Sobre el idioma quechua hay mucho que aclarar todavía, comencemos por indicar que KICHUA es la forma correcta de decirlo y escribirlo y QUECHUA es su castellanización en nuestro país, aunque en el Perú escriben KECHUA. Este idioma aún lo hablan las comunidades indígenas del páramo, que por acción de la continua migración de sus miembros hacia los valles andinos y a la costa, se están quedando sin población, al punto que de seguir así y con este ritmo, para el año 2.050 tendrán solamente un cuarto de su población actual.
El quechua es una lengua tan antigua en los Andes sudamericanos que su origen se pierde en la noche de los tiempos y por ello se reputa idioma noble. Lamentablemente los indios sudamericanos vivían en la edad de bronce cuando llegaron los conquistadores, trabajaban la piedra y la alfarería y usaban de aleaciones de metales, pero no conocían la rueda ni tenían alfabeto, de allí que el quechua era un lenguaje oral y por ende, falto de reglas gramaticales.
Para llenar este vacío algunos misioneros de los primeros años de la conquista se dieron a la ímproba tarea de escribir una gramática quechua. El que mayores logros alcanzó en este sentido fue el Padre Santo Tomás, del Convento dominicano de Lima, que se convirtió en el Antonio de Nebrija del quechua, por su gramática, muy utilizada para el aprendizaje. Con posterioridad al padre Santo Tomás algunos misioneros siguieron puliendo dicha gramática y ya en el siglo pasado y en nuestra República no faltaron estudiosos que se dedicaron a componer Diccionarios quechuas.
En Cuenca Luis Cordero escribió el Diccionario quechua – español y español – quechua y posteriormente su sobrino Octavio Cordero Palacios elaboró el quechua – cañari y quechua – español.
Pio Jaramillo Alvarado anota en “El Indio ecuatoriano” que las más antiguas formas de quechua que se conocen en Sudamérica son las habladas en la parte norte del territorio ecuatoriano, de donde se podría inferir que dicho idioma tuvo su asiento inicial en nuestra Patria. Esta teoría reafirma la enunciada por el jesuita Annello de Oliva sobre el origen de los Incas, a quienes suponía oriundos de la península de Sumpa o Santa Elena, de donde salieron en épocas remotísimas para poblar en sucesivas oleadas migratorias la costa norte peruana y luego el altiplano Perú – boliviano llamado también “El Collao”.
Justino Cornejo en alguna ocasión me conversaba que en el lenguaje diario del Ecuador existen ciertas palabras a las que no es posible encontrar su origen y peor aún su correcta grafía y me ponía de ejemplo la palabra CEVICHE que también podría escribirse SEVICHE, SEBICHE o CEBICHE; palabras que podrían pertenecer a alguna lengua anterior al quechua o a otra familia lingüística diferente, pero este último es menos probable.
El sabio Otto Von BuchwaId que pasó largos años estudiando los dialectos que aun se hablaban en nuestro país a principios del siglo XX, descubrió que la lengua colorada o “safíqui” para entonces reducida únicamente a la zona selvática de Santo Domingo, era de origen arawaco – caribe y había llegado a la costa desde la selva Amazónica. Igualmente descubrió que los actuales indios colorados fueron llamados Chonos, habitaban la cuenca del Guayas a la llegada de los conquistadores y no resistiendo la vida de esclavitud, fueron emigrando por los ríos paralelos a ese camino natural que es el actual carretero Guayaquil – Daule, Empalme – Quevedo y Santo Domingo, estableciéndose en una zona boscosa donde nadie los molestaba. Con esto probó von Buchwald el principio científico de que la migración de los pueblos arrastra consigo a su lenguaje, y esto pudo suceder en épocas muy remotas con los pueblos de habla quechua, que tuvieron todo un amplio panorama natural para emigrar llevando su cultura megalítica o de piedra, alfarería rudimentaria y hasta conocimientos más sofisticados como la aleación de los metales.
Pero ¿Quienes eran estos pueblos andinos que hablaban quechua? ¿De donde salieron? Otro asunto que se está esclareciendo. Si salieron de Sumpa o Santa Elena, pasaron al sur y fundaron “Tumpiz” o Tumbes, tendríamos que aceptar que avanzaron por la costa desértica para estructurar las culturas arcaicas o más antiguas que existieron en el callejón de Huaylas, que extendidas hacia el sur construyeron Tiahuanaco o “Tiawanaku”, coexistiendo con la Cultura “Chavin” y “Parakas”. Ambas tenían muchos nexos o parecidos, cultivaban la tierra, tejían las fibras vegetales y se vestían de algodón, calculándose su antigüedad en cerca de 3.500 años. Posteriormente se formaron en el Perú diversas confederaciones tribales y surgieron nuevas culturas intermedias: Chimú, Chincha, Kuyus, Manko, Konchuko, Wanka, Rukana, Chanka, Keswa, Kolla, Koliana y Choque – Manko que florecieron para dar paso al Imperio o super estructura administrativa de los “Inkas”.
Así pues, el quechua o “Kichua” se habló por miles de años en Ecuador, Perú y Bolivia y sólo en este ultimo lugar tuvo que enfrentarse al “Aymará” que aun se sigue usando en esas regiones, pero cada vez menos por las migraciones internas de los miembros tribales del altiplano hacia las grandes ciudades de los valles, donde sufren un brusco proceso de aculturización, perdiendo parte de sus vestigios ancestrales. De allí es que el quechua ha sido reputado como lengua sin futuro, por no contar con una gramática y grafías propias, ni tampoco con obras literarias escritas; ni es utilizado para relacionarse como otros países.
