300. Tres Cuentones Mentirosos

Cuando en 1.907, se declaró la epidemia de bubónica en Guayaquil y la gente comenzó a morir en las calles, numerosas familias decidieron emigrar a los campos para ver si escapaban de la peste. Entonces vivía en el barrio del Astillero una distinguida señora, casada y con tres hermosas hijas quinceañeras, quién suplicó a su esposo que la mandara fuera, “aunque sea a Babahoyo”, donde vivían numerosos parientes y amigos.

A la mañana siguiente viajaron en el vapor “San Pablo” y luego de varios días de visitarse con amigas y conocidas y de realizar algunos paseos por las haciendas de los alrededores, ya no sabían que hacer y se encontraban aburridísimas, cuando se anunció la llegada de Europa del Dr. Quintana, con una maravillosa máquina de rayos ultravioleta, la primera del país y que nadie sabía realmente para que servía. Simplemente -se decía- que era buena para robustecer a las personas, pues con dos o tres aplicaciones los paliduchos montubios y los pretuberculosos campesinos salían más coloradotes y chapudos que serranos recién llegados, signo inequívoco de salud y fortaleza física en esos tiempos.

Se ignoraba en cambio que los rayos ultravioletas son rayos artificiales de sol y que sus aplicaciones sólo causan enrojecimiento momentáneo en la piel y hasta quemaduras.

Por eso la buena mamá llevó a sus tres hijas para que el Dr. Quintana les hiciera un concienzudo chequeo con su maravillosa máquina y al poco tiempo recibió un telegrama de su esposo en que le comunicaba que ya podían regresar, porque según informaciones de la Sanidad había pasado el peligro infeccioso y la ciudad no estaba contaminada de ratas. La señora recibió muy contenta la noticia y enseguida alistó los colchones y los hizo llevar al muelle. En eso pasó un conocido y la saludó diciéndole: ¿Se va doña Carmencita? ¿Por qué nos deja? y ella con mucha euforia y sacando pecho le ripostó: Mire don José, me voy de este pueblo polvoso y feo donde nunca se sabe qué hacer, porque ya no hay bubónica en Guayaquil; pero no se crea que yo he permanecido ociosa, no señor, porque he llevado a mis hijas a chequearlas con los rayos ultravioletas de la máquina del Dr. Quintana y me las llevo de vuelta, sanas, buenas  y hasta coloradas, ultrachequeadas y ultravioladas … como Ud. lo puede apreciar. Y se las mostró a las pobres, ruborisadísimas. Esta anécdota, cierta o falsa lo mismo da, aún se cuenta entre risas en las familias de Babahoyo, que no perdonan a la doña el haber tratado tan despectivamente a esa importante capital.

De unas hermanas maduritas, solteras, muy beatas y compuestas y que vivían en Guayaquil, se cuenta que un día se les ocurrió visitar París dizque para admirar la cultura francesa y habiendo preparado los baúles tomaron un vapor de la “Pacific Steam Co.” y en menos que canta un gallo estaban en Panamá, en el Havre y en la ciudad luz, donde fueron inmediatamente a hospedarse con unas monjas de clausura que habían sido avisadas de la visita y donde tenían dos primas monjas. Allí se estuvieron muy contentas por espacio de seis meses y un día antes del regreso decidieron dar unas vueltas por la ciudad para admirar la preciosura de sus modernos edificios, todos de más de seis pisos y con ascensor, que para 1900 eso era la maravilla más grande del mundo.

Ya de vuelta se hacían lenguas del asunto y al arribar a Guayaquil bajaron hasta con los colchones amarrados que se habían llevado, que entonces se viajaba así. Instaladas en casa y acomodadas en sendas hamacas de mocora, fueron visitadas por parentelas y amistades que no habían visto en años, que no se cansaban de preguntar de París y por supuesto, al término de la conversación, era de escucharse los ¡ah! de admiración y otros comentarios más sonoros sobre “los adelantos de la ciudad del pecado, donde solamente se podía vivir en convento para no contaminarse”.

Y como de las tres hermanas, Lolita era la más hablantina, por que las otras no decían ni esta boca es mía, ella fue la que preguntó: ¿A que no saben que hay mejor en Guayaquil que en París? -Silencio en la audiencia- Pues bien: “La luna, que en París es menos grande y redonda.”

Algunas quedaron encantadas de tener una luna tan bella en Guayaquil, pero otras se empezaron a reír de la ignorancia de Lolita, que nunca había oído hablar de las lunas menguantes, crecientes y llenas y por eso creía que la nuestra era diferente a la de Francia. ¡Así eran de cándidas las niñas de antes … !

Hace pocos meses regresaba una pareja guayaquileña de Salinas y estando por Zapotal, se acordó la señora que había dejado un pollo congelado encima de la cerca de la villa, dizque para no olvidarse de traerlo de vuelta, porque iba a servirlo esa noche con papitas hornadas y todo lo demás.

¡Oye Juan, hay que regresar, porque se me quedó el pollo! -Que no, mujer ¿Que no ves que estamos lejos y la gasolina nos sale más cara que el pollo?, pero no hubo razón que valga y la parejita dio media vuelta al carro y regresaron por el pollo, que no están los tiempos para desperdicios y no bien llegados se encontraron con la desagradable sorpresa que alguien, que debió pasar por la villa, notando el paquete cerca de la ventana, lo tomó para sí y buen banquetazo que se estaría dando en esos momento. Demás está indicar que los esposos tuvieron tema para pelear durante las tres horas de regreso, acerca del famoso pollo, que sin haber sido comido causó más de una indigestión, de las  hepática que siempre han sido peores que las estomacales, como todos sabemos.