PINTOR. – “Nací en una casa de madera con techo de zinc que se encontraba a orillas del río Vinces entre árboles, pájaros y peces en la selva tropical ecuatoriana” el 1 de Junio de 1906. Hijo de Federico Martín Galecio, soldado de las montoneras de Alfaro, aficionado al box y de profesión mecanógrafo de cartas, que a causa de una reyerta quedó maltrecho y viajó en busca de mejoría a Ambato, donde conoció a Victoria Taranto Garzón (hija de Hilario Taranto fabricante de pailas en Pelileo y Tránsito Garzón Villena) se casaron e instalaron en Riobamba donde les nació su hijo Alberto. Luego viajaron a Vinces y nacieron Galo e Italia. En 1911 falleció don Federico dejando a su familia en la pobreza y a su hijo Galo estudiando en la escuela particular del profesor José María Paredes. Poco después el niño fue enviado a Guayaquil a casa de su tía Guillermina Taranto de Matamoros y estudió en la escuela fiscal que dirigía su tío político Luis Matamoros, pero su madre lo regresó a Vinces y le matriculó en la escuela fiscal del lugar, donde empezó a dibujar y a hacer caricaturas de los profesores y compañeros a hurtadillas y cuando era pillado “el profesor Urueta me daba palmeta” pero mi vocación sobrevivió a ese tratamiento, como esos bacilos inmunes a los antibióticos”. Dibujaba todos los días y a todas horas. Su dibujo es uno de los más espléndidos de nuestras artes plásticas. De nuevo en Guayaquil habitaron en una casa arrendada en Ayacucho y Coronel donde la madre cosía ropa e interrumpía sus ejercicios nocturnos de dibujo para conminarle a dormir, pero de tanto desobedecerla consiguió su permiso y en 1920 ingresó a la Escuela de Bellas Artes que funcionaba adscrita al Colegio Vicente Rocafuerte, porque el secretario Suárez era muy amigo suyo y le consiguió una matrícula. Allí destacó gracias a su inteligencia y habilidad y fue alumno del Director José María Roura Oxandaberro, mientras Enrico Pacciani enseñaria escultura cuando arribó al país.
Después de cuatro años de estudios y de intervenir en varias exposiciones internas egresó en 1925. Era un excelente artista que dominaba la técnica del dibujo a plumilla y como siempre le habían agradado las artesanías, realizó una exposición de muñecas de cera a colores y comenzó a ganarse la vida en el almacén de su amigo Julio Guillen, haciendo dibujos y clichés publicitarios para los periódicos. En 1929 publicó la poesía Lo Imposible en la revista “Páginas Selectas”. En la revista “Ideal” sacó varios grabados y la poesía Fantasía y en el periódico humorístico “El Semanario” aparecieron algunas de sus caricaturas, por eso su fama en esta especialidad corrió tempranamente.
En 1930 fue ilustrador artístico, con Carlos Zevallos Menéndez, de la revista “Mosaicos”, editada por Francisco Huerta Rendón. En Octubre del 31 exhibió diecinueve caricaturas ejecutadas en cera en la primera Exposición de la Asociación de Bellas Artes Alere Flamma, reproducidas en la revista “Semana Gráfica” de José Santiago Castillo. Entre el 32 y el 34 dio rienda suelta a su vena humorística dibujando y haciendo caricaturas políticas para “Cocoricó”, semanario editado por Avilés y Paz, Heleodoro Avilés Minuche a) Anular y Clotario Paz Paladines a) Kurt von Friede, que se vendía a diez centavos el ejemplar y pronto cobró justa fama por ser la revista de sátiras políticas más importante de esos tiempos. Avilés Minuche reconoció desde el principio sus méritos y escribió “Nunca he visto caricaturas tan geniales como las de este mozo Galecio” a quien le pagaba veinte sucres por sus trabajos en cada número. La revista se convirtió en implacable enemiga del bonifacismo primero y del velasquismo después y Galecio impuso con mordacidad y talento “la imagen de Velasco Ibarra como calavera parlante”.
