REALISTA. Nació en San José de Chimbo (actual provincia de Bolívar) en 1770 y fue bautizado con los nombres de Francisco Xavier. Hijo legítimo y único de Juan de Benavides y Barragán, comerciante arriero del estado noble y de Manuela Vargas y Montero de la Torre, dueña de la estancia de Ilambulo en Chapacoto, que su esposo trabajó y amplió considerablemente. En 1798 don Juan fue Teniente de Corregidor de Chimbo. Ya era dueño de un trapiche de caña en Laluncoto y de la hacienda Tanizagua que vendió en 1811. Ese año fue llevado preso a Ambato por parte de los patriotas de Quito. En 1816 era síndico de la iglesia de Chimbo y debió morir casi centenario en esa población.
En agosto de 1789 nuestro biografiado era Clérigo de órdenes menores en Quito y gozaba de las rentas de las capellanias fundadas por sus bisabuelos maternos Lucas Montero y Francisca Guevara. Era Colegial del San Luis de Quito. Vivía rumboso y adinerado. El 95 fue Licenciado en Derecho. El 96 sus padres y su tío abuelo Joaquín Barragán fundaron un cuantioso patrimonio en su beneficio, mantuvo un romance y fue padre del Doctor Manuel Angulo, ilustre jurisconsulto liberal de lucidas actuaciones en los congresos de la época republicana.
En 1801 estaba de Párroco en Balzar, después fue largo tiempo Cura en Asancoto, construyó la casa parroquial y acopió madera para la edificación de la iglesia. En 1809 abandonó el curato para perseguir a los patriotas de Quito pues su carácter fogoso, arrebatado y temerario le predisponía para la aventura y la guerra pero como Asancoto dependía de Quito el Vicario Prospero Vásconez le cesó en sus funciones y tuvo que huir del pueblo. Entonces negó públicamente su obediencia al Obispo de Quito y se refugió en las montañas del río Changuil, cercanas a la actual población de Montalvo, de donde salió a la llegada del nuevo Presidente de la Audiencia. En 1810 ayudó a las tropas realistas del Coronel Manuel Arredondo alojándolas en Guaranda, pero cuando éste se retiró de Quito tras las matanzas del 2 de agosto de 1810 se enemistó con él y le acusó de traición al rey, tal la vehemencia de sus convicciones.
Cuando Carlos Montúfar hizo su arribo a esa capital volvió a esconderse; sin embargo, siendo un sujeto animoso, se dedicó a mantener transitable el camino a la costa para favorecer a las tropas de nuevo Presidente Toribio Montes, luego atacó el fuerte de San Antonio con gente de Asancoto, finalmente confundió a las tropas del Coronel Guyón que eran patriotas y cuando se dio cuenta de su error tuvo que huir por barrancos y precipicios.
A finales de 1812 se hizo nombrar Vicario de Guaranda y como fuera reconvenido por el de Quito, viajó a la capital y le dio de golpes a Monseñor Sotomayor y Unda. En Quito emitió su opinión favorable para que se declare la sede vacante por ausencia del Obispo José Cuero y Caicedo.
De vuelta a Guaranda entró en pugna con el Corregidor Víctor Félix de San Miguel y como no podía ocuparse del curato en Asancoto porque nuevamente se había dispuesto su prisión por parte del Vicario Vásconez estuvo dedicado al comercio e influyó en las poblaciones para que se acataran las ideas realistas. En 1817 el Presidente de la Audiencia Juan Ramírez de Orozco le solicitó para una prebenda en la catedral de Quito.
Cuando Guayaquil declaró la independencia el 9 de octubre de 1820 fue comisionado por el Cabildo de Guaranda para contener el avance de las tropas patriotas. El 7 de enero del 1821 encontró a las tropas guayaquileñas en Sabaneta pero el Capitán Luis Urdaneta no le hizo caso. El 9 se produjo el combate de Camino Real que fue favorable a los guayaquileños, quienes ocuparon Guaranda. Benavides tuvo que hacer jurar desde el púlpito el acatamiento al nuevo estado de cosas; sin embargo, la noche anterior, firmó con doce realistas, más una Acta secreta a favor del Rey.
Tras la derrota de Huachi los guayaquileños se replegaron hacia la costa y Guaranda volvió a quedar en poder de los realistas. Para reparar el desastre de Huachi se formó en el puerto principal una fuerza de mil hombres bajo el mando del Comandante José García Zaldúa, que arribó a San Miguel el día 26 de diciembre de ese año y comenzó inmediatamente las operaciones. El Coronel realista Miguel de la Piedra estaba en Guaranda con solo quinientos hombres, pero como se había enamorado al máximo de una jovencita de esa población llamada Manuela, no se decidía a salir a enfrentar al enemigo costeño.
