DAVILA ANDRADE CESAR

POETA.- Nació en Cuenca el 2 de Noviembre de 1918. Hijo legítimo de Rafael Dávila Córdova, empleado público que ocupó la Jefatura Política del Cantón Gualaceo y la Comisaría Municipal de Sanidad en Cuenca. Era un hombre excelente, de condición económica pobre y de mentalidad conservadora; y de Elisa Andrade Mora, “mujer fuerte y trabajadora, que estableció un estrecho vínculo de amor con su hijo y nada, ni las ideas más radicales de él, chocó jamás con su piedad” y que cosió y bordó durante toda su vida para ayudar a mantener a los suyos. Ambos naturales de Cuenca.

El mayor de cinco hermanos que crecieron en una casona alquilada en la calle Padre Aguirre entre Lamar y Sangurima. Desde pequeño fue cariñoso, atento, bondadoso, callado y hasta introvertido.

Cursó la primaria en la escuela de los Hermanos Cristianos. Después se matriculó en el Normal “Manuel J. Calle” donde aprobó hasta el segundo curso. También estudió un año en la Academia de Bellas Artes.

Durante esa etapa empezó a escribir poesías como simple pasatiempo. Su tío César Dávila Córdova era poeta y crítico y un primo hermano Alberto Andrade Arízaga se inyectaba morfina y era famoso en el periodismo azuayo por sus magistrales escritos que firmaba con el pseudónimo de Brummel. A este primo dedicaría en 1934 su primer poema conocido “La vida es Vapor”, donde se nota el precoz uso de términos surealistas.

Para ayudar al mantenimiento de la casa ingresó de amanuense en 1936 a la Corte Superior de Justicia con un sueldo bajísimo que entregaba a su madre diciendo “ahora si estoy feliz, porque ya no tengo medio en el bolsillo”, aunque después le solicitaba préstamos para comprar cigarrillos de envolver.

Entre sus amigos figuraban Hugo Salazar Tamariz, Eugenio Moreno Heredia, Jacinto y Claudio Cordero Espinosa, Efraín Jara Idrovo, Joaquín Zamora Barrezueta y el pintor Alex Sarmiento, después tendría amistad con personas mayores como G. humberto Mata, Antonio Lloret Bastidas, etc.

Desde siempre le habían atraído las llamadas ciencias ocultas y en algunos de esos estudios, sobre todo en el rosacrucianismo, fue conducido por el

Coronel José Gómez Jurado, marido de su prima Raquel Muñoz Dávila. También practicaba el hipnotismo con su hermano menor Olmedo, a quien una tarde no podía hacerlo volver en sí. I aunque no acostumbraba realizar ejercicios físicos, tenía el tórax musculado y era muy fuerte, lo que él atribuía a ciertas formas de respiración y a concentraciones mentales. Vencía fácilmente a sus compañeros jugando al brazo, media algo más de 1.60 mts, tenía una voz de tenor excelente para recitar, su complexión era delgada, los hombros anchos, se peinaba el cabello lacio y negro hacia atrás, sin raya y a la moda tango; sus ojos negros, profundos y grandes, la boca finísima, la nariz aguileña y como era del tipo medio árabe, cuando vivió en Quito le comenzaron a decir “ El Fakir” apodo con el que ha pasado a la historia, pues contaban sus amigos que de tanto beber comía tan poco como un fakir. Por las tardes y a la salida del trabajo, paseaba por el patio familiar con un gato dormido en su hombro. En otras ocasiones leía con el gato sus “libros raros” como él llamaba a los de Ciencias Ocultas.

Hacia 1938 salió de la Corte para buscar nuevos horizontes en Guayaquil pero como no tenía profesión ni amistades tuvo que emplearse en lo primero que halló, de jardinero en la suntuosa villa del Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río, soportando las reuniones del anacrónico círculo de intelectuales que en determinadas tardes de los sábados éste agrupaba a su alrededor pues, como jardinero, podía escuchar sin que le vieran, desde el dintel de una ventana, todo cuando se comentaba con respecto del quehacer político y cultural nacional. Después fue profesor de Literatura en el Colegio Salesiano “Cristóbal Colón” ganando una miseria y por horas, como ha sido costumbre inveterada en nuestro medio.

