53. Médicos y Brujos

Antes de la llegada de los conquistadores crecía en las riberas del Guayas donde se levantan las Peñas, la simpar y milagrosa raíz de Zarzaparrilla, tiñendo de rojas las aguas y muchos enfermos se bañaban al pie del cerro Santa Ana, balneario de aguas medicinales que conseguía curar sus dolencias, regresando a sus pueblos con botijas llenas del agua milagrosa para las enfermedades de la piel.

Para los huancavilcas la muerte no era un fenómeno natural en el proceso de la vida sino un signo inequívoco de acciones maléficas, por eso practicaban la magia, para impedir que las enfermedades pudieran ser pasadas por los enemigos como misteriosas e invisibles flechas. Los brujos creían estar en comunicación constante con los espíritus, que podían ser buenos o Dioses protectores y malos o demonios destructores. Con todos había que relacionarse mediante la ingestión de drogas tóxicas y alucinantes, preparadas con yerbas trituradas en piedras durante las ceremonias rituales que precedían al baile o danza de “Llamado al convite.”

Con la conquista terminaron estas bárbaras costumbres pues los sacerdotes pusieron mucho empeño en acabar con la práctica de la brujería, que bien podría ser considerada como medicina empírica o precolombina.

Cada tribu tenía su brujo, medico o chamán cuyos conocimientos botánicos no eran escasos, si creemos al cronista Fray José de Acosta, quien escribió que los espíritus de los antepasados tenían el don de la comunicación con sus descendientes por medio de señales o enfermedades, de allí que al presentarse los primeros síntomas los enfermos corrían a las tumbas llevándoles comidas y bebidas, pues se perseguía la revocatoria de la orden en ultratumba. Esta idea aun se mantiene en algunas tribus del Amazonas.

Tampoco era raro encontrar sacrificios y hasta hoy se acostumbra para el día de difuntos sacar artísticas creaciones de panes con figuritas humanas (guaguas de pan) en pálido sustituto de los sacrificios de los niños que se hacían a los dioses hasta hace apenas cuatro siglos, cuando fallecía un Cacique.

En poblaciones como Progreso – antiguamente llamada san José de Amér y hoy conocida oficialmente como Juan Gómez Rendón – el 2 de noviembre se traslada la gente al cementerio portando viandas de comida para permanecer el día haciendo camping con sus muertos; costumbre que esconde el llamado de la raza y de los siglos, que pide alimento al difunto para evitar sus ponzoñosas flechas enfermantes. La prehistoria aun ruge entre nosotros, solamente que no nos damos cuenta de ello porque un ligero barniz de civilización oculta el origen y significado de las costumbres de nuestro pueblo.

Hacia fines del siglo XVIII figuraba en Guayaquil don Diego Sono Huerta Tupac — Yupanqui, cirujano descendiente de Caciques de Lambayeque; también ejercía el Dr. José del Pulgar, a quien se ha calificado de protomédico.

Por los años de la revolución del 10 de agosto recetaba en Quito el Dr. Vicente Alvarez, botánico y naturalista que curaba con plantas a su numerosa clientela.

El Dr. José Mejía había viajado a Cádiz donde tuvo una destacada actuación en las Cortes y falleció de fiebre amarilla en 1813. Fray José Mariano del Rosario, de la Orden de los betlemitas, había llegado a Quito procedente de Cajamarca, haciéndose acompañar de un indio llamado Juan Benítes Espejo (padre del Precursor) en Quito mejoró sus conocimientos de botánica y pasó a ser considerado un maestro. Eugenio Espejo creció viéndole recetar y luego se aprovechó de la rica biblioteca de los jesuitas para aumentar sus conocimientos científicos; mas sus ideas de renovación le concitaron el odio de las autoridades y la emulación del cuerpo médico, fue perseguido y encarcelado y falleció de disentería. Después de 1820 practicaban medicina en Guayaquil los Dres. Carlos Moore, venido con los ejércitos de Sucre, que peleó en Yaguachi y en el segundo Huachi. El médico mejicano José Francisco Araujo sirvió sin sueldo en 1821. Henry Ogle prestó su casa para que se reunieran en noviembre de 1820 los conjurados contra el despotismo del Ten. Cor. José Gregorio Escobedo. En la Grancolombia encontramos al mulato Cor. Cerveleón Urbina, cirujano de quien se decía que era muy aventajado caballero y médico. En Quito casó con Mana Borja y Tinajero viuda .de Martín de Chiriboga y León, realista riobambeño que estuvo a punto de ser declarado Marques del Chimborazo por Fernando VII, quedando sin el título por haberse interpuesto la independencia. El Dr. José Lamprea, natural de Bogotá, peleó en Tarqui; el italiano Camilo Marquizo llegó a Coronel; Juan Bautista Destruge también lo fue y además ocupó la plaza de Cirujano Mayor del Ejército Libertador. Era francés de nacimiento y su hijo Alcides fue médico en Guayaquil, originando a la familia Destruge Illingworth de su matrimonio con Carmen Illingworth Decimavilla.

Ya en la república descolló el Dr. Francisco Martínez Aguirre, a) El Perico Martínez, por el seudónimo que utilizó en una de sus publicaciones políticas en 1893, inventó unas pinzas quirúrgicas para usar en los partos. Del Dr. Julián Coronel Oyarvide se cuenta que era un gran clínico, pero tenia muy mal carácter. Un día que salía malhumorado como de costumbre, de unos exámenes bastantes flojos, vio pasar a dos burros por la vía y exclamó: “Hola, hola muchachos, que hacen en media calle, porqué no entran a donde sus compañeros…”

De Agustín Leonidas Yerovi se sabe que era tan buen médico como excelente literato y economista. A él debemos la primera biografía de su amigo Juan Montalvo, en la que describió sus últimos momentos en París. Fue un convencido liberal, de espíritu aventurero y por eso murió pobre.

Pedro José Boloña y Roca fue el primer profesor de obstetricia que tuvo la Facultad de Medicina de la Universidad de Guayaquil. Antes, el 2 de mayo de 1866, había combatido en las torres del Callao contra la armada española del Almirante Casto Méndez Núñez.