Falconí Villagómez José Antonio


Nació en Guayaquil el 28 de mayo de 1896, hijo del médico del mismo nombre, cuya carrera siguió por temprana vocación. Poeta, crítico de literatura y de arte, catedrático, escritor, médico pediatra y periodista. Como confiesa en uno de sus trabajos literarios, “desde los 14 años” hacia versos, y a esa edad, estudiante en el colegio Nacional Mejía de Quito, obtuvo un premio de parte del connotado escritor señor Alejandro Andrade Coello, catedrático de literatura “por una  fábula, estilo Iriarte” colaboró más tarde en las páginas Literarias de “El Guante” y de “El Telégrafo”, la que dirigió un largo tiempo, por ausencia de Director titular M.E. Castillo y Castillo. Pertenece a la generación de “El Telégrafo Literario” revista aparecida en 1913 y es que actuaron él, Castillo y Castillo, Granado y Guarnizo y otros. Luego, fundó y dirigió la revista literaria Renacimiento en que actuaba de redactor y asiduo  colaborador el poeta Medardo Ángel Silva, quien le llamaba “maestro” y le solicitó la escribiera el prólogo de su libro “El árbol del bien y del mal”, sugiriéndole Falconí Villagómez que, más bien, se lanzara solo así como solo había advenido al mundo de las letras. En 1920 después de haber actuado como jefe del grupo “modernista” de Guayaquil, y luego de obtener un premio en los Juegos Flores Universitarios de aquel año. Resolvió abandonar el culto a la poesía para consagrarse a sus estudios médicos. Se graduó de Doctor  en Medicina en 1922 y con ese motivo el escritor colombiano Juan Blanco que comentaba la actualidad cultural en las páginas del diario El Telégrafo señaló que se habían efectuado con el grado doctoral los funerales literarios del poeta. Ese mismo año partió a Alemania a perfeccionar sus estudios y en Europa permaneció hasta 1926, en que se reintegró a su ciudad natal y al ejercicio de su profesión médica Nombrado catedrático de Filosofía, Literatura y Castellano en el colegio Nacional “Guayaquil” de Señoritas publicó en 1938 un volumen titulado “Filosofía y Letras”, que contenían sus apuntes  de clases de sus tres cátedras.
En el año de 1939 pública “Sueño y Ensueño” es uno de sus más profundos estudios psicopatológicos, recibido con admiración por la crítica nacional y extranjera; es una interpretación del sueño normal y patológico, de la relación entre la creación literaria y el ensueño normal y patológico, de la relación entre la creación literaria y el ensueño artístico y de la naturaleza del sueño en su aspecto psicoanalítico. Al mismo año corresponde otra publicación valiosa: “Psicológico de niños. Fruto de la Cátedra de Psicología que desempeño dentro de un colegio Secundario en su “Tratado de Psicología” que, a más de tener un poder de síntesis admirable, logra poner fácilmente al alcance de la mentalidad del adolecente las más modernas investigaciones de esta apasionante como bella disciplina científica. Vienen luego sus consagrados ensayos como: “El pasado nervioso Peruano”, “Mensaje al mundo Nervioso”, “Max y Freud ante la Biología”, “Psicología del Lenguaje”, “Enfermedades Nerviosas”, “Ensayos Freudianos”, Psicología de las Mascaras”, etc. Reunidos en su encantador libro “El Perfil de Escolapio”, publicado en el año de 1940. También hay que citar sus otros ensayos, tales como: “Psicofisiología del lenguaje”, “La Psicopatología en el Arte”, “Bajo el Régimen Vagal”, “Investigación histórica del pasado Nervioso”.
Escritor, poeta, crítico literario y médico pediatra. Nacido y fallecido en Guayaquil (1894-1967). El trabajo actual es su postrer ensayo escrito en la Clínica, en vísperas de su muerte acaecida el 6 de septiembre de 1967 y publicado como homenaje póstumo a su memoria (N. de la D.) influencia de Rubén Darío en la poesía ecuatoriana.

