfermera para descontar los gastos del tratamiento. Alquilaba un chalecito en la esquina de Tulcán y Nueve de Octubre donde acomodó a su familia precariamente. Después el chalet fue vendido a María Cucalón Concha de Orcés que no cobraba la renta por un parentesco no muy lejano con Carmita y así fueron pasando los años hasta que lo sacó de la Clínica dado que la grave esquizofrenia que sufría su esposo no tenía remedio.
Pedro Jorge Vera ha escrito que por iniciativa de Ángel Felicísimo Rojas varios escritores y artistas organizamos una ayuda económica que entregabamos religiosamente todos los meses a la hermosa escultora, cuya austeridad y honestidad en medio de las asechanzas de los tenorios de pega es una hermosa página de nuestra historia literaria. Su amigo y pariente político el escultor Alfredo Palacios la puso a trabajar en la escuela Municipal del Bellas Artes donde realizó un busto de Eloy Alfaro para Babahoyo y enseñó dibujo escultural, modelado en barro y vaciado en yeso. Anita González Villegas, abnegada esposa de Alfredo, la iba a sustituir por las tardes en el cuidado de Pablo, quien vivía sumergido en largo periodos de letargo casi total en un mundo propio, abúlico, con perdida de los sentidos, pero a veces se mostraba violento, volvía a ser peligroso y era necesario internarlo de nuevo.
Por esa época Carmita se ayudó trabajando en la radio El Telégrafo con el grupo de teatro de Elsie Villar y el primer actor español Antonio Lujan, entre otros.
A finales del 46 se presentó la parálisis final, tuvieron que llevar al paciente al Hospital General. Carmita se turnaba con su amiga Anita. Pablo falleció el 7 de Enero de 1947, tras ser operado de oclusión intestinal por el Dr. Espinosa Vega, ignorante de la fama que desde hacia mucho tiempo atrás acompañaba su ilustre nombre.
Carmita y sus dos hijos regresaron a Quito, quienes la vieron volver notaron su infinita tristeza. Había perdido la lozanía de su rostro. Entró nuevamente a lo suyo, el arte, pero su hijita empezó a sufrir de trastornos mentales. Desde entonces le dio mayor cantidad de tiempo, la sacaba a pasear siempre consigo, por las calles, a casas amigas. Vivían temporadas en Quito y otras en Guayaquil. En 1952 volvió a la escultura. Dora Durango escribió en “La Nación”: su espíritu vuelve a tomar ese júbilo grande que caracterizó su adolescencia y la fe en su obra es inquebrantable. Mi obra de mayor dimensión – nos dice la escultora – fue una virgen tallada en piedra de dos metros y medio de altura para una carretera de Colombia. Evoca también la viejecita, cuya dulzura humana llena de comprensión, da sentido vital al patio de la Cruz Roja Ecuatoriana de Quito. I no puede menos que dedicar un recuerdo afectuoso a la magistral cabeza de Juan Montalvo, esculpida para la Biblioteca Nacional, donde logran fundir los musculosos trazos del rostro del inmortal Cervantes de América, con el fuego de su alma que parece saltar por las pupilas que cobran vida y la fina sonrisa irónica que se dibuja en los labios abultados de su cabeza genial. En 1959 trabajó un busto de Alfaro para Babahoyo y el 62, cuando la Municipalidad de Yaguachi quiso tener el suyo, concursó exitosamente pero al final se perdió la oportunidad por la pobreza de ese Cabildo.
Al conmemorarse en 1964 el centenario del nacimiento de su padre entregó en el Teatro Municipal de Esmeralda un hermoso óleo de él, hecho por ella. Ese año aparecieron las obras completas de Pablo Palacio en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, ilustradas con una fotografía del busto de Pablo esculpido por Carmita. El matrimonio hab ́ ́ia durado casi diez años. Después realizó un busto del Papa Juan XXIII para el Palacio Arzobispal de Guayaquil, otro de Vargas Torres y el Monumento a la Madre para el Consejo Provincial de Esmeralda, así como el busto del Presidente Juan de Dios Martínez Mera para su familia. Así transcurrieron sus últimos años. En Guayaquil dictó clases de dibujo y escultura en el centro nocturno Alfredo Baquerizo Moreno y en el Colegio Guayalar del Opus Dei. En 1971 recibió un premio en la Exposición realizada por la Unión de Mujeres Americanas de Guayaquil. En Quito asistía a exposiciones de pintura y escultura, conferencias, visitábase con sus compañeros de la escuela de Bellas Artes, Cesar Bravo Malo, Carmen Esteves, etc., con sus familiares maternos, con su medio hermano Washington Palacios Franco y familia. En Guayaquil había gozado de la intimidad de los Ayala Mármol que mucho la querían, a quienes había conocido y tratado en la Clínica del Dr. Ayala Cabanilla, tío de ellos.
Vivía con sus hijos, no rehuía el trato de la gente y recordaba siempre que podía a su esposo con mucho cariño, refiriéndose a él con expresiones elogiosas, relievando sus cualidades intelectuales, humanas, profesionales.
En 1976 se le presentó un cáncer al estómago y falleció sin dolores, en la Clínica del Seguro Social de Quito, el 6 de Agosto de 1976, de casi sesenta y tres años de edad, siendo sepultada al día siguiente.
Su hijo Pablo la recuerda como una mujer que trasmitía vitalidad. Fue bella de rostro, de cuerpo y de espíritu y una de las primeras escultoras que tuvo el país, por eso José de la Cuadra escribió que era una “escultora y escultura”.
A pesar de los duros golpes que le dio la vida nunca se dejó vencer por la amargura ni era proclive a lamentaciones ni a arrepentimientos. Frente a las circunstancias mantenía una actitud de optimismo. Fue humana, amable y sencilla, sin hacer distinciones en razón de la condición social o de cualquier otra naturaleza. No le agradaban las personas serias o adustas -de mal carácter- prefiriendo a los joviales, a los jóvenes, a los que enseñó siempre con paciencia y vocación.