BERNAL SILVA SIXTO JUAN

ESCRITOR. Nació en Guayaquil el 30 de Octubre de 1829. Fue su padre Juan María Bernal nacido en 1797, Maestro Mayor de Barberos en 1818, figuró como Cirujano en el Censo de 1832, dueño de una botica en la plaza de San Francisco y por muchos años director del Hospital de la Caridad donde compartía su sueldo con los pobres y enfermos. Durante la epidemia de fiebre amarilla se contagió cumpliendo con su deber y murió el 24 de Noviembre de 1842. Por su caritativa labor fue llamado el padre de los pobres y el amigo de la humanidad doliente. El Cabildo mandó grabar una lápida en su tumba diciendo que había fallecido gloriosamente en servicio de la Patria; y María Mercedes Silva con quien había casado el 3 de mayo de 1818 legitimando a sus hijos.

El último de una familia compuesta de tres hermanos que en 1832 vivían en el centro de Ciudanueva, en la “manzana de los señores Vítores”. Diez años después, cuando perdió a su padre, acababa de iniciar estudios sacerdotales en el Colegio Seminario y dada la pobreza en que quedó la familia, la segunda esposa de su padre llamada Mercedes Ruydíaz decidió colocarle de aprendiz en una sastrería donde ofrecieron pagarle quince pesos mensuales, pero al conocer tal resolución el Rector José Tomás de Aguirre Anzoátegui, le asignó a ella la misma renta mensual y tomó a cargo al joven hasta la terminación del bachillerato, que no pudo concluir por un ridículo incidente juvenil. En efecto. En una de las paredes del Seminario apareció escrito un Epigrama en que se zahería a uno de los profesores.

Las sospechas recayeron en el joven Bernal y aunque éste se declaró inocente, viendo que no le creían, optó por abandonar el Colegio, de manera que se puede afirmar que en dicho Centro de estudios reveló una temprana inclinación al periodismo y a la afición literaria.

En 1843 se ausentó a Portoviejo y allí estableció un Colegio Particular pero no se acostumbró y al año siguiente regresó a Guayaquil a trabajar de tipógrafo y prensista y para ganarse el sustento fundó el semanario “El Brujo” y escribió para “La Prensa”. Ese año escribió un verso titulado “Carta de un guayaquileño sobre la fiebre amarilla de 1842” con el pseudónimo de “Nabuco – Donosor”.

Su primera publicación en prosa fue una Hoja Volante mordaz contra el gobierno del Presidente Vicente Ramón Roca. Se dictó prisión en su contra, huyó a Yaguachi en agosto de 1.846 con una imprentita inservible y unas pocas fuentes de tipos y al llegar encontró que todos leían con avidez la hoja suelta, se dio a conocer como el autor y la población, que estaba reunida por ser la fiesta de San Jacinto, lo paseó en triunfo. Posiblemente contribuyó a esa demostración de afecto el hecho de ser un joven imberbe, de muy humilde origen y clarísima inteligencia.

El 48 fundó “El Conminatorio” y a fines de Noviembre “El Popular” que duró un año. También escribía para “La Opinión”. En 1849 figuró entre los fundadores de la Sociedad Filantrópica del Guayas y publicó una hojita periódica denominada “La Situación”. El 50 fue desterrado por asuntos políticos, se estableció en Tumbes y ejerció la medicina, cuyos rudimentos había aprendido posiblemente en los libros de su padre. Meses después viajó a Lima, se colocó de cajista en una imprenta y escribió un artículo sobre ferrocarriles que agradó al Director quien lo admitió en la redacción. Allí aprendió mucho sobre publicidad y periodismo y al poco tiempo fundó “El Correo de Lima” destinado a servir a los intereses de las clases populares y colaboró en otras publicaciones.

En 1852 regresó a Guayaquil y publicó un volumen de sus obras con el pseudónimo de “Gil Santos Barune”. El 16 de agosto fundó “La Rebusca”, de formato mayor que las otras hojas de publicidad y en oposición al gobierno del Presidente José María Urbina, salieron 47 números.

Poco tiempo después editó “La Ilustración” primer diario que tuvo Guayaquil y que pomposamente denominó diario del pueblo y tuvo cortísima duración. La Ilustración fue una hoja diaria, de una sola plana volante. También se conoce que editó un tomo con sus versos.

