CUEVA CELI SEGUNDO

MUSICO Y COMPOSITOR.- Nadó en Loja el jueves 10 de enero de 1901. Fue su padre el Doctor Juan Cueva García, abogado, profesor del Colegio “Bernardo Valdivieso” de Loja, del Instituto Mejía y de la Universidad Central, Cónsul del Ecuador en New Orleans, Ministro Plenipotenciario en Londres en 1916 y luego en Panamá y Vicepresidente del directorio del ferrocarril en 1926. Fue su madre Zoila Filomena Celi Castro, prima hermana del notable compositor Salvador Bustamante Celi, lojanos.

Nació normal pero la inexperiencia del médico que le trajo al mundo, quien al limpiarle los ojos le puso un colirio antiséptico con exceso de nitrato de plata y ocasionó un daño permanente, agravado a los cinco años cuando otro médico recomendó unas ciertas gotitas para mejorarlo, pero de la botica mandaron el remedio equivocado y al ponerle en el ojo izquierdo se lo quemaron para siempre, pues era un ácido. Desde entonces veía muy poco y únicamente con el derecho, era casi un ciego.

Años más tarde, al recordar los felices días de su infancia al lado de su madre y hermanitas diría: Junto al amplio corredor de la entrada estaba el almacén donde permanecía mi madre, siempre ocupada, aunque debía atender a todos los que llegaban. Bordaba, tejía, escribía, arreglaba sus cosas. I era todo oídos para los requerimientos, exigentes a veces, de sus tres hijas. A continuación del corredor estaba el jardín al que nunca le faltaron flores o por lo menos aromas. Frente al jardín los dormitorios, el comedor donde pasábamos conversando con Emiliano Ortega. Luego la sala de recibo y a continuación la huerta, sus árboles, sus frutos que no eran abundantes pero sabían a gloria.

Pero a causa de su disminución visual el niño se hizo tímido y meditabundo y rehuía el trato de sus compañeritos de escuela, refugiándose en la música pues poseía exce1ente oído y voz y aprendió sin maestros. Cuando ingresó al Colegio de los hermanos cristianos sabía tocar el piano con alguna destreza y fue la admiración de todos. El mismo diría después: “Era yo muy niño, iba a la escuela, a la espalda un morral y en mis manos un rondín y todas las mañanas al volver de clases, el Gerente de la Singer, un señor Lebly, me esperaba al paso y luego de oírme tocar, me regalaba una peseta que entonces era para un niño bastante dinero pues se podía comprar un mundo de caramelos. Mi nuevo profesor, el hermano francés Antonino, solía decir: A Segundo debemos ponerlo en manos del franciscano Antonio Vega, gran violinista doctorado en Lima, quien hizo de mí un amante de la música. Desde los siete años empecé a escribir música religiosa para el Coro de San Francisco; más tarde vino la música profana, particularmente la de la tierra, pues el padre Vega me enseñó composición, armonía y dictado musical”.

De ocho años se presentó por primera vez en público con gran éxito, ejecutando piezas sencillas sacadas del repertorio clásico europeo, en el armonio de esa iglesia, sorprendiendo a los parroquianos pues sus piernas no alcanzaban los pedales y necesitaba ayuda para ello. De catorce años pasó a ser alumno del maestro Salvador Bustamante Celi su pariente materno y compuso su primer pasillo titulado Dulce tristeza, después vendría No importa no.

En 1917 decidió estudiar el violín por su cuenta con el método “For Maya Van” que su padre le envió de los Estados Unidos donde estaba de cónsul, pues en Loja no existía profesor de este instrumento y con el tiempo logró dominar su técnica.

En 1916 formó parte del “Sexteto de Loja” con Francisco Rodas Bustamante, Segundo Puertas Moreno, David Pacheco, Serafín Alberto Larriva, Manuel Torres, Sebastián Valdivieso Peña y Antonio Eduardo Hidalgo.

Daba clases particulares de música para ayudarse pues era pobre y vivía con su madre de lo que buenamente ella producía en su tienda con la venta de ciertos productos y de sus labores de mano, también hacía voluntariado en la escuela de las monjas de Loja y ellas le pagaban enviándole flores pero ya era conocido como un intérprete consumado del piano.

