ALVAREZ ARTETA SEGUNDO

a) NICOLAS SAA

ADMINISTRADOR APOSTOLICO DE GUAYAQUIL. Nació en Quito el 25 de marzo de 1862. Hijo de Segundo Alvarez Landaburu, Colector de Manuales de la Catedral, fallecido joven en 1869 en Quito y de Maria del Tránsito Arteta, quiteños.

Fue el tercero de una familia compuesta de cuatro hermanos que sobrellevaron la orfandad y una pobreza extrema y al ser bautizado recibió los nombres de Segundo Nicolás. Desde los ocho años cursó estudios en la escuela de los Hermanos Cristianos del Cebollar y fue alumno del hermano Miguel que le aventajaba con ocho años, desde la tercera Clase hasta la clase Superior, intimando estrechísimos lazos de inseparable afecto, al punto que bien se podría decir que halló en él al padre que había perdido.

Un día el joven Alvarez enfermó gravemente y queriendo el Hermano Miguel, a toda costa, contrarrestar la enfermedad, realizó en su casa una fervorosa novena y logró su restablecimiento. Quizá por eso su madre comenzó a decirte “Quiero que seas Santo como el Hermano Miguel” formando naturalmente su vocación religiosa.

Entonces decidió ingresar al Seminario para dedicarse enteramente a la salvación de las almas, pagando un primer tributo a su escuela del Beaterio en calidad de Capellán y un segundo cantando las glorias del beato Juan Bautista de la Salle – luego que fuere canonizado – si la circunstancia así se presentare.

En 1870 observó una vista fija de la gruta de Lourdes a través de un estereoscopio traído de París por la familia de Juan Aguirre Montúfar y cayó de rodillas arrobado rezando el Salve. En otra ocasión el Presidente García Moreno le examinó en catecismo y quedó encantado con sus respuestas pues era un niño de ocho años, inteligente y de carácter generoso y decidido.

Entre su madre y el Hermano Miguel decidieron enviarlo al Seminario de Guayaquil para que inicie sus estudios sacerdotales. Una beca le fue conseguida y tras varios meses en el puerto, el 14 de diciembre de 1873 el Obispo José Antonio de Lizarzaburo y Borja le impuso la tonsura clerical, pero solo tenía trece años, edad en la que no se puede hablar de una vocación definida.

En 1878 colaboró en la Escuela de Artes y Oficios de la Sociedad Filantrópica del Guayas enseñando Catecismo y Religión. Tocaba con maestría el órgano, componía bellas poesías y melodías musicales acompañándose de una espléndida voz y de un físico varonil, aunque la mayor recomendación era su personalidad insinuante que le abría todas las puertas.

El 18 de junio de 1881 por letras del Vicario Capitular de Guayaquil, Carlos Adolfo Marriott Saavedra, se excardinó de la diócesis para ingresar al Seminario Mayor de Quito a cargo de los padres Lazaristas, donde tuvo por director al padre Pedro Schumacher, a quien, por la firmeza de su carácter le decían el “espíritu de García Moreno”. Allí se prometió a sí mismo “ser muy generoso con mi Jesús crucificado y con mis hermanos que sufren”.

En las témporas de la Santísima Trinidad de 1885 el Arzobispo José Ignacio Ordóñez Lazo le confirió las Sagradas Ordenes, el hermano Miguel lo llevó de Capellán de una de las secciones de la escuela del Cebollar para que cumpliera con la primera parte de su manda y le correspondió dirigir espiritualmente a multitud de niños.

En 1887, Schumacher, ya Obispo de Manabí, lo llamó cariñosamente a trabajar en Portoviejo como rector del Colegio Nacional Olmedo. El 88 lo ascendió a Director del Seminario de dicha ciudad.

En 1890 fue designado Párroco de Ambato y se conquistó simpatías “ya por su arrebatadora elocuencia y por el exquisito don de gentes con que le enriqueció el cielo”.

En poco tiempo fundó un taller para la enseñanza de oficios y un Catecismo para las empleadas domésticas, organizándoles novenas dedicadas a su patrona Santa Zita. También bregó por la concurrencia a misa de
los indígenas, especialmente de los trabajadores agrícolas impedidos de asistir por sus patronos y hasta logró nutridas comuniones entre ellos.

En 1892 fundó el periódico mensual “Crónica Religiosa” del que salieron únicamente cuatro números y publicó un Manifiesto dirigido al Ministro de Estado en el despacho de Justicia y Culto, Ambato, en octavo y 14 pags.