El 8 de junio de 1853 fundó el semanario “El Progreso” dedicado al comercio de la plaza, impreso por el maestro José Joaquín Sono en la casa de Manuel Eusebio Rendón Treviño. Circulaba los miércoles en el almacén de Antonio Lamota, era moderadamente oposicionista a Urbina, decididamente anti floreano y apareció hasta el 21 de enero de 1859. “En sus columnas se publicaban composiciones poéticas firmadas por conocidas escritores, entre ellos, Vicente de Piedrahita, su más asiduo colaborador”.

En 1855 exhibió la candidatura de Pedro Moncayo a la Presidencia de la República y después la de Francisco Xavier Aguirre Abad. Entonces Bernal se pasó al bando de los urbinistas o ministeriales y apoyó al General Francisco Robles, quien gozaba de enorme popularidad en la ciudad, pero su socio Rendón no estuvo de acuerdo y como era el capitalista, Bernal tuvo que salir y el 1 de Febrero de 1856 fundó “La Situación” en el mismo taller porque seguían siendo amigos, sin embargo, pronto surgieron discrepancias de fondo entre ambas publicaciones, dilucidas a la republicana, en polémicas de franca y abierta controversia y siempre conservando como punto de contacto el más exaltado sentimiento patriótico porque “como republicanos verdaderos reconocemos en todos los ciudadanos la libertad de tener y emitir sus opiniones, porque la República es el gobierno de todos.”

Por esa época Bernal también sacó “El Guayacense”, aparecido a principios de 1857 y colaboró asiduamente en “La Gaceta Mercantil” y en “El Filántropo”, órgano de la Sociedad Filantrópica del Guayas y decano de la prensa obrera guayaquileña.

El 1 de Julio de 1857 creó el semanario “Las Avispas” considerado el abanderado de la libertad de conciencia porque trató con gran liberalismo cómo debían ser las relaciones entre el Estado y la iglesia; “Las Avispas” combatió en el campo de las ideas religiosas, de las prácticas eclesiásticas y defendió a la masonería.

El 26 de enero de 1859 fundo “El Vigía del Guayas” bisemanario que salía los miércoles y los sábados en formato nuevo, imprenta de Manuel Ignacio Murillo Pérez, para rechazar la pretendida venta del archipiélago de las islas Galápagos, después apareció con interesantes noticias sobre el bloqueo peruano del golfo de Guayaquil y dejó de publicarse con la suscripción del Tratado de Mapasingue. Bernal se había opuesto a dicho instrumento y fue confinado por el General Guillermo Franco Herrera a Manabí. En Portoviejo fundó un Colegio y a poco se alistó en el Ejército provisorio de García Moreno y Flores. Este último lo tuvo a su lado y entre sus edecanes con el título de Comandante, olvidando pasadas diferencias.

Después del 24 de septiembre de 1860, fecha en que cayó Guayaquil, pidió la baja del ejército para sacar desde el día 9 de octubre “La Unión Colombiana” en el taller de El Progreso, donde escribió con su pseudónimo anagramático de “Jil Santos Barune” exagerando la nota sobre el triunfo obtenido, por lo que al final entró en agrias disputas con “El Progreso” que seguía siendo de Rendón. Por ello tuvo Bernal que salir nuevamente de esa imprenta y se fue a la del Comercio de Manuel Chiriboga, que hizo vender a Leandro Yasila y después al gobierno, que tomaba doscientas suscripciones. El 1 de octubre de 1861 el periódico se transformó en diario refundiéndose con otra publicación de Bernal llamada “El Diario de Guayaquil” editada desde el 1 de diciembre del 60 durante el gobierno provisorio de García Moreno, en la imprenta de Juan José Malta, al costado de la Iglesia de San Agustín, bajos de la casa del Dr. Muiroiagui.

“El Diario de Guayaquil” salió durante cinco épocas hasta 1865 con noticias variadas del comercio y vecindario, así como de otros pueblos y naciones. Todo en miniatura pero muy bien presentado y como su nombre lo anunciaba aparecía todos los días del año.

En febrero de 1861 había fundado “El Club del Guayas” que dejó de aparecer el 31 de agosto de 1862 por falta de papel, que no fue hallado ni en Lima.

