CARRION Y MARFIL JOSE

OBISPO DE CUENCA.- Nació en la marinera villa de Estepona, Málaga, España, el 22 de Abril de 1747 fue hijo legítimo de José Carrión y de Isabel Marfil quien era tía carnal del Dr. Juan José de Villalengua y Marfil, Fiscal de la Audiencia de Quito en 1774 y su Presidente de 1784 al 89.

Estudió Jurisprudencia en la Universidad de Alcalá de Henares hasta graduarse de Doctor, ejerciendo la abogacía en Sevilla que cambió por la carrera de las armas hasta que el 28 de Agosto de 1773, cuando frisaba los 26 años, se decidió finalmente por el sacerdocio, “por considerarlo mejor rentado”.

Tres años después pasó a Yucatán en el séquito de Obispo de esa Diócesis José Caballero y Góngora, de quien fue su Provisor y Vicario General. En 1777 le siguió al Obispado de Santa Fe de Bogotá, en cuya Catedral gozó de una canongía. En 1781 fue provisor y el 84 por Bula del Papa Pío VI, ascendió a Obispo de Caristo y Auxiliar de Bogotá, cuyo gobierno ejercía un año después, cuando fue trasladado a la recién creada Diócesis de Cuenca.

El 27 de Marzo de 1785 se consagró en Cartagena de Indias y arribó a Quito casi enseguida para prestar su juramento de fidelidad al Rey, pero en dicha capital se mantuvo dos años y recién ingresó a Cuenca el l7 de Diciembre de 1787.

El Obispado contaba con veinte mil habitantes, tenía tres parroquias, cuatro conventos (Dominicano, Franciscano, Agustino y Mercedario) un hospital al cuidado de los hermanos Betlemitas, ochenta y cinco Clérigos sueltos, dos conventos de Monjas de clausura, así como un territorio amplísimo que comenzaba en la costa del Pacífico y terminaba en el río Amazonas.

De inmediato organizó el Coro Catedralicio y empezó a chocar con el terco Gobernador, Alférez de Navío José Antonio Vallejo y Tacón, en quien confluían buenas y malas cualidades pues era un trabajador incansable, emprendedor tenaz y ordenado, pero al mismo tiempo fácil para violentarse y gustaba litigar y denunciar contra todo y contra todos.

El origen de estas pendencias fue la resolución tomada por Carrión de corregir a los Clérigos que vivían alborotados entre la ignorancia y las supersticiones. A unos reprimió, a otros privó de sus funciones y a los demás obligó a asistir diariamente a las clases de Gramática Latina y de Teología Moral que estableció en uno de los conventos de la ciudad. Los citados, en lugar de agradecer esta oportunidad de mejorar sus conocimientos, fueron a quejarse donde Vallejo, quien tomó partido a favor de ellos. Igual sucedió con las monjas del convento de la Concepción, que acostumbraban una vez al año en ciertos días festivos, representar mojigangas ( comedias ) Tan inocente pasatiempo pareció al Obispo algo vituperable y digno de reforma. Las monjas se quejaron y el asunto tomó vuelo por el apoyo del Gobernador Para evitar inútiles enfrentamientos Carrión pasaba largas temporadas en Guayaquil donde su carácter decoroso y grave y en ocasiones compasivo, estaba más de acuerdo con el del Gobernador, pero en el puerto también tuvo entredichos en l.79O con el Hermano fray Domingo de Soria, director y médico del Hospital, a quien amonestó por las malas condiciones higiénicas en que mantenía dicha institución. Soria reclamó al Consejo de Indias y éste sentenció a su favor, dejándole desautorizado.

En 1798 el Consejo de Indias, deseoso de terminar estas disputas, le designó Obispo de Trujillo en el Perú. En Julio de 1799 tomó posesión de ese Obispado, uno de los más importantes del Virreinato por la congrua para la sustentación de su propietario.

Carrión era muy trabajador, tenía por costumbre viajar a menudo por la Diócesis en compañía de sus familiares y esclavos en pintorescos convoyes de mulas, bien pertrechados y provistos de armas para la caza a la que era muy aficionado, montando él en su mansa mulita-borriquita. Mas, en Trujillo, también mantuvo algunos entredichos por su afán de cambio que le llevaba a enfrentar abiertamente a las costumbres pueblerinas de entonces, por eso discutió con el rector del Seminario Dr. Ostolaza, con los franciscanos sobre la posesión de la parroquia de Eten y Hualgayoc, por lo cual dirigió un extenso Informe al Consejo de Regencia.