El 94 concurrió al Congreso como orador especializado en asuntos económicos y gozó de gran popularidad en las barras descollando entre los sacerdotes jóvenes del país. En la sesión del 1 de agosto Improvisó una réplica en contestación al discurso del defensor de los ex Ministros de Hacienda que estaban siendo interpelados. Dicha intervención salió impresa en un pequeño volumen en octavo, de 13 págs.

En abril de 1895 hizo activa oposición al gobierno del Presidente Luís Cordero por el negociado de la venta de la bandera nacional. Habló desde el púlpito y hasta lanzó una hoja contra el pacifismo de los militares gobiernistas y el furor bélico de ciertos clérigos frente a la crisis en que se debatía el país, pero el Arzobispo de Quito, Rafael González Calisto, el día 6 de abril le impuso silencio. La Hoja decía; Los curas debemos dedicarnos a dirigir proclamas al pueblo y los militares a rezar novenas en las iglesias.

Triunfante la revolución liberal el 95 el General Eloy Alfaro, en agradecimiento a su patriótica conducta, le designó presidente de la Municipalidad de Ambato.

El 96 fue profesor del Colegio Nacional Bolívar, el 98 fundó tres escuelas y el periódico quincenal “La Cruz”.

Su gestión parroquial en Ambato fue por demás exitosa pero al mismo tiempo, como lo ha anotado certeramente el Dr. Fernando Jurado Noboa, gente seria evidenció dos situaciones afectivas suyas, una de las cuales causó notoria maledicencia, porque Álvarez Arteta cometió la indiscreción de hacer aparecer su nombre en el cañón central del templo de Santa Rosa junto al de la señora de la acusación, como donantes para la iglesia.

En 1899 viajó a Guayaquil a fin de obtener apoyo económico para instalar en Ambato una estación sanitaria que sirviera de sitio de reposo y
convalecencia a los numerosos tuberculosos de la costa que se trasladaban en busca de un mejor clima. El Arzobispo González Calisto, conocedor del proyecto, le apoyó en esta ocasión.

Ese año volvió al Congreso como Diputado por el Tungurahua, atacó al gobierno de alfaro, fue apresado y sufrió confinio en la ciudad de Esmeraldas; mas, a insinuación de varios liberales fue enviado con doce mil sucres para gastos de pasajes y viáticos, a estudiar en Europa los archivos españoles y de la Santa Sede. Tal decisión atrajo las más diversas reacciones. El periódico conservador “La Sanción” manifestó que valerse de un enemigo declarado para asegurar el éxito de un negocio delicado era un descubrimiento que valía cantarse en odas inmortales. El canciller José Peralta replicó en “El Progreso” diciendo que el Dr. Álvarez Arteta era adecuado para la misión que se le confiaba y como no se trataba de la utilidad de un partido sino de la Nación entera, poco importaba que militaran en bandos contrarios.

Visitó Roma, pasó a Francia, se detuvo en Lourdes, tomó baños en las aguas milagrosas de la gruta y autorizado por el Párroco Fourcade cantó y tocó el harmonium. Un grupo numeroso de peregrinos españoles le pidió que les sirviera de guía. Fueron días de paz y felicidad (1)

Entre Julio de 1899 y mayo del 900 investigó con poco éxito en el Archivo Histórico Nacional de Madrid y sobre todo en el Archivo de Indias de Sevilla y comunicó al gobierno ecuatoriano el término de su comisión, empero le solicitaron que siguiera en Europa en espera de nuevas órdenes. Álvarez Arteta jamás fue historiador y por eso su viaje a Europa fue calificado más bien de político. Su fama como discípulo del Hermano Miguel en gramática, como polemista y orador en los Congresos y como sacerdote culto y preocupado del adelanto de la feligresía de Ambato, le abrió el camino a los archivos en los que sin embargo fracasó clamorosamente. En el Viejo continente anduvo más preocupado de darse baños en la gruta de Lourdes que en averiguar lo concerniente a límites.

En noviembre asistió al Congreso Hispanoamericano celebrado en Madrid y tomó la palabra en la solemne Sesión de Clausura. En 1901 apareció en los talleres tipográficos salesianos
de Sevilla un grueso volumen de 558 págs. titulado “La cuestión de Límites entre las Repúblicas del Ecuador y el Perú, apuntes y documentos”. La obra contiene en nueve Capítulos un resumen cronológico del pleito, pero no aportó novedad alguna.

En 1906 aún debía ocho mil sucres al editor, quien se negaba a entregar la edición de seiscientos ejemplares, salvo cincuenta que embarcó con destino al Ecuador y dos que estaban en Guayaquil uno de ellos en poder del Gobernador Emilio Estrada, a quien le pareció que era buena la obra y por eso envió su ejemplar al padre Enrique Vacas Galindo para su lectura crítica, al tiempo que solicitaba al gobierno dicha cantidad para cancelar lo adeudado al editor sevillano.

