Barros de San Millan Manuel

Por Dr. JULIO PIMENTEL CARBO.
A Fines del siglo XVI orden6 Felipe II la lmplantación de la cobranza de las alcabalas en todo el territorio del Virreinato del Perú. _Su vigencia comenzaría a partir del 10 de enero de 1592, reducido el impuesto al 2% y su ejecución causo un grave malestar entre los habitantes de los distritos virreinales; pero ninguno subió a tal punto como el que se produjo en la Audiencia de Quito, gobernada a la sazón por el Dr. Manuel Barros de San Millán; el cobro debía hacerse desde el 15 de agosto del indicado año.
El Cabildo quiteño noticioso de la cedula real y de la carta del virrey D. García Hurtado de Mendoza, resolvió nomine discrepante rechazar la alcabala. Los hechos acontecidos en Quito hasta sus u1timas consecuencias, se han relatado extensamente por historiadores nacionales y extranjeros, por lo cual en mi escrito me limitare a referir los sucesos habidos en Guayaquil durante el tiempo que abarco la llamada Revolución de las Alcabalas.
Alarmados el Presidente y los miembros de la Audiencia, solicitaron en 1° de octubre auxilio al virrey del Perú, y entonces date despacho de inmediato al General Pedro de Arana con algunas tropas convenientemente provistas, que debían abandonar el Callao con rumbo a Guayaquil.
¿Quién era el Corregidor de Guayaquil en 1592? Ocupaba este cargo en la ciudad el Gral. y Maese de Campo Bartolomé Carreño y Ribera, natural de Sevilla, pero sus antepasados provenían de las Asturias de Oviedo, del lugar de Avilés, con case y solar en el Consejo de Carreño, junto a una aldea de Illamo. Por lo visto, no era un poca cosa en España, pues había venido a Indias con una cédula real de recomendaci6n ex-tendida a su favor en Bilbao, a 3 de marzo de 1582, para que el Virrey del Perú lo ocupase honrosamente: en efecto, el Marques de Cañete lo destine al Corregimiento del puerto de Guayaquil. Estaba casado con Catalina González de Prado y Canales.
Discurría así con sus funciones cuando el navío de Arana dio fondo en Guayaquil, posiblemente en la primera quincena de noviembre, “con la gente que traía por orden del virrey… al socorro de esta Real Audiencia, que estaba oprimida por algunos que quisieron impedir y turbar el asiento de las reales alcabalas”, al decir del Cap. Francisco de Proaño de Los Ríos, uno de los acompañantes del Gral. Arana, en la expedición militar. Prevenido el corregidor, ya tenía en la ciudad y “a su cargo 400 hombres de guerra” que debían marchar con los recién llegados inmediatamente por el Río hasta el desembarcadero, y continuar por tierra al asiento de Chimbo.

Cuatrocientos soldados me parece elevado su número, sin embargo yo no puedo alterar el testimonio escrito; pero si advertir una verdad: cuando Arana llego a Puna quiso que los criollos se adhiriesen a su compañía… 
Y pidió socorro de gente de Guayaquil, “para entrar a Quito”; y se hizo entonces fuerza para que muchos soldados y criollos de la ciudad se alistasen en su ejército. De ahí, quizás, el crecido numero que aparece en la leva del corregidor Carreño, a la que hemos aludido. También Arana desde su arribo a la Isla, dio aviso al Corregidor para que “atajase los pasos del camino de la ciudad de Quito”, a fin de que no se supiese su viaje a la capital de la Audiencia. 
“De manera que con su buena ayuda vinieron muy bien aviados porque constantemente acudió con su hacienda para socorrer y regalar a los soldados”. Son palabras textuales de un testigo de los hechos.
Cumplidas estas andanzas, el Gral. Pedro de Arana se estableció provisionalmente en el Corregimiento de Chimbo. Hasta ahí concurrió el Maese de Campo Bartolomé Carreño dos veces con socorro de gente y arenas, a pedido de Arana, pues, con estos refuerzos esperaba marchar a Quito para “asentar 1a cobranza de las reales alcabalas”. 

Mientras tanto, Carreño daba información importante al Gral. Arana sobre lo que convenía hacer y cautelar, y este a su vez le consultaba por cartas a las qua correspondía “con los arbitrios convenientes”. El mismo virrey peruano qua recibía noticias suyas, “le mando por partes urgentes le avisase–Como así lo hizo en varias ocasiones-de las cosas tocantes a esta materia”, que tanto le preocupaba en la ruidosa Corte limeña.
Igualmente, Carreño presto su ayuda “en el avión y embarcac16n de toda la gente… que vino de socorro con D. Francisco de Cárdenas…mostrando en aquella saz6n el celo que siempre tuvo a su rey”, en el cumplimiento de sus funciones, especialmente en el “despacho de los soldados que venían por la mar” pare contribuir a la pacificación de la Audiencia bajo las ordenes del Comisionado Arana.

