PALACIO PABLO

PABLO PALACIO 

ESCRITOR.- Nació en Loja el 25 de enero de 1906. Hijo del hacendado Agustín Costa de clase social media, económica alta y de Clementina Palacio Suárez, joven de escasos veinte y dos años, ella de familias de la nobleza lojana antigua aunque empobrecida en la época republicana y fue inscrito como hijo de padre desconocido. En 1934, cuando ya era famoso, su padre quiso darle el apellido, no lo aceptó ni tampoco alternó con sus medios hermanos más que una sola vez durante un viaje a Loja, cuando le invitó su hermana Julia Costa de Chalela a su casa y sirvieron una copa de vino en su honor, aunque la reunión fue corta y en extremo formal y protocolaria (1) Su madre se dedicó a realizar costuras por paga para mantenerse con su hijo. A los tres años de edad su niñera lo llevó consigo a lavar ropa a un torrente cercano a la colina de la Virgen, llamada la chorrera del pedestal. Allí comenzaba el canal de la planta eléctrica de Loja y en un descuido cayó a las aguas, que lo arrastraron casi medio kilómetro. Finalmente fue localizado con fractura del cráneo y numerosos magullones y setenta y siete?? heridas – según propia confesión emitida años más tarde aunque esto debe ser considerado una exageración sin duda – pero después de varias semanas de curación sanó, quedando para siempre un hueco en su cráneo por donde le cabía la falange de un dedo y que bien pudo ser la causa de su dolencia mental futura. ¿Quién sabe? En lo principal era un niño de rostro afilado “cutis blanco, constelado de pecas y su cabello rojizo”. 

Cuando tenía cuatro años de edad falleció su madre y le tomó a cargo su tía Hortensia Palacio Suárez quien casaría años más tarde con su primo Agustín Palacio Riofrío. De seis años en 1912 ingresó a la escuela de los Hermanos Cristianos, ganó premios de aprovechamiento, de aplicación y de piedad”. En las horas libres iba al taller interior y oscuro de platería del maestro Gerónimo Cuadrado y aprendió ese oficio. 

Para entonces vivía en casa de un tío solterón y beato que en política pasaba por conservador fanatizado, José Ángel Palacio Suárez, que a fuerza de trabajos llegó a tener una regular fortuna y ocupó la presidencia de la Municipalidad de Loja. El correría con los gastos de su manutención y con los estudios secundarios en el Valdivieso de Loja y parte de los superiores en la U. Central de Quito. 

En 1918 ingresó al Colegio “Bernardo Valdivieso” y descolló como excelente alumno “obteniendo distinciones en Algebra y Química y en lenguas vivas y con el tiempo llegó a dominar el francés, al punto de hacer traducciones de ese idioma.” El 20 publicó el poema mariano “Ojos Negros” en la revista del Colegio, siendo su primera obra literaria conocida. Solo tenía catorce años. 

Delgado, siempre fue larguirucho, ágil de cuerpo, esbelto y musculoso. Su cabello castaño y ondulado, los ojos vivaces y una risa de potrillo tierno le hacían simpático. Gustaba de los deportes. Nadaba y boxeaba y leía muchas novelas francesas y de costumbres (Eca de Queiroz, Pirandelo y Flaubert) pero no le agradaban las conflictivas ni las sentimentales. 

En 1921 Benjamín Carrión llevó a Loja la amable costumbre de los Juegos Florales, “se eligió una hermosa reina, se inventó un ceremonial y se convocó un Concurso literario de poemas y cuentos”. Intervinieron numerosos universitarios. Palacio fue el único colegial, presentó su cuento autobiográfico “El Huerfanito” escrito ese año y mereció un Accésit, pero llegado el momento de ir a recoger unas rosas de la reina y de leerlo, no quiso arrodillarse como era de rigor, frente a ella, armándose un alboroto. “Alguien penetró al escenario y poniendo las manos sobre los hombros del muchacho intentó hacerlo arrodillar. El chico se sacudió violentamente y abandonó el escenario sin recibir el premio”. 

Dicho cuento es una valiosísima confesión de su autor y aunque el personaje muere al pie de la tumba de su madre sin aparente razón “así murió el tierno huerfanito, porque amaba a la pobrecita muerta” no sin antes haber envejecido o madurado, dicha muerte debe ser tomada como una despedida simbólica de la juventud y como el final de una etapa, más no como desaparición física. EntoncesdejódefirmarsePabloArturo Palacio por insinuación de Benjamín Carrión y siguió escribiendo y firmando simplemente como Pablo Palacio. 