De vuelta a Quito, tras nuevos recorridos por Europa, fue nombrado el 16 de enero de 1904, por el Arzobispo Federico González Suárez para las delicadas funciones de Provicario de la Diócesis de Guayaquil y en octubre ascendió a Vicario General con trato de monseñor. El Coro Catedralicio del puerto lo designó Canónigo honorario con derecho a sueldo y en 1907 Canónigo Tesorero.

El 2 de octubre de 1904 predicó un sermón en honor a la Virgen del Rosario de Pompeya en el interior de la Iglesia de Santo Domingo, el 9 habló sobre Religión y Patria en el solemne Te Deum que con motivo del aniversario de la independencia ordenó que se cantara en la Catedral. Ambas locuciones aparecieron en el diario oposicionista “El Ecuatoriano” del Coronel Ricardo Cornejo, donde colaboraba asiduamente con el padre Jacinto Palacios, O.P.

En febrero del 906 dirigió una ceremonia fúnebre en la Catedral en sufragio de las doscientas personas fallecidas el día 19 de enero durante el asalto que la policía realizó al batallón que respaldaba al Vicepresidente Baquerizo Moreno. El 25 de diciembre fundó la revista “El Hogar Cristiano”. En mayo del 7 solicitó al Arzobispo que se le admita su renuncia por enfermedad y pobreza pues su asma, agravada por el clima húmedo de Guayaquil y las deudas contraídas para sustentarse con sus tres hermanas que le acompañaban, lo mortificaban mucho. González Suárez le respondió que su presencia era necesaria. Tenía planeado viajar a Europa con varios

jóvenes estudiantes pupilos suyos cuyos padres sufragarían los gastos. Entonces se enteró que encabezaba la terna enviada a Roma para el Obispado de Guayaquil y postergó sus planes.

González Suarez le tenía confianza y estimación, sabía de sus prendas personales, de su inteligencia y contracción al trabajo pastoral, pero también que su punto flaco eran las mujeres. Por eso en carta de principios del año 1907 le exhortaba a ser cada vez mejor, a ser respetuoso con el sexo opuesto que debía evitar para no caer en tentaciones, pues durante su estadía en Ambato había provocado numerosos comentarios que el austero Arzobispo no quería aceptar como ciertos.

El 9 de Julio estalló una revolución y se intentó asesinar a Alfaro cercándolo a bala en el edificio de la gobernación. Al ser dominado el movimiento cayeron numerosos detenidos y fueron algunos fusilados al día siguiente. Entre los opositores se apresó al Coronel Cornejo y al padre Palacios y como se pensó que varios artículos publicados sin firma de responsabilidad en “El Ecuatoriano” tenían el inconfundible estilo de monseñor Álvarez Arteta, también lo apresaron a la hora meridiana del día 24 allanando su domicilio.

En la rebusca de papeles comprometedores se llegó al extremo de incautarle dos baúles que le habían sido entregados por una familia amiga antes de viajar a Francia y en su interior se halló ropa íntima de mujer, libros prohibidos por el índice romano y lo que era peor, dos paquetes de cartas amorosas que fueron leídas con gravísimo escándalo en la Intendencia de Policía.

El Jefe de la Pesquisa Camilo Landín exhibió la ropa y las cartas. El diario radical “El Tiempo” de Luciano Coral publicó en la primera página, bajo el título de “Las maletas de un Cura”, el inventario de la ropa, la lista de los libros – novelas más que rosas – fragmentos de los escritos. El escándalo tomó características internacionales por sus connotaciones políticas y en el país solo se habló de ello por meses dada la alta condición social de la señora incriminada Zoila Jurado Cali de Lafitte cuyo esposo juró matar al Vicario General de la diócesis de Guayaquil para lavar su honor.

Una persona que conoció a Monseñor Alvarez Arteta en 1904 le ha descrito así “Era un bello tipo físico de sacerdote americano. Estaba en el esplendor de sus cuarenta años, de buena estatura, de piel prieta, ancho de rostro, ojos grandes pardos y nariz ligeramente aguileña, resplandecían armoniosamente en su rostro la dulzura y la gravedad. El amplio y señorial manteo español, la elegante sobriedad de las ropas talares se prestaban para acentuar la natural distinción de su continente. Su cabello abundante, constantemente peinado, su corona y barba siempre rasurada, el prolijo aseo de su exterior, la gravedad y mesura de sus gestos anunciaba en él la dignidad eclesiástica y el roce con el gran mundo. “Por varios retratos que se tienen de él era el prototipo del sacerdote mestizo con sexapeal.”

