77. Fanesca de Inquisición

José Toribio Medina, llamado el Príncipe de los investigadores americanos, dice que los padres dominicanos abusaban del miedo que inspiraba el aparato que ellos manejaban y que solo los jesuitas con todo su prestigio, pudieron frenarlos en algo siquiera, consiguiendo con esta hazaña reafirmar la fama de poderosos que tenían.

De los inquisidores se comentaba lo dicho por el Bachiller Carrasquilla al pasar por la casa de un usurero en Bogotá: “Aquí vive un santo varón que está más grueso que el marrano de San Antón” y como hoy es moda hablar mal de la inquisición, que del árbol caído todo el mundo hace leña, veamos algunos ejemplos y tratemos de comprender hasta donde pudo llegar la maldad, la ignorancia y el fanatismo de esas épocas.

De entre las muchas causas hubo la de fray Francisco Romano, sentenciado a abjuración, destierro y penitencia porque un día, en el sermón de la misa y desde el público, dijo: “Ya pasó el tiempo en que Dios mandaba que si a uno le daban un bofetón en un carrillo, volviese la otra, que quien a mi me enojare con un zapato, le sacaré el alma a mojicones”, Parece que no solamente por esta solemne declaración el pueblo le tenía gran respeto pues el fraile exhibía una respetable musculatura ganada en la conquista de Chile peleando contra los araucano.

Doce indias y una mestiza acusaron a un apuesto portugués de nombre Pedro de Avis y Lobo, de cometer con ellas pecados carnales. La inquisición lo desterró de América y muy bien hecho pues de haber seguido en estas comarcas no quedaba hogar decente. El citado don Juan acostumbraba usar disfraces para engañar mujeres, pero no llegó a emprender el destierro porque falleció de pulmonía en Piura, guardando prisión. 

En 1.601 también se castigó a otro portugués Duarte Méndes por disfrazarse de jesuita y sembrar el terror en los hogares. Era verboso y arrogante y estando en cierta ocasión “retozando”, entiéndase abrazando, a una guapa; un caminante se escandalizó del espectáculo y le gritó: ¡Ea, señor! No siga Ud. que es pecado, siendo respondido por nuestro héroe:

“Si retozar es pecado ¿Cómo nació vuestra señoría?”

La mayor parte de los procesos inquisitoriales, cosa rara y peregrina, se tramitaban contra religiosos. Juan de Oliva, Cura y Vicario, fue multado con cien pesos de plata por decir en pleno catecismo a los indios que “En cierta ocasión San Pedro preguntó a Jesús ¿Señor, que haremos nosotros con mujeres? y el Cristo le respondió: ” ¡Anda hombre, no preguntes tonterías y entremeteos por allí!” I parece que la multa no fue mayor porque Oliva era oriundo del cogollo de Andalucía, tierra famosa por las mentiras grandotas que allí cuentan.

Hubo personas de viso social como el Capitán Francisco de Aguirre, Conquistador del Río de La Plata y Gobernador de Tucumán, que fueron procesadas por simples opiniones. A Aguirre lo persiguieron por haber dicho: Que era a Dios a quien había que adorar y no a la Cruz en que fue atormentado. Que no era necesario ir a misa pues portándose bien en la tierra se iba al cielo con gran rapidez. En otra ocasión expresó: si le daban a escoger entre desterrar al Cura o al herrero, desterraba al Cura porque los hombres pueden vivir sin religión, pero los caballos sin herraduras no sirven. También se le acusó cuando el Obispo de Lima le mandó a un sacerdote a cobrar los diezmos y las primicias, salió a recibirle con la siguiente frase: “Dígame Padre ¿Qué pena tendría en esta vida y en la otra por matar a un cura a punta de estocadas? Dicen que el asustado fraile se puso muy nervioso y solo atinó a pedirle un plazo de dos días para responder y pasado ese lapso, cuando lo fueron a buscar, no le hallaron, porque había regresado a revienta caballos a Lima, huyendo de tan incómoda situación.

Otra acusación que le formularon es que solía curar los dolores de muela sentando al paciente en una silla y horadando una de las patas del mueble, pronunciaba lo siguiente: “Que esta silla se enferme y que el que está sentado se sane”. El tratamiento dizque costaba doce pesos y aseguraba Aguirre que era lo mejor que se había inventado para el dolor de muelas.

En 1.569 Felipe II creó para los Virreinatos de México y Lima el Tribunal de la inquisición. El Obispo de Quito, fray Pedro de la Peña, de la Orden dominicana, al saber la nueva montó en alegría y le escribió: “Muchos blasfeman, otros interpretan las Sagradas Escrituras, hay casados dos veces, una en España y otra en América, no respetan las propiedades, abusan de los indios…” para fray Pedro, Inquisición era sinónimo de orden y así fue entendido al principio, solo que con el tiempo la institución degeneró en lo que todos sabemos.

Felipe II tenía fama de sádico y el Virrey del Perú, Francisco de Toledo, era conocido como hombre intransigente y malo porque estaba acostumbrado a castigar hasta las palabras livianas. De Felipe II se cuenta que diez años antes y habiendo llegado a Valladolid, le fue ofrecido un “Auto de Fe” por los dominicanos de esa ciudad, suponiéndose con eso que se le contentaría, pues gustaba mucho del espectáculo del fuego. En aquella ocasión se atormentó a catorce herejes entre los que figuraban algunas damas luteranas y el célebre caballero Carlos de Cesse, “noble, grande y pertinaz filósofo y teólogo de gran fama en Europa” que viéndole al Rey gritó: ¿Por qué me dejáis quemar? a lo que contestó el soberano “Aún para quemar a mi hijo traería leña si fuera tan malo como vos”, escena inmortalizada por el célebre pintor Valdivieso en un óleo de tamaño natural que se ha reproducido en numerosas ocasiones.