De época tan desolada ha quedado sus poemas “Ciudad a oscuras” y “El Canto a Guayaquil”, así como la inspiración para escribir luego su hermoso y fúnebre cuento: “Vinatería del

Pacífico” verdaderas obras maestras en sus géneros.

En 1939 se reintegró a Cuenca y afiliado al Partido Socialista sorprendió a su padre colocando su carnet político en el lugar de uno de los santos de su devoción, causandole un gran disgusto. Como ya bebía en bares y cantinas, su naturaleza tímida, apacible, culta y de trato agradable, a veces cambiaba. Con pocos tragos era alegre y hasta contaba cachos de Otto y Fritz, ya borracho surgía el desparpajo y un vocabulario insospechable. En tales circunstancias su madre sufría y los conflictos con su padre se agudizaban. Con los años se haría un ser taciturno, nostálgico y depresivo.

En 1942 visitó Quito por primera ocasión y al no lograr una ocupación decente regresó muy desanimado a Cuenca. Era un escritor nato aunque negado para todo lo demás. El 43 publicó en la revista “Tomebamba” de G. humberto Mata, su primer cuento conocido, como simple esquema y bajo el título de “Autopsia”.

En 1944 ganó un Concurso biográfico sobre fray Vicente Solano mientras seguía tentando el relato. El 45, en vista de que sus coterráneos le ignoraban abiertamente, exclamó “Esta tierra mía muerde como una loba ciega” y se trasladó a probar suerte en la recién fundada Casa de la Cultura Ecuatoriana, donde su presidente Benjamín Carrión le hizo dar el pequeño empleo de corrector de pruebas, con Laura Romo.

Entonces comenzó una intensa vida literaria pero se le agravó el alcoholismo. Casi vivía de la caridad, sin domicilio fijo, durmiendo donde le cogía la noche. Después alquiló un cuartucho junto al zaguán de una casa de la familia Grijalva situada en la bajada de la calle Chile hacia la Marín.

La buena señora Zoila Grijalva se preocupaba de él, pues casi ni se alimentaba. De día trabajaba duro en su oficio de escritor y corrector, inmerso en el ambiente intelectual. Leía de preferencia Filosofía, Orientalismo y Ciencias Ocultas. Gustaba dar paseos por la Alameda, frecuentaba las Bibliotecas Públicas. En una de ellas conoció al misterioso Mago Jefa (Jorge Elías Francisco Adoum) quien le tomó a cargo para enseñarle ciertas prácticas de respiración y pasatiempos tan inofensivos como leer las cartas, las manos, la ceniza en los cigarros y los conchos en las tazas de café.

Sus amigos de la Casa de la Cultura queriendo hacerle un bien recogieron dinero y le compraron zapatos y ropas pues los que tenía estaban destruidos. Salió a la calle elegantísimo, se perdió algunos días y regresó igual que antes. Había entregado lo nuevo a un sujeto desconocido más pobre que él. Una noche sufrió una aguda intoxicación y se puso al borde de la muerte pero fue salvado por la pronta ayuda de un medico cuencano. En otra ocasión le pagaron cien sucres por un trabajo en la CCE y exigió al tesorero que se los entregue en ayoras, que fue repartiendo a través del Ejido entre los mendigos que encontraba a su paso y con las dos últimas monedas compró una botella de aguardiente para él y un pan con queso para el amigo que asombrado le acompañaba (el poeta Luís Olmedo Jaime, más conocido por su pseudónimo de Norgreví Matallá Golú)

A la par de esos excesos conservaba el alma de un niño y una delicadeza propia de los seres que tienen extrema sensibilidad. Amaba a los animales, a los desposeídos de la fortuna y a los enfermos. Una tarde llegó a su oficina tan conmovido que tuvieron que ayudarlo porque había observado un árbol derribado, al que temblaban sus hojas, aún agonizantes.

En 1946 envió a su madre una Carta – poema que es antológica, refiriéndose en ella a su prima hermana Maria Luisa Machado Dávila, fallecida poco antes a causa de tuberculosis. // Yo la amaba / Mi timidez de entonces, me quebró las palabras…// en dicho poema, que es extenso, le interroga con triste curiosidad // Dime sinceramente qué piensas de este hijo. / te salió tan raro. //

A partir del 45 había empezado a publicar cuentos, ensayos y artículos varios en la revista “Letras del Ecuador” de la CCE cuarenta y seis llegó a sacar hasta que en 1956 cesó dicha publicación. Trabajos que testimonian sus altas dotes y genialidad.

