224. Las kermeses del Ajuar del Niño

Fue Ana Darquea de Sáenz de Tejada la matrona que inventó en Guayaquil las kermeses y representaciones teatrales de beneficencia aya por 1920 y hasta las hizo famosas. Su lugar predilecto era el parque Seminario porque tenía varias ventajas sobre los demás. Era cerrado con una alta verja contrachapada que impedía la entrada de “los pavos”, tenía la glorieta para que la orquesta se acomode y distraiga con sus aires festivo,s así como otros “efectos especiales” los grandes y copudos árboles, sus caminitos empedrados y la pileta de los peces ubicada al pié de la gruta de la virgen, le daban el toque romántico y sereno, tan necesario para el solaz de los grandes y la distracción de los chicos. Sin embargo, en las representaciones teatrales doña Ana no anduvo tan afortunada según me han contado y hasta algunas veces le pasaron chascos.

Dicen que cuando se puso de moda el “one step”, baile antecesor del Charleston y otros más de los Estados Unidos, al subirse el telón apareció una hermosa damita con la falda más arriba de la rodilla y muchas matronas victorianas de la concurrencia sufrieron fuerte impresión y tanto, que hasta obligaron a bajar el telón y hubo violentos ademanes y señales de abanico. Ese fue el primer escándalo, el otro vino después cuando salieron al escenario las baletistas para representar la muerte del Cisne y de pronto se lanzó a la pista un conocido joven de nuestra sociedad, que acababa de llegar de Europa más amanerado que mandado a hacer y hasta con la boca pintada de rojo, que dizque así se acostumbraba usar en los ballets rusos de Montecarlo pero aquí era otro cuento y entonces fueron los caballeros los que gritaron para que bajen el telón, “avergonzados de tan baja representación del sexo fuerte y feo. A la pobre doña Ana no le quedaron ganas de seguir en la reunión, pero se las tuvo que aguantar hasta el final, eso sí, sudando la gota gorda y arrepintiéndose de su papel de promotora artística.

Algún día habrá que hacer una crónica sobre sus afanes benéficos en pro de la niñez desvalida del puerto, sus trabajos en “El Belén del Huérfano” y su hermosa personalidad, siempre dada a aconsejar a las amigas y a guiarlas por el camino del bien; en fin, fue muy del prójimo, al punto que cuando ocurrió su fallecimiento todos la lloraron y quizá por eso sus kermeses nunca fracasaron y cada año eran nuevos triunfos sociales y económicos.

Y pasaron los años y llegó mi época, la del 45 al 55, ya doña Ana no vivía, pero en cambio había tomado la posta “El Ajuar del Niño” y su activa presidenta Carlota Reimberg de Maulme. Ella se comenzaba a mover siquiera con dos o tres meses de anticipación mandando a imprimir las entradas y los números de la tómbola y de la rifa, luego llamaba por teléfono a las socias para comprometerlas a trabajar desde una semana antes de la kermese, haciendo dulces y comidas, recogiendo regalos entre las principales firmas comerciales del puerto, vendiendo las entradas y dando ideas para el mejor éxito de la fiesta. Recién allí venía lo bueno porque había que prestar el parque Seminario a la Municipalidad, hacer la propaganda del acto por periódico, obtener que uno de los batallones facilite la banda, armar los kioscos de ventas de comidas y bebidas, conseguir una marca de colas que auspicie enviando gratuitamente su producto y la mar y sus peces; nada debía faltar para que el acto sea un sonado éxito.

A los muchachos los hacía disfrazar de animales raros y extravagantes; recuerdo que un año se representó una farsa titulada: “El matrimonio de los conejos” y me tocó hacer el papel de Jefe del Registro Civil, para lo cual me confeccionaron un terno negro, que después no pude volverlo a usar porque no se me presentó la ocasión. Me pusieron un “buche de pelo” que era de mi abuelo y sin que él se enterara tomé prestado su bastón de  caña  retorcida,  que  cuidaba  más que a su vida, porque era muy difícil conseguirlos y estaba prohibida su importación por la guerra. Así disfrazado obtuve muchos aplausos y hasta un regalo al final por mi comportamiento como autoridad provincial.

Las kermeses eran buenas oportunidades para corretear a nuestras anchas y jugar pegas con vida y al escondite y siendo el parque cerrado no había peligro de que cruzáramos las calles y nos atropelle un automóvil. Los muchachones de más de trece años también se divertían, pero de otra manera, conversando muy orondos con las chicas que iban a porrillos y había algunas muy guapas como para conversar de largo.

En mitad de la reunión se hacía la rifa entre los mayores y mientras tanto se seguían vendiendo los números de la tómbola, que casi siempre eran premiados y nadie salía con las “narices largas”. Los muchachos nos pegábamos buenos atracones de dulces y tortas y al final terminábamos cansados y sentados en el suelo, sucios y sudados, que para qué les cuento. Muchos sufrían al día siguiente las consecuencias de esos excesos con empachos y fiebres, pero todo fuese por las kermes, mientras ella duraba a nadie le pasaba nada.

A las siete de la noche se desbandaba la concurrencia y a eso de las ocho Carlotita salía media aturdida por tanto correr y rodeada de las consocias que la acompañaban hasta el final.

Las últimas kermeses no se realizaron en el Parque Seminario sino en el Infantil ubicado frente a la Casa de la Cultura, donde ahora se levanta airosamente el Palacio de Justicia. Ya no fueron lo mismo, habían perdido el frescor que brindaban los grandes árboles y las sombras benéficas de sus altas copas, pero los chicos se divirtieron igual y hubo las mismas tómbola y rifa y aunque he vuelto a asistir a muchas kermeses en mi vida, será porque ya soy persona mayor y nada me causa asombro, que no han tenido para mí el encanto de las antiguas, cuando muchacho malcriado, me divertía a mis anchas.