ORADOR RELIGIOSO. Nació en Cuenca el 25 de marzo de 1869. Hijo legítimo de Antonio Aguilar Duque, cultísimo profesor de Literatura del Seminario Conciliar de Cuenca, forjador de discípulos tan aventajados como el poeta Miguel Moreno. También se le conocía como entrenador de jóvenes actores ocasionales en tiempos en que se llevaba a la escena obritas tan cándidas como piadosas, del estilo de “Un drama en las Catacumbas” de Julio Matovelle o “Plácido” de Francisco Campos; y de Carlota Maldonado Ayala Cuencana, pareja rica en bienes de fortuna, que gozaba del aprecio de las principales familias de la capital azuaya.
Tuvo situación cómoda y recibió una educación sin tropiezos, que impregnaron en su espíritu la distinción, cortesanía y elegancia propias de las clases sociales favorecidas, por eso sería que ninguna hiel pudo sedimentarse en su corazón amable, bondadoso y dado a la protección de todos.
Cursó la primaria en la escuela particular de Adolfo García Vega, hábil preceptor que estaba viudo, había sido hermano cristiano y terminó de salesiano. Escuela para ricos, pues la de los Hermanos Cristianos recién creada, era gratuita.
En 1882 ingresó a la Academia de Derecho Público. El 85 fue aceptado como miembro del Liceo de la Juventud que en esa segunda época presidía Remigio Crespo Toral. Allí hizo amistad para toda la vida con Juan María Cuesta, quien también se haría sacerdote. En marzo del 87 presenció el fusilamiento del Coronel Luís Vargas Torres en la plaza central de Cuenca y tal fue el impacto psicológico que recibió, que por muchos años recordó con honda pena tal suceso y se conmovía cada vez que lo traía a la memoria.
El 88 ingresó al austero Colegio Seminario. Al año siguiente fue enviado a perfeccionar sus estudios al Colegio Eclesiástico de San Sulpicio en Paris. Poco después, al enterarse de la muerte de su padre, escribió una Elegía en verso.
En Europa aprendió lenguas vivas y muertas, inglés, francés, italiano y latín, algo de griego y hebreo y a traducir en gallego y portugués. Entre sus compañeros tuvo al futuro Cardenal Gaspari, con quien se escribía desde Cuenca muchos años después en latín. El 23 de diciembre de 1893 le ordenó de Presbítero el Cardenal Richard, Arzobispo de París.
De vuelta en 1894 entró de Capellán del convento de las monjas Oblatas, años después sería asignado al Seminario y finalmente tuvo a cargo la Parroquia del Sagrario en el centro de la ciudad, donde también demostró dotes de organización a través de una vigorosa acción, y de un afán de progreso y servicio social.
Al conocer en 1897 el asesinato de su ex compañero el también literato Víctor León Vivar, publicó “Trenos de una madre”, a la memoria del ilustre escritor cuencano Sr, Dr. Víctor León Vivar. Su amigo, en 9 págs.
En 1898 fundó el “Círculo Católico de Ciencias y Artes”. En 1900 pronunció la Oración Fúnebre por la muerte del ex Obispo Miguel León Garrido. El 5 fundó el seminario de la “Alianza Obrera”, para lo cual adquirió la imprenta que llevó a Cuenca el Dr. Juan Mora López, y la puso en manos de José María Astudillo Regalado, quien hizo una gran labor editorial.
En 1907 fundó la Academia Preparatoria del Azuay con jóvenes estudiantes del Seminario, que funcionó largo tiempo en el huerto de la casa de doña Pastora Ullauri.
En 1912 pronunció la Oración Fúnebre en las Exequias del Arcediano Benigno Palacios Correa, pieza oratoria de gran mérito que mereció el honor de salir en folleto. Era considerado, con Honorato Vásquez, entre los mejores oradores de Cuenca.
“Su voz acariciante, su gesto pulcro seguido por el auditorio como vuelo de alguna ave gallarda, hacíale juego a su inabordable originalidad, tan bien lograda durante el Sermón que pronunció un Viernes Santo, cuando exclamó: “La venganza es hasta un imposible físico, hermanos míos ¡Son tantos nuestros enemigos!”
Quizá por eso, en 191 4, fue elevado a la dignidad de Canónigo por su amigo el Obispo Manuel María Pólit Lazo, a pesar que se le atacaba por su “frialdad” pues jamás fue amigo de enfrentamientos ni pugnas, ni trató de detener los avances del laicismo en el Ecuador como hacían ciertos sacerdotes fanatizados del Austro.
En 1916 celebró jubilosamente sus veinticinco años sacerdotales y para agradecer a sus amistades publicó el poema “Mi boda”. Era un ser bondadoso y servicial, muy dado al bien y a la entrega hacia los demás y “amaba el dulce comunismo ingenuo de los evangelios.” Con los hermanos Juan María y Víctor Cuesta eran Capellanes de doña Hortensia Mata de Ordóñez.
