ARENAS Y FLORENCIA ALONSO

CORREGIDOR DE IBARRA.- Nació en el virreinato del Perú, alrededor de 1634 y era descendientes de españoles de renombre y de los reyes andinos por ser bisnieto materno del Inca Alonso Titu Atauchi, quien era sobrino carnal de los Inca Huáscar y Atahualpa y consecuentemente nieto del Inka Huayna Cápac.

Su hermano José de Arenas y Florencia había viajado a Madrid a solicitar un Corregimiento y otras mercedes a la corona pero su petición volvió devuelta al Virrey del Perú para que decidiera sobre su idoneidad; sin embargo, en el juicio seguido contra don Alonso se indica que su hermano José si alcanzó mercedes, consistentes en un Escudo de Armas propias y una de las Contadurías vacantes y parece que llevó consigo un árbol genealógico muy amplio sobre sus ascendientes Incas y que éste llegó a las manos del Inca Gara laso de la Vega sirviéndole para escribir sus “Comentarios Reales” en la ciudad de Córdova.

Su bisabuelo materno el caballero español Martín de Florencia pasó entre los primeros conquistadores al Perú, estuvo en la reducción del Inca Atahualpa en 1532 en Cajamarca, continuó con Pizarro y finalmente obtuvo una gran posición en el Cusco, gozando de una Encomienda, con la cual amasó fortuna. Su padre, en cambio, era un español que había servido en el ejército de Chile.

En diciembre de 1666 arribó don Alonso a Ibarra, llegaba en pobreza y tras mucho tiempo de tramitar algún puesto. Le acompañaba una hermana con quien era muy unido para que ella se haga cargo del manejo de su casa. Los Arenas y Florencia tenían algunos parientes en la jurisdicción quiteña, siendo la más importante Isabel Atahualpa, quien ya estaba de bastante edad y se decía tía de ellos por ser hija de Alonso Atahualpa, nieta del Auqui Francisco Atahualpa y de la Cacica Beatriz Ango y bisnieta del Inca Atahualpa. También se reconocía parentesco con Andrés de Narváez, Cacique de Saquisilí y con la mujer de Roque Ruíz, indio ladino porque sabía leer y escribir, miembro del común de Riobamba, maestro de niños españoles, que oficiaba de secretario de Isabel Atahualpa.

Don Alonso les hizo saber a los Caciques y principales de su Corregimiento compuesto de las poblaciones de Otavalo, Ibarra, el Lago, Caranqui y Urcuquí, que era uno de los descendíentes por línea recta que aún quedaban del Inca, que en su casa tenía “un lienzo de dos varas y media de largo, en cuya base se encontraban pintados diez reyes Incas formando hilera con los nombres de dichos monarcas, que en el centro estaba Huayna Cápac, de cuyo pecho nacía el tronco de un árbol con muchas ramas a uno y a otro lado y al derecho muchos españoles y españolas y al izquierdo los más indios.” Este lienzo mostró a los Caciques y gobernadores de Ibarra y Otavalo y a los más ladinos y capaces, para explicarles que ellos también salían de allí, por tal o cual lado, llamándoles primos y permitiéndoles que hinquen sus rodilla y besen el lienzo en señal de acatamiento, finalmente les prometía todo valimiento a su favor, pero como existía un recuerdo vivo de la época anterior a la llegada de los gentiles, época que se presentaba a los ojos de los indígenas como de extraordinaria bonanza y felicidad, algunos autores modernos han pensado que don Alonso pudo haber intentado revivir el mito del mesianismo andino, época en que los naturales recobrarían sus perdidos derechos, lo cual parece que no fue verdad.

Lo raro del caso es que durante su trayecto por diferentes poblaciones tales como Riobamba, Quito, Guayllabamba, Tabacundo y San Pablo, al saber los indios que iba de paso un descendiente de Inkas, le salían a recibir con grandes muestras de alegría. Ya en los límites de su Corregimiento le ofrecieron ritos incaicos, una vajilla de plata, ceremonias de bienvenida con arcos de flores, castillos y luminarias y en su honor se trajeron andas de Inca y Palla y fue conducido con su hermana en sillones dorados, con los vestidos más elaborados y en hombros de indios porque más de mil naturales se congregaron al efecto.

Don Alonso había llegado montado en una mula pero tuvo que cambiarse a las andas, siendo precedido de multitud de indios que barrían el camino con sus lanzas atadas a manojos de cerdas como a la antigua usanza. En San Pablo fue banqueteado, pero se ganó la animadversión del Cura doctrinero pues dio mayor importancia a los Caciques y hablaba casi solamente con ellos, en quichua por supuesto, porque era bilingue. Igualmente expresó que prefería el cuy y la chicha a cualquier otro alimento. Desde ese momento los españoles se sintieron preteridos y comenzaron a hacer lenguas entre ellos, pues veían que don Alonso era más que un Corregidor y se portaba como rey andino, prefería a los indios sobre los españoles, les hablaba en quichua y por aquello de los alimentos.

Las relaciones de afecto que empezó a crear con los Cacique eran de gran utilidad para su gobierno pero en cambio fueron materia de sospecha para los españoles, que no entendían estos nexos de parentesco como algo natural, de suerte que a los pocos meses le denunció a la Audiencia el

Cura de Atuntaqui y se instruyó un proceso titulado “Autos de oficio sobre los procedimientos de don Alonso de Arenas y Florencia Inga, Corregidor de la villa de San Miguel de Ibarra y festejos que le han hecho los gobernadores y caciques de esta provincia” donde declararon cuarenta y cuatro testigos, entre españoles e indios.

Ya en prisión don Alonso negó la existencia del lienzo genealógico pero el Cura manifestó que le había visto usar ropa ceremonial de los Incas en ceremonias secretas con los Caciques y Curacas, quienes – a su criterio – solamente eran cristianos por fuera, pues por dentro aborrecían a la gente española.

En la realidad, el simple hecho de tener un Corregidor descendiente de Inkas había alterado los patrones de conducta de los indios de los contornos, vueltos muy altivos y soberbios. Ademas don Alonso llamaba Vuestra Merced a los Caciques y hasta los trataba de primos, permitiendo que le visiten en cualquier momento, falta gravísima al protocolo siendo como era una autoridad, de manera que para los españoles don Alonso era un peligro en potencia pues con su conducta había alzado a los naturales del estado de sometimiento al que habían estado acostumbrados.

El juicio finalizó en 1668 con la pérdida del Corregimiento y el regreso de don Alonso y su hermana a Lima;  sinembargo el Virrey Conde de Lemos le rehabilitó y compensó con el Corregimiento de Paria en el Perú, por lo que no parece que don Alonso hubiere buscado en Ibarra ser un nuevo mesías andino ni cosa parecida. Fue la frustración de los españoles, al sentirse postergados en el trato del Corregidor, la que debió motivar su destitución.