Del 22 es su cuento “Amor y muerte.” El 23 aparecieron en la revista “Inquietud”, sus cuentos “El Frío” y “Los Aldeanos”. Años después Hugo Alemán contaba que había leído un cuento sin nombre de Pablo Palacio, fechado en 1923 en Loja, al que le faltaban algunas páginas cerca del final. Del 24 es otro cuento titulado “Rosita Elguero”. 

En 1925 se graduó de Bachiller y pasó a Quito mantenido por su tío, para iniciar estudios de Medicina. En la capital cambió de idea y entre hacerse pintor o abogado optó por lo segundo y se matriculó en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, donde estudió hasta 1931 que se graduó. 

Por esos días ingresó a la “Sociedad de Amigos de Montalvo” pero su espíritu inquieto y sarcástico lo hizo retirar con una renuncia de fino contenido humorístico, donde se despedía de los cófrades diciendo: En fin de cuentas no me considero amigo de Montalvo; sin embargo, siguió formando parte de la Comisión Directiva de la revista “América”, órgano mensual de esa sociedad, donde apareció en Diciembre del 25 su cuento “Un nuevo caso de marriage en trois” que debió ser uno de los capítulos de la novela “Ojeras de Virgen” que “obtuvo un primer premio en un Concurso literario de provincia” y cuyos originales parece que se han perdido definitivamente. Alejandro Carrión ha escrito: Esa novela tuvo mala suerte. Pablo, ignoro por qué, se desanimó de publicarla. Era tan buena como las que editó enseguida. Cuando muchos años más tarde, ya sin la razón, Carmita, su mujer, encontró en su biblioteca el manuscrito en un solo ejemplar y aficionada con pasión al teatro, concibió la idea de adaptar la novela a la escena y con tal fin se la dio a leer al actor Marco Barahona. Este artista la perdió una noche y jamás se la pudo recobrar. 

En 1926 ingresó al recién fundado partido Socialista ecuatoriano y publicó en la revista mensual de arte y literatura “Esfinge”, que dirigía Mario Alemán, su obra “Comedia inmortal”, escrito como farsa para teatro en dos escenas. En la revista “América” salió el relato “Gente de provincia” y en la revista “Hélice” que dirigían Gonzalo Escudero y Camilo Egas unos cuentos hechos a punta de risa entre los cuales sobresalía “Un hombre muerto a puntapiés” que daría el nombre a su primer libro, calificado por su autor de libro sinvergüenza para desbrozar la maleza y procurarme un poquito de nombre. También hacía poemas como “As de Diamantes” escrito en honor de una reina de belleza y publicado en la revista “Claridad” del Teniente Alfaro Augusto del Pozo. 

En enero del 27 apareció en la imprenta de la U. Central su libro de cuentos “Un hombre muerto a puntapiés” conteniendo también los siguientes textos: “El Antropófago”, “Brujerías”, “Las Mujeres miran las estrellas”, “Luz Lateral”, “La doble y única mujer”, “El Cuento”, “Señora” y “Relato de la muy sensible desgracia acaecida en la persona del joven Z. En la doble y única mujer” hace ciencia ficción por primera vez en el siglo XX en el país, cuando trata sobre una siamesa que reflexiona sobre su cuerpo y su naturaleza monstruosa. 

Esta primera producción fue calificada de anti romántica por sus ironías y desesperanzas y porque sus personajes son seres comunes con anodinas y vulgares pasiones que sólo despiertan asco, vergüenza y pena y le conquistó fama en medio del escándalo de las gentes, que se sintieron heridas por las absurdas situaciones narradas. Su tío, al conocer el título, “tuvo la espantosa impresión de que su sobrino había cometido un crimen atroz y desde esa época se iniciaron las serias divergencias de criterio que terminaría por distanciarlos definitivamente. 