En esta época vivía en un amplio departamento alquilado por el crítico español Francisco Ferrandis Albors con quien había amistado en la redacción de “El Telégrafo” donde ambos trabajaban. También vivían allí Alfredo Palacio, Miguel Angel León, Joaquín Gallegos Lara, su esposa Nela Martínez y su madre Enma Lara Calderón, Enrique Gil Gilbert y su esposa Alba Calderón. En 1934 fue ilustrador gráfico con Alfredo Palacios de la Página Literaria de “El Telégrafo”. El 35 formó parte de “Alere Flamma”, colaboró en el periódico “Arte” órgano del alumnado de la Escuela popular de Música de Guayaquil y publicó en sus páginas el artículo La Caricatura frente a la Guerra, haciendo énfasis en su posición pacifista y antibélica. En Mayo del 36 participó en la primera Exposición del Poema Mural Revolucionario organizada en Quito por el Sindicato de Escritores y Artistas del Ecuador. Su amigo y protector, el crítico español, Francisco Ferrandiz Albors, dijo que era un joven tímido que se sonrojaba cuando escuchaba un ajo y sin embargo lograba con un patetismo asombroso, describir situaciones límites. Vivía entonces en compañía de su madre, ayudado por su arte.
En 1936 editó con Angel Felicísimo Rojas y Enrique Gil Gilbert la revista “Cultura” del Colegio Vicente Rocafuerte y colaboró con varios grabados para el libro “Veinticinco estampas de Guayaquil” de Ferrandis Albors. El 38 publicó en la revista “Tríptico” de Quito su grabado Petróleo, sobre los campos de explotación en Santa Elena, estuvo en la “Sociedad de Artistas y Escritores Independientes” e intervino en las diferentes exposiciones colectivas que se realizaron en su tiempo. En Agosto asistió al recibimiento a la poetisa chilena Gabriela Mistral. El 39 ilustró la portada de la segunda edición de “Los Sangurimas” de José de la Cuadra.
Hasta entonces había sido pintor, dibujante, caricaturista y de vez en cuando incursionaba en la artesanía, también ilustraba las portadas de los libros de sus amigos del Grupo de Guayaquil que admiraban su talento como dibujante, pero desde el 40 comenzó a construir tallas caricaturescas en madera multicoloreada y el 41 obtuvo un premio de dos mil quinientos sucres por dos afiches expresionistas titulados “La defensa del Hemisferio”, que recibió de manos de Roberto Reed, a nombre del Consulado americano. Entonces creó una imagen satírica titulada “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” con Hitler, Mussolini, Hirohito y Franco.
En 1942 empezó su práctica docente como profesor de dibujo en el Vicente Rocafuerte e ilustró la novela “Nuestro Pan” de Enrique Gil Gilbert. El 43 se dejó llevar de la política, hizo oposición al régimen cesarista del presidente Arroyo del Río y le combatió dibujando caricaturas y grabándolas en hojas volantes, que ayudaba a repartir en las manifestaciones callejeras. Por eso perdió la cátedra, fue varias veces sableado por la caballería y hasta permaneció algunos días escondido. El 44 ingresó a las filas de ADE Acción Democrática Ecuatoriana, frente cívico formado y dirigido por el Dr. Francisco Arízaga Luque y con otros políticos conformó la comisión de propaganda del Comité Electoral velasquista del Guayas.
Después del triunfo de la revolución del 28 de Mayo de ese año junto a Alba Calderón de Gil fue delegado por la Sociedad de Artistas y Escritores Independientes, al Congreso que fundó la Confederación de Trabajadores del Ecuador. Entonces se hizo acreedor del Primer Premio en el Concurso Nacional de Carteles promovido por el Servicio Informativo Americano, de la embajada de los Estados Unidos en Quito.
El 45 viajó becado por el Ministerio de Educación para realizar estudios de pintura mural y grabados en la escuela Nacional de Bellas Artes de México y para ensayos materiales en fresco y temple en la Escuela Superior de la Universidad Autónoma de México. La pintura al fresco se hace mezclándola con agua, y al temple con claras de huevo o con albúmina.
Durante su estadía en dicha nación entre 1944 y el 49, entró en contacto con artistas de renombre mundial como Diego Ribera y David Alfaro Siqueiros, pero fue de Orozco de quien captó influencias más decisivas, también estuvo algunos meses en el Taller de la Gráfica Popular “La Estampa Mexicana” – un colectivo popular de grabadores fundado en México tras la disolución de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios LEAR – que dirigía Leopoldo López Méndez (1902 – 1969) quien le enseñó la técnica del Grabado, que consiste en dibujar y pintar una obra en varios tipos de planchas, que pueden ser de piedra, metal, madera o linóleo. El diseño se graba en la plancha con un objeto punzante, removiendo todo lo que no se va a entintar. Entones se pasa el rodillo de tinta sobre la superficie de una hoja de papel y se aplasta con la prensa.
