Araujo Leonardo


Sacerdote Quiteño del Siglo XVII fecundo en ardides, ingenioso, activo, diligente y de una voluntad decidida e incontrastable, sin que ni el visitador Mañozca, ni su aduladores cayeran en la cuenta de nada, ni sospecharan lo que estaba pasando, se puso de acuerdo con el Presidente Antonio Morga, con los oidores y con varias otras personas; aparejaron un extenso memorial con cartas de los jesuitas, de los mercedarios y de los franciscanos, en las que se recomendaba encarecidamente la conducta del Doctor Morga, y se ponderaba lo triste de la situación a que lo había reducido el visitador Mañozca y con estos documentos el Padre Araujo salió de Quito y emprendió viaje a España, con una prontitud y una diligencia, que, aun ahora, serían sorprendentes. Y negoció en la corte con tal habilidad, que, habiendo salido que Quito en Marzo de 1626, en Septiembre del año de 1627, estuvo ya dispuesto el visitador, que al enterarse de todo lo actuado por Araujo se dirigió al Provincial Fray Fulgencio Araujo, hermano entero del anterior, para que lo desmienta con nuevas cartas. Mañozca tuvo que permanecer alejado de Quito y el Padre Leonardo Araujo regresó, con lo que la ciudad y su concento se dividieron en dos bandos irreconciliables, unos con Araujo y otros con el Padre Francisco Chávez.
Entre tanto, Fray Leonardo Araujo, fingiendo un viaje de mero descanso a la provincia de Imbabura, toma disimuladamente el camino de Pasto, para bajar por el Magdalena a Cartagena, y embarcarse de nuevo para España, para seguir intrigando contra Mañozca, que todavía conservaba algo de poder. Fray Leonardo era astuto y previsivo; armase de patentes y recomendaciones para el buen éxito de su viaje, y salió a ocultas de Quito, encargando a Fray Andrés sola, provincial de los mercenarios, que, con toda seguridad, le remitiera a Pasto un par de petacas, en las cuales llevaba sus papeles y documentos.
Para cumplir mejor la recomendación de su amigo y confidente, determinó el Padre Sola llevar él mismo en persona las petacas hasta Pesillo, desde donde le sería más fácil remitirlas a Pasto.
En efecto, una mañana, como a eso de las nueve, los indios de Pesillo salían del convento de la Merced, conduciendo una mula con dos Petacas, y tomaban el camino del Norte: el Padre Sola creía que nadie era sabedor de su secreto, pero se equivocaba grandemente. Los indios llegan al ejido y allí tres frailes agustinos, armados de garrotes, les salen al encuentro, los detienen y les intiman que entreguen al punto las petacas: los indios resisten: los frailes hacen del cabestro a la mula; los indios defienden las petacas, agarrándose de ellas por entrambos lados: los frailes descargan sobre los cuitados sus garrotes y, apaleándolos, le quitan violentamente la mula, y se vienen a Quito, tirándola del destierro. Asustados los indios, regresan a carrera a la Merced: en la calle encuentran al Padre Sola y le dan cuenta de lo que había pasado. Oye el Padre Sola la noticia de los indios, voltea riendas a su caballo lo espolea y corre tras los agustinos: Alcanza a divisarlos de lejos, y comienza a dar gritos, clamando que le devuelvan las petacas: los agustinos hacen como que si no lo oyeran, y acelerando el paso: se meten por la puerta falsa de su convento: quiere el Padre Sola darles alcance; pero, en el afán de correr, resbala sus cabalgadura y da con el fraile en tierra. Los agustinos habían conseguido su objeto: se habían apoderado de todos los papeles del Padre Araujo.
La ciudad de conmovió: nadie sabía darse cuenta de lo que estaba pasando: unos levantaban del suelo al Padre Sola, otros seguían a los agustinos: frailes de la Merced bajaban corriendo: los tres indios hablaban a gritos en su idioma, y el concurso de curiosos se aumentaba por instantes. ¿Qué es esto?… preguntaban todos, con curiosidad…los Padres agustinos le han robado las petacas del Provincial de la Merced, respondían algunos.
El Padre Sola se presentó en la Audiencia, demandó judicialmente a los agustinos y exigió que le fueran devueltas las petacas: admitida la demanda, se dio orden al Prior de los agustinos de entregar las petacas. El Padre Chavez cumplió, sin dificultad, el auto de la Audiencia, presentó las petacas e hizo constar que eran de si provincial, del Padre Leonardo Araujo, que había emprendido viaje a España, sin patente del Definitorio. Llegado a este punto semejante negocio, todos guardaron silencio, contentándose los oidores de informar vagamente al Consejo de lo que había sucedido. Este fue uno de los más escandalosos incidentes a que dio motivo la estrepitosa visita del Inquisidor Mañozca.