Algunas mañanas su tío segundo el Canónigo Benjamín Ayora Cueva lo convocaba para que le acompañe en alguna misa tocando el órgano y camino a la iglesia o antes de la misa, dizque para combatir el frío, le brindaba cigarrillos.

En 1920 su gran amigo Emiliano Ortega Espinosa le pidió que pusiera música a la poesía Vas Lacrimarum de José María Egas y así fue como nació el pasillo de ese nombre. “Yo me resistí mucho tiempo, tenía miedo, el verso era muy difícil y su hondo contenido filosófico y su profunda inspiración me producían respeto, porque al poner música a un verso es necesario compenetrarse íntimamente con la inspiración del poeta. Al fin lo hice pero guardé mi composición, temeroso. Mas en la escuela Dieciocho de Septiembre se celebró una Hora Social muy solemne y allí se cantó por primera vez este pasillo “Vaso de lágrimas”. Lo hizo la macareña Rosita Valdivieso, después señora de Arévalo y el éxito fue clamoroso, el público aplaudía de pié y exigió que se cantara cuatro veces. Había triunfado.

En 1923 su padre le envió dinero para que se traslade a Colón en Panamá, donde fue huésped de Colón Eloy Alfaro. En el hospital de esa ciudad le operaron la vista de una complicación que se le había presentado en el ojo bueno, que logró salvar aunque era miope. Ese año ingresó como maestro de música a las escuelas elementales públicas y privadas y como no encontró canciones para niños aceptó el reto y se dijo a sí mismo: Las voy a componer y a partir de entonces puso empeño en crearlas, prueba de ello son sus conocidas canciones “Amor al trabajo”, “El arte y el trabajo”, “El deber de estudiar”, “Edad estudiantil”, “A la juventud ecuatoriana”, “Poema de la vida”, “Canción Universal”, “Amo a la juventud”, “Canción del estudiante” “Canción de primavera”, “Canción del optimismo”, “Canción de la Esperanza”, “Canción de la serenidad”, el “Himno Juvenil al maestro” y con el tiempo facilitó copias de estas y otras partituras a numerosos profesores y por allí deben andar sueltas, pues no tuvo la fortuna de verlas publicadas por el Estado. Como anécdota cabe relatar que en cierta ocasión fue visitado por un profesor chileno apellidado de la Rosa, quien volvió en repetidas oportunidades hasta conseguir que le entregara un álbum completo de música infantil para llevarlo a sacar copia, pero jamás volvió. El maestro Cueva Celi pudo reconstruirlo en parte, lo demás se perdió.

En 1926 se enamoró de la joven Victoria Espinosa Ruiz, le dio numerosas serenatas y terminaron casados un año después. En 1928 su padre le invitó a viajar a Quito donde estaba de Diputado a la Asamblea Nacional Constituyente y allí se mantuvo de su trabajo como concertista de violín en diversos teatros y Centros artísticos, pero su esposa – que siempre tuvo el carácter malgenioso – pronto se cansó del clima capitalino y lo obligó a regresar a Loja, frustrando sus planes para el futuro. Entonces adquirió una casa cercana a la Plaza de San Sebastián, que hoy ostenta en su fachada una placa de mármol puesta en su honor y su hogar se transformó en un lugar de peregrinación de músicos y artistas.

En 1935 ingresó como profesor de Música al colegio Bernardo Valdivieso y en él permanecerá hasta su jubilación del magisterio. Sus alumnos le decían cariñosamente “Señor Cuevita,” trato demasiado familiar que no le gustaba del todo pero que aceptaba por venir de sus “chachitos,” apócope de muchachitos. Ese año ganó una Medalla de Oro por su arte. Buen profesor, trataba a sus alumnos con atención. Diariamente salía de su casa hacia el Colegio por una vereda de la calle Valdivieso, impecablemente trajeado, luciendo gafas oscuras, caminando con porte enhiesto, garboso, rítmico. Si hallaba algún alumno, le tomaba del brazo, preguntaba qué hacía y a menudo terminaba hablando de su última composición.

En 1939 cumplió veinte y un años la joven Amelia Anda Aguirre y su admirador y pariente Alejandro Camón Aguirre le dedicó un verso titulado “Pequeña Ciudadana” que lo llevó a casa de Segundo Cueva Celi para que lo musicalice, quien al leerlo escogió tres estrofas, se sentó al piano canturreando y así nació dicho Pasillo. Dos noches después estábamos cantando la bella romanza ante los balcones de la joven, escribiría después Carrión.

