MONTEROS VALDIVIESO MANUEL I.

ESCRITOR Y MAESTRO

UNIVERSITARIO.- Nadó en Loja el 19 de Abril de 1904. Hijo legítimo de Nicanor Monteros Serrano y de Mercedes Valdivieso Ullauri, lojanos, dueños de la hacienda “Comunidades” cercana a Yangana, dedicada a la producción de caña, café y tabaco. En el bautizo recibió los nombres de Manuel Ignacio.

El tercero de una familia compuesta de cinco hermanos que vivieron entre el campo y la ciudad, habitando una pequeña casita en Loja, cerca de la de su pariente el Cura Loayza. Cursó la primaria en una escuela privada y la secundaria en el Colegio Bernardo Valdivieso, pero al llegar al tercer año su “adolescencia fue atribulada y herida por el repentino fallecimiento de su padre, suceso doloroso y

terriblemente súbito que marcó la suspensión de su carrera y precipitó la ruina de su familia; sin embargo, como todo autodidacta, era un asiduo lector, especialmente de obras literarias, y cuando ya mayor y fuera del país, escribía a sus amigos, derrochaba su caudal interior en la correspondencia epistolar, enviaba cartas pletóricas de sentimiento, en las cuales apuntaba mucho romanticismo y un estilo que quería hacerse literario.”

“Por esos tiempos el ambiente lojano estaba sobrecargado del espíritu decimonónico en correspondencia con el medio físico de encierro en cordillera que aún no habían surcado las vías carrozables. La mayoría de sus literatos eran introvertidos, poetas de honda sensibilidad y estro exquisito como Víctor Aurelio Guerrero y Julio Isaac Espinosa deambulaban con desencanto en bohemia noctámbula, deshojando su numen atormentado y creador, en poemas inéditos, que se perdían en la corriente secreta de una vida de ensueños y anhelos irredentos y se veían frustrados por el medio y el tiempo, traicionados por el destino”.

“Los que lograban evadirse de la prisión ambiental hicieron en los principales centros excelente y destacada obra.

^ Los que se quedaron, como lastimeros

restos de un naufragio, sucumbieron en el sino oscuro e irremediable de sus montañas”.

A los veinte años Manuel Ignacio era un joven extremadamente delgado y soñador que soportaba el sobrenombre de “ratón Monteros” y cuya fama estribaba en saber contar amenísimos cachos y en amar loca y perdidamente a una bella joven lojana que por desgracia no le correspondió jamás. Por eso aspiraba a la evasión y en una curiosa fotografía fraternalmente dedicada en 1927 a su amigo José María Bermeo Valdivieso puso las siguientes frases: “Si algún día, tal vez muy remoto, nuestro sino hiciese un tajo, formare un abismo o prohibiere el acercamiento de nuestras almas sin aleros, almas de refinada y artística bohemia, te invito si así sucediere, a que veas una vez más la sombra estampada en esta tarjeta, que es la de tu hermano en alma que mucho te quiere. Quien hasta aquí, quien sabe hasta cuando, lleva por única arma la copa, plena hasta sus mismos bordes del puro y claro aguardiente, para luchar contra la fiereza y rudeza de una grande y tempestuosa crisis moral, motivada tal vez por una amada realmente imaginada, que no se la puede olvidar, o quizá es por seguir a Buenos Aires, donde contrajo matrimonio y murió años después. Monteros, sin dinero, profesión, ni amigos, pasó malos ratos hasta que conoció al eminente especialista en fisiología Dr. Gustavo Aldereguía Lima, quien también era un gran panfletista, que le brindó generoso albergue en su consultorio y consiguió trabajo como visitador médico de un laboratorio de productos italianos. En 1930 se retrató con Roberto Andrade vistiendo un terno de blanco dril, feliz, optimista y lleno de vida.

El consultorio también servía para sitio de reunión de los miembros de la Liga Antiimperialista o Comuna Roja como también la llamaban, fundada en 1925 por Juan Antonio Mella para luchar contra la dictadura del General Gerardo Machado. Monteros amplió sus conocimientos humanísticos y políticos, conoció al venezolano Carlos Aponte compañero de Antonio Guiteras Holmes inmolados en el morrillo matancero, los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, Salvador de la Plaza y los peruanos Luís Bustamante estudiante de medicina y Manuel Seoane, importantes líderes del APRA y al poeta Jacobo Hurwitz de origen judío.