Dijimos que en 1885 había aparecido en Valparaíso la edición de “Azul”. Los de mi generación, del año 12 al 20, la conocimos con notable retraso. Veinte años después, igual que “Prosas Profanas”, publicado en 1896 que lo leímos por primera vez catorce años más tarde, y fue para los de mi promoción  literaria un deslumbramiento, Por aquella época dio a la publicidad Darío su delicioso libro “Los Raros”, y entonces nos dedicamos a leerlos en idioma original: la mayor parte eran franceses, y a tomar como un evangelio su métrica de Prosa Profanas”. La influencia de Darío en nuestra poesía es innegable, pero él a su vez estuvo fuertemente influenciado por los simbolistas de Francia y por los raros que citaba: como Leconte de L’isle, Laurent Taihlhade, Richepin lautremont et sic de caetera. Nació en la ciudad de Guayaquil el 26 de mayo de 1894, siendo sus padres el eminente médico Dr. Antonio Falconí y a la Señora Carmen Amelia Villagómez, dama de acrisoladas virtudes, Realizó sus estudios primarios y secundarios en esta misma ciudad, habiendo obtenido el grado de Bachiller en Filosofía y letras en el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte. Siguiendo el sabio ejemplo de su padre, notable médico, eminente profesor universitario y anatomista de relieve, el Dr. Falconí abrazó la carrera de la medicina. Desempeño la Vicepresidencia de la federación de Estudiantes de Guayaquil y del Club universitario, fue delegado al III Congreso Internacional de Estudiantes de la Gran Colombia, Ayudante de la Cruz Roja Militar en campaña, en Esmeraldas, e Interno en el Hospital de Niños “Alejandro Mann”, entre otras funciones. El grado de Doctor Medicina y Cirugía que optó el año 1921 fue la culminación de una brillante etapa universitaria. Su tesis Doctoral “Inyecciones de Leche de Materna y sus aplicaciones en Pediatría” recibió los mejores elogios tanto de sus profesores como del Cuerpo Médico, Pero la mayor satisfacción suya fue el hecho de que desde la propia Francia se le pidieran las conclusiones constantes en la tesis a fin de hacerlas conocer a la academia de Medicina de parís. Poco después de su graduación, la universidad requirió de su valioso concurso como Profesor sustituto de Patología General Psiquiatría. Y para aumentar su gran experiencia, efectuó una gira de carácter científico por varios países del Hemisferio, en donde hizo observaciones de organizaciones hospitalarias. Al año siguiente de su graduación y demostrando su insaciable sed de saber, viajo a la vieja Europa para re4cibir nuevas y saludables corrientes literales, así como también para empaparse de los últimos logros de la ciencia médica con los que pudiera ser más útil a la sociedad que él amo y le amó entrañablemente.
Alemania, Bélgica y Francia fueron los países que por su adelanto científico despertaron mayormente su atención y en ellos efectuó observaciones y estudios de imponderable valor. En Berlín siguió cursos de especialización en Pediatría y Puericultura  juntos a los más reputados especialistas europeos. En Hamburgo hizo otros tantos de Enfermedades Venéreas, Sifilografía y clínica interna, Parasitología, etc. Cinco años de especialización en los más renombrados centros científicos europeos. De regreso a Guayaquil el Dr. Falconí se dedicó por entero a su profesión en la que por sus vastos conocimientos ocupo destacadísimo sitial desde muy temprano. Así comenzó por médico Auxiliar en el hospital Territorial y luego como médico del Asilo” Alejandro Mann”. En 1939 fue designado profesor de la Facultad de Medicina en la Cátedra de Clínica Pediátrica que la ejerció con lucimiento hasta 1943, año en el paso a la Sanidad Nacional con el título de Experto Sanitario en ciencias y practica Sanitarias. En 1942 asistió como delegado del Ecuador  al VIII Congreso Internacional de Pediatría celebrado en Washington. En 1944 fue a Montevideo al Congreso de Sociedades de Pediatría. En 1946 asistió al Primer Congreso panamericano del Niño de Nueva York. Luego concurrió al certamen de igual índole en Zurich en 1950. La Municipalidad de Guayaquil, en 1963, y el gobierno Central, en 1964, le otorgaron sendas condecoraciones. Publicó dos volúmenes de traducciones de los mejores poetas clásicos franceses, alemanes e ingleses, en las que además de su conocimiento literario, demostró su dominio de vario idioma.
