ARZUBE DE ROCA, Mercedes


Venía desde la época colonial un sello impreso en la personalidad de la mujer guayaquileña, descrita en relatos de viajeros que la admiraron por sus atributos físicos, además como gran conversadora, franca, ingeniosa, coqueta, emprendedora, valiente y activa en asuntos de la comunidad. Por efectos del ambiente cosmopolita propio de todo puerto o por la transmisión de tal legado, al cual nunca renunciaron, así eran las señoras de esta tierra que en la generación precedente nos impresionaron por su carácter vigoroso, el cultivo de su intelecto y su chispeante simpatía. Rosa Borja de Icaza, María Piedad Castillo de Leví, Zayda Letty Castillo de Saavedra, Zoila Luisa Campodónico de Caputi, solo para citar unos cuantos ejemplos entre los cuales se inscribe doña Mercedes Arzube Jaramillo de Roca Carbo, el personaje que trataremos de ubicar en el justo nivel de las incontables realizaciones de su vida.
DEL GUAYAS AL TÁMESIS
Había nacido el año 1912 en Guayaquil en el hogar del ilustre galeno Dr. Juan Arzube Cordero y de doña María Jaramillo. Partió con su familia a Londres, cuando era una adolescente y destacada estudiante de piano de los maestros José Vicente Blacio, Francisco Nugué Morros y María Luisa de Valdez.
En dicha ciudad continuó su formación artística como alumna de la Real Academia de Música de Londres en las asignaturas de piano, composición, historia de la música, baile e idiomas inglés y francés. A los 15 años hizo su primera presentación en el Court House y en 1930, antes de obtener su título de concertista, debutó en el Princess Hall de la Facultad de Artes, interpretando el Concierto de Bach en Fa menor, acompañada por la “Sinfonietta String Orchestra” de Londres, figurando como una de las tres mejores alumnas del célebre maestro polaco Serge Krish, con excelentes comentarios de la prensa londinense.
De vuelta a Guayaquil, el 17 de junio de 1933 dio su primer concierto en el Teatro Olmedo a beneficio de la “Casa Cuna” fundada por su progenitor, cuyo nombre se le impuso posteriormente. Y desde ese día el producto de sus aplaudidas presentaciones estuvo siempre destinado a fines benéficos.
“VISITA MUSICAL”
La conocí aproximadamente en el año 1950 en una audición de “Vida Porteña”, revista radial de arte y cultura que detallé para Uds. en la etapa anterior de estas crónicas. Presentada por Sixto Vélez y Vélez, disertó brevemente sobre Debussy y los compositores impresionistas. Su dulce voz con cierto acento sajón creó la atmósfera adecuada para introducirnos a la “Catedral sumergida” mientras sus dedos recorrían el teclado reproduciendo los fantásticos arpegios del genial músico francés. Con el paso del tiempo tuve el privilegio de tratarla personalmente muchas veces, acrecentando mi admiración hacia su arte depurado y a su excepcional calidad humana, puesta de manifiesto en todas las gestiones que emprendió, determinando atención prioritaria a su hogar formado con don Octavio Roca Carbo y a sus hijos Sonia, Pamela, Alicia y Octavio. Para compartir el amor por la música actuó gratuitamente y durante muchos años en “Vida porteña”, en el programa radial “Oasis”, en sindicatos obreros, en escuelas y colegios, en el Centro Alemán, en las primeras transmisiones de canal 4 y fundó su propio espacio cultural radiado con el nombre de “Visita musical”, semanalmente transmitido por Radio Guayaquil y Radio Suceso, ofreciendo amenas charlas de historia del arte, comentarios sobre libros y temas varios, haciendo entrevistas a sus invitados y difundiendo conocimientos de música clásica que interpretaba con solvente maestría.
EL TEATRO Y ASENIR
Una jugada del destino que puso a prueba su fe y su voluntad de superación, la impulsó a aunar esfuerzos para concretar la fundación de un centro asistencial de niños con problemas de retardo mental y junto al grupo de pioneras liderado por doña María Esther Martínez de Pazmiño. Intervino en la conformación de ASENIR, siendo miembro fundador y activa integrante del primer directorio. Entonces, los recitales y conciertos que antes daba en beneficio de otras entidades, se multiplicaron para recaudar fondos dedicados a la nueva obra que tuvo entre los primeros pacientes a su propio hijo. Y fue con este propósito que reveló otra de las portentosas facetas de su personalidad, al reunir en su casa a los amigos y amigas con los que dio vida a un grupo teatral de comedias, o ofreciendo presentaciones de alta calidad con “La familia Smith”; “La risa va por barrios”; “Sucedió en la Riviera” y “Las preciosas ridículas”, s obras en las que ella asumió aplaudidos roles estelares a satisfacción de directores como Felipe Navarro y Eduardo Solá Franco.
Después supimos que sus dotes de actriz habían sido descubiertas en la ciudad de Los Ángeles, durante una estancia en dicha urbe californiana, en donde debutó con éxito en el Willshire Ebell Theatre, cuyos programas y comentarios conservaba. Discretamente, porque no era dada a hablar de sí misma ni a mostrarse vanidosa de los logros alcanzados, respondía a las interrogantes periodísticas, con voz amable, expresión mesurada y fino sentido del humor. En ello estaba una porción de su mérito. El resto era la suma de componentes esenciales para constituirla en un ser especial: optimista, llena de entusiasmo, sensibilidad, voluntad para vencer la adversidad, coraje para enfrentarse a los prejuicios, femineidad y un señorío indiscutible para el que no hacían falta caudales que no poseía, ni abolengo que no utilizaba, porque con los títulos de “Dama y Artista”, le bastaba…