Tras la caída de la sangrienta dictadura de Machado en 1933 enfermó de los pulmones y pudo mejorar por los gratuitos cuidados de su caritativo amigo y protector el Dr. Aldereguia, que lo llevó al viejo sanatorio “La Esperanza” del que era director.

Por sus relaciones con el Dr. Angel Vieta Barahona, copropietario y director de los Laboratorios Vieta Plasencia y profesor titular de Histología Normal en la U. de La Habana, empezó a principios del 34 a laborar como técnico de Laboratorio. Ese año se creó la cátedra de Embriología. Monteros se formará a la sombra del Dr. Vieta, quien además de sabio era magnífico dibujante y maravillaba a sus alumnos con sus pinturas.

El 24 de Septiembre de 1934 solicitó el examen de ingreso en la escuela de Medicina Veterinaria, la única a la que se podía entrar sin poseer el título de Bachiller y hasta solicitó quince días de plazo para presentar su partida de nacimiento, pero no asistió al examen pues prefirió ser técnico docente con sueldo. Inicialmente trabajó en los Laboratorios Wood hasta 1940 y a partir de ese año en el ala derecha del primer piso del recién inaugurado edificio de la Facultad de Medicina.El 40, tras seis años de experiencia, preparó un manual de Técnica Histológica como gula y prontuario para estudiantes, publicado el 41 en 188 págs, que dedicó al Dr. Vieta y apareció impreso en los talleres “La Verónica” de Manuel Altolaguirre, que por su utilidad en las prácticas debido a que explica y simplifica todos los procesos y amplias láminas representativas de los principales aparatos para los ensayos analíticos de los tejidos humanos, fue declarado texto oficial.

El 45 fue ascendido a Instructor técnico haciendo las veces de Profesor auxiliar de Histología para que ayude a los dos profesores agregados. Su alumno el Dr. Gregorio Delgado García le recuerda por su dicción clara, su exposición pausada y precisa, sus amplios conocimientos que le permitía evacuar con seguridad cuantas dudas aparecieran en el alumnado y su habilidad técnica demostrada en la calidad de las preparaciones.

Ese año realizó su primera visita a Loja enterándose del fallecimiento de su madre ocurrido años atrás. También estuvo en Guayaquil, Cuenca, Riobamba y Quito, fue un reencuentro con el pasado que ya nada tenía para él.

El 46 y por medio de su sobrina Teresa Monteros Molina hizo entregar al Dr. César Ayora una primera versión de su estudio biográfico en tres tomos, titulado “Eugenio Espejo Chushig, el sabio indio médico ecuatoriano”, que dedicó a los espíritus libre pensadores del dogma y del prejuicio racial. Monteros expresó en esa oportunidad: la biografía de Espejo es mi obra querida. El Dr. Ayora confió a la Casa de la Cultura Ecuatoriana dichos tomos para su publicación que sin embargo permanecieron inéditos y habiéndose solicitado años más tarde su devolución solo aparecieron el 2 y el 3. El capítulo XII, titulado “Espejo bacteriólogo” apareció en “Cuadernos Literatura y Arte”, Loja 1963, entre las páginas 11 y 12 inclusive.

El 47 editó en la revista Universidad de La Habana un artículo sobre el ciclo vital de las células, también escribió “Estampas del Ecuador”,

colaboró en la revista del Colegio Bernardo Valdivieso con trabajos sobre la necesidad de desterrar el término “extranjero” y sobre la Filogenia u origen del protoplasma y otro sobre la Inmortalidad de la materia. En la Revista de los Andes salió “Ciclo vital de la célula” y el 49 un ensayo biográfico corto sobre el sabio Pedro Vicente

Maldonado. Sus trabajos de Citología, formaban parte de un voluminoso compendio que terminó poco después, y actualizaba anualmente.