Casi enseguida salió “Novela guillotinada” que más bien es un cuento y en octubre “Débora” – considerada su segunda novela, iniciada y concluida ese mismo año 27 – con carátula y ex libris de los dibujantes Latorre y Kanela respectivamente. Había sido anunciada meses atrás con el título de “Débora es la magnolia del libro” y cuenta cómo su protagonista Débora, arroja fuera de sí al Teniente, “para que seas la befa de los unos y la melancolía de los otros”. El Teniente es el personaje central, burgués con pujos de arribismo, digno más bien de pena que de admiración. Débora es una novela subjetiva y casi sin acción, empero tiene una gran riqueza interior y la descripción que hace Palacio de estados de ánimo no ha sido igualada. Débora permitió calar en la vida humana con singular hondura, bien que con una hondura desgarradora al decir de su amigo Ángel Felicísimo Rojas. 

Esos dos libros aparecieron en ediciones limitadísimas, rompieron el naturalismo imperante en nuestras letras patrias y por eso fueron suficientes para convertirlo “en el más comentado, en el más discutido, en el más admirado de los escritores jóvenes” porque su forma de expresión era adelantada y precursora aunque dentro del reducido marco de la intelectualidad del Quito sin que su fama trascendiera de allí. 

Por eso, cuando Benjamín Carrión arribó de Europa y escribió en 1931 su “Mapa de América” le dedicó todo un ensayo, augurándole un brillante porvenir como escritor. Posteriormente se ha dicho que “Débora” y “Un hombre muerto a puntapiés” sembraron el derrotero de una literatura urbana, autocrítica y experimental, fueron hitos introductores de la modernidad en el Ecuador. 

De ese año también es su poema “Capricho pictórico representado a Laura Judith” (Vela) reproducido el 28. 

Otra de sus facetas importantes fue la política. “Llegó al socialismo por eliminación y fue de sus primeros admiradores”. Con Jorge Reyes, Jaime Chávez Granja y Alfonso Moscoso Cárdenas fundaron “Cartel” “semanario de teoría de interpretación doctrinaria que hizo mucho por librar al nuevo partido de seguir manteniendo la tesis de establecer en el Ecuador el soviet de obreros, soldados y campesinos, que parecía la única solución”. Al saberlo, su tío dejó de enviarle dinero y decidió olvidarlo. Por entonces, con sus amigos poetas Jorge Fernández, Ignacio Lasso, José Llerena, Jorge Reyes, Atanasio Viteri, Raúl Andrade, Mario Suárez y Francisco Borja formó el grupo “Elan”, Palacio escribió muy pocas poesías, sólo se le conocen cuatro o cinco. 

Del 29 es su relato “Una mujer y luego pollo frito” y los poemas ¡As de Corazones” y “Yo y mis recuerdos”. El 30 ve la luz su relato “Sierra.” En Febrero del 31 obtuvo la licenciatura en Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Habitaba en Quito un pequeño departamento ubicado en la calle Oriente No.157 del parque La Alameda hacia El Dorado, paralela al pasaje Martí y soñaba con un hombre nuevo que no comulgara con los símbolos de ideologías feudalizantes, con esos símbolos engañosos y espirituales que impiden que se reconozcan las miserias y ponen de manifiesto la pobreza de los barrios bajos. 

En Noviembre del 31 obtuvo su título de Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales con la calificación máxima de tres primeras. Ya para entonces había terminado una segunda novela “Vida del Ahorcado” que recién apareció en Noviembre del 32, siendo su tercera y última obra porque Palacio es uno de los escritores más parcos y más medidos, que ha producido nuestra literatura nacional. 

El 32 comenzó a trabajar como profesor de Lógica. Era “impecable, tranquilo y correctísimo”, había sido pobre y meticuloso en sus gastos porque su tío sólo le mandaba sumas exiguas y después nada. Habitaba con su amigo Jorge Reyes en el tercer piso de una casa del Dr. Catón Cárdenas ubicada en la carrera Guayaquil y vivía la bohemia de una juventud pródiga en experiencias galantes. Su porte agradaba al bello sexo, “las mujeres se sentían intensamente atraídas por él. 

Hermosas mujeres quiteñas pasaron por su vida”. 

