330. El Quince De Noviembre Contado Por Un Sobreviviente

Era Gobernador del Guayas Jorge Pareja Pareja, Intendente de Policía Alejo Mateus Amador y Jefe de la II Zona Militar el General Enrique Barriga cuando el lunes  13 de Noviembre de 1.922 los empleados de la Compañía de Tranvías decidieron sumarse a la huelga general decretada días atrás por las empresas de Fuerza y Luz Eléctrica y de Carros Urbanos, así como por las Centrales de Obreras  del Guayas representadas por la Federación Regional de Trabajadores mediante un Paro General mediante Oficio comunicado al Gobernador y por hojas volantes a la ciudadanía. 

Guayaquil estaba sin carros urbanos (los garajes cerrados) sin leche (las canoas que llegaban de las haciendas eran asaltadas y el líquido derramado a la ría) sin pan ( no se elaboraba en las respectivas fábricas) sin carne (no se sacrificaba el ganado en el Camal)  sin luz eléctrica (la Central estaba en poder de los obreros)  y los víveres comenzaban a escasear pues se habían cortado en Durán  las comunicaciones por tren a la sierra.

Las autoridades se encontraban impotentes para solucionar el caos. La tarde del martes 14 de noviembre desfiló una gran manifestación de pueblo hasta los bajos del edificio de la Gobernación.  I mientras se discutían los pedidos de los trabajadores, éstos suspendieron las negociaciones (el alza de los salarios y disminución de las horas de trabajo) “para resolver el problema fundamental de la baja del cambio”

Se pedía  a gritos la incautación total de giros (para las importaciones) la moratoria regulada gradualmente para el pago de Letras vencidas en moneda extranjera, la creación de un Comité Ejecutivo para solucionar la situación económica social dándole las más amplias facultades, que se fije el tipo máximo de venta de los giros incautados como medidas eficaces para obtener la baja del cambio del dólar, con lo cual – según Víctor Emilio Estrada, Asesor financiero de la Confederación Obrera – se conseguiría la baja de los precios de los víveres en general. Los líderes sindicales concedieron al gobierno el plazo de veinte y cuatro horas para que conteste el pedido. La manifestación terminó a las cinco de la tarde y el miércoles 15 de Noviembre a las ocho de la mañana comenzó a funcionar la dicha comisión, compuesta por Estrada, Eduardo Game Balarezo Gerente General del Banco del Ecuador y José Rodríguez Bonín, miembro del directorio de dicho Banco, para redactar el correspondiente Proyecto de Incautación, que discutido con los representantes obreros y sus Síndicos fue aprobado en todas sus partes y a la una de la tarde se redactó el Acta en la casa del Gobernador Pareja. Inmediatamente se envió por telegrama al Palacio Presidencial y acordó comunicarlo por Bando.

Quedaban pendientes otros puntos solicitados a última hora por la Confederación Obrera: La abolición de los estancos de tabacos, sal, y el monopolio azucarero y la ley que grave las tierras incultas.  

A las dos de la tarde una multitud salió de la plaza del Centenario con destino al centro de la urbe y tomando por la calle Pedro Carbo llegó hasta los bajos de la Clínica Guayaquil en Clemente Ballén, propiedad del Dr. Abel Gilbert Pontón, allí el síndico José Vicente Trujillo tomó la palabra ante el pueblo efervorizado. Orador de fuste, cometió el error de lanzar una frase retóricamente hermosa pero demasiado peligrosa para el momento “Pueblo. Hasta hoy nos hemos revestido con la piel del cordero, pero desde mañana nos cubriremos con la piel del tigre.”  Entonces surgió una voz que gritó “Vamos a liberar a nuestros compañeros panaderos  presos en el Cuartel de Policía (Chile y Cuenca) y la masa formada por hombres, mujeres y niños llevados por sus padres se encaminó hacia el sur, encontrando a varios policías de servicio junto a las mesas de votación por ser el segundo día de las elecciones cerca de la avenida Olmedo y los desarmaron pero comenzó la violencia al llegar los manifestantes poco más ayá, con una nutrida balacera de parte de los soldados del batallón Cazadores de los Ríos, que rodilla en tierra dispararon contra el cuerpo. Allí cayeron las primeras víctimas y la multitud se replegó en total desorden hasta la Avenida Olmedo y otras calles adyacentes seguida de cerca por los soldados del batallón Marañón llegados de Quito el día anterior. 

Varios grupos alcanzaron por la calle Pichincha a derribar las puertas de los almacenes que vendían armas (González Rubio, Casinelli Hnos. Solá y Cia. Miguel Enrich, Enrique Rivas, Santiago Zerega, etc, en el desesperado afán de aprovisionarse para defenderse, pero allí fueron masacrados sin misericordia.

El tiroteo fue tan nutrido que personas que se hallaban en el interior de sus viviendas (la ciudad estaba construida enteramente de madera) fueron alcanzadas por las balas perdidas, entre ellas la señorita Elisa Candel López quien sufrió una peligrosa herida en el pulmón. El Dr. Puig Vilazar corría vertiginosamente pues iba perseguido por varios soldados para ser asesinado, cuando su amiga de letras María Piedad Castillo de Leví, le abrió la puerta de su domicilio y salvó la vida haciéndole entrar. Días más tarde salía desterrado a Panamá donde contrajo matrimonio con una damita de ese país y radicó varios años. 

A las cinco de la tarde cesaron los fuegos tras casi dos horas de baleo.  Varios médicos humanitarios salieron a las calles a recoger heridos, entre ellos los Dres. Julián Lara Calderón, Abel Gilbert Pontón, muchos estudiantes de medicina asistían en el Hospital a los cirujanos. Germán Abad Valenzuela tomaba radiografías y tomó tantas que las puso a secar en cordeles tendidos en el patio, Rafael Mendoza Avilés operaba, etc.

A las seis, en medio de un silencio sepulcral, desfiló el Marañón por el boulevard y no faltaron dueños de casa que aplaudieron su paso, aunque debieron arrepentirse al descubrir al día siguiente la magnitud de la tragedia. Nunca se sabrá a ciencia cierta el número de víctimas que pudo llegar a mil, en una ciudad de ciento veinte mil habitantes. 

Los cadáveres fueron trasladados en plataformas hasta el cerro y enterrados en fosas comunes donde hasta hoy se puede apreciar las cruces. Otros, destripados a punta de bayoneta para impedir que floten, terminaron lanzados al río. De allí se originó el nombre de la novela de Joaquín Gallegos Lara “Las Cruces sobre el agua” reveladora de la tragedia obrera en esa fatídica tarde de noviembre. 

El Director del diario El Telégrafo suscribió un valiente editorial denunciando la masacre, fue ordenada su prisión, luego cambiada por el destierro, que él escogió en San Remo. Los redactores de El Guante se solidarizaron con la protesta. Los demás periódicos dieron partes noticiosos relatando los pormenores del genocidio.

A destiempo el gobierno decretó ciertas medidas económicas como simples paliativos de la crisis, que no dieron el efecto esperado y la situación continuó grave.