Con motivo del terremoto de Ambato escribió el 49 el ensayo científico “El Volcanismo en el Ecuador” para la revista “Vanidades” que lo publicó el 50. Ese año fue designado por el gobierno del presidente Galo Plaza para el desempeño del consulado ad – honorem del Ecuador en La Habana y en la revista Bohemia salió una “Monografía del Microscopio” como manual de su especialidad. También escribió “Ecuador. Nación prócer de Hispanoamérica” sobre nuestra participación en la independencia y “Biografía de Mariana de Jesús” a propósito de su canonización en Roma. En 1951 escribió “Silueta del cristianismo en el Ecuador colonial” que apareció al año siguiente en 29 páginas en la revista del Colegio Valdivieso. En dicho ensayo, así como en todos los demás de su pluma, campea un espíritu libérrimo, anticlerical y progresista, digno del antiguo militante socialista, cuyo ideario no abandonaría ni con la muerte. Lejos del Ecuador, ha opinado Alejandro Carrión, la Patria se le presentaba cada vez más clara.

De 1953 es “Origen de la Vida” recogiendo todas las hipótesis sobre tan debatido tema. Con paciencia acumulaba fichas para un Diccionario de Histología y Embriología que proyectaba en dos gruesos volúmenes. El 54 fue miembro fundador de la Sociedad Cubana de Historia de la Medicina y pensaba presentar como trabajo de ingreso su biografía de Espejo.

El 55 publicó lo mejor de todo lo suyo “Síntesis y perpetuación de la obra del genio de las Españas”, vida del célebre sabio Dr. Santiago Ramón y Cajal, que comprende su vida en Europa, los años de servicio como médico militar en Cuba, su pensamiento científico y literario y sus descubrimientos sobre la histología y textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, en 430 paginas. La obra salió hermosamente impresa, aunque a última hora tuvo que quitarle cien páginas para disminuir el costo de la publicación en la editorial Lex de la Habana, con prólogo del Dr. Manuel Sánchez Roca, su amigo en esa universidad.

Su Cajal tuvo gran acogida en Cuba y en España. José Ramón y Fañanás, hijo del sabio, la consideró una de las mejores biografías escritas sobre la azarosa vida de su padre. Con este libro ingresó a las Academias de Medicina de Montpellier y de La Habana, ésta última, fiel al recuerdo de los azarosos días pasados por el sabio en la isla, recibió el libro con gran contentamiento. El Decano de la Escuela de Medicina pasó una Circular a todos los Profesores de la Universidad de La Habana, pidiendo que adquirieran el libro para obsequio de los alumnos premiados.

El 56 salió su ensayo “Los eximios histólogos de Montpellier” que apareció en la revista “Archivos Médicos de Cuba” conteniendo las micro biografías de los Drs. Viallenton, Turchini y Granel, que recibió el honor de ser traducida al francés y republicado en varias revistas Universitarias de Europa.

Enseguida comenzó a recopilar datos para escribir las vidas de ocho grandes médicos; mas, la situación política se iba tornando imposible debido a los abusos de la burda dictadura de Fulgencio Batista, sargentón elevado a mayores por culpa de la oligarquía azucarera. Se luchaba en guerrillas. En Diciembre del 56 se suspendieron indefinidamente las clases en la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana dada la situación de guerra civil que vivía el país. Monteros, socialista al fin, no podía permanecer impasible ante esa situación, se afilió a la resistencia urbana y ayudó económicamente con alguna cantidad tomada de sus ahorros al Movimiento Revolucionario 27 de Julio.

Desocupado pero no inactivo dada su amplísima correspondencia científica y porque con su amigo el médico catalán Dr. Jan Paulís Pagés había finalizado una extensa biografía sobre Joaquín Albarran. Fruto también de esta colaboración fue un pequeño artículo titulado “Mateo Orfila, creador de la Toxicología” que editó en España.

Ese año comenzó a ser vigilado por la policía del dictador Fulgencio Batista y más por librarse de ella visitó Loja por segunda vez el 58, con su salud deteriorada a consecuencia de una molestosa diabetes.

