LEÓN GARRIDO MIGUEL

OBISPO DE CUENCA.- Nadó en Cuenca el 28 de Abril de 1824 en una casa que poseían sus padres al lado del rollo de San Sebastián en los extramuros de la ciudad. Hijo legítimo de Francisco León Avendaño, habilísimo orfebre que gozó de gran fama en la elaboración de joyas de oro y piedras preciosas y de María del Carmen Garrido, una de las jovencitas más hermosas, buenas y piadosa de su tiempo, que influyó notablemente en la vocación religiosa de todos sus hijos. Ambos eran ricos en bienes materiales y espirituales.

“Fue el último de una familia compuesta de siete hermanos, de los cuales cinco llegarían a sacerdotes y hombres de bien. Los apodaban los rollos Leones y eran considerados proverbialmente por su ciencia y virtudes, por su celo religioso y tan amantes de la tierra natal, como los que más lo hayan sido”.

Alegre y despreocupado, amó de niño los esparcimientos ruidosos, las largas caminatas y a los nueve años, rompiendo con las reglas de ese entonces, fue matriculado en el Colegio Nacional y tuvo de profesor a Mariano Cueva y a Pío Bravo Vallejo.

Siendo el primero de su clase, se aficionó a los libros, “acudiendo a la biblioteca ávido por asimilar y agotar el saber y doctrinas de autores fundamentales” pero dada la pobreza de libros, no pudo ponerse en contacto con autores modernos sino únicamente con los religiosos, lo cual era usual en la Colonia, de la que se acababa de salir, de manera que no conoció la producción novelística francesa, ni siquiera la española y se quedó con la mentalidad oscurantista propia del tenebrismo católico de los siglos posteriores al Concilio de Trento.

Apenas graduado de bachiller se opuso a la cátedra de filosofía y al ganarla fue discípulo y maestro por cortos meses, pues en 1838 viajó a proseguir sus estudios en Quito y se alojó en casa del Dr. Manuel Angulo, el gran profesor y latinista de entonces. Allí hizo amistad con el joven estudiante Gabriel García Moreno y con el Presidente de la República Vicente Rocafuerte, quien demostró vivo interés por su persona, así como también con otros prohombres. Sus protectores Angulo y Rocafuerte, encantados con sus talentos y virtudes, se empeñaron en atraerlo al matrimonio y a las leyes, pero el joven había decidido entrar al sacerdocio. Rocafuerte incluso le ofreció enviarlo a Europa.

Primero estuvo en el Seminario de Quito, luego Rocafuerte lo llevó a Guayaquil, donde vivió varios años y finalmente fue ordenado por el Obispo Garaycoa el 8 de Diciembre de 1847, quedándose en el puerto como sacerdote secular.

El 3 de diciembre de 1855 el Vicario Apostólico José María Yerovi envió al Gobernador del Guayas la nómina de los aspirantes a curatos en la Diócesis, entre ellos estaba León. I en un viaje que hizo a Cuenca obligó a su amigo personal el sacerdote Santiago Matovelle Orellana a reconocer a su hijo natural llamado Julio, que desde entonces pasó a ser conocido como Julio Matovelle y a pasarle una pensión para sus alimentos y estudios. En eso del cumplimiento del deber León era intransigente pero generoso y gozaba de gran respeto y consideración en la sociedad cuencana, de allí su influjo especialmente sobre sus amigos y en general sobre la mayor parte del vecindario.

El 24 de Febrero de 1857 figuró como Cura Teniente de Palenque, continuando allí hasta Junio del 59 que salió electo Diputado por Cuenca. Entonces apoyó la dictadura del General Guillermo Franco Herrera en Guayaquil.

Meses después habló mal en el púlpito del gobierno Provisorio de García Moreno, pero casi enseguida fue atraído a ese partido por varios agentes y convencido de la bondad de la nueva causa, hizo rezar a sus feligreses de la iglesia de San Francisco por el triunfo garciano. Estos excesos anunciaban su carácter poco común.

En 1864 tuvo un altercado con Rafael Borja Villagómez y en Abril del 65 corrió a cargo con el sermón en los funerales de fray Vicente Solano. El 68 volvió a residir en Guayaquil, donde fue Presbítero y Capellán del Coro de la Catedral durante el obispado del Dr. José Tomás de Aguirre Anzoátegui.