Pronto regreso a la Ciudad el Capitán Francisco de Proaño para continuar a Lima, con el propósito de traer mil hombres que reforzaran las fuerzas de Arana, que los necesitaba para seguir hasta Riobamba y Latacunga, antepuertos de su entrada posterior a Quito, “alborotada -como se decía en razón de las alcabalas”, ese año difícil de 1592. 
Una vez que el Gral. Pedro de Arana se hizo fuerte en el asiento de Chimo, como se ha visto, donde esperaba y recibía las provisiones y soldados subidos desde el puerto de Guayaquil, marcho con toda su gente qua iba engrosando con el concurso de otros corregimientos cuyas autoridades imitaron el impulso inicial de Carreño, hasta Quito, a donde llego con sus tropas luego de fatigosa empresa de marchas y contramarchas, al comenzar el mes de abril de 1593.
Solo entonces consiguió el fin pretendido por el Virrey y la Real Audiencia “el castigo de los promovedores de la inquietud y desasosiego público”, que tantos daños habían causado en la sede de la Audiencia quiteña. ¡Y el escarmiento fue terrible!
El Corregidor de Guayaquil, en todas su actuaciones oficiales, estuvo acompañado del Escribano del Cabildo, Diego de Navarro-Navarrete, el mozo, a manera de soporte legal; y juntos “despacharon las requisitorias y recaudos necesarios que fueron de grande importancia para el buen efecto que sucedi6”. Asimismo, Navarro-Navarrete en su condición de Escribano de Cabildo, “fue gran parte para que con quietud se admitiesen las alcabalas cuando se entablaron en Guayaquil”.
Ray datos en los papeles del Archivo sevillano qua dan a conocer que si se enviaron noticias a Guayaquil, de los sucesos acaecidos en Quito y sus giros revolucionarios. Por otro lado, existe una versión de que el pedido a la ciudadanía guayaquileña pare que apoyase la rebelión de las alcabalas, llego muy tarde -porque no avanzaron los avisos con la debida celeridad-, esto as, cuando ya el Corregidor Carreño fidelísimo servidor del virrey de Lima, a quien le debía el cargo, había tornado medidas coercitivas pare evitar su propagaci6n y toda clase de apoyo popular. ¡Como buen sevillano, cuidadoso de su honrilla, defendía también su lealtad!
Según se ha visto, el Gral. Bartolomé, Carreño y Rivera fue nombrado Corregidor de Guayaquil por el virrey García Hurtado de Mendoza, cuarto Marques de Cañete. Después, el virrey Luís de Velasco lo hizo Corregidor de Paita; pero murió en San Miguel de Piura adonde se le había trasladado con igual denominaci6n.
En el primer párrafo de este escrito hemos indicado qua al comenzar la rebelión o motín de las alcabalas en Quito, estaba de Presidente de la Audiencia el Dr. Barros do San Millán, viejo letrado de larga tradición en la alta burocracia española asentada en América. Sin embargo, fue lamentable la existencia del Dr. Manuel Barros de San Millán. A los archivos me remito.
Barros de San Millán.
En efecto, pocas veces habían llegado a la Corte de España -en la u1tima década del siglo XVI-, dirigidas al Supremo Consejo de Indias o al mismo despacho del rey, comunicaciones conteniendo denuncias tan atroces y crudas como las enviadas por los vecinos de Quito, acerca de la conducta, administrativa y política del Presidente de la Real Audiencia, Dr. Barros de San Millán; se divulgaban en ellas, además, hechos de su vida intima: así con uno de estos testimonios as le imputa hasta de pecado nefando porque tenía consigo unos jóvenes esclavos negros con los cuales refocilaba de buena fe, pero públicamente dando de esa manera pábulo a la maledicencia…
A decir verdad, Barros de San Millán, a más de su carácter díscolo y vanidoso, no se mordía la lengua en sus apreciaciones sobre los vecinos quiteños, tanto laicos como clérigos, menos todavía cuando referías a los Oidores calificados por e1 de bellacos, malandrines y codiciosos.
Eso si, tenaz defensor de los indios, empero este solo motivo característico suyo lo hacía odioso a los encomenderos y dueños de obrajes que veían disminuida con las novedades administrativas de su gobierno, la mano de obra barata, en ocasiones gratuita y continuada proveía por los indígenas de la serranía.
Tanto odio había acumulado sobre si que estando ya en España, condenado de por vida a destierro perpetuo de América, vivió Barros infeliz hasta sus últimos días en Tardecillas, sumido en un mundo apagado, pero poblado de espantosos seres andrógenos que lo acosaban sin piedad, en acto final expiatorio, con los punzantes recuerdos de las sangrientas alcabalas de Quito.

Barroso Diego

Contador de la Real Hacienda. Asimismo, Regidor de la ciudad.