El 1 de Enero del 59 entró Fidel Castro vencedor en La Habana y se instauró el proceso revolucionario en Cuba. Monteros seguía en nuestro país investigando sobre Espejo, el día 5 encontró en la Biblioteca del Núcleo del Azuay de la CCE seis importantes documentos que le obligó a rehacer varios capítulos de su biografía de Espejo. En Febrero volvió a La Habana, participó plenamente del procesorevolucionario de socialización de Cuba y lo hizo con clara conciencia doctrinaria. Normalmente había acostumbrado estampar en sus artículos frases tan contundentes como esta: “Mi Patria, Ecuador, sigue en mi frente como un sueño febril; pero saldrá adelante con el socialismo y pronto.”

Ante la fuga de médicos a Miami pues en 1961 solo quedó Monteros Valdivieso como único docente fiel a la revolución, le encargaron la organización de la Escuela de Medicina de la Universidad de Santiago de Cuba y tuvo dos cátedras, ganando la docencia titular en Histología Normal y en Embriología. La Universidad de Guatemala le pidió su autorización para republicar su “Historia y origen de la sífilis” y la concedió sin cobrar suma alguna, tampoco era raro encontrarlo dictando conferencias gratuitas.

El 62 figuró entre los profesores fundadores del Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, perteneciente a la Facultad de Ciencias Médicas de la U. de La Habana y culminó su última y definitiva versión sobre la biografía de Espejo demostrando una erudición admirable sobre todo en el tratamiento de los temas médicos pero al mismo tiempo siendo obra de su tiempo, es decir, anterior a la etapa revisionista iniciada con posterioridad en los años ochenta, adolece de ciertos errores como pregonar la indianidad de Espejo que fue un mestizo tirado a mulato, producto selecto de tres razas: la india, la blanca y la negra. El 63 y con motivo del centenario del nacimiento de Albarrán en Sagua La Grande, concursó con un ensayo en 197 págs. sobre dicho médico, el más célebre urólogo cubano de su tiempo y tras obtener el primer premio en el Concurso promovido por la Academia de Ciencias de Cuba, lo hizo publicar su amigo Manuel Galich, Director de la Casa de Las Américas. En esta obra Monteros recibió numerosos informes del médico catalán Jean Paulís Pages sobre la permanencia de Albarrán en Barcelona y Paris y poco después el Dr. Paulís, sintiéndose viejecito y enfermo, le mandó unos libros, y como pensaba que iba a morir pronto, seis u ocho trabajos inconclusos, para que los termine. “Esto ha venido a complicar más mi vida, escribió Monteros, estoy abrumado de trabajo y no doy abasto con todo lo que tengo pendiente por terminar.

Ese año se produjo el golpe de la Junta Militar de Gobierno en el Ecuador. Con tal motivo hizo varias declaraciones y renunció el consulado. El 64 publicó en la revista del Vicente Rocafuerte su ensayo histórico “Vicente Rocafuerte y su extraviado Rasgo Imparcial” en 15 páginas sobre la polémica suscitada en el Diario de Avisos de La Habana en Mayo de 1820 con el Dr. Tomás Romay Chacón, en la que también intervinieron el poeta cubano Diego Tanco y Bosmeniel y el argentino José Antonio Miralla.

El 66 volvió a examinar la realidad política ecuatoriana y se expresó duramente del recién electo presidente interno Clemente Yerovi. En declaraciones a la prensa manifestó: “La intentona de revolución popular degeneró prontamente con la subida de Yerovi amparado por dos eternos vividores de la política: Galo Plaza Lasso y Camilo Ponce Enríquez. Yerovi no representa nada a mi pueblo, sino a su clase los pudientes. Personalmente es un devoto incondicional de los “yanquis, desde sus declaraciones iniciales amenazó con devolver el poder a los militares sino se avenían los ecuatorianos con el nuevo gobierno, lo cual es un desventurado chantage. El tipo es un reaccionario hasta la coronilla”.

Poco después se le agudizó la diabetes pero hasta pocas semanas antes de ingresar al hospital Joaquín Albarrán, siguió dictando clases, revisando su archivo de más de treinta y cinco mil fichas de voces técnicas, formado en quince años de trabajo, base de un ambicioso “Diccionario de Histología y Embriología” que pensaba dar a la luz pública algún día.