Para Febrero de 1869 había regresado a Cuenca pues con su hermano Justo y otros sacerdotes suscribió al Acta de Pronunciamiento en apoyo a la revolución de García Moreno. Poco después intervino a favor del joven Francisco Febres-Cordero Muñoz, para que su madre autorice el ingreso a la Comunidad de los Hermanos Cristianos de la Salle que acababa de instalarse en Cuenca. Ese año entró en aclaraciones con el Gobernador Manuel Vega Dávila y con Agustín Cueva Dávila, por asuntos políticos. Cierto día el mencionado Gobernador ordenó su encarcelamiento mientras predicaba en el templo de San Agustín y tuvo que esconderse por espacio de tres días en la casa del Canónigo Alvarez hasta que volvió la tranquilidad. Años después, otro Gobernador, Miguel Heredia, a raíz de una actuación de León en el púlpito de San Francisco, lo redujo a prisión en esa misma iglesia que servía de cárcel a los eclesiásticos y cuando ya estaba ensillada la mula que lo llevaría al confinio, el pueblo lo sacó en triunfo a la Catedral, donde predicó de distinta manera, pidiendo la felicidad del señor Heredia, cuyas virtudes pregonó ingenuamente ante la atónita muchedumbre que terminó por creerle un santo. Demás está indicar que el Gobernador, en agradecimiento, se olvidó del famoso confinio. Por estas rarezas León empezó a ganar fama de loco o por lo menos de atolondrado.

El 6 de Abril de 1870 el secretario de la Vicaría Capitular de Guayaquil, Pío Vicente Corral, le concedió letras para viajar al Perú. En dicho país debió permanecer solo unos pocos meses pues “en unión de sus tres hermanos, ese mismo año donó la casa herencia de sus padres para el orfanato de Santa María del Socorro y con dinero de su propio peculio reconstruyó la Iglesia de todos los Santos, primer templo levantado en Cuenca por los españoles y refaccionó notablemente la Casa de Ejercicios y la Iglesia del Corazón de Jesús”.

Por orden del Obispo Remigio Estévez de Toral el 72 desempeñó la Capellanía de las monjas carmelitas de clausura y comenzó a malquistarse con ciertos sectores de la ciudad. La Priora era una monja zarumeña llamada Margarita Maldonado a quién puso en vereda y ordenó que proceda a liberar inmediatamente a las donadas, internas pobres que ^ hacían de sirvientas, viviendo en gran número y usando hábito, pues cada monja disponía de dos o tres para su asistencia y para los rudos quehaceres de la Comunidad.

León actuaba siempre con gran energía y celo, utilizando su dinero en obras pías urgentes y necesarias, sin importarle nada más que el bien común y por ello acostumbraba expresar libremente sus opiniones.

En 1873 su amigo el Presidente García Moreno le propuso al Obispo Toral la exaltación de León para Arcediano de Cuenca. El Obispo, a pesar de considerarle su amigo, se opuso al principio, pero luego cedió. León se desempeñó con desprendimiento y altura, principiando en 1880 la Casa de Ancianos merced a una cuantiosa donación de Tadeo Torres y al decidido apoyo de su Albacea Francisco José Moscoso, que después le ayudaría a edificar la capilla de Lourdes, destinada a la Asociación de Artesanos.

Ese año asistió al Congreso como Diputado por el Azuay y con su hermano Vicente votó en contra de la terminación del edificio del teatro Nacional por considerar que el arte escénico era perjudicial para de la Buena Muerte de Zhiquir, el San Sebastián gigantesco y vestido como General colombiano y el arrogante San Miguel Arcángel de las Monjas Conceptas. El mismo rompió un cuadro primitivo de la Virgen de la Leche con un seno desnudo y amamantando a un desnutrido y demacrado San Francisco de Asís, al que le caía leche de las comisuras de los labios. Por eso tuvo que reducir con mano firme al Coro Catedralicio a la obediencia y a la fe, a través de varias órdenes y actuaciones, reformando en profundidad; pero, lamentablemente, sin la paciencia y tino que tal labor requería, pues era de carácter muy volado. A fin de allegar fondos para la construcción de la Catedral les rebajó las rentas a los Canónigos, gravándolas. Luego amenazó a los pocos políticos liberales con el “rayo devastador del anatema del romano Pontífice”, etc. El 85 fundó la Iglesia de todos los Santos en la nueva parroquia de Turi y derogó el ayuno de los viernes.