Bernal nunca perdió la costumbre de editar dos o tres bisemanarios al mismo tiempo. Era algo así como una diversión. A veces los hacía entrar en polémicas y eso aumentaba el interés de los lectores y la circulación. En “El Diario de Guayaquil” usó por pseudónimo el de “Juan de los Pobres” y duró en su primera época hasta el 6 de Julio de 1861 siendo su último número el 161. Primero salió en dos planas completas, luego en cuatro y a dos columnas.

A fines de 1861 y con motivo de acentuarse los temores de una nueva conflagración armada con el Perú ofreció sus servicios al ejército y organizó la columna “Imprenta” con sus trabajadores y dependientes. Se le encargó la construcción y defensa de la línea de reductos que se levantaron en la sabana sur de Guayaquil, pero no hubo guerra.

Meses después, el 62, cuando ocurrió el descabellado enfrentamiento armado del presidente García Moreno con el General Julio Arboleda, jefe de los conservadores de la Nueva Granada y el 63 cuando perdió la guerra contra el General Mosquera, se vio forzado Bernal en abril del 63 a cambiar de nombre a su periódico, que de “La

Unión Colombiana” se transformó en “La Unión Americana”, designación más apropiada para esos días, sumamente tristes y vergonzosos para la disparatada política internacional de su protector García Moreno.

Por entones era propietario de una imprenta, allí sacó en 43 págs. un folleto titulado “El comercio nacional y su porvenir” y le imprimía al Dr. Miguel V. Sorroza un pequeño periódico llamado “Crónica Semanal.”

En su folleto económico Bernal elogió a Ildefonso Coronel Méndez, fundador del reciente Banco Particular y atacó duramente al Banco de la familia Luzarraga, también de escasa vida, pues lo había formado Juan José Luzarraga Rico meses atrás. Bernal cometió el error de enviar un ejemplar a su amigo el también periodista Juan Pablo Navarro pidiéndole su juicio crítico, sin imaginar que éste le saldría respondón a través de un folleto que dio a la luz a poco.

El caso es que el Estado se encontraba en bancarrota tras los dos años de bloqueo al puerto de Guayaquil, en cuyas aduanas se generaba la mayor parte de las rentas del erario ecuatoriano. El 59 la Casa Luzarraga había prestado cien mil pesos tomando como garantía una parte de las escasas rentas aduaneras. El 60, per urgido por el nuevo gobierno de García Moreno, debió prestarle al Estado quinientos mil pesos más, cantidad enorme pues el presupuesto anual se aproximaba a los dos millones de pesos. García Moreno, con la prepotencia que acostumbraba y premunido del terror y la violencia con que solía actuar, había impuesto como condición para dar su aprobación al Banco Luzarraga, que siempre tuviera una línea de crédito de doscientos cincuenta mil pesos disponibles para el gobierno. I al comenzar a funcionar ambos bancos el gobierno comenzó a enfrentarlos, haciendo que cambiaran las condiciones de los contratos, pero el asunto fue más lejos porque llegó a ordenarles que pusieran seiscientos mil pesos en billetes de circulación forzosa en la república lo cual crearía una inflación incontenible al país, de manera que con parte de esos billetes García Moreno intentaría pagar las deudas anteriores.

Para Luzarraga el asunto se presentaba peliagudo pues estaba obligada a canjear cada billete en metálico y de no hacerlo, debía pagar al Estado una multa en cada caso de cien pesos y se negó. Entonces García Moreno dictó igual orden al Banco Particular de Coronel, que adicional hizo una segunda emisión de tres cientos mil pesos; sin embargo, dichos billetes, los emitidos por el Banco Particular, no fueron reconocidos en todo el país y se aceptaban con el nueve por ciento de descuento. Entonces la Casa Luzarraga reclamó al Presidente García Moreno por su falta de transparencia y éste le contestó que debían fusionarse ambas instituciones (Luzarraga y Coronel) pero ya era muy tarde, el daño estaba hecho, el público había perdido la confianza en ambos Bancos que al poco tiempo dejaron de funcionar. Los abusos de un autoritarismo insolente, así como su ignorancia en materia económica, dejó al país durante muchos años sin banca y al comercio, especialmente en Guayaquil, sin financiamiento. La malicia y prepotencia conque García Moreno manejaba las finanzas llevó a todos a una situación de apremio nunca antes vista.