Entre los años 40 y 50 recibió numerosas preseas de la Municipalidad de Loja y del Colegio La Dolorosa por su himno a la Virgen. También compuso valses, pasillos, nocturnos y hasta música seria de carácter sinfónico. Otra vena especial de su ingenio fue la música escolar a base de canciones simples, rondas infantiles y marchas patrióticas.

Su carácter amable, jovial, la suavidad de su trato con los demás, su pobreza franciscana, su personalidad serena, todo le granjeaba el cariño y la comprensión de los que tuvieron el privilegio de tratarlo, así como de escuchar sus finas composiciones tales como “Ultimo Recuerdo”, el pasillo “Pequeña Ciudadana” con letra de Alejandro Carrión, “Tardes del Zamora”, “Laura” y “Dulce Tristeza”, “Vaso de Lágrimas”, “No importa”, “A Ella”, “Madrigal de Seda”, “Mi Reina”, “Corazón que no olvida”, “Reproche”, “Morir besando letra de Medardo Angel Silva, “Ausencia” , “Matilde”, “Solo por amarte”, “Princesa”, “Amargos resabios”, “Si volvieras un día”, “Vals patético”, “Morir besando”, “Mi último Recuerdo” que fue interpretado por la Orquesta Sinfónica, así como “Plegaria Salvaje” que presentó en Cuenca la famosa bailarina Osmara de León, de danzas modernas, por eso conocida – como la de los pies desnudos.

En 1943 fue Concejal en su ciudad natal, impulsó la construcción del mercado sur de la ciudad, la provisión del reloj público de la plaza de San Sebastián, entre otras obras menores. En 1947 ingresó de miembro de la Casa de la Cultura y por largos años dirigió los programas radiales de la estación “Ondas del Zamora.” El 45 recibió el título de Profesor de Segunda Enseñanza y mejoró de categoría en el magisterio obteniendo un mayor sueldo.

El 55 formó una Estudiantina con Medardo Luzuriaga, Francisco Piedra, Máximo Palacios, Lino Palacios, Hugo Bayancela, Oscar Celi, Jaime Larriva, Lizandro Sánchez, Reinaldo Cabrera, Colón Ojeda y Edgar Palacios. El Colegio les entregó los instrumentos y a la par del ejercicio instrumental que el maestro explicó instrumento por instrumento, se despertó la pasión por el canto. Pronto les llevó a la radio y luego de cada presentación iban a su casa para evaluar el desempeño de cada participante y preparar el siguiente programa.

En 1958 la Municipalidad de Loja le rindió homenaje y declaró “Hijo Ilustre” de la ciudad, entonces fue llamado por el Presidente Camilo Ponce Enríquez para entregarle la Orden Nacional al Mérito en el grado de caballero y tuvo la oportunidad de reencontrarse con Quito, ciudad que le ofrecía mejores perspectivas de trabajo.

El 60 que se jubiló, viajó con los suyos a Quito, alquiló un departamento cerca del Colegio de San Andrés, a media cuadra del domicilio del músico no vidente Miguel Angel Casares Viteri y a dos cuadras del también músico Juan Pablo Muñoz Sanz que había sido director del Conservatorio Nacional de Música de Loja con quienes cultivó excelentes relaciones de amistad.

Ni bien llegado y como no tenía un piano para ejercitarse, las señoritas Arellano Portilla que vivían detrás de la Merced en la Mejía y Cotopaxi, le ofrecieron el suyo, le dieron la llave de la casa y de la sala y todos los días él iba a tocar a las once de la mañana hasta que pocos meses más tarde pudo llevar a Quito su piano de Loja.

Pronto consiguió varios contratos. La Radio Nacional del Ecuador y la de la Casa de la Cultura le propusieron ejecutar varios Conciertos semanales y bisemanales de piano que pronto se hicieron famosos y eran esperados en la mayor parte de las casas con notable interés. Tres tardes a la semana daba clases particulares de música en su casa, que se convirtió en una pequeña Academia para jóvenes de ambos sexos de preferencia pertenecientes a su círculo social. En ratos de ocio afinaba pianos, actividad muy lucrativa que sin embargo desempeñaba la mayor parte de las veces gratis, pues lo hacía para sus amigos y para las congregaciones religiosas. Su vecino Enrique Avellán Ferres le pidió que musicalice su poesía “Clarita la negra” como canto infantil.

