Los momentos culminantes del 1988 de las artes visuales en Guayaquil serán, sin duda, dos grandes retrospectivas y la inauguración de la pinacoteca de arte contemporáneo del Museo del Banco Central, con el lanzamiento de su catálogo – libro. Si se atiende a que los cuatro acontecimientos serán obra del Museo del Banco Central, ya se ve que la institución está de parabienes.
La primera de esas retrospectivas, la de César Andrade Faini, se abrió este mes de abril. 240 obras para un recorrido de medio siglo de pintar. Algunas decenas de estaciones fundamentales, como para aventurar un trazado del camino y sus etapas.
El propio artista, en un texto autobiográfico que rezuma sinceridad y da lugar hasta a la cólera y al reclamo contenido por décadas, delimitada su primera jornada y la caracteriza: 1936 – 1944, lo social en una pintura realista.
La estación de partida fue la serie “Miseria Social” una suerte de tesis de grado del joven artista que egresada, con honores, de Bellas Artes, en Quito. La serie mereció comentarios reticentes el más famoso de Benjamín Carrión, vigía mayor en el tiempo y pertenece a la historia como un generoso empeño de mostrar lacras sociales. Pero nadie la ha visto. La retrospectiva se abre por un boceto de esos cuadros: “La mansión de las mentes perdidas”. La rara pieza permite apreciar composición escenográfica y grupo patético. Todo con la seducción muralística a flor de piel. Extiende hasta el 44 esa etapa el pintor. Acaso, atendiendo a la pintura misma formas, cromática, tratamiento de la materia haya que extenderla más. Hasta el final de la década van ese color sombrío, esa materia espesa y las definiciones elementalísimas.
Ello es que en los cincuentas se aprecian decisivas novedades y notables calidades. “La década de los 50 es periodo de transición; de firme y certera transición” he escrito en el texto de catálogo de la retrospectiva. Transición no implica sino tránsito. Y el tránsito hacia una personalísima madurez puede hacerse con pasos de madurez. Es lo que ocurre con esta pintura a la que se la siente guiada por muy certero instinto visual. De 1953 es “Portal” y de 1955 “Festín”. “Portal” testimonia solidez. De las formas y el empaste; de la cromática. Composición, color, trazo, todo rebosa fuerza y lleva la mirada al grupo humano lamentable.
Ahora si se halló expresión visual válida para la “miseria social”. En toda la segunda mitad de la década se halla que una personalísima manera plasma en estupendas obras. Desde “Oasis 2”, tan bien construida y pintada y “Árbol amarillo” (lamentablemente no incluido en la muestra), de tan bello tratamiento cromático, las obras vigorosas y bellas se suceden (¡ y qué bueno tenerlas a la vista todas juntas!) “Gallero” (1956), en que ejes compositivos y cromática adquieren tan penetrante valor sígnico; “Vendaval” (1957), de qué fuerza, por ritmos y color intenso; “Latex” (1957), de gran poder cromático y rica imaginación, que crea un vigoroso juego de formas; “Paisajes mínimo” (1958), de encaprichado tratamiento de azules, grises, verdes y ocres. No es cosa de querer agotar tan ricas estaciones en un par de cuartillas. Allí está para guiar un recorrido, estación por estación, el texto del catálogo. Baste aquí señalar, a grandes rasgos, los decisivos tramos del camino.
Andrade Faini entra en la década de los sesentas dueño de personalísimo estilo y seguro oficio. Con sentido contemporáneo de la expresión visual: más allá de las soluciones renacentistas de la perspectiva, construye un espacio plástico con juegos de planos. Y encarga al color su valoración visual y dimensión semiótica.
Madura después el último rasgo de su definición estilística: esos planos de color de bordes aristados, que des hacen y re hacen los motivos. Y con ello se entrega a la empresa solitaria en las artes visuales ecuatorianas por no menos de dos décadas de reinventar el paisaje, diciendo, por forma y color, cuanto tiene de desolador, dramático o lírico. ¡Cuánto estupendo, vasto y ambicioso empeño en tan ejemplar empresa! Allí está, en la retrospectiva. Hay que verlo.