A principios de mayo de 1862 Bernal figuraba como Asesor Jurídico de la Municipalidad de Guayaquil ganando sueldo cuando el día 3 se conoció que la escuadra española venida al Pacífico había ocupado el archipiélago de las islas de Chincha propiedad del Perú. El Presidente del Concejo Pedro Carbo convocó a sesión urgente y presentó un Manifiesto de americanista titulado “A las armas americanos” de apoyo a los países víctimas de la amenaza española en el Pacífico, que fue aprobado y publicado al día siguiente, entrando en circulación los primeros ejemplares que ocasionaron euforia y entusiasmo en el pueblo.

Como el Canciller Pablo Herrera había decretado el estado de neutralidad ecuatoriana frente al conflicto hispano peruano, Bernal cometió la bajeza de denunciar el Manifiesto al presidente García Moreno, quien se hallaba de paso por Guayaquil, a los Concejales a una reunión en su casa. En la mañana del 4 de mayo les advirtió que el Manifiesto era una imprudencia, un acto peligroso y abusivo, pues los Concejos Cantonales no tenían atribuciones para intervenir en asuntos internacionales y pidió que sea borrada toda apariencia oficial, pero fue respondido que solo contenía los nobles sentimientos que animaban a la Corporación y su patriótico celo por la conservación de su independencia y el honor de toda América y que ya estaba circulando. De la reunión salió Pedro Carbo con la notificación de viajar al destierro.

Empero, esa tarde, en afán de evitar nuevas discordias con el ejecutivo, los miembros del Concejo reunidos en sesión, decretaron la suspensión de la circulación de los ejemplares que aún quedaban en la imprenta, con los votos en contra de los Concejales Carbo e Ignacio A. Ycaza. El primero razonó que habiendo recibido orden de salir del país se atribuiría su asentimiento a una cobardía de que no era capaz. Días más tarde el Presidente García Moreno revocó su orden de destierro y Carbo pudo continuar al frente del Concejo Cantonal.

Bernal, en cambio, cometió la imprudencia de dar a la publicidad varios artículos en la “Unión Americana” desprestigiando al Concejo y tratando de dar a su procedimiento otros móviles diferentes al americanista que había inspirado al Manifiesto. Carbo le respondía en la “Gaceta Municipal”, finalmente Bernal se vio precisado a presentar su renuncia a la sindicatura, que le fue aceptada en sesión del 18 de mayo y tan mal parado quedó frente a la opinión pública que a finales de junio dejó de publicarse la “Unión Americana”. Bernal siempre fue un esbirro de García Moreno debido a sus apremiantes necesidades económicas y no sería nada raro que hubiera recibido de éste la orden de atacar y desprestigiar a Carbo, a quien el ejecutivo tenía por personaje peligrosísimo después de lo sucedido en 1862 con motivo de la aprobación del Concordato con la Santa Sede.

El 28 de Julio salió “El Diario del Guayas” también auspiciado por el gobierno conteniendo una extensa defensa de la nada solidaria posición de la cancillería ecuatoriana y lo publicó hasta la finalización de la primera presidencia garciana en agosto de 1865 pero con otro nombre, el “Club del Guayas.” Este diario perteneció a la cuarta etapa periodística de Bernal y así lo expuso en varias ocasiones, de donde se desprende que todos sus periódicos formaban una sola serie y les cambiaba de nombre solo por conveniencia.

E 64 sacó el folleto “El General Urbina y sus proyectos contra el país” también auspiciado por el gobierno de García Moreno. El 6 de septiembre de 1865 con Rafael Arias fundó el semanario “La Patria” en formato grande y en la imprenta del gobierno, para defender la línea dura de fusilamientos sin fórmulas de juicio, persecuciones por causas políticas, etc. utilizada por el ex presidente García Moreno durante su mandato.

En 1866 comenzó a colaborar en “Ecos de la Soledad” y en el semanario “Los Andes” de los hermanos Bartolomé y Juan Antonio Calvo, escritores colombianos exiliados en Guayaquil por sus ideas conservadoras. En 1867 editó el ensayo “Impresiones de la Lira ecuatoriana”, con un juicio crítico de los poetas allí citados.