“Renacimiento”, quincenal, editada en la tipografía Gutemberg; fundada por J.A. Falconí Villagómez. Apareció en 196 y se publico hasta 1917.
Allá por el año de 1913, Falconí Villagómez funda en Guayaquil, en la alentadora compañía de Manuel Eduardo castillo y Miguel Ángel Granado Guarnizo, “El Telégrafo Literario”, ariete demoledor que echa abajo buena parte de la vieja murallas. En 1916 con “Renacimiento”, revista que Falconí Villagómez la crea en Junta de José María Egas. En las dos publicaciones citadas viene a reconcentrarse en esas horas de fervor iconoclastas el esfuerzo de quienes participan, cada uno a su manera, en aquella campaña de innovación, pues allí acuden también los que coinciden con tal ideal en Quito, Cuenca y algún otro lugar. Nadie ha estudiado mejor aquel alarde juvenil digno de perenne recuerdo que el mismo Falconí Villagómez en su esclarecedor ensayo interpretativo “El Movimiento Moderno en la Poesía guayaquileña”, que hay que leerlo cada vez para cabal conocimiento de la etapa quizás más trascendental en las letras ecuatorianas. Largos años permanece en silencio el exquisito poeta y el ameno cronista, hasta que en 1938 da a la luz el volumen “Filosofía y Letras” que contiene el fruto bien logrado de sus cátedras de colegio en la ciudad natal: “Apuntes de psicología, Apuntes de Castellano y Apuntes de literatura Universal”. Dos años después publica “El perfil de Escolapio”, libro digno de renombre adquirido como médico eminente, profesor de la Facultad de Medicina en la Universidad Porteña. Prescindiendo de sus escritos de orden profesional, gran parte de ellos contenidos en su infatigable labor en los Anales de la Sociedad Médico Quirúrgica del Guayas y luego en Revista Ecuatoriana de Pediatría, otro largo paréntesis adviene luego hasta cerrarle pro fortuna en 1952 con su brillante enjuiciamiento de la moderna poesía guayaquileña.
Ahora añade a su dación este esplendido regalo “El Jardín de Lutecia”, libro en el que a reunido un rutilante haz de traducciones de poetas franceses.
En 1902, en los salones literarios de la época en nuestra casa había uno donde concurría el propio Gálvez, Gabriel y Rafael Pino Roca, Luis Felipe Borja hijo, Darío Rogelio Astudillo, entre otros, recordemos haberle oído recitar a Juan Ignacio Gálvez su composición “el Leproso”. En el mismo metro en Terceto y aconsonantados entre si los alejandrinos, publicamos nuestro poema “La Agonía de la tarde”, en 1913, en la pagina literaria de “El Guante”. En esa misma página literaria de “El Gigante”, iniciamos nuestra producción poética, con la composición “Veneciana”, el 20 de Mayo de 1912, seguida después de otras “En el lago”, “Hacia Ti”, “Flor de Blasón” y otros que no recogimos en nuestro “Surtidor Armónico,”, selección antológica, impresa en 1956, si bien hacíamos versos desde los 14 años. En aquella edad obtuvimos un premio en e colegio Mejía de Quito, de parte de nuestro catedrático de Literatura, Sr. Alejandro Andrade Coello, por una fábula estilo Iriarte. Después, en “El Telégrafo Literario”, “Renacimiento”, y a lo largo de nuestra producción lirica, seguimos sin hacer fábulas como Esopo haciendo hablar a los animales. Algo semejante nos diría a nosotros, cuando nos enrolamos en un contingente de Cruz Roja Militar, a raíz de la masacre de los médicos en la lancha “Cisne”, cuando la campaña de Esmeraldas. “José Antonio, tú no has nacido para estas aventuras bélicas. Te voy a dar una carta de recomendación para mi compadre Carlos Concha, por si acaso caes prisionero”. En 1913, cuando apareció “El Telégrafo Literario” no dejaba de animarnos en la cruzada que habíamos emprendido a favor del arte nuevo. Cuando publicamos “El Poema de las Ranas”, dedicado a él y que hizo sonreír a los cretinos, recibimos una epístola encomiástica de la que reproducimos los siguientes.