Al mismo tiempo dictó un Auto declarando exentos de tributos a los indios pendoneros de las Fiestas Religiosas. Un arancel para reducir los derechos llamados de Estola. Otro Auto ordenando la gratuidad de los casamientos, funerales y sepulturas de los pobres, etc. todo lo cual habla en favor de su conducta. Mas, el clero, así como parte del pueblo, le tomaron fastidio y empezaron a insultarlo diciendo que era un “rollo borracho, iconoclasta y loco” pero él siguió en su santa misión (1) y organizó las Conferencias teológicas semanales para el clero, corrigió a los sacerdotes holgazanes y a los viciosos prohibió toda familiaridad en la confesión, especialmente de monjas, haciéndoles obligatorias las visitas a las cárceles y hospitales y hasta llegó a establecer una estricta contabilidad de las rentas eclesiásticas. Sin embargo la mejor de todas sus reformas fue la practicada en los conventos de Monjas, corrigiéndose muchísimas irregularidades que se cometían desde la colonia, sobre todo con las donadas, como ya se dijo.

En 1885 asistió al IV Concilio Provincial Quitense y de vuelta a Cuenca, tras conocer que en Quito se elevaría una monumental Basílica Nacional, quiso hacer lo mismo con la vieja Catedral cuencana que amenazaba ruina y mandó a llamar a su presencia al hermano Redentorista del Convento de San Alfonso, Juan Bautista Sthiel, para que diseñe un plano de la nueva Catedral, que al serle presentado rechazó porque debía ser un templo grandioso como lo era su fe.

Con el nuevo plano se iniciaron los trabajos de excavación de las bases e inicio del proyecto el día 25 de Diciembre de 1885. La primera minga de piedras y la colocación de la primera se llevó a cabo el 12 de Diciembre de 1886 y dijo “Creo en el Dios de Constantino y es justo que quiera adorarle en un templo grande como mi fe”. Así empezaron las gigantescas excavaciones de los cimientos. Por entonces también abrió con Mariano Abad Estrella una Casa de Temperancia que tuvo local propio, funcionó mucho tiempo y fue única en la República para alojamiento de los alcohólicos y los dementes ¡que rara mezcla!.

Ese año 86 concurrió al Congreso y cometió el crimen de sostener el establecimiento de los Consejos de Guerra y la Pena de Muerte por delitos políticos. Julio Andrade, joven de veinte años, protestó erguido en las barras contra las sanguinarias arengas de León y fue aprehendido y arrastrado al panóptico, donde permaneció varios meses. En la sesión del día 6 de Agosto, que se trató sobre el proyecto de reformas a la Constitución, según carta de Juan León Mera a su tío el Dr. Nicolás Martínez, la discusión fue larga, pesada y fastidiosa. El Dr. León, Obispo de Cuenca, estuvo qué desdichado en ella. Bueno es que vengan eclesiásticos al Congreso, pero no ésta laya (sic.) I así por el estilo, cada vez que hablaba lo hacía sin lógica ni valimento, de manera que al término de las sesiones se había creado la fama de ser un sujeto anodino, fanático y torpe, pueblerino.

El 18 de Marzo de 1887 trató de convencer al Coronel Luis Vargas Torres para que acepte los últimos sacramentos cuando estaba en capilla, pero fracasó y optó por retirarse, comprendiendo las razones del sentenciado. En Junio facultó al padre Joaquín Martínez para fundar la Congregación de la Dolorosa en la Catedral y desmembró la parroquia Sibambe cediendo terreno a la Diócesis de Guayaquil.

En 1888 inauguró el convento de las madres terciarias Dominicanas llamado de Santa Catalina de Siena, así como la Capilla de San Miguel contigua a la Curia y condenó la publicación y lectura del periódico “La Libertad” del joven José Peralta en Diciembre.

En Febrero de 1889 condenó a “La Verdad” del mismo autor, queentonces publicó “la Linterna” y finalmente “La Razón”, que también merecieron del fanatismo de León la pena de excomunión, convertido el Obispo en una especie de Inquisidor Mayor en Cuenca y en pesquisa contra los enemigos del orden establecido. Por entonces se le ocurrió, a través de su discípulo Remigio Crespo Toral, calificar al teatro de “pináculo de la inmoralidad y corrupción” en el colmo del anacronismo y como si aún se viviera en los tiempos inquisito ríales. León no conocía la modernidad por su falta de lecturas actualizadas pero tenía roce social, al tiempo que también era nervioso, fanatizado e intemperante, por eso se expresó en forma denigrante del cultísimo Emperador Pedro II del Brasil acusado de masón y votó en contra de la participación del Ecuador en la Exposición Mundial de París por considerar que dicho evento “conmemoraba el centenario de una revolución Impía,” en cambio el 10 de Julio de 1889 celebró el Centenario de creación de la Diócesis cuencana, hecho intrascendente si se lo compara con la revolución francesa.