En tan crucial momento de desánimo, editó en honor a su prima una de las más hermosas, tiernas y delicadas poesías escritas en el país que en emoción y en levedad solo puede ser comparada al “Dance D’Anitre” de Medardo Ángel Silva, dedicado a la sutil danzarina rusa Ana Pavlova, quien bailó en 1919 el Lago de los Cisnes en el antiguo teatro Olmedo de Guayaquil. También se ha descubierto que la “Canción a Teresita” contiene varias referencias a la enfermedad de su prima María Luisa. El crítico Jaime Montesinos ha manifestado que es poesía hermética pues jugando con ciertas iniciales se puede componer palabras y frases.

Canción a Teresita”. Fragmento / Apasionadamente.// Pálida Teresita del Infante Jesús, / quien pudiera encontrarte en el trunco paisaje de las estalactitas. / o en esa nube que baja, de tarde, a los dinteles, / entre manzanas blancas, en una esfera azul, / Caperucita parda. / quien pudiera mirarte las palmas de las manos, / la raíz de la voz, / I hallar sobre tus sienes mínimos crucifijos, / bajando en la corriente de alguna vena azul. / Colegiala descalza, aceite del silencio, violeta de la luz…//

Por esos días se resignó a ir al hospital por una inflamación de la pleura que venía tratándose desde hacía algunas semanas con quemados de aguardiente. Uno de los empleados, al inscribirlo, le preguntó su profesión. Poeta, dijo naturalmente, orgullosamente, porque esa fue su única ocupación en la tierra. No es eso lo que le pregunto, dijo el empleado, si no en qué trabaja, En la poesía, dijo el Fakir. Otro empleado, el inteligente, dijo a su colega: Pon periodista nomás. Lo peor, hermanito, diría después el Fakir, fue cuando el domingo de mañana pregunté si podían darme comprando el periódico. Por qué no lee más bien el de ayer que tenemos, me dijo el interno. Porque hoy me iban a publicar un poema, le dije…por lo menos el Llerenita me ofreció.

Del 46 es su poema “La pequeña oración” en el que persigue a Dios por todos los rincones: Fragmento.- // Abre las ciegas yemas de mis dedos / para que puedan sentir la callada amistad de la materia // y da a entender, anticipadamente por cierto, que pensaba en el suicidio, como única forma de escapar de la realidad cotidiana. Fragmento: // I que cualquier tarde pueda irme de mi mismo // a través de mis poros, / en mi aliento, / con la huida de música descalza del deshielo. //

En 1947 editó su ensayo “Solano, el combatiente sedentario”, pero su situación personal era tan deteriorada que lindaba con la indigencia. Casi enseguida dio su “Oda al Arquitecto”, poema diferente por sus connotaciones panteístas, de reiteraciones letánicas acordes con el tema religioso de la composición y en los estribillos, que lo sitúan como el poema daviliano mayor de esta época, que por primera fue romántica y llena de musicalidad, con rezagos modernistas y surrealistas.

Fragmento. // Oh antiguo Arquitecto de las gaseosas manos / los candelabros alzan su lengua hasta tu nombre / y mi alma adelgazada te besa entre las cosas… //

Ya era famoso pues ambas composiciones le había permitido las Violetas de Oro en las Fiestas de la Lira de Cuenca de 1945 y 1946.

A fines de año apareció su primer cuadernillo de versos con su célebre “Espacio me has vencido” en 62 págs. Título cósmico y consagratorias poesías, de las más hermosas escritas en el país, insistimos en esto, donde quedaron definitivamente atrás su placidez e ingenuidad campesinas, la ternura y el tono nostálgico de sus primeros poemas, para dar paso a ráfagas de hondura”, según felices expresiones críticas de Hernán Rodríguez Castelo. Fragmento. // Espacio me has vencido. Ya sufro tu distancia / Tu cercanía pesa sobre mi corazón. / Me abres el vago cofre de los astros perdidos / I hallo en ellos el nombre de todo lo que amé. / Espacio, me has vencido. Tus torrentes oscuros / brillan al ser abiertos por la profundidad, / y mientras se difieran tus capas ilusorias / conozco que estás hecho de futuro sin fin. // Amo tu infinita soledad simultánea / tu presencia invisible que huye su propio límite, / Tu memoria en esfera de gaseosa constancia, / tu vacío colmado por la ausencia de Dios. //