En septiembre ocurrió la Guerra de los Cuatro Días y Alberto Guerrero Martínez asumió interinamente el poder, designando a Benjamín Carrión para la cartera de Educación. Palacio le acompañó como Subsecretario; ya tenía escrita su novela “Vida del ahorcado”, posiblemente la misma que anunciaba desde hacia cinco años atrás con el título de “Rumiantes a la sombra” y que no había podido editar a pesar de los esfuerzos de su amigo Carlos Manuel Espinosa en varias editoriales de España. Palacio relata la muerte de su vecino de cuarto, el estudiante tuberculoso César Alberto Bermeo, que próximo a graduarse murió repentinamente una noche, asfixiado por un vomito de sangre. Así pues, ya de Subsecretario, aprovechó los Talleres Nacionales y publicó su obra en noviembre, pero al mes siguiente recibió la crítica adversa de Joaquín Gallegos Lara, quien no aceptaba la existencia de una literatura simplemente expositiva, no comprometida con la militancia combativa. 

La polémica entre Gallegos Lara y Palacio se había dado tiempo atrás, ha sido recogida y hoy constituye un importante testimonio del devenir de las ideas izquierdistas en el Ecuador. Palacio se conectó a través de su obra con cierto público lector, interesado como él, en la modernización del Ecuador. Su compromiso con la realidad se manifestó en forma muy diferente a como lo hicieran – años más tarde – desde 1930, los seguidores del realismo social, pero no por ello su obra dejó de ser menos comprometida. Su adhesión al movimiento de renovación de la Vanguardia que se gestó en Europa y la actitud contestataria de sus propulsores, le sitúa entre los máximos exponentes de la modernidad en el Ecuador. Palacio escribió a su amigo Jorge Hugo Rengel, cuando éste polemizó con Gallegos Lara, que su literatura – la de Palacio se entiende – servía para despertar el asco de la gente, siendo paralela a la de denuncia y crítica social de los escritores del grupo de Guayaquil, pues ambas desembocaban hacia un mismo punto, conseguir la transformación de las estructuras socioeconómicas del país. 

Comentando la obra de Palacio a Nela Martínez Espinosa, en carta personal, Gallegos Lara indicaba ese mismo año 31 lo siguiente: Con Pablo Palacio si has acertado en absoluto. Esconde mucho valor humano general, 

no es un hispanoamericano aunque puede serlo, y lo querremos ver más adelante. Yo no he leído “Débora” pero el nuevo método de novela que él pretende crear no me convence. Es fácil me equivoque. Por lo menos yo no lo siento. Esa extraversión que quiere ser cinemática se me antoja disparatada. Prefiero mis métodos naturalistas. En fin, puede ser que yo no esté suficientemente preparado para comprenderlo. En lo que se refiere a su ironía si me encanta. No por lo creador que sea: porque sirve para asombrar y asustar a los burgueses con sus salidas violentas. En todo caso tu finura ha llegado a hallarle su cubicaje de ternura, que naturalmente no podía dejar de tener. 

“Vida del ahorcado” fue un testimonio muy personal, que buscaba el descrédito de las realidades presentes, a medias admirativo a medias repelente, que invitaba a sentir asco por la verdad de entonces. Este relato constituyó su último libro, pues de allí en adelante se dedicó al ejercicio de la profesión y a la cátedra,escribiendo esporádicamente para el Diario El Día sobre temas varios,” enjundiosos alegatos jurídicos para sus clientes y hasta artículos de índole legal. 

En 1933 salió Carrión del Ministerio y su reemplazo Leopoldo Izquieta Pérez le solicitó que continúe en el despacho. Por entonces también hacía periodismo en el diario socialista “la Tierra” fundado por Carlos Zambrano Orejuela y dirigido por Néstor Mogollón. Allí replicó varias apreciaciones que sobre la poesía había formulado Jorge Carrera Andrade e intervino en la formación del “Sindicato de Escritores y Artistas” con sede en Quito. 

En 1934 hacía sus comidas en casa de la familia Kingman y vivía en un pequeño departamento de soltero, alquilado en el centro de Quito, donde se producían de vez en cuando reuniones con sus amigos lojanos a las que también asistían señoritas generosas. 

