304. Las Pestes y Epidemias

El Dr. Luis Alfredo Noboa Baquerizo figuro a fines del siglo pasado como alienista o médico de locos, tratando a los enfermos del Hospicio “José Vélez” donde ya no se usaba el látigo como antaño en Europa, sino la civilizada camisa de fuerza. Después estuvo en el “Lorenzo Ponce y hasta su muerte, ocurrida a temprana edad, a causa de una tuberculosis vesicular, introdujo nuevos métodos y mereció la gratitud de sus pacientes.

Eduardo Tola Merino le dedicó el siguiente acróstico: //  le das a la insania / Ufano de tu misión / I devuelves la razón / sólo con tu alopatía /// Bien se ve que no estaba tan trascuerdo pues componía versos y no de los malos.

Alfredo Valenzuela Valverde es quizá el más recordado por sus constantes bromas con las que deleitaba y mortificaba al mismo tiempo a sus pacientes. Hombre de conversación chispeante, agudo ingenio y gran mundo, distraía sin cesar con sus sabrosas salidas. En Europa había sido obsequiado por el Rey Leopoldo de Bélgica con su valiosísimo reloj de oro, pues le diagnosticó un tumor amebiano cuando acababa de llegar del Congo, donde había permanecido algunos meses, salvándole la vida.

Cuéntase que en su consultorio primero hacia pasar a los niños de pecho exclamando “Que pasen los que maman”. Una cierta tarde muy calurosa, una dama encopetada y enferma, al oír la frase, se levantó ydijo: ¡A mí. Doctor, que ya tengo media hora esperando ¿Ud. también mama? fue la respuesta y la señora se sentó a seguir esperando.

Del Dr. César Borja Lavayen se afirma que era tan seguro en sus diagnósticos que al cobrar sus honorarios decía “La consulta vale dos sucres y si no se cura regrese Ud. que le devuelvo la plata.”

En 1918 Guayaquil sufrió la última epidemia de fiebre amarilla aunque según autores fue fiebre icteroide solamente, ya que ambos males se confunden por ser muy parecidos. Años antes se conocía a la fiebre amarilla con los nombres de vomito prieto o mal de Siam y a la icteroide como fiebre aduanera o hemorrágica.

El sabio japonés Hideyo Noguchi que investigó estas plagas y hasta creyó descubrir el germen de la fiebre amarilla a través del ultramicroscopio, solo consiguió aislar el de la fiebre icteroide en 1920; su esfuerzo trajo un cambio fundamental a Guayaquil, se desecaron algunos pantanos, se generalizó el uso del petróleo sobre las charcas o pozas de agua y terminaron gran cantidad de larvas de mosquitos propagadores de esas dolencias.

La bubónica vino a Guayaquil desde los pueblos peruanos y en los vapores de la Pacific Steam Co. La primera peste data de 1907 y duró un año, la segunda de 1913,  la tercera de 1918 y la última de 1930. Miles de personas morían en las casas, las familias emigraban a las poblaciones cercanas y otras a la sierra donde la bubónica no se daba con igual intensidad. Los médicos creían terminar con la “peste negra” mediante la aplicación del suero de Yersin.

En cada ocasión la epidemia era precedida de una gran mortandad de ratas o “epizootio”, por inoculación del germen a través de las pulgas infectadas. Entonces se generalizó el uso de trampas y la Sanidad organizó cuadrillas cazadoras de estos roedores llegando a pagar cuarenta centavos por rata grande o pericote y veinte por ratón pulpero o laucha.

La bubónica se presentaba en tres formas: 1) Ganglionar, 2) Septicémica o Neumónica, y 3) Dérmica o Carbuncosa, siendo las más graves éstas dos últimas y la más contagiosa la neumónica, que se trasmitía por todos los medios o sea por picada, mordida o inhalación del baho de un enfermo.

El Hospital de aislamiento o Lazareto se llenó al tope y hasta se rechazaban enfermos. La ciudad quedo vacía por dos o tres meses y los edificios en que se habían producido casos eran desinfectadas, cerrándose las ventanas y cubriendo las paredes con sábanas blancas desde el tumbado al suelo, humeando numerosos braseros de azufre para matar las pulgas que caían del techo y a través de las sabanas en grandes cantidades; también se acostumbraba que cuando alguien moría de bubónica se rociaba el cadáver con gasolina o kerosene para evitar el contagio.

Otras enfermedades también se producían en forma intermitente en la costa ecuatoriana, por ejemplo en Esmeraldas, era común el Mal de Pian o Bubas, tumores a veces mortales. En El Oro y en Loja y especialmente en Zaruma se decía que existían numerosos casos de lepra, lo mismo en Puna donde vivían algunos enfermos retirados de la población; pero la peor de todas las dolencias era la tuberculosis tam bién llamada la Peste Blanca que mantenía a la población con una baja tasa demográfica. Igualmente la parasitosis era causa de numerosas muertes. Se calculaba que el ochenta por ciento del campesinado tenia parásitos en los primeros diez años de vida, no siendo raro observar a niños con enormes vientres llenos de lombrices que clamaban a gritos por un vermífugo que nadie les proporcionaba.  Esos seres tenían graves problemas de crecimiento pues la solitaria les chupaba sus glóbulos rojos transformándolos en eternas víctimas de la anemia tropical.