Los organizadores de la Fiesta de la Lira le solicitaron un poema para premiarlo con el título de Maestro, por eso les envió su composición “Invocación Humana” Fragmento. // Hazme un nido apasionado en tu garganta, / en los oscuros polos de tus ojos / donde gira el zodiaco. / Oigo tu andar que siempre está llegando / de algún modo / en los leves descuidos de las hojas / en el rumor primaveral del valle / y en el tremante albedrío de los pájaros. //

De 1948 es su cuento “ Vinatería del Pacífico” que le anunció como poseedor de un “estupendo poder verbal, corriendo por cauces realistas naturalistas, logra pinturas plásticas, sensuales, enjundiosas de materia”.

En 1949 anunció un libro de poemas que no publicó jamás y a fines de ese año, con una invitación internacional y ayudado por su pariente doble el Dr. Andrés F. Córdova, viajó al Congreso en homenaje a Giovani Papini en Madrid. Al pasar por Caracas fue bien atendido por los intelectuales de esa capital.

En 1950 contrajo matrimonio en Quito con la profesora normalista Isabel Córdova Vacas, prima hermana del conocido periodista Humberto Vacas Gómez, en cuya casa se habían conocido. Ella era quince años mayor a él, de estado civil viuda, carácter fuerte y dominante, tenía unos cuatro realitos ahorrados con mucho esfuerzo y trabajo y un hijo que después llegaría a graduarse de Ingeniero en

Venezuela, llamado Raúl Campuzano Córdova.

“Isabelita”, como la llamaba su esposo, no era bella, pero aún así tenía su gracia a los cuarenta y siete años de edad. Era su gran admiradora, desde tiempo atrás coleccionaba todo lo suyo y estaba conciente de su genialidad, de suerte que decidió unirse a un dipsómano, tarea durísima para cualquier mujer. En cambio él, posiblemente creyó encontrar la imagen perfecta de la madre ausente y como decía que no le gustaban las mocosas, se casó muy contento aunque su pariente y escritor Jorge Dávila Vásquez ha señalado que el poeta tuvo al sexo como algo entristecedor y negativo, en cambio amaba el amor.

El matrimonio lo libró de su condición de bohemio y pordiosero pero no le sustrajo a su adicción por la bebida porque siguió emborrachándose aunque con menor frecuencia. Entonces ella lo convenció y viajaron a residir en Caracas donde había petróleo y se vivía una bonanza económica y maravillosa.

En 1951 Benjamín Carrión lo incluyó en su “Nuevo Relato Ecuatoriano” y concursó con otros autores que no había publicado libros en el Núcleo del Guayas de la CCE. Meses después remitió dichos originales a Quito y apareciendo el 52 bajo el título de “Abandonados en la tierra” con cuentos que eran piezas de cálida y sórdida humanidad.

El 52 el poeta se peleó con su esposa y pasó a Guayaquil varios días, continuó viaje a Cuenca y vivió un año en la casa que alquilaba su madre en Padre Aguirre y Lamar. Buscó empleo, dio recitales en el Núcleo del Azuay, disfrutó intensamente la bohemia y desesperanzado se instaló nuevamente en Quito.

Hugo Salazar Tamaríz ha referido que cuando Dávila Andrade visitaba Guayaquil se hospedaba en la casa que alquilaban los Salazar en Las Peñas. Mi mujer le atendía, le servía el desayuno que no lo tomaba. Había que ponerle una botella caminera de trago en la cabecera de su cama para que pudiera quedar dormido, aunque jamás se tomó ni una gota de ahí, pero con saber que estaba allí el trago, se sentía tranquilo. Era un hombre muy difícil cuando estaba embriagado. Un hombre que primero tenía un despecho profundo por todo lo que fuera política, sea de izquierda o derecha, le gustaban las cantinas que tuvieran cierta sordidez, un poco a lo

Poe. De lo que yo hacía o intentaba hacer se burlaba y me decía “la poesía no es para eso.” Nos ignoraba, pero un hombre que llenó nuestra existencia porque fue el que comenzó a hacer un nuevo tipo de poesía.