Vivía en la casa de huéspedes de la calle Uno No. 401 y esquina 19 del reparto habanero de El Vedado a tres cuadras de la antigua Facultad de Medicina y frente al parque que contiene el busto de Víctor Hugo, disfrutando de su privacidad. Hablaba y escribía perfectamente el francés y se había conservado célibe a pesar de ser un buen catador de la bohemia y del sexo opuesto.

A un costado de la esquina 19 queda el convento e iglesia de San Juan de Letran, sede de los dominicanos, cuyo superior el latinista fray Domingo Romero era su buen amigo.

Dictaba sus clases en el Instituto de Ciencias Básicas y Policlínicas de la Facultad de Medicina de la U. de La Habana, rodeado de los jóvenes profesores, todos ellos sus alumnos y de las nuevas generación de estudiantes de medicina, numerosísima por las necesidad que tenía la revolución de atender la salud pública.

I así, entre libros, fichas y estudiantes, fue sorteando diversas molestias hasta que a causa de un coma diabético, que le vino tras una operación de carcinoma a la próstata practicada en el pabellón Albarrán del Hospital Universitario, falleció a las once de la mañana del 23 de Enero de 1970, de sesenta y cinco años de edad, cuando todavía hubiera podido realizar mucho más en favor de la ciencia y de la revolución a la que servía.

Dejó listo su monumental “Tratado de Citología” y numerosos estudios sin terminar, cuyo paradero se desconoce actualmente. Fue un hombre sencillo, inteligente, estudioso y trabajador, de ideales políticos indoblegables; pero, sobre todo supo cultivar la amistad como precioso don de la especie pues gustaba de la sana bohemia de amigos profesores y estudiantes. Tuvo casi una alta estatura, tez blanca, contextura media y cejas pobladas, En su trato era simpático, agradable y buen conversador.

Su sepelio constituyó la reiteración de sus hábitos sencillos y sobrios. Poca gente, casi todos los presentes habían sido alumnos suyos en la Universidad y el Instituto pues no tenia familiares. Quienes le acompañaron en dicha tarde nublada y lluviosa se canjeaban el pésame como dolientes. Una fosa simple porque los socialistas no sueñan en suntuosos mausoleo. El periodista y poeta Fernando Campoamor escribió: fue triste dejarle todavía más solo de como vivió, mas bien como quiso vivir, en la cálida y leal compañía de sus libros y recuerdos.

En 1973 su amigo de siempre el Dr. José María Bermeo Valdivieso editó en Loja su Semblanza, en 31 págs. como paradigma del autodidacta y por eso la subtituló “El hombre que se creó a sí mismo”.

Su último deseo fue que lo enterraran con uniforme de miliciano pero por la premura vistieron su cadáver de civil. Sus despojos yacen en el cementerio Cristóbal Colón reservado a los Héroes Nacionales, habiendo tomado la palabra a nombre de la revolución el Comandante Calixto García ex combatiente en Sierra Maestra y su amigo el historiador médico Dr. José López Sánchez. Quizá algún día sus restos volverán a Loja.

El Ing. Marco Riofrío, lojano que le acompañó en sus últimos momentos, ha contado que Monteros tuvo siempre a gran honra haber sido uno de los forjadores en Cuba de la nueva medicina socializada, habiendo ayudado a la revolución en las nuevas metas propuestas, y que su departamento en el Vedado, muebles, libros y papeles inéditos dejo a su Ayudante de Cátedra Clemente Larrea, médico riobambeño, quien aún debe conservarlos en La Habana.

Disfrutó siempre de su privacidad, propia de un carácter tranquilo y quizá tímido pero no timorato, pues su entrega total a la ciencia, a sus alumnos y a la verdad, le identifican como un sujeto positivo y de bien. Nunca le preocuparon los honores pero supo ganar posiciones a base de esfuerzo, talento y disciplina.

El 2012 finalmente la Casa de la Cultura Ecuatoriana nucleo de Loja editó en tres tomos de 433,536 y 331 páinas respectivamente, su “Eugenio Espejo Chúzhig el sabio indio médico ecuatoriano”.