El Taller de la Gráfica Popular había sido fundado en 1937 por los artistas Leopoldo López Méndez, Pablo OHiggins y Luís Arenal Bastar, quienes tomaron la rica tradición del grabado mexicano, especialmente de Manuel Manilla y José Guadalupe Posada fallecidos en 1895 y 1913 respectivamente. El Taller tenía por finalidad usar el arte para fomentar las causas sociales y revolucionarias y se volvió una base de actividad política y desempeño artístico. Desde sus comienzos apoyó el antimilitarismo, la unión obrera y el anti fascismo. Las impresiones no se numeraban y se trabajaba en forma colaboracionista.
Entre sus compañeros de trabajo estuvieron Alberto Beltrán, Alfredo Zalce, Pablo O Higgins, Francisco fresco en el interior del edificio de la Casa de la Cultura, que tituló “Historia del Ecuador” en cuarenta metros cuadrados y que según opinión de Hernán Rodríguez Castelo se encuentra en la línea didáctica heroica del muralismo mexicano. Galecio confesó años más tarde que le pagaron diez mil sucres y demoró un mes en realizar el boceto y ejecutar la obra. También en 1950 trabajó en el diario “El Sol” de Benjamín Carrión y Alfredo Pareja Diez – Canseco donde mantuvo la columna de caricaturas titulada “A punta de lápiz”, que continuó el 54 en el “Diario del Ecuador” de Francisco Illescas Barreiro, cuando éste adquirió las maquinarias de “El Sol” y allí estuvo hasta el 58.
El 51 entró de profesor de Grabado en la Escuela de Bellas Artes de Quito. El 52 comenzó a dibujar para “El Alacrán” de Alejandro Carrión. En Marzo del 54 y a causa de sus caricaturas políticas sufrió un leve atentado contra su persona, aunque sin consecuencias graves, pero el asunto se tornó escandaloso y recibió el apoyo de sus colegas de la prensa del país. En Junio del 55 participó en la Exposición Pintura ecuatoriana contemporánea celebrada en Madrid. El 56 fue recomendado por Jorge Reyes para la III Bienal Hispanoamericana de Arte celebrada en Badalona, España. Mandó varios grabados y obtuvo el Premio Badalona por su obra “El entierro de la Niña Negra” donde se destaca su fino dibujo y ambiente abigarrado de figuras equilibradas, armoniosas, rítmicas y colocadas en dos planos, uno inferior, pasan los niños negros llevando el cadáver y otro superior, los ángeles reciben en triunfo al alma, conjunto acabado, soberbia muestra de un arte sacro americano. En dicha Bienal Guayasamín también fue galardonado con el Gran Premio en Pintura. Ese año elaboró el mural de setenta metros cuadrados para la matriz en Quito del Seguro Social, denominado “Defensa y Protección del trabajador ecuatoriano.”
Entre el 56 y el 57, motivado por la alegría de ese premio, abandonó su natural reserva que siempre le había llevado a alejarse de las multitudes y expuso en algunas galerías de Arte y salas de Exposición varias colecciones de dibujos, xilografías, monocopias y litografías. Su obra se exhibió en el Museo de Arte Colonial de Quito y en los Museos de Guayaquil, Portoviejo y Manta. El 57 obtuvo el Primer Premio en Grabado en el salón exposición “Mariano Aguilera” de Quito con un “General Eloy Alfaro”. El 59 expuso en el edificio del Ministerio de Educación de Bogotá y ejecutó su tercer mural al fresco en la Matriz de la Caja del Seguro Social en Quito, llamado “Protección a los trabajadores”, en el que demoró cuatro meses y recibió treinta mil sucres de pago. Esta fue la mejor etapa de su vida, se daba por entero al arte y sus trabajos eran apreciados.
El cuarto Mural lo realizó el 65 usando caseína en el edificio del aeropuerto Mariscal Sucre de Quito por solo diez mil sucres y por tres meses de labor. En ninguno de sus murales se nota una intención didáctica, hay un blanco y negro propio del grabado y la maestría de quien dominaba esa difícil técnica artística, por eso se ha dicho que los murales de Galecio son los mejores que se han levantado en el Ecuador, por su pasión y reflexión, por su tenacidad y mesura, pues las figuras se yerguen airosas como si esquivaran al tiempo, dando paso al devenir de una nueva sociedad, naturaleza propia de la historia.