En Cuenca le pasó el siguiente caso. Una madrugada de tragos y con varios amigos decidió continuar la jarana en la vecina hacienda de Marcelo Ortíz Tamariz, uno de ellos. Al pasar por el sector llamado “El Gallinazo”, donde desembocan las alcantarillas de Cuenca, cayó a dichas aguas y se ensució de excrementos. Sacado en vilo por Joaquín Zamora Barrezueta, quien era fornido y lo elevó tomandole por el cuello, fue llevado con leves empujoncitos a la espalda, a enjuagar a un río cercano y como estaba crecido se les escapó de las manos y cayó al agua. Carlos Veintimilla Jaime se arrojó valientemente y le rescató tan maltrecho que fue menester darle respiración artificial. En dicha ocasión quedó resfriado y perdió los lentes.

A fines del 53 su esposa le escribió con tanta insistencia llamándole a su lado que terminó por volver a Caracas, no sin antes recibir un Premio por su cuento “Aldabón de bronce”. Esa fue una etapa de gran trabajo intelectual, escribía relatos y hasta había iniciado el primer capítulo de una novela que pensaba llamar “La Procesión de la Virgen del Rosario”, pero su amigo G. humberto Mata le pidió que simplemente la titulara “La Gran Procesión”.

En la capital venezolana cultivó la amistad de numerosos escritores y artistas y trabajó para los diarios “La República”, “El Universal” y “El Nacional” con esporádicas colaboraciones que eran bien remuneradas.

Isabelita también trabajaba y entre ambos adquirieron un automóvil convertible que ella manejaba y un pequeño rancho o casa de campo que no era de lujo, porque jamás fueron ricos.

En 1955 seleccionó sus mejores Cuentos nuevos y la Casa de la Cultura los publicó bajo el título de “Trece Relatos” en 182 págs. Obra que cimentó definitivamente su prestigio del mayor de la generación,” con cuentos fuertes, adensándose hasta convertirse en ambientes calcinados, asfixiantes, que pesan sobre sus antihéroes, exasperándolos y hundiéndolos en el mal”; sin embargo, su preocupación por la enfermedad y la muerte, que ya se insinuaron en el primer libro “Abandonados en la tierra”, ahora se torna en obsesión.

En 1959 leyó las Noticias Secretas de América de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, los Académicos españoles que visitaron las colonias en 1737 y Las Mitas del Prof. Aquiles Pérez y apasionándose por el Indio y su tragedia, escribió “Boletín y Elegía de las Mitas”, para el I Concurso Nacional de Poesía del Diario “El Universo” de Guayaquil y obtuvo el segundo Premio, dinero que vino a recoger en Guayaquil. Se dijo que no le fue adjudicado al primero por que uno de los miembros del Jurado creyo que su autor era G. Humberto Mata, con quien no se llevaba. Entonces le ocurrió el siguiente chasco.

Para ayudarle económicamente sus amigos Hugo Salazar Tamariz y Fernando Cazón Vera le consiguieron con el Dr. Antonio Parra Velasco, Rector de la U. de Guayaquil, un recital pagado en el Salón Azul de la vieja casona universitaria. El día señalado, siendo las once de la mañana se encaminaron los tres con dirección al edificio universitario, pero casi al llegar Dávila Andrade indicó que no podía dar el recital a menos que se tomara un trago. Como el asunto era a las doce y había tiempo, sus amigos cometieron la simpleza de llevarle a una cantina en una covacha de caña que funcionaba al frente, donde el poeta solicitó una cerveza en uno de esos vasos grandes de cristal que entonces se usaban pero al notar que también vendían aguardiente, pidió que le llenen el vaso cervecero de aguardiente y se lo tomó en tres grandes tragos. Ya entonado, pasaron al Salón Azul donde habían colocado un estrado y una mesa para las autoridades. Estaba el Rector, el Vicerrector, varios decanos y numeroso público colmaba la sala. Hugo hizo una pequeña introducción que resultó muy adecuada y el poeta inició la lectura de sus composiciones con la recientemente premiada obra en el Concurso Pérez Pazmiño, luego recitó varias más, pero a medida que pasaban los minutos el trago le iba cogiendo y la voz se le hacía carrasposa. En eso, ya completamente jumo, al leer su Carta a Teresita se acordó del gran amor de su vida, su prima fallecida, y se fue de moco tendido ante la sorpresa de la concurrencia pero como que se dio cuenta, se recobró un poco y dirigiéndose al Rector le dijo: Discúlpeme querido maestro pero Ud. me comprende porque es tan mujeriego como yo, y volvió a llorar. Los dos poetas que le habían auspiciado ante el Rector no sabían dónde meterse, sin embargo Parra Velasco con esa bonhomía que tanto le distinguía se paró y aproximándose le dio un caluroso abrazo (para que no siga hablando imagino) con lo cual se ganó a la concurrencia que empezó a aplaudir el gesto que mucho tenía de histrionismo. Mas el poeta continuó llorando, en esta ocasión abrazado del Rector y lo hizo por largo rato, provocando grandes carcajadas en los concurrentes menos generosos.