La Editorial Ercilla de Santiago de Chile publicó su traducción del francés de “Doctrinas Filosóficas de Heráclito de Efeso” que apareció con varias notas suyas. En agosto regresó a Loja tras nueve años de ausencia. Era famoso, había triunfado en la capital como escritor, político y sujeto de influencias, Sus amigos lo recibieron y agasajaron con un paseo a la parroquia el Valle a corta distancia de Loja. Concurrieron los hermanos José Miguel y Alfredo Mora Reyes, Ángel Felicísimo Rojas, Pedro Víctor Falconí, Manuel Agustín Aguirre, Eduardo Mora Moreno, etc. aunque no estuvo Carlos Manuel Espinosa, su amigo y confidente, con quien se escribía casi de continuo, usando ese humorismo urtipicante que tanto le distinguía, posiblemente tomado de Buster Keaton famoso actor de Hollywood o de los artículos de Gómez de la Serna o de Pirandello. Corriente de humorismo puro que tuvo su mayor eclosión en los años veinte, “quien quería podía entenderlo, podía acceder a ello e incorporarlo a su obra, lo cual era muy pertinente dentro de la cosmovisión palaciana”. La utilización de fórmulas nuevas como la novela policial por parte de Palacio era una protesta contra el realismo decimonónico o naturalismo propiamente dicho que imperaba en el Ecuador de 1920 al 30 cuando todavía no era un realismo de tendencia social. 

Por esos días aparecieron en la revista “Bloque” de Loja sus ensayos sobre las palabras “Verdad” y “Realidad” que impresionaron favorablemente a su padre, que hasta quiso reconocerlo judicialmente, pero el escritor no demostró interés alguno, pues había roto con el pasado. 

En 1935 se rompió su amistad con Gallegos Lara que planeaba casarse siendo inválido de sus extremidades inferiores y para colmos impotente, todo a causa del llamado Mal de Pot o tuberculosis a la espina dorsal que le afectó a raíz de su nacimiento y atrofió sus piernas. Palacio le dio muchas razones válidas para no hacerlo, que no fueron escuchadas y como insistiera, terminaron distanciados. 

En 1936 fue nombrado profesor de la Facultad de Filosofía de la U. Central y publicó su cuento “Sierra”. El 37, tras un enamoramiento de cuatro años, contrajo matrimonio con Carmita Palacios Cevallos, “la reina del mundo intelectual capitalino, escultora y escultura como la describió su amigo el escritor José de la Cuadra y construyeron una hermosa casa en el norte de la ciudad, que llenaron de libros, de obras de arte, de cosas bellas. Al poco tiempo vendría su primera hija que nació con retraso mental. Pablo y Carmita no eran parientes. 

En 1938 asistió al mitin celebrado en la plaza Arenas para expresar su adhesión y simpatía a la República española en lucha contra el prepotente fascismo internacional y pronunció un importante discurso. Casi enseguida fue designado segundo Secretario de la Asamblea Nacional Constituyente. 

Durante una de las sesiones sufrió un lapsus mental. Alejandro Carrión, que le hacía de asistente, lo ha contado así: Anunciando el resultado de una votación dijo: Por el honorable … sesenta votos, por el honorable…. Cuarenta centavos. Y cuando escuchó las carcajadas generales de los asambleístas y las protestas tan furiosas como inevitables, como que volvió en sí y preguntó azorado ¿Qué pasa? ¿Qué pasó? ¿Porque tanto cacareo? Pero siendo un hombre inteligentísimo, comenzó a preocuparle estas situaciones, desde todo punto anormales. 

Semanas más tarde los Diputados en abierta pugna con el gobierno del presidente Aurelio Mosquera Narváez se reunieron en el local de la antigua Cervecería alemana a conspirar al amparo de un batallón, mostró su gran valentía atravesando las barreras impuestas por los soldados leales al régimen. Fue su mejor época, escribía para el diario “El Socialismo” y fundó con varios amigos la editorial Atahualpa. El 38 sacó su discurso “En nombre del pensamiento y la cultura nacionales” en homenaje a la España leal republicana. 

En 1939 debido a un tipo de comportamiento algo extraño e incoherente que le ocurría a veces como en la sesión de la Asamblea, solicitó que se le internase en el hospital Eugenio Espejo para que se le practicaran exámenes de diversa índole. Su hijo ha escrito que tan en uso de sus facultades mentales estaba, que mientras estos se realizaban, para distraerse jugaba ajedrez sin ningún problema con uno de sus cuñados. Los resultados de esos exámenes fueron negativos para sífilis, pero en consideración a la sintomatología se le inoculó el virus del paludismo para que éste destruyera el treponema al elevar la temperatura del paciente en una manera extrema. No todos los médicos que le atendían estuvieron de acuerdo, los Dres. Elías Gallegos Anda y Ángel Viñán así como el Interno de nacionalidad colombiana que lo trataba, opinaron en contrario. 