El 26 de Julio salió al ostracismo. Primero estuvo en París enfermo y casi sin recursos. Su asma, aumentada con un reumatismo incipiente le tuvo casi postrado. Los médicos le aconsejaron que se traslade a Lisboa, donde encontró hospedaje caritativo y gratuito en casa de los misioneros españoles del Corazón de María. El padre Crecencio Márquez diría después “Vi tan profunda angustia en su semblante y tal sinceridad en su palabra que creí cuanto me decía, aunque por el momento no me podía presentar ningún documento. Después le llegó una afectuosa misiva de recomendación, documento honrosísimo, firmado por el Arzobispo de Quito, el 15 de agosto anterior”.

Como se suponía que el esposo de la señora del escándalo quería matarlo, tenía que valerse de estratagemas para no exponer sus cartas pues su perseguidor le seguía los pasos en Europa. Para evitarlo aceptó un atinado consejo del presbítero Félix Roussilhe, cambió de nombre y pasó a llamarse Nicolás Saá (por su segundo nombre y por las tres iniciales S-A-A suyas)

Semanas después fue presentado al Nuncio en Lisboa monseñor Tonti, quien dispuso una recomendación para el Arzobispo Espinosa de Buenos Aires. Era Secretario de la Nunciatura monseñor Gaspari que había actuado con iguales funciones en Lima y le conocía por haber tenido con él frecuente correspondencia. Con tan buena recomendación volvió a Sudamérica.

El 15 de diciembre arribó a la capital argentina, enfermo torturado y se hospedó en una modestísima pensión. El Arzobispo Espinosa le puso de Capellán de un correccional de varones en Lavalle. El 20 de ese mes fue a la calle Lima en busca de cartas que no encontró y al esperar el tranvía No. 62 en la esquina de Garay y Lima que le llevaría de vuelta “se me acercaron corriendo dos jóvenes, uno de los cuales, dando un grito, me disparó un tiro de revólver a quema ropa, hiriéndome en el muslo izquierdo. Acudió a mi auxilio la policía y fui conducido a la farmacia más próxima. Verificaron allí la primera cura y luego me llevaron a la Comisaría vecina, exigiéndome cortésmente la denuncia obligada del caso. Llegó el padre Falco y el portero del correccional, quienes me llevaron a donde el médico de policía para el reconocimiento legal. Devuelto a la Comisaría encontré a los dos jóvenes presos y al revolver secuestrado.

Luego me llevaron a Lavalle. Sorpresas y manifestaciones de alegría. De noche fiebre y semi delirio, tal vez a causa de no haber comido nada en todo el día. Sed abrasadora. Cama improvisada sobre dos cajas. Lenta mejoría, pero la bala no me fue sacada sino después de mucho tiempo, porque no tenía los doscientos pesos que cobraba el Doctor”.

El 7 de febrero fue designado Capellán del Buen Pastor (Caballito) sitio destinado a recoger en el barrio de mujeres caídas situado en los extramuros del gran Buenos Aires y allí dio comienzo a su nuevo apostolado. El ostracismo y la pérdida de la alta posición eclesiástica, social y política debió facilitarle mucho su progreso espiritual, pues se necesitan pruebas, fracasos, pesares, reveses para que el carácter adquiera su firmeza, la inteligencia su madurez, el corazón su dulzura. Sin embargo, su carácter – lejos de endurecerse – siguió afectuoso, sociable, simpático y amabilísimo; tampoco perdió la capacidad de trabajo que siempre le había distinguido.

En 1910 regresó a Europa y el 30 de mayo celebró sus Bodas de Plata sacerdotales junto al sepulcro de Santa María de Alacoque, monja que había establecido la devoción del Corazón de Jesús en Francia. De vuelta a Paris sufrió su habitación la inundación de las aguas del Sena. Una imagen muy querida – de un niño Dios que tenía – no sufrió daño alguno.

Estando en Roma, de paso a Jerusalén, fue recibido por Pió X. Previamente se había quitado el cabestrillo que de continuo llevaba por tener casi inmovilizado un brazo a causa del reumatismo. El papa, tocándole el brazo enfermo le dijo: “No me pidas tu curación. Dios quiere que así quedes” y le firmó el Catecismo que llevaba. De vuelta a Buenos Aires mejoró, pero nunca se curó completamente.