Entre sus temas preferidos estaban los relojes pendulares que tenía algunos diseminados en casi todas las habitaciones del departamento en que habitaba y sincronizaba diariamente para que suenen al unísono, pues era meticuloso y ordenado.

El departamento que alquilaba en la Imbabura No. 1.204 entre Chile y Mideros era un cenáculo de artistas y compositores de valía. Allí iban a visitarle otros músicos notables como N. Carpio Abad autor de La Chola Cuencana, Enrique Espín Yépes de Pasional, Miguel Angel Casares de Lamparilla, el ex Director del Conservatorio de Quito Juan Pablo Muñoz Sánz, quien fue su más íntimo amigo; sin embargo, no sólo eran músicos sus asiduos visitantes, también concurrían Manuel Agustín Aguirre y su esposa Teresa Borrero, el yuro Andrés F. Córdova, quien siempre llegaba cargando un viejo acordeón y se encerraba en la sala a tocar música y a hablar de todo un poco.

Los diputados lojanos le llamaban por teléfono para pedirle que oyera a tal o cual hora sus discursos, también le visitaban para recopilar información en su biblioteca, pues la tenía especializada en Loja y su provincia.

En 1966 la Asamblea Nacional aprobó un Decreto otorgando una pensión vitalicia de un mil quinientos sucres mensuales a Pablo Hannibal Vela, a Remigio Romero y Cordero y a Segundo Cueva Celi. Esta pensión le sirvió de desahogo económico pues con ella pudo sacar del monte de piedad las pocas joyas que tenía, pignoradas para pagar deudas de unos parientes sinvergüenzas. El 67 obtuvo el primer y segundo premios en el concurso de villancicos en Quito y en junio del 68 el Municipio de Quito le tributó homenaje público. Ese año tuvo un problema de salud a causa de una molestia estomacal que no pudo ser diagnosticada en el Hospital del IESS y que al evolucionar se le transformó en un cáncer que lo despedazó físicamente en pocos meses que fueron de increíbles sufrimientos. Perdió tres arrobas de peso en un proceso muy doloroso aunque conservando su buen humor y su proverbial gentileza hasta el fin, pues la noche anterior a su muerte, estando en su casa el Dr. César Ayora – médico de cabecera – acompañado de dos jóvenes galenos lojanos que en el Colegio Valdivieso habían sido sus discípulos en las clases de música, el enfermo pidió que les sirvieran algún refrigerio o una copita de vino y poco después entró en coma, falleciendo el 17 de abril de 1969, a las 12 y 10 de la tarde, de sesenta y ocho años de edad, siendo sepultado en la cripta de la Iglesia de San Francisco.

Su deceso produjo consternación en toda la República. Su provincia decretó tres días de duelo y en 1973 la Municipalidad levantó un busto en bronce para perennizar la memoria del autor de tantos pasillos célebres, siendo los más conocidos: A orillas del Zamora, Vaso de lágrimas, Pequeña Ciudadana, Reproche, Corazón que no olvida, Solo por amarte.

Nació músico, no se hizo músico, pues tenía un oído finísimo que le permitía ser un virtuoso y dominar instrumentos. Solía cuidar la integridad de los compases, la colocación de los acentos, la expresión de los matices. Fue tenaz para el trabajo, disciplinado y con sentido de ritmo en una perspectiva vital y aunque no tuvo el respaldo de una sólida formación académica en razón de no haber estado a su alcance las aulas de algún Conservatorio, suplió esta deficiencia formativa y dejó doce álbumes de música que esperan su publicación así como más de ochenta composiciones grabadas dentro y fuera de la República y casi tres mil temas diferentes que algún día deberán ser difundidos, así como también entre ochenta y cien grabaciones con pasillos, yaravíes, sanjuanitos, valses y canciones, y una libreta de apuntes con registros de partituras de canciones que cuando eran propias tenían sus iniciales o con la referencia del autor cuando eran ajenas, incluso en ella registraba los sucesos importantes de su vida, sus ingresos y egresos, con indicación de conceptos y fechas.