Iniciadas las guerras independentistas en el Perú el 13 de Noviembre de 1818 con la proclama del Protector San Martín a los limeños, cometió el gravísimo error de tomar partido por el Rey y llegó a anatemizar la revolución. Fernando VII premió su lealtad a la corona haciendo merced de la Gran Cruz de la Real Orden americana de Isabel la Católica. Las insignias llegaron desde Córdoba y las recibió durante una solemne misa celebrada en la Catedral de Trujillo el domingo 16 de Enero de 1820, adquiriendo el tratamiento de Excelentísimo Señor.

Ese año las fuerzas de San Martín habían desembarcado en Pisco al sur y Guayaquil proclamaba su independencia al norte, quedando los realistas en medio. El Marqués de Torre Tagle, Intendente General de Trujillo, que estaba en Lima, envió al Obispo noticias de la situación pidiendo toda su colaboración en dinero, ganado y comestibles. Camón mantenía contactos por el norte con Piura y Lambayeque y creyendo que estaba asegurado, se convirtió en el principal sostén de la causa realista; sin embargo, no contaba con la astucia del Marqués de Torre Tagle que poco después se pasó secretamente al bando patriota y citó al Obispo y a varios vecinos importantes de Trujillo a una Junta que debía realizarse en su casa la noche del 6 de Diciembre de 1.820 donde les leyó el Manifiesto de San Martín proclamando la independencia del Perú.

El Obispo, con toda la energía de sus 74 años de edad peroró a favor del “sostén del estandarte de Castilla” y hasta ofreció 4.000 pesos de donativo para organizar la resistencia como efectivamente los entregó al día siguiente, pero comprendiendo que los patriotas estaban en mayoría en Trujillo y la debilidad de carácter de Torre Tagle para defender al gobierno del Rey, sintiendo que peligraba en la ciudad, pidió pasaporte alegando razones de salud. El día 10 Torre Tagle le expidió el tal pasaporte y el Obispo y numerosa comitiva se alejó a la villa de Troche a catorce leguas de la ciudad, en plan de visitar la Diócesis, donde fue sorpresivamente aprisionado a las dos de la mañana del 28 de Diciembre por una partida de treinta hombres al mando del Capitán Prudencio Sufriategui.

Tan inesperado fue el golpe que la comitiva del Obispo no opuso resistencia ni éste pudo tomar para si alguna ropa, ni siquiera su breviario. La totalidad de su equipaje fue confiscado, de manera que el prelado pasó de la riqueza a la miseria más absoluta

Trasladado al puerto de Huanchaco con diez y seis europeos notables de la zona y adictos a España, fueron embarcados en la goleta Constancia y remitidos a Huaura, a las órdenes de San Martín. El día 29 fue proclamada la independencia en la plaza principal de Trujillo. Entonces el Cabildo eclesiástico solicitó el traslado del Obispo Carrión a otra Diócesis y Torre Tagle le pidió que designe encargado al Dr. Ignacio Machado, secretario hasta entonces del Obispado.

El Obispo Carrión respondió que le envíen su equipaje pues no tenía ropa para presentarse en Lima de acuerdo a su rango. Finalmente le remitieron parte de la ropa blanca, excepto los esclavos, los mulares, cinco escopetas con sus balas, el dinero y las alhajas, lo cual fue arbitrariamente confiscado. El 1 de Enero de 1821 se hizo a la mar y arribó a Chancay, puerto cercano a Retes, donde se encontraba San Martín y su ejército chileno-argentino. El día 10 escribió al Protector pidiendo una entrevista. La carta constituye un documento muy curioso porque se llama Príncipe de la iglesia, fue respondida de inmediato y se dio la entrevista entre ambos, durante la cual “me trató con la mayor humanidad y sin que en la conversación que tuvimos me faltase en la más mínima cosa.”

En Lima se instaló en el Palacio Arzobispal donde recibió el trato

acorde a su rango, pero habiendo solicitado al Cabildo Eclesiástico de Trujillo el envío de sus rentas para poner una casita en Lima y librar de agobios al Arzobispo, no obtuvo respuesta favorable. Entonces volvió a solicitar a San Martín el envío del resto de sus pertenencias, ropa blanca, que le fueron entregadas a través de Lord Cochrane y del Virrey José de la Serna la noche del 10 de Mayo de 1821.

Entre tanto San Martín habiendo desocupado la capital, permanecía en los buques de la Armada surta frente al Callao, mientras el Virrey Joaquín de la Pezuela ocupaba nuevamente la capital, pero una logia de militares masones, disgustados por su inactividad le depuso y nombró en su lugar a José de la Serna.

Por esos días la peste azotó Lima matando a tres mil militares y como los víveres escaseaban y numerosas bandas de indios merodeaban por las afueras de la ciudad con peligro de un inminente saqueo y el Virrey salió hacia las sierras entregando el poder al Marqués de Montemira, este pidió la protección de San Martín, quien volvió a ocupar Lima.