El 1 de enero de 1822 los patriotas levantaron el campo para atacar Guaranda y Piedra seguía impertérrito, Benavides le fue a buscar aunque inútilmente, pues el Jefe realista opinaba que no debía moverse por la superioridad que le daba estar en la población. Entonces el Cura montó en cólera, cosa nada difícil en él, reunió unos noventa y seis de sus paisanos armados de machetes y lanzas y a caballo se presentó ante Piedra, indicándole que iba a buscar al enemigo. El Coronel quiso hacer valer su autoridad, mas, la improvisada caballería no pertenecía al ejército y tenía que habérselas con un sujeto enérgico, válido de su carácter sacerdotal, cedió finalmente y a eso de las tres de la tarde desfiló con su tropa por el camino a Chimbo pero empezó a quedarse a la retaguardia y Benavides se fue donde él y tomándole del brazo le dijo: Que Manuela ni que Manuela, vamos mi Coronel a la guerra, dicho que se hizo muy popular por entonces.
García estaba en San José de Chimbo según noticia que recibió Piedra en el camino, por lo que determinó volver a Guaranda ¡Tan pocas ganas tenía de combatir¡ por eso Benavides le obligó a continuar al pueblo de Chapacoto, hoy La Magdalena, para jaquear al enemigo, ocupando una posición desde la cual se podía cortar las comunicaciones con Guayaquil.
Al llegar a la hacienda Tanizahua, a legua y media de Chimbo, pernoctaron en la casa de Benavides para descansar. Al día siguiente García salió a su encuentro y Piedra empezó a disponer su fuerza; mas, el porfiado Cura le llevó la contraria y mientras el realista quiso situar su infantería en dos alas a los costados y la caballería apoyándose en la casa de hacienda, que estaba ubicada al pie de una pequeña colina, entre una quebrada cubierta de matorrales que cortaba el campo y varias elevaciones pequeñas o pliegues de la cordillera, Benavides prefería que la caballería ocupara la colina para atacar con velocidad y fuerza cuando fuere el momento. Entonces se carajearon y dijeron zamba canuta, y cada cual hizo lo que le vino en gana, pues mientras el Capitán Piedra dispuso su fuerza a su gusto. Benavides se fue con los suyos a esconderse a la quebrada, confiado en que sorprendería a los confiados patriotas.
A eso de las diez y media de la mañana atacó García por el frente y por un costado justamente el que daba para la cordillera y antes de las once parecía que la victoria estaba de su lado porque los realistas cedían terreno; visto lo cual, los patriotas renovaron sus gritos de júbilo seguros del triunfo, momento que aprovechó Benavides, que iba vestido enteramente de negro, para acometer por la retaguardia animando a los realistas que atacaron por el frente y tomados los patriotas en el centro, se desbandaron en menos de diez minutos buscando la salvación en la fuga, pues había comenzado una feroz matanza.
Recién en ese momento Benavides se acordó de que era clérigo y comenzó a recorrer el campo de batalla en su alazán, dando gritos para que cesara la matanza y se concediera cuartel. Piedra lo abrazó concediéndole el honor del triunfo. Los patriotas perdieron ese día cosa de 410 hombres entre muertos y heridos, 109 cayeron prisioneros entre ellos el Jefe García. Fueron tomadas 3 banderas, 900 fusiles y 260 caballos y lo que es peor, se perdió la oportunidad de continuar la guerra sobre Quito. Los realistas solo tuvieron 16 muertos y 12 heridos, contándose entre estos últimos a 2 soldados, a quienes el Cura abrió la cabeza con su fuete para que no continuaran asesinando a los rendidos. De maneras que esta infausta fecha en el calendario de la Patria ha pasado a ser conocida como la emboscada del clérigo Benavídes en Tanizahua para asesinar a los libertadores de su Patria.
Piedra volvió enseguida a Guaranda y como fuere importunado por su Manuela, hasta con lágrimas en los ojos, de que no fusile a García, joven en extremo apuesto, se puso celoso y decidió justamente hacerlo.
El 5 de enero de 1821 salió el Teniente Coronel García vestido de pantalón negro y blusa colorada al centro de numerosa escolta. El pueblo estaba reunido en la plaza de la población. Benavides procuraba que se arrepintiera haber hecho armas contra la sagrada autoridad del monarca. García iba en silencio, en la puerta de la iglesia besó un crucifijo y murió por dos descargas de fusilería que prácticamente le despedazaron.