El 26 de junio de 1868 fue designado Director de la Biblioteca Municipal con veinte pesos mensuales de sueldo y otros veinte más de sobresueldo para que tome a cargo la publicación de la “Gaceta Municipal” que se encontraba suspendida. En febrero siguiente renunció para colaborar en “El Justiciero” que durante las administraciones de los Presidentes Jerónimo Carrión y Javier Espinosa se mostró imparcial, pero en enero del 69 aplaudió el inicuo cuartelazo de García Moreno; sin embargo, como no obtuvo nuevamente su apoyo económico, entró en reposo y se extinguió en 1872. Desde el 10 de enero de 1871 escribió en “La Esperanza” periódico bimensual, religioso y literario de Fidel R. Pérez y Luís María Calvo y desde el 19 de abril en “El Guayas”, diario liberal y moderado que redactaban Ramón Pérez y el Dr. Alcides Destruye Maitín, que dejó de salir ese año por orden de la tiranía garciana.

Bernal escribía sin comprometerse con nadie pues había arribado a su etapa de madurez y revisaba los problemas del país desencantadamente y sin apasionarse. Era, lo que se dice, un columnista, el de mayor renombre en el país, por eso todos lo buscaban.

El 25 de mayo de 1871 fue solicitada su colaboración en “El Espejo” quincenario de pequeño formato editado por Eduardo B. Tama y Manuel Gallegos Naranjo, más bien literario que otra cosa, pero en el tercer número se publicó un artículo titulado “El Juramento Político” que ocasionó su clausura por parte de García Moreno.

El 2 de enero de 1872 apareció “La Prensa” sucesor del extinto “El Guayas” de circulación trimestral y que antes del año mereció la censura y prohibición del Dr. Antonio de Lizarzaburo Borja, Obispo de Guayaquil, que no estuvo de acuerdo con un artículo cultural pobre el astrónomo Flanmarion. Así eran de duros esos tiempos, incluso con periódicos que no eran políticos ni de oposición, porque solo trataban generalidades.

La labor cultural de Bernal y su influencia en el pensamiento de la época aún no ha sido debidamente estudiada porque su producción anda diseminada en los periódicos de entonces. En “La Patria” publicó en 1871 una obra de teatro titulada “El último huancavilca y el primer guayaquileño”. En el Teatro Olmedo estrenó dos piezas. Un Juguete cómico “Salamandra” y “El paso de un soldado” cuyos argumentos no han llegado a nosotros. También fue autor de un texto de Aritmética, de un Compendio de Gramática Castellana y de varios tratados sobre Higiene, Agricultura, Comercio y Economía Doméstica. En el género tradicionista espigó y fue autor de leyendas históricas tales como “La viuda de Ricaurte”, “Los Voluntarios del Guayas”, “La muerte de Agustín Franco” y “La Venganza de Troyes” que quedaron inéditas de su muerte.

En Octubre de 1873 promovió un incidente más bien doméstico y hasta vergonzoso, pues a raíz de la publicación de los primeros números del semanario “La Nueva Era” editado por los jóvenes periodistas Miguel Valverde y Federico Proaño, descubrió Bernal que en un artículo se mencionaba una obra que le había sido robada y demandó su devolución y un castigo para los autores, pero al demostrar los demandados que la propietaria del libro era la Sociedad Literaria de Instrucción y que ésta lo había prestado, quedó chasqueado.

A simple vista parecería que Bernal fue utilizado por García Moreno para iniciar una campaña de acosamiento a la prensa pues se encontraba planeando la reelección presidencial, aunque más bien la malhadada denuncia fue un acto primo, motivado en la envidia que debió sentir ante la popularidad alcanzada por la nueva publicación que estaba dirigida por dos jóvenes prácticamente desconocidos en las letras patrias.

El 74 Juan León Mera le buscó pleito y como los jóvenes de “La Nueva Era” se dieron el gusto de publicar el artículo de marras, Bernal se resintió. Pedro Fermín Cevallos le acusó de majadero por haberse metido a censurar el Diccionario de Galicismos de Baralt, que consideraba una gran obra. El 6 de octubre empezó a escribir para “El Bien Público”. En 1876 tradujo del francés el libro del General Luís Julio Truch, Jefe de la Defensa Nacional francesa de 1870 durante la guerra franco prusiana.

