A raíz de la Guerra de Sucesión española iniciada en 1.700 y que duró quince años, el gobierno inglés permitió a varios empresarios privados que salieran a piratear por los mares. Un grupo de banqueros de Londres equipó los navíos “Duque” y “Duquesa” y los puso a las órdenes del Cap. Woodes Rogers que partió de Bristol el 12 de agosto de 1.708 con destino a los puertos del Pacifico. En el archipiélago de las Islas Chiloe se le unió el Cap. Etienne Coutney con otro barco y juntos avanzaron a las Islas de Lobos y al Golfo de Guayaquil donde a fines de abril de ese año apresaron a los comerciantes Juan Bautista Palacios, José de Arizavalaga y Juan Morel que conducían varias cargas de esclavos destinadas a Lima.
Al arribar los piratas a la Puná apresaron al Teniente de Corregidor y a sus familiares que mantuvieron en rehenes. La noche del jueves 2 de Mayo de 1.709 se acercaron al malecón de la ría y se toparon con la sorpresa de encontrarlo encendido, pues era la víspera de la fiesta de la Cruz – también conocida como de la Candelaria – muy celebrada por la Cofradía de ese nombre; pero esto lo los piratas no lo sabían y que creyeron que el vecindario los esperaba en pie de guerra.
Rogers vaciló en atacar de inmediato porque a pesar de la prudente distancia llegaba hasta sus oídos el incesante tañido de las campanas, así es que prevalido de mucha sagacidad prefirió esperar al día siguiente, destacando a sus mejores hombres para observar de cerca. El viernes 3 de mayo los piratas desembarcaron en el malecón ante el asombro del desprevenido vecindario que jamás imaginó que iban a ser atacados. Los primeros en saltar a tierra fueron el Teniente de Corregidor de la Puná y el cocinero de la nave de Rogers, que propusieron al Corregidor Gerónimo de Boza Lima y Solís la venta de algunas mercaderías y las piezas de ébano que habían apresado.
Boza tomó una canoa y subió a la embarcación de Rogers quedándose al almuerzo y en graciosa conversación que se prolongó hasta las primeras horas de la noche, atendido por los principales cabecillas de la expedición, que se dieron cuenta de su debilidad de carácter y lo agasajaron con ron en abundancia. El Corregidor era un mocetón bastante simple y de solo veinte y seis años de edad, que poco a poco fue revelándoles nuestras débiles defensas y por eso los ingleses se llenaron de bríos y le permitieron desembarcar con veinte hombres armados. Boza venía azumagado por la bebida. Había arrojado y se hallaba adolorido, además, tenía que aflojar cincuenta mil pesos de oro que le hablan pedido para no incendiar la ciudad.
Esa noche impuso algunas contribuciones a los principales vecinos: Antonio de Salavarría, Juan de Vargas, Miguel de Terranova y Moncada, Cristóbal Ramírez de Arellano, José Millán de Trejo, Fernando Franco Dávila, Manuel de Carranza y Francisco Troya y Lobo, que fueron los más afectados, y a tanto llegó en su cobardía que pocos días después permitió que los piratas acamparan en los conventos de la ciudad – los de San Francisco, San Agustín y Santo Domingo – y se dedicaran a robar los almacenes, subiendo a las casas y despojando a los propietarios de sus haberes y pertenencias como si estuvieran en una ciudad rendida.
A muchos miles ascendió el monto de las tropelías, pues solo en vajilla de plata labrada y martillada y alhajas de oro ypiedras finas amasaron una cuantiosa fortuna, amén de otras pequeñeces que también pillaron y subieron a sus naves donde almacenaron 230 sacos de harina, 15 botijas de aceite, numerosos sacos de café, cacao, añil y 40 barricas de vino.
Grupillos de 5 o 6 escandalizaban beodos por las calles y no había señora o señorita que pudiera salir de sus casas, so pena de quedar sometidas a las más crueles humillaciones que se puede uno imaginar. Por las noches eran obligadas a bailaren rueda de alcohólicos, al son de guitarras y panderetas y muy sueltas de vestidos. Unas lo harían por placer atraídas por tanto extranjero y otras por miedo a morir a manos de esos desalmados, mientras el impertérrito Boza los seguía atendiendo en la casa de su amante Petra de Villamar Cedeño y Tomalá del Castillo, con quien vivía en público concubinato dando pésimo ejemplo a la comunidad, “aunque la miraban como a una reina”. Cien días duraron estos abusos y al cabo de los cuales Guayaquil quedó desierta porque el que menos había escapado al monte: solo el Corregidor y su hermosa amante continuaban de anfitriones tratando de salvar los bienes de ella que seguían sin tocarse en su casa de la sabana de Ciudanueva, hasta donde se llegaba por un puente de siete leguas mandado a construirpor Boza con tablitas y estacas de mangle.
El 7 de agosto de 1.709 los piratas comenzaron a excavar las tumbas en las iglesias dizque para encontrar tesoros y joyas, pero solo se llevaron la pestilencia e infección de los cadáveres. Entonces decidieron huir del lugar no sin antes hacerse dar de rehenes a los comerciantes Manuel Jiménez y Manuel de la Puente, a quienes matarían si el vecindario no les entrega cincuenta mil pesos de oro, dos bajeles nuevos, seis barcas y mientras en estas andanzas se hallaban comenzó la peste a asolar con el llamado “Mal de Siam” o “Fiebre amarilla”, al cual los vecinos estaban acostumbrados, no así los invasores que enfermaban por docenas. Rogers zarpó a la Puná y esperó por el oro, días después los comisionados Alonso de Olvera, Alcalde de la Santa Hermandad; fray Francisco de Rojas, Guardián del Convento de San Francisco, y Juan Bautista Inviziati, Superior de los Jesuitas, los fueron a visitar portando únicamente 30.000 pesos y hubo nueva oferta y plazo. En otro viaje se juntó mil quinientos pesos más en vajillas de plata porque ya no había monedas en Guayaquil y como los piratas seguían enfermando Rogers creyó más prudente irse de una vez por todas, poniendo proa a las costas de México donde abandonó a los rehenes. Esta fue la última y la peor de las invasiones que sufriera Guayaquil.
El principal responsable de la tragedia viajó a Lima donde se estableció y contrajo matrimonio ventajoso con Juana Guerra de la Daga y de la Cueva. En 1.736 cuando el vergonzoso episodio guayaquileño había sido olvidado en la Corte, obtuvo el marquesado de Casa Boza por sus “exactos servicios a la corona, tan importantes, que en mucho tiempo no se había dado ejemplo igual en celo y cumplimiento…” como reza el documento de concesión.
Aquí quedó la Cacica, madre soltera de María Jerónima Boza y Villamar, que ya mayor se unió al español Agustín de Gorostiza y Palacios y dejó ilustre descendencia, pues su nieto fundóel Mayorazgo de Gorostiza Garzón en base de la hacienda Tenguel, cerca de Balao, heredada de sus mayores los caciques de Puna.