El 28 de Julio de 1821 se efectuó la proclamación y jura de la independencia del Perú y el 4 de Agosto el Protector dirigió un Manifiesto a los españoles europeos conminando a acatar la independencia o a abandonar el Perú.

En el interim la fortuna del Obispo, avaluada en más de 200.000 pesos lo cual debe ser cierto pues, tras su fallecimiento en España su heredero reclamó 232.485 pesos, era disipada por los seguidores de Torre Tagle, que dispusieron cada uno en su provecho, de casi toda ella. Por esta razón y temiendo una rendición de cuentas, el Marqués se apuró en conseguir que no regrese a la Diócesis. Enterado de estos abusos económicos San Martín dispuso que Torre Tagle entregue el mando al general Arenales, persona de limpios antecedentes.

En esas circunstancias, sintiendose libres, numerosos sacerdotes de la Diócesis de Trujillo solicitaron al Protector San Martín la vuelta del Obispo Carrión y abierto el expediente, se aclaró que si éste juraba la independencia no solo volvería a ocupar su Diócesis, también recuperaría sus cuantiosos bienes, pero el diocesano con fecha 3 de Octubre cometió su segundo error y contestó que no estaba dispuesto a prestar juramento, por lo que al día siguiente el Ministro de Guerra Bernardo de Monteagudo le conminó a embarcarse en la fragata San Patricio que en quince días debía darse a la vela y como no cumpliera con la orden de salida, fue apresado el día 9 de Noviembre y enviado al Castillo de la Independencia ( Callao ) arrestado en una de sus habitaciones hasta su salida definitiva del territorio peruano, mas el prelado alegó que si bien deseaba salir, no tenía el dinero necesario para abonar el pasaje ni para la estadía en el punto de arribada. San Martín, caballeroso como siempre, arregló para que se le entregue lo necesario tomando del erario y pueda partir en el indicado término de tres días.

El viaje fue lento y molestoso desde el Callao a Lisboa duró nueve meses, arribando el 27 de Agosto de 1822. Con anuencia del Encargado de Negocios de España se hospedó en el convento de San Juan de Dios. El 3 de Septiembre envió un Memorial al Rey donde expuso el despojo y embargo de sus pertenencias, la prisión en el Castillo de El Callao y el destierro, al mismo tiempo solicitó una ayuda económica para presentarse en Madrid. pero la situación política española era irregular y los tiempos no estaban para ayudas, de manera que no fue auxiliado en su viaje a la Corte, donde encontró la protección de su pariente Joaquín Carrión y Moreno, personaje importante porque presidía la Junta de reclamación de créditos procedentes de Tratados, quien le mantuvo en su casa y a su costa.

Al cura párroco de Estepona, su villa natal, hizo llegar un cáliz de oro y demás alhajas para el culto. El Cura le invitó a visitar la villa y el Cabildo -reunido el 11 de Diciembre – le otorgó toda su hospitalidad.

El 8 de Julio de 1824 obtuvo el cargo de Arcediano de la Colegiata de Alcalá la Real por muerte del Obispo – Abad Manuel Cayetano Muñoz y Benavente y queriendo poner en orden sus bienes antes de viajar a su nuevo destino, otorgó testamento el 31 de Octubre. Por esos días era el decano de los Obispos de la monarquía española.

El 24 de Enero de 1825 el Papa aceptaba su renuncia del Obispado de Trujillo. Terminaba la difícil situación en que se encontraba dicha Diócesis regida por un Gobernador eclesiástico.

Al tomar posesión de sus nuevas funciones Camón encontró a la iglesia mayor en ruinas por el incendio provocado por las tropas francesas cuando se retiraban del sector y aún tuvo tiempo para resolver un enojoso asunto de protocolo con los miembros del Ayuntamiento, tras lo cual falleció durante la visita emprendida por esa jurisdicción eclesiástica, cuando se encontraba en el remoto pueblo de Noalejo, perteneciente a la Abadía, el día 13 de Mayo de 1827, a la avanzada edad de ochenta años, sin enfermedad visible y fue sepultado bajo el altar mayor, pero sus restos – con otros más – fueron revueltos durante la Guerra Civil Española en 1936 de manera que en la actualidad se encuentran perdidos. La institución abacial de Alcalá la Real, de orígenes medioevales, finalizó mediante el Concordato suscrito por España con la Santa Sede en 1851, pasando sus bienes a formar parte del Obispado de Jaén.

Se conserva su retrato al óleo, vestido de pontifical, en el cual aparece de mediana edad. González Suárez dice que no poseía dotes extraordinarias pero que era un sujeto recto, íntegro y amante del cumplimiento de sus obligaciones pastorales.