76. Estudiantes universitarios

Las Universidades americanas fueron regentadas por santos y sabios fabricados en arcaicos moldes en Salamanca y Alcalá de Henares. De allí que sus enseñanzas eran casi medioevales. Los estudiantes no eran tan ricos como se podría pensar, aunque debían tener algo siquiera para sufragar los gastos. Olmedo, en Lima, compuso la siguiente coplilla:

// A las diez llegó Estenós / muy peripuesto y ligero / y le dijo al chinganero / — Déme Ud. don Juan de Dios / medio de jamón en dos / pedazos grandes sin hueso / y no le compro a Ud. queso / porque experimento tal / arranquitis de metal / que no me alcanza para eso…//

Dentro y fuera de las aulas se usaba la lengua de Cicerón con mucha soltura, escapándose en cada frase un latinazgo mal pergeñado que era un contento oír. Cierta ocasión un estudiante regresaba a su casa después de una larga temporada de estudios en Quito y al toparse con su perro, este, al principio no le reconoció; pero, luego, al oírle, batió la cola por largo rato, cuando el estudiante le dijo: // Perriquitis miquis / no me conociorum? / ego sum amicus / el estudiantorum. //

Entre fiestas religiosas y mascaradas públicas el gremio estudiantil se daba mañas para representar entremeses latinos que casi siempre terminaban en riñas, bochinches y heridos. Un extenso memorial llamado “Probanza de Méritos y Servicios” iniciaba la vida universitaria, los aspirantes debían señalar lo que habían hecho a favor de la corona sus antepasados, pudiendo dispensarse la presentación de tal documento en casos extremos. Eugenio Espejo tuvo suerte y lo aceptaron sin pruebas, pero José Mejía recurrió a padrinazgos por tener la calidad de hijo ilegítimo.

Los profesores y estudiantes vestían prendas especiales dentro y fuera del claustro según los casos. Vestiduras complicadas que moverían a risa en los actuales momentos pero que entonces era sinónimo de elegancia y distinción. El manto fue conocido por los estudiantes con el nombre de “capa larga de cuello” y cuando salían a la calle debían ponerse la “Toba” o capa corta. El birrete, bonete o capelo cubría la cabeza según la temporada y sobre el manto iba la graciosa “Beca” o faja, que podía ser de muchos colores, que cada facultad tenía el suyo.

Los profesores llevaban capilla, capuz o capirote, también llamado capucha, para resguardarse del frío, y sobre la cabeza la muceta de capillo parecida al birrete estudiantil pero más adornada.

Cuando se decretaban honras fúnebres por la muerte de alguna autoridad los profesores se cubrían con la Chia o manto de bayeta y muy pesado, pero más corto que la capucha pues solo llegaba a la cintura, aunque cubría las mangas.

Cada facultad tenía sus colores propios y las becas eran de fino raso con muchos flecos de hilos de oro y plata al punto que en algunos casos se confundían con las insignias de las Cofradías religiosas muy numerosas y con las Órdenes de Caballería. Los estudiantes salían a las calles en grupos y con estas vestimentas que tanto llamaban la atención de las damas, entonando coplillas picarescas como ésta que va aquí: // La capa del estudiante / parece jardín de flores / toda llena de remiendos / y de distintos colores. // El amor del estudiante / es como un terrón de azúcar / las muchachas que lo prueban / hasta los dedos se chupan. // La muchacha que no ha sido / la novia de un estudiante / no sabe lo que es cajeta / ni ha probado el chocolate. //

El rector era la máxima autoridad y ejercía poderes omnímodos sobre el profesorado, bedeles, alumnos y oyentes en los asuntos o disputas universitarias. Podía encarcelar, corregir y castigar a los ociosos y desobedientes según su real criterio y nadie le discutía.

Cuando se originaba un caso en donde había sangre perdía su autoridad y el asunto pasaba a un juez de policía. Algunos doctores opinaban que para los universitarios existía fuero especial dentro y fuera del claustro, tesis que nunca triunfó por la oposición de las autoridades comunes.

Estaba prohibido portar armas blancas a los estudiantes, los profesores podían usar puñales y dagas. Si alguno infringía el reglamento se le arrestaba y comunicaba al rector, quien castigaba si lo creía necesario con prisión de hasta ocho días y en una celda del claustro o recinto.

Los exámenes finales eran de rigor y con mucha ceremonia. Una prueba majestuosa e imponente que se rendía ante el tribunal compuesto de cinco profesores que calificaban con papeletas A o R (aprobado o reprobado). El día anterior se vendaba a un niño para que señalara los temas que traían los textos. Enseguida venía la noche triste, recordando la que pasó Cortés cuando huyó botando sus tesoros. El día siguiente comenzaba temprano, un bedel tocaba la campanilla a las siete y conducía al estudiante a otro bedel, se formaba la comparsa, y avanzaba hasta donde estaban sentados los profesores del tribunal. Los bedeles portaban mazas de plata puestas sobre los hombros derechos y por ello se les conocía como maceros. Vestían severos mantos de paño o bayeta negra, golilla de tafetán blanco en el pecho y los zapatos tenían hebillas de plata.

El Decano de la Facultad presenciaba el acto, uniformado y serio y nadie osaba interrumpir la disertación que podía durar hasta dos horas. A las nueve el estudiante salía y tomaban votación; si aprobaba, los profesores y el decano lo llevaban a casa en son de triunfo para recibir el agasajo familiar, pero en caso contrario salían subrepticiamente y dejaban anonadado y solo al cansando estudiante reprobado. Un año más de estudios le esperaba en puertas.

Cada promoción era materia de una ceremonia sencilla y hasta afectuosa, con saludos y despedidas. El alumno recibía sus insignias nuevas que lo ascendía al grado superior en una ceremonia llamada de Investidura o Imposición en la cual el Decano lo besaba en la mejilla, le obsequiaba un libro y ambos firmaban con los profesores presentes el Acta de ascenso.

Los Juramentos de Grado eran igualmente solemnes pues se hacían ante los evangelios y delante de la presencia de Dios. Entonces el estudiante recibía su anillo de oro en señal de igualdad con sus antiguos profesores y una espada de metal dorado para defender la verdad hasta con su vida. Se le calzaban espuelas pues ya era caballero por sus conocimientos especializados. Estaba en el pináculo de una carrera terminada con éxito.