Tras la muerte de García Moreno se dedicó a escribir de preferencia asuntos culturales y otros del momento pues ya no tenía el apoyo del gobierno. En 1880 fue designado Sindico de la Sociedad Filantrópica del Guayas. El 81 fue columnista en la “Unión” y apoyó la candidatura presidencial de Pedro Carbo con quien se había amistado nuevamente. El 83 luchó contra el dictador Ignacio de Veintemilla en el bando Restaurador y hasta peleó como ayudante de campo de Reinaldo Flores Jijón en la toma de la ciudad de Guayaquil. El 84 le acompañó en el combate naval de Jaramijó contra las fuerzas revolucionarias y liberales de Eloy Alfaro.

El 85 escribió y publicó el drama “La Muerte de un valiente”, colaboró en la revista religiosa y literaria “El Criterio” del presbítero Rafael L. Nieto y apareció en la Imprenta Nacional en Quito, en una hoja, su artículo sobre “La anarquía bajo la nueva faz de cuestiones económicas”.

El 8 de enero de 1886 con Pacífico E. Arboleda fundó el semanario “El Anotador”, para defender al gobierno del Presidente Plácido Caamaño, atacado por la revolución de los Chapulos y por la prensa liberal de Guayaquil, usó en esta ocasión los pseudónimos “Juan Bravo” y “Manuel Hernández del Barco.”

Bernal acostumbraba moderar los ímpetus de su compañero Arboleda, pero “El Anotador” se ganó la animadversión de las mayorías porque ocultaba los descalabros militares de las fuerzas que enviaba el gobierno a combatir las guerrillas liberales que asolaban la costa, especialmente los campos de la provincia de Los Ríos.

El 87 se convirtió en diario y salió hasta el 30 de junio de ese año en regular formato de cuatro páginas y cuatro columnas en la imprenta Nacional, extinguiéndose casi al finalizar el régimen, tras sostener la candidatura presidencial de Dr. Antonio Flores Jijón.

El 16 de octubre de 1889 comenzó en “El Censor” y colaboró por cuatro años hasta el 92, disfrutando de la libertad de imprenta que imperó durante el período floreano.

Acostumbraba pasar temporadas de descanso en Yaguachi donde tenía por compadres a Marcelino Maridueña y al italiano Juan Bautista Bonín Sanguinetti quienes lo atendían en sus casas. Su salud nunca había sido buena del todo, después que superó una violenta fiebre cerebral que lo dejó desequilibrado. Desde entonces no le faltaron personas bondadosas que se preocupaban por él como los doctores Antonio Metalli e Isidro María Muñoz, Curas de Vinces y de Yaguachi, respectivamente, que le proporcionaban hospedaje y fino trato.

También le socorría el Dr. Rafael Pólit, pues Bernal estaba viudo de doña Juana Caregua y en gran pobreza ya que las bellas letras jamás habían dado lo suficiente para subsistir con decencia en el Ecuador.

Murió relativamente joven el 5 de febrero de 1894 y su sepelio constituyó un acontecimiento para el periodismo del Guayas, que acompañó el cadáver con sinceras muestras de pesar. Estaba pobrísimo y de casi sesenta y cinco años y por eso las honras fueron costeadas por el General Reinaldo Flores Jijón que era su amigote desde las aventuras bélicas de los Restauradores y en el combate naval de Jaramijó. Actualmente los restos descansan en la bóveda No. 157 de la puerta más antigua, la Número Uno, también llamada Callejón del Recuerdo, en el Cementerio de Guayaquil.

Fue brillantísimo escritor, de formación tradicional y militancia política conservadora que se volvió progresista a la muerte de García Moreno, aunque tuvo años de militancia liberal urbinista. Se le considera el fundador del diarismo ecuatoriano por su incansable labor de casi cincuenta años en la prensa guayaquileña. Más que poeta, aunque recopiló sus poesías en un cuaderno, fue crítico y literato. Usó el género festivo aunque a veces era acre y terrible, y por ello respetado y hasta temido. Su dialéctica admirable conocía de la argumentación, se colocaba en el terreno de la lógica y vencía fácilmente a sus adversarios y entre sus costumbres sociales vale decir que fue de los últimos caballeros en usar levita larga o levitón, siempre de color negro.