El 7 de Marzo de 1888 Emilio Arévalo, en el No. 4 del periódico “El Pueblo” de Guayaquil, le dirigió una Carta Abierta, increpándole por sus excesos y llamándole comedidamente al orden al igual que a Crespo Toral pero ni el uno ni el otro se dieron por aludidos. En Febrero de 1889 se publicó en Cuenca una hoja titulada “La Voz del Azuay” criticando sus abusos. León contestó airadamente e indicó que tras esa hoja se veía las orejas del lobo. Crespo Toral se sumó a León y afirmó que los autores de la hoja eran “liberales de negros hechos y perversas doctrinas.”

A causa de estos escándalos que se sucedían casi a diario, mucha gente se burlaba de él. El Alcalde primero Luís Cordero Crespo multó al Obispo por acumular en la plaza principal de Cuenca una enorme cantidad de tierra excavada de los cimientos de la nueva Catedral. González Suárez se extrañaba diciendo “que por esos cimientos pronto y por ensalmo se podría ver el purgatorio”.

Entonces ocurrió un incidente que llenó de vergüenza al país. El Presidente Antonio Flores Jijón dispuso que fuera el estado quien cobre los diezmos para repartirlos con la iglesia, dando primacía a las obras de utilidad pública. Los Diezmos eran un derecho feudal que aún imperaba en el Ecuador. León,saliendo por los fueros eclesiásticos, lanzó una Excomunión Mayor contra el mismísimo Presidente de la República, ocasionando el asombro de los miembros del gobierno Progresista y la risa del bando Liberal; pues, parte del clero y los Conservadores se mostraron completamente de acuerdo con la medida y tuvo que intervenir el Nuncio Apostólico, quien levantó la pena, pero el escándalo fue de características internacionales y tras este incidente el Párroco Miguel Coronel reunió a un grupo de conspiradores en la Casa conventual de Baños. El Canónigo Benigno Palacio Correa hizo las veces de capitán.

Los demás conjurados fueron León Piedra, José Antonio Alvarez, José Antonio Piedra, Manuel Cuesta, Vicente Ferrer Alvarado, Mariano Borja, Francisco de Paula Correa, para solicitarle al Arzobispo Ignacio Ordóñez Lazo la suspensión de León “basada en catorce acusaciones, a cual más dolosa y burda, que el sacerdote Manuel Cuesta se comprometió a llevar personalmente a Roma junto con una botella de fino polvo de oro procedente de las minas de Santa Bárbara de Ayllón.” En dicha comunicación se pedía que León fuera reemplazado por el Canónigo Palacio Correa.

El Arzobispo Ordóñez acogió la petición y de acuerdo con el Nuncio Macchi mandó a Cuenca a su Secretario González Suárez a practicar un Informe Canónico secreto, pues jamás se le permitió a León la defensa como hubiera sido lo justo. Dicho Informe fue presentado al Presidente Flores Jijón en forma reservada, quien se alegró muchísimo como es fácil suponer y de allí fue enviado a Roma.

En Septiembre de 1890 arribaron a Quito las Bulas de Suspensión. El Nuncio Apostólico, para evitar la vergüenza a León, le solicitó en secreto que renuncie; mas, este se negó de plano, aduciendo que una renuncia sin voluntad no es renuncia y que prefería que lo suspendiera. I como el asunto había logrado trascender al público, se desató una campaña de prensa que fue degenerando en acaloradísima polémica.

El jefe de los sacerdotes complotados había sido designado Administrador de la Diócesis y fue encargado de notificar la suspensión. León se encontraba acompañado de su hermano Justo en

su hacienda de Chaullabamba. Palacios Correa (2) se presentó compungido y enseñó el documento de rodillas y con la vista baja, casi no podía musitar palabras. León, informado del complot por el Nuncio cuando ya era tarde, sobreponiéndose a si mismo, levantó a Palacios Correa y lo abrazó con efusión de padre diciéndole “El que anuncia la voluntad de Dios debe hacerlo bendiciendo a Dios y no llorando. Dios quiere que tu gobiernes la Diócesis, soy el primero en rendirte obediencia.”