Tras el tratamiento empezó a quejarse de trastornos estomacales y para obtener mejoría se hizo una cura milagrosa “Fue a las playas de Salinas a disfrutar de una temporada de reposo. Volvió bronceado, aparentemente rebosando salud y curado de la supuesta sífilis. El 7 de Enero de 1940 nació sano su hijo Pablo que aún vive. Su esposa jamás adoleció de este mal y murió de vejez casi cuarenta años después y fue sepultada el 7 de Agosto de 1976. 

Se ha dicho que fue una bailarina pelirroja, sensual y de nacionalidad argentina de paso por Quito la que en noches de bohemia contagió a un grupo de lojanos distinguidos, entre los cuales se encontraban Pablo Palacios, y Juventino Arias, médico que dementó y cometió suicidio al volver a la normalidad, aterrorizado de su drama, Juan José Samaniego que regresó a Loja, escribió mucho y falleció del mal y Pío Jaramillo Alvarado, quien se dio cuenta a tiempo, se trató en Guayaquil y curó con inyecciones de Salvarsán entre el 38 y el 43 que volvió a residir en Quito, de manera que en esta lista no debería constar Pablo Palacio. 

Pero tras las vacaciones en el mar le volvieron a suceder las cosas raras que asombraban a sus amigos: fugas, amnesias repentinas, desaparición de palabras que le cortaban las frases, distracciones prolongadas, ausencias en las que la realidad circundante se le escamoteaba y nerviosidad, irritabilidad inmotivada, mucha intranquilidad, todo lo que él jamás había sido o sufrido”. 

Carmita, su amantísima esposa, al verle tan enfermo, tomó las riendas del hogar y para curarlo fue vendiendo los bienes que habían logrado adquirir. Una villa con amplio jardín, que primero fue hipotecada a un Banco, finalmente se perdió. 

Con sus facultades mentales alteradas pasó algunos meses en la clínica psiquiátrica del Dr. Julio Endara hasta que Carmita, buscando mejor clima y la atención externa del famoso psiquiatra Dr. Carlos Ayala Cabanilla, lo trasladó en 1942 a Guayaquil y habitaron una pobre casita de caña situada en la esquina de 9 de Octubre y Carchi sobre un terreno municipal de María Cucalón Concha de Orces que no les cobró arriendo por ser prima de Carmita por el apellido Portocarrero en Esmeraldas, y las veces que salía a trabajar lo dejaba encerrado con llave o bajo la vigilancia de alguna amiga de confianza, las más de las veces era esa santa que llamó Anita María González Villegas, esposa de Alfredo Palacio Moreno, éste si pariente de Pablo por ser de los Palacio de Loja. El Dr. Ángel Felicísimo Rojas hacía colectas entre los amigos para ayudar mensualmente en algo con los gastos. 

Con el paso del tiempo la enfermedad fue agravándose, empezó a sufrir de largos periodos de abulia seguidos de otros de violencia y se volvió peligroso. En 1945 fue internarlo de fijo en la clínica Psiquiátrica del Dr. Carlos Ayala Cabanilla al sur de Guayaquil, donde ella prestó sus servicios como enfermera para cubrir el costo de un tratamiento que duró más de un año. 

I de la Clínica fue llevado al Manicomio pero le comenzó una parálisis que al progresar paulatinamente le llegó hasta los intestinos y estuvo en la cama No. 27 de la Sala San Juan de Dios del Hospital General. El martes 7 de Enero de 1947 el destacado cirujano Dionisio Espinosa Vega le sometió a una operación urgente de oclusión, de la que no pudo recuperarse pues falleció a las doce del día, de casi cuarenta y un años de edad. 

Al sepelio invitaron la Casa de la Cultura, el Partido Socialista y la familia, la velación se realizó en el edificio antiguo del Núcleo del Guayas en Pichincha No. 40 y Clemente Ballén y partió el cortejo fúnebre a las doce del día para el entierro en el Cementerio General. 

Alejandro Carrión ha escrito: Alguien que lo visitó me dijo que su rostro, más afilado que nunca, se hallaba enmarcado por una barba rojiza y descuidada y que en sus ojos brillaba un fuego insano que ya no era de este mundo. Apenas conocía a sus viejos amigos. Sufría frecuentes arrebatos donde se volvía peligrosamente agresivo alternados por grandes ráfagas de abulia total, de ausencia de alma. 