Dotado de un agudo espíritu renovador, contaba con enormes simpatías entre todos los grupos pues era muy amiguero. De carácter apacible, con fino talento y chispeante gracia que brotaba naturalmente en su charla. Poseía, además, toda la generosidad del mundo, que se traslucía en frase como estas: “Si los viejos fuésemos buenos profesores, los discípulos saldrían siempre mejores”, “La miseria rebasa la copa de la caridad”, etc. que le hacían socialmente simpático. Por eso le buscaban para componer matrimonios, terminar polémicas y hasta para “arrimar la propuesta” como entonces se decía, cuando el pretendiente era tímido o el padre de la chica tenía fama de ser mal genioso. Y por si eso fuere poco, servía de oráculo de la juventud cuencana y sabía ser amigo y maestro de todos sin caer en ridiculeces o exageraciones, que nunca fue un personaje pintoresco. Por ello promocionó a varias generaciones de hombres de letras que se alzaron a su sombra por sus consejos y directrices literarias.
La casa señorial en que habitaba, con las puertas de su pieza siempre abiertas, recibía a todos por igual. Era tal su inteligencia que acostumbraba dictar a cuatro amanuenses a la vez, durante el tiempo que actuó en la redacción del semanario “La Unión Obrera”. Por entonces escribía y casi dirigía el diario “El Mercurio”. En “Evocaciones”, Gabriel Cevallos García, al referirse a Aguilar dice: Hombre de letras que había encanecido en las contiendas periodísticas frente al liberalismo radical y sobretodo maravilloso ejemplar humano de sensibilidad poética y de incesante estudio en las ciencias literarias.
En 1933 fue elevado a Arcediano Capitular del Coro de la Catedral por deferencia de su amigo el Obispo Daniel Hermida. También ingresó al Centro de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay donde figuraba la plana mayor de la intelectualidad azuaya. I se hizo varias veces presente en el convento de los Oblatos, con motivo de la última enfermedad del padre Julio Matovelle.
El 35 le ocurrió un doloroso incidente con el terrible cura Carlos Terán Zenteno, su antiguo discípulo en el seminario y redactor en jefe del reaccionario “Diario del Sur”, quien le creyó autor intelectual de una hiriente hoja volante titulada “La Sombra del Vampiro” que algunas personas hicieron circular en Cuenca, entre los cuales aún se recuerda a César Andrade y Cordero.
Terán Zenteno era un furibundo velasquista y se sabía en Cuenca que Aguilar no. Como en la susodicha hoja se dejaba entrever que Terán Zenteno era incestuoso con una de sus hermanas, el asunto causó una conmoción social inmensa y el famoso Cura se las tomó con Aguilar y en otra hoja lo acusó sin pruebas, de pervertir a la juventud, llevado solamente por indicios, suposiciones y chismes del vecindario. Las damas de Cuenca reaccionaron firmando un pliego en su respaldo que circuló profusamente y cuando iba a salir el firmado por los caballeros, Aguilar se opuso pues nunca había sido amigo de las polémicas, peor de aquellas en que disputaban dos eclesiásticos y para colmos sobre asuntos de carácter sexual.
Poco después se hizo público que estaba enfermo de un cáncer lento que le había ido minando por dentro. No lo parecía, aparentemente gozaba de excelente salud. Entonces se resolvió a morir y falleció en paz con todos el 21 de noviembre de 1937. El entierro contó con gran acompañamiento y se realizó en las bóvedas de la Catedral.
Colaboró para diarios, revista y consumo de sus amigos y discípulos pero no publicó casi nada. Solo se le conocen algunos folletos con sus Oraciones Fúnebres pues por encima de todo fue un orador de fuste y poeta religioso en la “Revista Católica”. Algunos versos suyos, como “Pureza”, eran recitados en forma de oraciones, pero su mayor aporte cultural fue la promoción de varias generaciones intelectuales, en gran parte cultivadoras de la poesía Mariana.
Un estudiante costeño que le conoció ha escrito “Yo siempre había tenido la idea de que los Curas eran seres opacos, pero este Cura Aguilar deja filtrar tanta luz a través del cilindro negro de su sotana, que realmente hace contraste con otros curas que he conocido… Por poco me convierte. Como este Cura Aguilar hay pocos. Es un trébol de cuatro hojas”.
En 1939 su discípulo Manuel María Muñoz Cueva escribió una especie de biografía suya que más es una Elegía a su memoria.
Entre los jóvenes que le trataron en sus últimos tiempos como amanuenses suyos, por su buena letra y excelente mecanografía, se recuerda aún a Leopoldo Abad Hurtado, Alfonso Lituma Arízaga, Luis Moscoso Vega, etc.
“En lo físico no era ni alto ni pequeño. Sus colegas le llamaban el gordo Aguilar porque ciertamente lo era. Su rostro trigueño, tendiente a la palidez, tenía una expresión sumamente agradable. Sonreía frecuentemente con marcada espontaneidad. Sus modales pulcros y de natural aristocracia. Sus ojos grandes, café, expresivos. Tenía la mesurada mobilidad de las personas hechas a dominar sus primeros impulsos”. Fue todo un carácter, a la par de personaje de primerísima importancia local por su acción en favor de las vocaciones literarias.