En 1958 había dejado su cátedra de Grabado en la Escuela de Bellas Artes de Quito, pero el 59 la retomó en Dibujo artístico en el Colegio experimental Central Técnico de Quito y el 60 pasó como profesor de Grabado y Pintura Mural a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Central, transformada el 63 en Facultad de Artes, donde se jubiló en 1984 tras brillantísima carrera didáctica. Tantos años de intensa cátedra redujo su obra, tornándola parva en extremo, justamente en la época en que hubiera podido rendir más y mejor, pues eran sus años de vitalidad y plenitud.
El 62 había comenzado a hacer caricaturas para las revistas “La Calle” que mantenían Alejandro Carrión y Pedro Jorge Vera y para “Don Pepe” de Mentor Mera. Un día se burló del Comandante César Plaza Monzón, a quien pinto “semidesnudo y con plumas”, pues tenía fama de salvaje ignorantón y era motivo de mofas en el Congreso. El dicho Comandante lo fue a buscar con varios matones y fuete en mano a la villita que acababa de adquirir en la Urbanización Villa Flora situada al sur de Quito, donde vivió con su familia hasta su fallecimiento. Tomado de sorpresa – el artista – fue amenazado: “Usted me ha matado políticamente, así es que tenemos que batirnos a muerte” Pero si yo solamente lo he matado con el lápiz…” y el lance no prosperó porque Galecio caricaturas diarias en “La Hora”, vespertino quiteño que logró llevarlo a sus páginas, veinte años después de sus actuaciones en “La Calle” y “Don Pepe”.
El 86 asistió a la II Bienal de Cuba con tres xilografías. El 87 expuso en Brasilia tres xilografías y una figura en madera. Entonces se le concedió el Premio Nacional Eugenio Espejo correspondiente a Actividades Artísticas por su aporte a la vida del país, con un mundo de fantasías de soles y lunas de colores que en los últimos tiempos se había abstraído cada vez más hacia formas simples y geométricas.
Galecio es el introductor del grabado como arte menor y hasta ahora el más constante de los grabadores del país, pero él se consideraba importante por sus murales; sin embargo, la crítica ha colocado a los grabados por encima de sus murales y caricaturas porque son piezas que emanan simpatía visual, están bien construidas, ejecutadas con virtuosismo auténtico y un sutil toque lúdico que las fortalece, singulariza y vuelve inolvidables por su estilo personal e inconfundible pues a pesar de haber incursionado en varias técnicas (dibujo, acuarela, óleo, xilografía, litografía, tinta, muralismo, serigrafía, grabado) siempre es el mismo por su honestidad, ya que jamás copió a nadie y por su capacidad de síntesis y natural maestría para arbitrar elementos y contrastes. Por eso se ha dicho que luchó con los ardides del ácido sobre el cobre, las acechanzas tan diversas de los entalles en la madera, la inmediación de la piel inscrita en la piedra, todo ello le acercó a los tiempos épicos cuando el hombre daba forma a la materia sometida a su mano. De estatura menos que regular, delgadito, casi enteco, le conocí en su casa de Quito, sumamente modesta en la Villa Flora, al extremo sur de la ciudad, y me llevó a su terracita de la parte posterior donde gustaba pintar a la sombra pero de frente al sol, al lado se encontraba su Estudio. Vivía en relativa pobreza pero no se quejaba pues siempre había sido reservado y hasta enclaustrado sin caer en la melancolía y sus grabados siempre frescos, claros, diáfanos, diferentes a los mexicanos que son mucho más densos y de contenido político.
Alegre y risueño en confianza aunque aparentaba a primera vista ser huraño y callado, esa impresión desaparecía casi enseguida al descubrir a un ser bondadoso con propios y extraños, parco en todo pues jamás gustó del halago comercial ni buscó el favor del público para vender su arte, era quizá por eso una de las figuras más señeras y respetables del arte ecuatoriano y si a esto agregamos que jamás renunció a sus generosas ideas por mejorar las condiciones de vida del pueblo, tendremos el retrato de un ciudadano inmejorable y de un artista ecuatoriano ejemplar, afable aunque tímido.
Falleció en la pequeña y bucólica población de San Rafael situada en el valle de los Chillos, vecino a Quito, de vejez más que de enfermedad, el 14 de Abril de 1993, a la avanzada edad de ochenta y siete años. Declaraba que sus mayores influencias las había recibido del arte japonés a través de los maestros Monogatari, Kano Tangu, Sesshu, y Utamaru.