Su archivo musical con melodías propias y ajenas fue adquirido en 1995 por el Banco Central y el Ministerio de Educación ha proyectado editar sus obras en doce tomos bajo la dirección del maestro Edgar Palacios.

Musicólogo excepcional (compositor y ejecutante notabilísimo) que también escribió ensayos sobre aspectos esenciales de la música, mucho de los cuales salieron publicados en la revista “Mediodía”, órgano del Núcleo Provincial de Loja. Amó y practicó un nacionalismo popular orientado a la recuperación de formas melódicas del país, sin copiar los ritmos indígenas y cuando en contadas ocasiones recreó estas melodías, las denominaba Canción aborigen o incaica.

En lo social fue un sujeto austero y de escasa vida social, a pesar que en confianza era sumamente comunicativo. La radio “La voz de los Andes” conserva en su archivo versiones magnetofónicas de sus numerosas intervenciones, que demuestran la depurada técnica que había adquirido en la ejecución del violín y piano, también fue muy diestro en la guitarra, el acordeón y el bandolín y en éste último instrumento logró hermosas interpretaciones religiosas. En cuanto a sensibilidad artística, fue autor de numerosos pasillos, forma musical tan arraigada en el alma popular lojana, pero siempre buscando la originalidad y belleza, huyendo de lo demasiado burdo y pobre, típico producto para cantina como solía decir, por eso leía mucha poesía y como era de temperamento religioso, sabía combinar ambas vertientes. En lo personal era un liberal convencido y en ratos de ocio un jardinero que amaba la agricultura.

Siempre caminó erguido y elegante, usando lentes oscuros por su deficiencia visual y como buen músico jamás dejó de acompañarle la pobreza. Fue un hombre que se hizo a sí mismo, sin padre ni padrinos, armado únicamente del talento, la virtud y el ideal de hacer arte por el arte. En sus últimos tiempos, ya enfermo, uno de sus nietos recuerda cómo su abuela recogía botellas vacías y le mandaba a venderlas al mercado cercano, para acrecentar los escasísimos fondos del hogar.

Su nieto Carlos Lasso Cueva le ha descrito: Se levantaba a hacer unos cuantos ejercicios en la azotea, luego se lavaba con agua fría la cara y el tórax. Era flojo para eso, pegaba gritos al asearse. Le ayudaba a tender la cama a mi abuela antes de iniciar su trabajo de compositor. Enseguida vigilaba que se haya dado la comida a los pájaros y se sentaba en su escritorio y escribía ensimismado, apartado totalmente de la realidad. Casi al mediodía hacía un alto en su trabajo creativo e iba a la azotea – que daba al mercado de Ipiales – se comía un guineo, tomaba un vaso de agua, les hacía conversación a los pájaros y a la enorme lora bilingüe que teníamos – hablaba en castellano y en quichua – entonces encendía un cigarrillo marca Full cuya cajetilla costaba un sucre noventa centavos y le duraba hasta tres días. Cuando se sentaba nuevamente a su escritorio lo dejaba en el cenicero y era común que se consumiera solo. Almorzaba, volvía al escritorio y esta era su rutina de todos los días que finalizaba por las tardes tocando el acordeón y por las noches el piano y luego el violín, hasta el sábado, excepto cuando una vez al mes tenía que ir al edificio del Seguro Social a cobrar su jubilación. Para ese día le gustaba ponerse un traje de color verde claro. A veces me enviaban a guardarles el turno y ellos llegaban a eso de las once, entonces solo tenían que esperar media hora para llegar a la ventanilla. Los domingos en la mañana salíamos a oír la misa de las once en la Cantuña al lado de la iglesia de San Francisco en donde está enterrado. Al final de su vida varios parientes se le apegaron en gran número amargándole la existencia pues no solamente era la presencia física de ellos – bulliciosa y haragana digo yo – si no el gasto que esto significaba y que le llegó a abrumar pues nunca fue económicamente solvente.

Es autor de aquella canción infantil, creada como villancico, denominada: “A la Nanita nana” y que es conocida en todo el mundo occidental cuya letra dice así: / A la nanita nana, nanita ea / mi niño tiene sueño bendito sea / bendito sea. // Ruiseñor que en la selva / cantando llora, cantando llora, / calla mientras la cuna se bambolea, / se bambolea.//