Cuenca se llenó de estupor y se formaron dos bandos. El país se sacudió ante la injusticia, pero el Obispo no fue enteramente desplazado del escenario político y social; pues habiéndose llevado el asunto de si podía seguir vistiendo de morado, a los sesudos padres dominicanos, estos opinaron que si. Entonces escribió una defensa donde ponía en claro los asuntos mencionados en las catorce acusaciones; pero comedió el error de consultar con su hermano Justo, quien le pidió que lo echara al fuego y así quedó el asunto en el misterio, como hasta ahora lo es.

Desde hacía algunos años el Obispo León venía desempeñando las cátedras de Filosofía, Teología y Matemáticas en el Seminario y en el Colegio Nacional y siguió haciéndolo tras la suspensión. Realmente admira a la inteligencia y contrita el espíritu cómo un hombre decidido, firme, digno y generoso como él, pudiera ser al mismo tiempo tan atrabiliario, fosfórico y conflictivo. Los cuencanos recordaban que al pobre seminarista Francisco de Paula Correa le había mandado a dar de azotes a cuero limpio por una falta inocente, castigo que indignó tanto a Correa que hizo que salieran huyendo del seminario y fuera a esconder su rubor en Lima por algún tiempo. El mismo León tuvo problemas con profesores tan respetables como el viejo latinista Tomás Rendón Solano, a quien reclamó fuertemente por un atraso a clases. También tuvo choques con la biblioteca pública a causa de ciertas obras constantes en el índice Romano que quería que fuera expurgadas y prohibidas. En 1893 volvió a las andadas y sermoneó al bibliotecario Dr. Manuel Farfán porque no había concurrido a la Catedral el domingo de Ramos ni el viernes de la semana Mayor, de suerteque se creía con derecho a participar en la vida privada de la población y a opinar en asuntos tan íntimos como las prácticas religiosas. Si León hubiera tenido una formación menos estrecha seguramente habría pasado a la historia del Ecuador como uno de los grandes exponentes de la iglesia en el siglo XX, por que arrestos no le faltaron, pero erró el camino.

En 1890 actuó en el Congreso. En diciembre de 1891 fue electo Rector de la Universidad de Cuenca en público desagravio pero fiel a su política de mano dura, estableció una celda para castigar a los alumnos que no se confesaran ni comulgaran periódicamente, convirtiendo a la Universidad en un claustro medieval, digno de los tiempos de las sangrientas cruzadas.

En el Congreso del 92 le tocó presidir la camara del senado. Solía sentarse a la entrada de la sala. El padre Julio Matovelle se colocaba muy cerca, en la primera fila. Al ingresar todos los congresistas se arrodillaban, le besaban el anillo y pasaban. Alejandro Cárdenas, Manuel Larrea y Adolfo Páez no lo hacían. González Suarez, en cambio, se arremangaba el manto al pasar, hacía una venia e iba directamente a su curul, pues le guardaba las distancias porque sabía que el Nuncio Macci le había revelado a León, que él – González Suarez – había sido el eclesiástico que practicó el Informe Canónico Secreto que le costó el obispado.

En ese célebre Congreso ocurrió la expulsión del diputado Felicísimo López por estar excomulgado por el Obispo alemán de Portoviejo monseñor Pedro Schumacher.

En 1894 volvió a asistir al Congreso como Senador por el Azuay y en la sesión del 20 de junio en que se debatió la calificación del Senador por Esmeraldas Dr. Felicísimo López, por estar excomulgado, anatemizó al que asegurara que en conflicto de una ley Canónica con otra Civil debía prevalecer esta última y trató a la Constitución del Ecuador de “mero librito”, produciendo la justa reacción de las personas sensatas del país.

Aún suspenso seguía siendo la primerafigura del Azuay bien es verdad que no se había designado su reemplazo, de suerte que la suspensión – calificada por algunos historiadores como martirio – no le era intolerable. Vivía en comunidad con sus hermanos mayores en la casa familiar de la calle Santander, escuetamente amoblada, retirándose tras el diario ministerio sacerdotal a coloquios fraternales y prácticas piadosas en familia, desbordante de paz, sosiego y santa placidez, conservado su eterno sentido del humor, al punto que cierta tarde le pidió a su hermano Justo, que el día de su muerte no lo fuera a enterrar junto a un tonto “pues a pesar de que Nuestro Señor nos ha ordenado amar a los tontos, nos previno contra la compañía de ellos, en su parábola del ciego que guía a otro ciego, porque la tontera es contagiosa”.

