291. Entre Aplausos y Quejas

En 1906 el Ecuador intelectual presenció la aparición en Quito de la revista “Altos Relieves” dirigida por los jóvenes poetas Aurelio Falconí y Luis E. Veloz, con versos rubendarianos y modernistas y en el mismo año el guayaquileño Miguel E. Neira editó su poemario “Baladas de la miseria”, siguiendo esa línea. Estos fueron simples atisbos de las corrientes literarias que se imponían en Europa y América merced al genial poeta nicaragüense, célebre autor de “Azul” editado en 1.887 en Valparaíso.

Años antes otros ecuatorianos habían experimentado la influencia de las nuevas formas estéticas de expresión, entre ellos Miguel Valverde, Modesto Chávez Franco y Víctor Hugo Escala, que habían escrito “sonetos raros” en versos alejandrinos aconsonantados. En 1907 Falconí volvió sobre el tema en “Policromías”, dio el espaldarazo a la moda, así como a la generación que estaba aflorando y  después fue decapitada por la vida.

Borja, Fierro y Noboa Caamaño en Quito, seguidospor Augusto Arias e Isaac Barrera, Wenceslao Pareja, Medardo Angel Silva, Miguel E. Neira los dos hermanos Egas Miranda, Adolfo Simmonds, Adolfo Hidalgo Nevárez, Manuel Eduardo Castillo, Heleodoro Avilés Minuche, César Borja Cordero, Falconí Villagómez y José Joaquín Pino de Ycaza en Guayaquil. Mientras en Cuenca aún se hacían versos decimonónicos marianos y pasados de moda o cositas lindas sobre el lugar natal, tomando flores de retama, capulicedas y otras minucias de casa adentro. Solo Enmanuel Vásquez y Ernesto López escaparon de ese ambiente bucólico, oloroso a “Fiestas de la Lira”, incorporándose a las nuevas formas, aunque tardíamente, con versos de innegable valor.

Para 1910 circuló en Guayaquil un periodiquito de pequeño formato, de cuatro columnas y cuatro planas, editado en los talleres gráficos de E. Rodenas, cuyo primer número apareció el 28 de agosto con el absurdo nombre de “El Guante”, inspirándose en la circunstancia de ser cinco como los dedos de la mano, los jóvenes fundadores, alguno de los cuales ideó firmar sus artículos con el nombre especial de los dedos. Eran éstos: Miguel García Morales, que figuraba como director. Heleodoro Avilés Minuche que firmaba Anular. César Borja Cordero que adoptó el seudónimo de Metacarpo; Miguel E. Neira que firmaba Indice y José Vicente Ruiz – colombiano – que se ausentó después al Sur”.

Comenzó El Guante como semanario, pero pronto se convirtió en bisemanario, tuvo imprenta propia y aseguró una vida independiente, terminando en diario y aumentando su circulación después de la matanza de los Alfaro en enero de 1912. Los lunes hacía literatura en un suplemento que cobró pronta fama. El Telégrafo se obligó a seguirle los jueves y entonces se inició una activa competencia que a la generación que estaba aflorando, permitió las necesarias columnas para expresarse libremente sin coacción; aunque la crítica citadina les dio de palos, la mayor parte de las veces sin ton ni son.

Entre los más encarnizados detractores del modernismo literario estaba un intonso quiteño, el Prof. Alejandro Andrade Coello, propietario de la cátedra de literatura del colegio Mejía, que no perdonaba soneto sin crítica. En Guayaquil el genial Manuel J. Calle acostumbraba de vez en cuando burlarse despiadadamente de los jóvenes, concitando en contra de ellos las risitas del grueso público, siempre propicio a festejar el ridículo.

Y así, entre aplausos y quejas, como diría un poeta, germinó esa generación de los años 10 al 20, tan rica en manifestaciones líricas, que cantó ambientes tomados de la lejana historia de Europa y deificó lo bello y lo extraño, amó a los cisnes, a las hojas de acanto, a las ninfas del bosque, a princesas rubias y a pajes Abril que morían de amor a los pies de sus damas; que escapó hacia paisajes y ambientes ideales, hacia gobelinos y cítaras y que vistió al idioma de formas propias aun no superadas; generación que aspiró a la perfección, a la elegancia y al misterio, en suma, a la aristocracia y la belleza.

¿Acaso Rubén Darío no acostumbraba firmar los abanicos de las condesas de España? ¿Y pintores tan excelentes como Teobaldo Constante y Roura Oxandaberro, pocos años después no dedicarían muchas horas de esfuerzo a pintar hermosísimas mariposas de colores en las blancas medias de seda de esbeltas damas? y no por estas delectaciones se consideraban rebajados ni empequeñecidos como artistas y poetas.