Ese año publicó su poemario “Arco de Instantes” en 16 págs. donde incluyó el Boletín y Elegía de las Mitas, que traducido al quichua por Manuel M. Muñoz Cueva se convirtió en una poesía antológica por telúrica y americana en cuanto a épica y a lírica por la austeridad verbal. “Poesía fuerte y grande, con ritmo de tambor indígena y canto ritual. Cuadro sombrío, de tintas recargadas hasta el paroxismo, salvado estéticamente por el clima general de grandeza trágica. “El resto del poemario, es decir, el “Arco de Instantes”, es un salto al tiempo como tal y a lo metafísico, “con expresiones desconcertantes logradas por raras aproximaciones y sustituciones, ilusiones esotéricas. “Poesía hermética que solo tendría como antecedente parecido en el Ecuador la realizada por Alfredo Gangotena entre 1920 al 40.

El Boletín y Elegía de las Mitas ha visto tres ediciones. La versión quichua y castellana apareció en 1968 bajo el título de “Mita tarja huiquillapish” en la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay. Rodrigo Pesantez Rodas ha opinado que se trata de un poema de fundición, donde la historia se torna epopeya y el lirismo se vuelve monólogo y coro a la vez, para gritar la más grande profanación del siglo: la muerte y sacrificio de una raza de dioses dormida en el mito y de pronto despertada por la ambición conquistadora. Este extraordinario poema se ha editado en idioma castellano en Quito, Cuenca y Buenos Aires.

Entre 1961 y el 63 se vinculó a la Universidad de los Andes de Mérida. Había vuelto a separarse de su esposa en Caracas, sin motivo alguno de su parte, simplemente porque si. El 62 ganó el Primer Premio del Concurso promovido por la Universidad de Zulia con “El Huracán y su Hembra” y continuando en la línea de sus cuentos, escribió para la “Revista Nacional de Cultura”, el poemario “En un lugar no identificado” con poesía “más esotérica y rica en símbolos” y volvió con su esposa, que siempre fue su gran perdonadora.

Parecía que estaba recuperando la normalidad, se preocupaba de su madre y la protegía cada cierto tiempo con pequeñas remesas de dólares. En carta que he tenido en mi poder gracias a la gentileza de su hermana Rosario le dice:  “Mis pequeñas

entradas vienen de las colaboraciones literarias en los diarios o revistas, pero estas colaboraciones no son fijas ni constantes y por la misma razón hay muchos días en que nos vemos apretados.”

En 1963 comenzó a trabajar para la revista “Cultura” del INCIBA y “Zona Franca” de su amigo personal Juan Liscano, escribiendo muchos ensayos y profundizando sus conocimientos en todas las formas de hermetismo. Leía libros de alquimia, de espiritismo, de magia. “Conoció intelectiva y emocionalmente el vasto panorama de las Ciencias Ocultas, la Parasicología, el Budismo y el Yoga Zen, que pareció influirle definitivamente hasta su muerte.

