Una de las ciencias que más ha progresado en lo que va del presente siglo XX es la medicina y tanto, que los métodos de hace cien años para diagnosticar y curar, ahora resultan increíbles y despiertan risa, más que sorpresa.
El médico de hace un siglo tenía relativamente poca ciencia y mucho empirismo. Los había Latinos que por conocer dicho idioma y haberse graduado en una Universidad podían diagnosticar y operar. Los otros, sólo hablaban el español, se llamaban Romancistas y curaban casi por instinto, sanando por pura casualidad a sus clientes.
Los Barberos y sangradores se especializaban en ramas menores de la medicina de entonces tales como cortar venas para sangrar, colocar sanguijuelas en las nucas de sus pacientes, sacar muelas, cauterizar heridas con fierros candentes al rojo vivo, coser el cuero cabelludo y poner emplastos o cataplasmas. También había los llamados Barchilones o enfermeros que trabajaban preferentemente en los hospitales, llevando y trayendo vacinillas, cambiando las vendas de las heridas, limpiando las camas, barriendo el piso y en fin, haciendo de todo un poco. Las mal llamadas Comadronas o Comadrejas eran las antiguas parteras que ayudaban a venir al mundo a las criaturas y cuando se topaban con algún problema morrocotudo mandaban a preguntar al nervioso padre que esperaba afuera ¿Qué vida quiere salvar, la de la madre o la del niño? Imagínese el compromiso.
I como la botánica reinaba en las boticas porque la química solo era medio conocida, existían unas recetas milagrosas dignas de ser recordadas. Van algunos ejemplos. Si le salía granos en la piel, lo mandaban al paciente a bañarse en Las Peñas y a hacer gárgaras con esas aguas, que se decían milagrosas, porque contenían zumo de zarzaparrilla, planta silvestre y gran depurativo que crecía en ese sector. Si el mal persistía, entonces el baño era en aguas del Estero Salado, que por ser más fuertes se recomendaban solamente para las tiñas y roñas en general.
Si Ud. se caía de un caballo y rompía una pierna lo colocaban en cama un mes, con su pierna en medio de dos tablitas y varias vendas. No podía levantarse y peor caminar, so pena de tener qué vivir tullido el resto de sus días. Si se dislocaba una articulación venga un sobador montubio en medio de la expectación de nutrida concurrencia y arreglaba el mal como por ensalmo.
Para males más profundos existían otros métodos. Así, por ejemplo, cuando a Pablo Herrera, Ministro de la Alta Corte de Justicia de Quito a fines del siglo pasado, se le hipertrofió la próstata, le recetaron una sondita de caucho en la uretra, cuya punta iba a dar a un frasco de vidrio donde se acumulaba la orina. El frasco se guardaba en un bolsillo interior del sobretodo para disimularlo. En una clásica fotografía de “El Ecuador en Chicago” aparece Herrera cubierto con un levitón, gabán o sobretodo y se le divisa el bulto del frasco, lo que no se aprecia en dicha foto es el olor que despedirían dichos orines enfrascados. Años después Eduardo Game Balarezo, Gerente General del Banco del Ecuador, empezó a sufrir de lo mismo, pero ya la ciencia había progresado. Estábamos en 1.920 y sólo tuvo que soportar un año de curaciones cáusticas por la uretra – que han de haberle dolido porque sangraba – hasta que la próstata se quemó químicamente por dentro y dejó de molestar. Ahora, con una simple operación que dicen es muy sencilla, cualquier cristiano sale del paso en siete días y sin dolores ni molestias de ninguna índole.
Los accidentes también eran motivo de preocupaciones sin cuento. Rosa Montúfar de Aguirre, hija del Marqués de Selva Alegre, se cayó de su caballo en Quito y se le desprendió el maxilar inferior, así pues, el resto de sus días los pasó con un pañuelo amarrado a la cabeza y existe una fotografía de ella, con el bendito pañuelo. Por supuesto que nunca pudo comer ni hablar con corrección, todo un lío que la atormentó hasta la muerte.
A los borrachitos los curaban hasta bien entrado el pasado siglo con el siguiente método: Primero un baño en agua helada para que se les pase el chuchaque, luego varias latigueadas para que purguen el vicio y comprendan lo malo que es atormentar a Dios con el pecado de la borrachera, por ultimo lo mandaban a sus casas todos mohínos y adoloridos para que tomen agua con gotitas de cognac, de suerte que se vayan desintoxicando paulatinamente. Este método se aplicaba de preferencia en los pueblos y dicen que era santo remedio en la mayor parte de los casos.
Los loquitos, en cambio, eran recluidos a la buena de Dios, muchas veces en manicomios donde no había médicos alienistas. En otras ocasiones les aplicaban el llamado Ojal, método que por gracioso lo voy a contar como me lo refirió una viejecita que lo vio practicar en 1.875 cuando era niña, a un tío abogado, doctor y muy ilustrado y que en sus buenos tiempos había ocupado altos cargos en el valle del Cauca y llamaba Sélimo Bueno de Betancourt, enviado por sus parientes a Esmeraldas para ver si mejoraba con la paz del campo porque estaba medio chifladito. Al orate lo agarraban entre cuatro y un médico le metía un filudo cuchillo, a flor de piel, nada menos que en la nuca, hasta formarle un ojal, con un orificio de salida y otro de entrada. Luego le pasaban una venda de tela fina por debajo del ojal y se la dejaban allí, colocando el resto del rollo de no menos de diez metros de largo en un bolsillo de la camisa o del saco. Esto se hacía para evitar que el ojal se cerrara. Diariamente se seguía pasando la venda y al final, después de un año, el loquito estaba curado o más loco que nunca. El secreto del método consistía en hacer que la demasiada sangre de la cabeza del loco se le vaya a la nuca debido a la inflamación que allí se le provocaba intencionalmente y de esta forma quedaba despejada la cabeza y como el ojal traía el enrojecimiento de la piel de la herida, el médico se daba por bien servido en todos los casos, pues esa era la prueba de que el remedio estaba en permanente funcionamiento.