En 1917 viajó por cuarta ocasión a Europa y de paso por Cádiz se vio con antiguos amigos, recordando tiempos más felices pasados en Sevilla. Tuvo la fortuna de conversar con dos sacerdotes, niños que entonces había favorecido. Finalmente peregrinó a Lourdes suspirando por un milagro de sanación para su reuma. Ese año fundó en Buenos Aires el Centro cultural “Félix Frías” para varones, dedicándole gran parte de su tiempo. El 15 de mayo de 1918 predicó un Panegírico en honor a San Juan Bautista de la Salle en la Capilla del Colegio de su nombre en Buenos Aires y cumplió la segunda parte de su histórica manda.

En 1.922 fue designado Capellán de la obra de Santa Filomena que dependía de la iglesia de San Miguel. Su situación económica se había ido deteriorando a causa de su precaria salud que a veces no le permitía trabajar y vivía en constante angustia. El mismo contaba que una noche, a eso de las once y al acostarse, dijo en voz alta a Dios: “Señor, así no podemos continuar. Yo tengo hambre y no tengo aceite para la lámpara de tu sagrario. Yo necesito que mañana me mandes, de donde fuere, veinte pesos. Los espero ¿He? Al día siguiente recibió una carta con dicha cantidad que le enviaba casualmente un amigo.

Entre 1923 y el 25 pasó hambre y extrema pobreza, casi miseria. Fueron tres años terribles. “Sus sotanas severas estaban raídas pero limpias y en muchas ocasiones no tenía ni para adquirir ropa interior, quizá por eso se iba acentuando la tristeza de su sonrisa que armonizaba con la dignidad de su vejez, aunque amigos nunca le faltaron y con ocasión de una grave pulmonía, aunque podía ingresar al Hogar Sacerdotal, prefirió asilarse en el Hospital Durand de las hermanas de San Camilo.

Cuando egresó le dieron la Capellanía del Hospital Oftalmológico de Buenos Aires y de esa época son sus magníficos sermones sobre la enfermedad y los hospitales, que se encontraron entre sus apuntes al momento de su muerte. En 1924 su amigo el Arzobispo de Lima le invitó a predicar con motivo del Centenario de la Batalla de Ayacucho. En 1.925 le dieron la rústica parroquia de “El Caballito” y a pesar de su gran pobreza y de lo escaso del sueldo lograba ahorrar centavos para socorrer frecuentemente a los más necesitados.

“Su obesidad se había vuelto enfermiza, retenía líquido, casi no podía moverse por el reumatismo y de noche pasaba insomnios asfixiándose con el asma, pero su piedad era alegre y expansiva. Para los niños del catecismo y para las Asociaciones de jóvenes celebraba frecuentemente fiestas, veladas, paseos, que dilataban el espíritu y dulcificaban la vida.

Ese mismo efecto producían sus sermones, llenos de bálsamos y de alimentos para los que sufren”. La última semana de octubre de cada año presidía la Novena de las benditas ánimas del purgatorio en la Capilla de las madres Josefinas en la calle Azcuénaga, logrando reunir a sus numerosas relaciones que él fervorizaba en el culto a los muertos. En la última Novena de 1927, presintiendo ya su muerte, le encareció mucho a la madre Superiora que procurara establecer esos sufragios con carácter permanente. Su robusta humanidad se había abatido, no así su espíritu. Era, sobre todo, un anciano piadoso.

A principios de 1928 celebró las fiestas de Corpus Christi colocando las banderas del Ecuador y la Argentina en el altar mayor de su iglesia. Dos meses antes de expirar predicó ocho días de Ejercicios. Cinco días antes de morir abandonó su ministerio y falleció el 12 de Julio, a las 9 1/2 de la noche, en paz con Dios y con los hombres. Ese mismo año apareció su biografía en 240 págs. escrita por su amigo y colaborador Luís Barrantes Molina y titulada “Un alma sacerdotal, monseñor Dr. Dn. Segundo Alvarez Saá, entre nosotros monseñor Nicolás Saá”.

El padre Ramón Torres expresó “Bajó al sepulcro después de haber acrisolada una larga existencia en el dolor y el sacrificio. Lágrimas sinceras le acompañaron a su última morada” y al saberse la noticia en Quito, el presbítero Juan de Dios Navas escribió que el decesado era digno de figurar en la galería de sacerdotes ilustres del clero ecuatoriano.

La señora Angélica de Ocampo costeó su sepelio y el Mausoleo de mármol donde reposan sus restos. No fue un sacerdote ordinario, tuvo carisma y una sobresaliente personalidad que encantaba a la par que convencía. Sus años de ostracismo sirvieron para elevar su espíritu, al punto que su biógrafo, respaldado en más de dos mil trescientas firmas, lo consideró un hombre camino a los altares.