El 64 sacó “Conexiones de Tierra”. En 1966 “La Corteza embrujada” y el 67 “Poesía del Gran Todo en polvo” y publicó un último libro de Cuentos “Cabeza de Gallo” en la Editorial Arte de Caracas, selección de cinco cuentos nuevos, tres de Abandonados en la Luz y dos de Trece Relatos, “que le abrió nuevos horizontes luminosos, extraños y hondos, por su poder fabulador, su grandeza de concepción y por las situaciones casi agónicas que presenta. Sus seres humanos y animales están en trance de descomposición, en situaciones límites, angustiados por la tristeza milenaria de la carne, asombrados ante extraños reductos de la miseria humana, pero como lo afirma Rodríguez Castelo, lo suyo no es solamente un mundo crudamente naturista, todo lo contrario, abundan las interpretaciones, el misterio y hasta la grandeza cósmica. Fue, pues, un escritor profundamente religioso y puso a sus cuentos una dimensión de que careció el cuento de su generación. Por eso se ha dicho que la prosa de Dávila Andrade tiene crítica, ironía, observaciones desconcertantes de carácter mágico, metafísico y religioso, que abre a todas las extrañezas y a todas las sugestiones y sobrecogedoras iluminaciones. En esta última obra conserva las antiguas calidades suyas pero pavimentadas con un trasfondo de magia”.

El domingo 23 de Abril de 1967 una crisis nerviosa le hizo separar de su mujer con quien vivía en un cómodo departamento del edificio Pompey, en la avenida Cristóbal Mendoza del elegante barrio de San Bernardino. Se fue al Hotel Real de propiedad de su amigo Juan Liscano donde tomó una pieza. El 2 de Mayo, luego de ocho días de residir allí, tras haber llamado telefónicamente a Isabelita muchas veces, se cortó desesperadamente la yugular con una afilada hoja de afeitar que siempre portaba.

Tiempo después la mucama notó que no había salido de su habitación y al observarlo por el ojo de la cerradura, en el suelo y en medio de un gran charco de sangre, llamó inmediatamente al administrador, quien dio aviso a la policía, pero ya era tarde. La tragedia se conoció enseguida a través de radioaficionados en todo el Ecuador.

Su muerte dejó a la literatura ecuatoriana huérfana de su principal valor. Fue poeta telúrico, americano y cósmico. Su voz se alzó solitaria y desbordó todos los cánones y maneras con poesía de carácter conceptual, sardónica, hermosísima, enigmática, adivinatoria, sensible. Es decir, una nueva forma de comunicar. Por eso Liscano escribió: Tenso, siempre acosado por un empeño de transmutación interior, siempre al borde del trance, de la revelación… le faltó paciencia, conducción y serenidad. Vivió angustiado y protestando contra la realidad, disolviendo el elemento literario en procura de una mayor densidad conceptual.

Fue un hombre solo, diminuto y huidizo. El gobierno ecuatoriano le concedió diez mil sucres a su madre y una pensión vitalicia de mil quinientos mensuales, pero eso sirvió para que su viuda se sintiera preterida. El gobierno venezolano y los intelectuales de esa nación le construyeron un Mausoleo en Caracas.

Dejó varios poemas inéditos dedicados a “Isabelita” que ella publicó meses después con el título de “Poemas de Amor”.

Una hermosa plumilla de Mena Franco ejecutada en Quito, le nuestra en toda su grandeza espiritual a través de una mirada triste que sigue al espectador. Isabelita solo le sobrevivió seis años y murió del corazón en Venezuela. A ella tampoco se le ha hecho enteramente justicia pues fue una mujer fuerte que dulcificó los últimos años de su desgraciado marido, prodigándole cariño, protección y ayudándole en su difícil tarea de poeta y escritor.

De la poesía de esta última etapa de su vida, críticos tan certeros como Pesantez Rodas han confesado que la intensificación misteriosa de Dávila Andrade encontró en el verso hermético la liberación de su conciencia, como navegante de las zonas oscuras de abandono. Es el ser que va hacia un lugar no identificado y blasfema y se rebela con la conciencia creadora, seducido por los mayores abismos del misterio. Los últimos días de su poesía fueron de atroz desesperación. La nada le había caído sobre todas las palabras y éstas perdieron aún su significación elemental, gramatical, despedazándose en frases incongruentes.

En “Materia Real” su libro póstumo de poesía, conteniendo solo tres poemas con imágenes a juegos altos y secretos, de entrega a la poesía, a su misterio, que aprendió a amarlo y padecerlo.

I no estaría completo este esbozo sin indicar que su apodo de siempre era “El Faquir” pues según aseveraban sus amigos, jamás le habían visto servirse alimentos.