Del poeta Cesar Dávila Andrade es la siguiente poesía: “Palabras para el silencio de Pablo Palacio” // Pablo Palacio, fijo ya en lo oscuro. / Pablo Palacio, inmóvil en el luto / ¿Quien mirará el combate del patio en la cebada / con su ángel de diez alas contra el viento? / ¿Quien oirá el delirio de aquel bosque / estremecido por tu inteligencia? // Te han puesto un quitasol de piedra, inmenso, / para que hable en paz con tu cadena. / Más, yo te llamo. Pablo Palacio muerto: / meditabas puñales y sonrisas / cantándote las blancas manos firmes. // El grupo de los días te hizo triste / y te dio un perfil amargo y nítido / para amar con cordura la ironía. // Cristo, de espaldas, llega navegando / sobre su ósea madera y le contempla / dialogando de amor con tus heridas, crucificado en tu viviente arcilla. // Un día te quedaste meditando / como un frío diamante sumergido. / Empezaron allí tus funerales / y hoy terminan. // Ya hundieron tus rodillas su esperanza, 

/ y tus manos, sus brújulas sin pluma. / Ya tu mirada derramó su vino. / Ya fu fiel tímpano depositó su abeja. // Ya conversas con Heráclito, tu amigo, / de ese inconstante río siempre el mismo, / que el ágil nadador que lo divide, / en la otra orilla ya, otro es el río. / Ya ves los esqueletos del diamante/con sus claras esquinas sucesivas. / Ya el esqueleto en el que el hombre habita / pira amar, doblegarse y maldecirse. / Y sobre todo, Pablo, / ya ves cuan justa era tu sonrisa! // El trigo de los campos ya se inclina / para beber la hiel de tus mejillas / y en el perfil del pan nace una mano / para ocultarle y para bendecirte. // 

Su amigo Augusto Sacoto Arias, Director de la Gaceta Judicial, tuvo el acierto de publicarle varios alegatos lúcidos y profundos, donde con sutil lógica e imbatibles conocimientos jurídicos, a través de un terso castellano, defiende los derechos de sus clientes. Particularmente hermosa es su Exposición a favor de la Nueva Cervecería del Azuay, propiedad de su colega y amigo el Dr. Rodrigo Puig – Mir y Bonín. 

Por eso se ha dicho que al tiempo de su retiro daba poca importancia a la literatura por considerarla un simple divertimento. Su mayor crítica, la autora española Mary Carmen Fernández, en su libro “El realismo abierto de Pablo Palacio en la encrucijada de los años 30”, aclara que fue un escritor de su tiempo -la década de los años veinte al treinta – llamada en el Ecuador década de la introducción de la modernidad en literatura, a través de las obras de Hugo Mayo, Gonzalo Escudero en poesía, Pablo Palacio y Humberto Salvador en novela, José de la Cuadra en cuento, etc. Igualmente, en la obra palaciana halla un humorismo puro, una crítica urticante, una forma de expresión nueva en el país aunque ya impuesta en el exterior, la novela policial, así como el uso de símbolos o proyección, meta literaria para enriquecer sus textos. 

El 2000 Diego Carrasco dirigió un film de veinte y siete minutos titulado “Un hombre muerto a puntapiés” sobre el cuento del mismo nombre, pero el film no alcanzó el mínimo requerido por la técnica para esta clase de trabajos. 

Finalmente la crítica médica ha dilucidado cual fue el mal que aquejó al final de sus días a Pablo Palacio y le llevó a la ruina y a la muerte: No la sífilis que pudo haber sufrido y superado con el tratamiento recibido, ni la cuasi mortal caída que sufrió de niño en la chorrera, fue, según parece: la esquizofrenia o dolencia del yo dividido, enfermedad mental grave y aún incurable pero si tratable, no contagiosa ni hereditaria, que en los años anteriores a la década de mil novecientos cincuenta ni siquiera se podía controlar pero que desde entonces a raíz de la salida a los mercados mundiales de potentes drogas psicotrópicas atenúa sus efectos y permite al paciente reincorporarse a la vida y llevar una actividad casi enteramente normal. I la esquizofrenia, como cualquier otra dolencia, no es una de las enfermedades consideradas vergonzosas pero si es de difícil diagnóstico porque existen varias docenas de variantes conocidas y estudiadas así como algunas más que están aún por reconocer.