QUIPUS ANDINOS
En 1.527 gobernaba el Inca Huayna Capac en Tomebamba y llegó la noticia que un par de hombres blancos y barbados habían desembarcado en Tumbes. Este mal presagio que venía a confirmar la profecía del Inca Wirakocha, le hizo ver que el fin del imperio se aproximaba y como en eso enfermó de viruelas, enfermedad terrible, purulenta y por lo tanto maloliente y asquerosa, antes no conocida en el Incario, pues fue traída por los españoles a las Indias y que por su avanzada edad se complicó con una neumonía, hizo su testamento en un bastón y lo mandó al Cusco.
Allí declaraba que su Imperio debía dividirse entre Atahualpa y Huáscar. Poco después murió y doscientos de sus sirvientes se sacrificaron en su honor ¿los mataron o se suicidarían? su cuerpo fue embalsamado y llevado al Cusco donde recibió sepultura junto a las momias de sus antepasados.
Su famoso bastón testamentario o quipu se depositó en el “Pukinkancha” o Biblioteca Imperial. Posteriormente fue enviado a España por el Virrey Francisco de Toledo, sin saber de qué se trataba y se perdió su memoria. Este tipo de quipu servía para conservar la narración oral de los sucesos y quienes sabían descifrarlos se llamaban “quipukamalloc” y constituían una clase elevada dentro de la sociedad del imperio.
Los quipus eran cordeles de hilos trenzados, transversal y horizontalmente, siendo los primeros más gruesos. Mucho se ha discutido, pero como su lectura se ha olvidado, nada en concreto se conoce. De los encontrados en las tumbas se concluye que podían ser confeccionados de lana, algodón o cáñamo y aún de cabellos humanos, había otros más selectos, de hilos de oro y plata, eran los imperiales. Los había grandes y chicos, los mayores llegaban al metro y medio de extensión, tanto en el cordel principal o matriz como también en los hilos que de él pendían. Entonces sólo se conocía en el Tahuantisinyo como medidas de longitud a la brazada y la media brazada. La brazada o Kgasgo iba del mentón a la punta del dedo pulgar.
Los colores de los cordeles y de los nudos tenían un significado especial. Había nudos para cifras, para ideas, y para sonidos, de tal suerte que leer un quipu no era cosa fácil.
En el Cusco existían los archivos en la biblioteca del Imperio y estaban formados por quipus con los hechos principales de cada Inca, parcialidad y tribu, así como las cifras y estadísticas de producción y consumo. Tan bien se llevaban estos datos que los conquistadores se quedaron admirados según lo refieren los Cronistas.
También existían los Amautas, profesores o sabios del Imperio que se dedicaban a enseñar a los hijos de familias de caciques o de las “Panakas” imperiales formadas por los descendientes de Incas fallecidos.
Los quipucamayoc enseñaban la lectura de quipus, pero estas clases cultas nunca tuvieron el poder político, económico y social de la clase sacerdotal formada por magos, brujos y adivinos.
Los magos curaban a los enfermos y se preparaban para sus funciones aprendiendo el uso de plantas, hojas y raíces. Los brujos eran propiciadores de buenas y malas cosas, podían leer en el cuerpo de animales y gentes, concedían amuletos y fabricaban tótems. Los adivinos eran propiamente los sacerdotes y hacían sacrificios y oraciones, ayunaban, se abstenían de ciertas comidas, eran considerados intermediarios ante los poderes cósmicos. Al lado de ellos florecían las vírgenes del sol o sacerdotisas de la Suprema deidad, su misión era guardar castidad y vivir para el solaz del Dios sol o Inca, al que servían y atendían en todas sus necesidades, hasta en las íntimas si es que el Inca así lo requería. Cualquier desliz sexual de ellas era castigado cruelmente con la muerte porque se suponía una traición a Dios, pecado gravísimo que podía atraer fatales consecuencias para toda la comunidad y hasta para el Imperio.
La educación de los nobles comenzaba a los quince años y duraba hasta los diecinueve con ejercicios, caminatas y pruebas, a la par de consejos y leyendas. También se les impartía conocimientos de lectura y ejecución de quipus e idiomas. La “Warachico” o examen final era una prueba de resistencia, coraje y conocimientos. Los que pasaban recibían el supremo honor de recibir del Inca el galardón de la masculinidad, consistente en que les abrieran los dos lóbulos de las orejas con agujas, para que pudieran llevar aretes pesados de oro, que terminaban por agrandárselos con el tiempo, de allí el nombre de “orejones.” Lo raro de esta ceremonia es que era espectada por enorme concurrencia con inusitadas muestras de interés, pasando esta prueba ingresaban al ejército. A los niños del pueblo se les daba una enseñanza práctica, no de elite, preparándoles para las faenas agrícolas, la caza, la pesca, el pastoreo y las artesanías populares. Una moral elevada y de sumisión absoluta a las autoridades, complementaba el ciclo.
Tan rudimentaria cultura mantenía al pueblo en un estado de ignorancia, aunque de estricta disciplina. Nadie tenía derecho a pensar por si mismo y peor a rebelarse contra las autoridades. La sociedad era vertical y descansaba en el pueblo, que soportaba todo el peso de la pirámide. El Inca era la cúspide, los sacerdotes y adivinos, los guerreros u orejones, su familia o panakas, los caciques o gobernantes y los suyos – es decir, su propia panaka – formaban los grupos de privilegio. El pueblo estaba dividido en agricultores, pescadores, cazadores, pastores y artesanos, pero nadie podía cambiar de actividad porque se heredaban de los mayores.