Con un hermoso obsequio de Año Nuevo, acompañado de una gentil y bondadosa dedicatoria, he recibido del dilecto amigo y colega, Dr. Carlos Carrión Figueroa, una de sus últimas publicaciones, intitulada: Una guerra con nombre de mujer. Una novela magnética, atractiva con una insoslayable dosis erótica que no se le puede ocultar a través de sus 224 páginas para satisfacción y deleite de sus lectores.
Carrión ha incursionado desde muy joven en el campo de la narrativa, con éxito sorprendente. Pues maneja con maestría y habilidad admirables los secretos resortes de este género, tan en boga en nuestros tiempos. Su técnico depurado y conocimiento profundo del idioma, le han permitido penetrar en esa inmensa gama, riqueza y colorido que representa la expresión de nuestro pueblo que muchas veces la pasamos inadvertida.
Es que Carrión cuenta con una rica y poderosa imaginación, con una delicada sensibilidad, producto de sus abundantes y bien logradas lecturas de sus autores preferidos como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre otros.
En la novela: Una guerra con nombre de mujer, premio Joaquín Gallegos Lara, que en breves rasgos comentaremos, el autor trata de recoger buena parte de las notas más importantes de su niñez, narrando con agilidad y destreza, la vida de un pueblecito, perdido entre las breñas de los Andes, Masandama, con sus problemas, con sus temores, frustraciones y esperanzas; un pueblecito que nos trae a la memoria reminiscencias de Macondo y Coma la de la Novela Cien Años de Soledad de Márquez; y, Pedro Paramo, de, de Juan Rulfo. Algo que puede ocurrir en cualquier pueblo del mundo, donde nunca falta un personaje villano y explotador como Macario Reyes y una mujer loca o mejor loca y media, como doña Juana, que comete toda clase de locuras y dislates.
En Macario Reyes, se dibuja la personalidad del cacique explotador, mal endémico de los pueblos del tercer mundo, pero con características muy propias y originales. Hay que destechar en esta obra la presencia de tres muchachos, el Mono Rosero, el Macanche Jiménez y el Pelado Marmote, que hacen buena parte de testigos de todas las incidencias y percenas que ocurren a lo largo de la obra narradas con gracia, humor y en tono “burlón e irreverente”. A través de sus páginas se capta con plasticidad y realismo la vida lenta, morosa y cachacienta de nuestra vida parroquia.
Pero lo extraño, por no decir lo sorprendente en la novela, es la presencia de nombres y apellidos de personajes importantes, no solo nacionales sino extranjeros, pero que nada tienen que ver con los personajes reales, de carne y hueso, en que nos imaginamos que el autor busca fusionar lo grande y lo pequeño como actores de esa gran comedia o tragedia que constituye nuestra existencia.
Carrión como perteneciente a una nueva generación, ha dejado aparte aquello que fue tentación para muchos, cantera inagotable para otros, el montubio, en la Costa, el indígena en la Sierra con sus problemas del agro, que convertían a la novela en un manifiesto político canalizando mejor su temática desde una concepción surrealista que le permite bucear la profundidad y misterio del alma humana.
En fin, una buena novela, una excelente novela, que nos invita a la lectura y que se ha ganado el aplauso y el comentario favorable de nuestros más puntillosos y exigentes críticos.