Después ocurrió lo inaudito: le cortaron la cabeza y las manos a la altura de las muñecas. La cabeza fue enviada a Quito donde la colocaron en una jaula de hierro sobre el puente del río Machángara dizque para escarmiento de la población, que tuvo que presenciar horrorizada y por algunas semanas tanta barbarie, indigna de un pueblo que se decía civilizado. La mano derecha fue a parar a otra jaula que estuvo largo tiempo en una de las calles céntricas de Quito, llamada desde entonces Ayamaqui, o mano del muerto, en quechua. La mano izquierda se la guardó Benavides y como pública muestra de su triunfo la hizo poner sobre una picota, en un árbol de capulí que crecía por las afueras de Guaranda, permaneciendo podrida y tumefacta, causando horror a quienes la veían y nauseabundos olores, hasta que el propicio sacerdote la mandó a retirar (2)
En Aaril de 1822 organizó tropas en Guaranda y en san Miguel para atacar a la retaguardia del general Sucre, que había subido desde Guayaquil, pero las tropas del General Hermógenes Maza le vencieron. En Julio de 1822, tras la batalla del Pichincha, conspiró contra las autoridades grancolombianas. En Septiembre el Obispo de Quito, Calixto Miranda, le expulsó de la Asamblea Electoral y poco después fue sacado del país con algunos de sus familiares, aunque no faltó quien propuso fusilarlo, salvándose únicamente por su condición de sacerdote.
En el Perú vivió dos años ganando fama y algo de dinero como orador
sagrado y hasta llegó a ser Secretario del Obispo de Trujillo, pero un día se dio de mojicones nada menos que con un Canónigo y en plena sacristía, por una disputa sobre el ceremonial, y tuvo que variar de Diócesis hasta que terminó por avecindarse en Ayavaca. En 1824 se le vió nuevamente en su Patria. Los sucesos de 1822 habían sido olvidados, ya no inspiraban rencor. Fue recibido con alegría y reasumió el curato de Guaranda. El 30 decidió concursar para una de las Canonjías del Coro catedralicio de Quito y a pesar que superó a sus contrincantes en conocimientos, no se la concedieron, en razón de su pasada mala conducta, y volvió derrotado a Guaranda.
En 1840 se le ocurrió mandar a construir un cementerio, pues había sido costumbre enterrar en un sitio de las afueras que no se prestaba para ello. En la obra gastó algún dinerillo y el 1 de enero de 1841 lo bendijo en solemne acto al que asistió toda la población y aquí viene la leyenda, puesto que esa noche tuvo pesadillas y soñó que una mano gigantesca salía de la oscuridad y le apretaba el gaznate hasta hacerlo morir, la misma mano del bravo Teniente Coronel García cuyo recuerdo no había podido olvidar. El día 2 pasó preocupado y esa noche se acostó con miedo pues se había desatado una tormenta eléctrica y hacía más frío que nunca. A las doce, que es hora pesada según dicen, por ser la preferida de los muertos, debió sucederle algo raro porque al día siguiente, 3 de enero, le encontraron en la cama, con el pecho desnudo y un horrible rictus de terror en los labios, posiblemente a consecuencia de un violentísimo ataque de apoplejía y cosa rara, estrenó el Panteón.
“Supo educarse hasta llegar a los estrados del sacerdocio donde ejerció su ministerio con la abnegación propia de su carácter”. Ángel Polibio Chávez le describe como de despejada inteligencia, sabio en materia de su ministerio, intachable en su conducta privada y más que la reina y los príncipes, amante del Rey.
“Alto, medía más de dos varas. Rollizo, moreno y picado de viruelas. No era muy simpática su presencia; dominante, de carácter porfiado y sin maneras sociales. Sobre la sotana traía siempre un ancho poncho de bayeta de pellón, usaba sombrero de paja
de inmensas dimensiones y eran los caballos su pasión predilecta, sobre todo su alazán de más de doce cuartas de alto, cara de elefante y cascos en cuyos herrajes entraba casi media arroba de fierro”.
“Su indomable carácter, su voluntad enérgica, procuraba realizar todo aquello que se proponía”, hubiera sido un buen ciudadano si no se hubiera afiliado – más bien por rutina y sobre todo por ignorancia – entre la clerecía realista malvada y alharaquienta de esos sádicos tiempos.