El 5 de Junio de 1895 se produjo la revolución liberal en Guayaquil, triunfaron los alzados en Gatazo y entraron victoriosos en Quito. Los cuencanos se levantaron en armas y al ser dominados salió León a interceder por ellos, pero en Octubre fue reemplazado con el Dr. Luís Malo Valdivieso en el rectorado de la Universidad.

En agosto de 1896, tras la campaña militar contra Cuenca, se entrevistó con el Presidente Eloy Alfaro para que se muestre magnánimo con los rebeldes vencidos. Reiniciadas las operaciones militares recibió en su casa al jefe revolucionario Coronel Alberto Muñoz Vernaza que estaba gravemente herido con un balazo en el pulmón. Insistió en la mediación. Alfaro recibió al Dr. David Neira con quien entró al día siguiente en Cuenca y visitó a León en su casa. De allí en adelante el asunto de su rehabilitación se convirtió en tema de actualidad pues la prensa del país empezó a hablar de él. En esa empresa ayudaban los sacerdotes Víctor Novillo, Gregorio Cordero y Miguel Ortega Alcocer, quien llegó a dar de bofetadas al Cura de San Sebastián, Mariano Hermida, en defensa del prelado.

Durante la gobernación del General Manuel Antonio Franco en Cuenca se ganó tanto su confianza que éste terminó por reconocer que en dicha ciudad solo había tres sacerdotes buenos: Miguel y Justo León y Javier Landívar. Por su intermedio, muchos perseguidos consiguieron que los dejaran en paz porque León, a los ojos de los liberales, era considerado un perseguido más por la reacción ultramontana.

En 1898 celebró sus Bodas de Oro Sacerdotales y fue felicitado en hermosa carta por el Arzobispo Pedro Rafael González Calisto. Esto se consideró como su rehabilitación.

Durante las conversaciones con el Nuncio Juan Bautista Guidi, el gobierno ecuatoriano solicitó su rehabilitación que posiblemente se hubiera obtenido; pues Alfaro envió por medio de nuestra cancillería una misiva personal al Cardenal Rampolla Secretario de Estado de la Santa Sede. Mas, su salud, había decaído notablemente, tenía el rostro pálido, el pelo canoso y había bajado treinta libras, ya ni salía a la calle, viviendo recluido en su dormitorio que había convertido en Capilla privada, dedicado al rezo continuo. Era como un niño y su carácter otrora enérgico habíase trocado en angelical, pues sonreía por todo.

Un día le confesó a su hermano: “Estoy bebiendo agua en demasía. Mi sed es intensa, abrasadora. Los hombres abusan del agua, juzgo ser uno de ellos pues bebo hasta no más y la sed no se mitiga. ¿Qué debo hacer? Siendo respondido – Nada, sino ofrecer a Dios los tormentos de la sed. I desde entonces no volvió a beber ni una gota de agua.

Estaba diabético sin saberlo y como no se disponía en Cuenca de los elementos necesarios para diagnosticar tal enfermedad, no hubo forma de que se enterara ni tomó medicina alguna y murió el 31 de marzo de 1900, lleno de una paz imponderable, única, según propia confesión.

Su cadáver fue embalsamado y colocado en suntuoso féretro que se veló en la Catedral. La música Sacra corrió a cargo de su amigo el organista Rodríguez, como hubieran sido sus deseos.

Este Obispo, grande por sus numerosos aciertos y sus abusos y excesos en defensa de una ortodoxia ridícula por anacrónica, tuvo celo intemperante por hacer el bien, sobre todo, la caridad.

Fue fanático en lo que creía el bien, abusó contra la prensa liberal, persiguió con saña inaudita a valiosos jóvenes como José Peralta por el solo delito de discrepar; sin embargo, tuvo la rara cualidad de ser el sacerdote de los bellísimos Cristos de Miguel Vélez a quien protegió económicamente y de las catedrales artísticas pues jamás soportó la fealdad de los Cristos llagados o deformes, ni de los cuadro coloniales primitivos. Quiso modernizar a la iglesia en su culto externo elevando sus ritos y prácticas y librándola de todo aquello que fuera folklórico y pueblerino.